Qué depara el futuro – 1.

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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Cuando miramos el Nuevo Testamento, un pasaje llamativo salta a la vista para quienes, como nosotros, tenemos el privilegio de mirar el pasado con la perspectiva que da la historia. Uno de los discípulos de Jesús, exteriorizando su orgullo como judío, le señaló el imponente esplendor del Templo de Jerusalén, diciéndole: “Maestro, mira qué piedras, y qué edificios” (Marcos 13:1), seguramente incitándole a decir algo sobre la grandeza del emblema religioso más importante de la nación israelita. Cuál no sería su sorpresa cuando Jesús respondió en forma inesperada: “¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada” (versículo 2). Surge de los documentos de aquel período, temprano en el siglo I, que nadie sino Jesús de Nazaret pareció capaz de prever el final sangriento que la nación judía tendría en pocas décadas más, y nadie esperaba que algo así sucediera. Ni siquiera los propios cristianos, pese a que Jesús había anunciado en varias oportunidades y de diferentes maneras la próxima ruina (Mateo 23:37,38; Lucas 19:41,44; 21:20). La falta de conciencia de la catástrofe que se avecinaba era tal, que Eusebio de Cesarea dice, en el Libro III de su Historia Eclesiástica, que antes de la guerra que culminó con la destrucción total de Jerusalén y la masacre de un millón de judíos en el año 70 d.C., un oráculo profético ordenó a los cristianos salir de inmediato de la ciudad (1). De hecho, la historia de Eusebio registra la salida de los cristianos de Jerusalén antes de la revuelta judía, para trasladarse a Pella, al otro lado del Jordán; la profecía que ordenó la movilización para escapar del desastre puede perfectamente ser aceptada por la fe, aunque no esté registrada en el Nuevo Testamento, como tantos otros hechos portentosos de aquel tiempo memorable. Pero el punto a destacar es la total ausencia de una noción acerca de la inminente caída de un orden vigente.

El profesor León Homo, en su libro Nueva Historia de Roma, al hablar de la caída final del Imperio Romano de occidente, refiere que los contemporáneos no midieron la importancia del cambio (2). No había idea, en los años que precedieron al 476 d.C., de que el dominio de Roma, un señorío de siglos, tocaba a su fin. También cabe plantearse si, al iniciarse el siglo XV, alguien podría haber previsto que los inventos y descubrimientos de la época harían que la humanidad dejara atrás la Edad Media, para entrar en una nueva era. En cualquiera de los tres casos, así como en los cambios habidos en los siglos que siguieron, las circunstancias de cada época podrían haber despertado la expectación de personas atentas, quienes pueden haber sospechado que un cambio de magnitud sobrevendría.

El primer ejemplo, la caída de Jerusalén, fue resultado de un proceso que venía gestándose desde varias décadas atrás, tal vez desde el mismo momento de la conquista romana de Palestina, en el 63 a.C. El nacionalismo a ultranza del pueblo judío, la muy particular comprensión de su carácter como pueblo elegido de Dios, que los llevaba a considerarse una nación especial y odiar por tanto al dominador extranjero que los subyugaba; su también particular esperanza mesiánica, expectativa por la venida de un Mesías guerrero que derrotaría al conquistador romano y establecería la supremacía de Israel, y la manera en que estos factores hacían que los judíos tolerasen muy mal los avasallamientos de un dominador extranjero, todo desembocó en una guerra devastadora, sin cuartel, sin tregua, sin misericordia, sin piedad, en la que el único final posible era la aniquilación del enemigo. Eso les tocó en suerte a los judíos. Los relatos de Flavio Josefo sobre el sitio de Jerusalén, la destrucción de la ciudad, y el fin del último bolsón de resistencia en Masada, son espeluznantes. Todavía ese odio irreconciliable entre romanos y judíos tuvo su coletazo final en la guerra del falso Mesías judío Bar Cocheba, en la primera mitad del siglo siguiente, que terminó con la matanza de más de medio millón de judíos. La dispersión mundial de Israel, resultado de la guerra devastadora con los romanos, se prolongaría hasta el siglo XX, y cesaría en parte con la creación del estado de Israel, en 1948.

En el segundo ejemplo, el del Imperio Romano, el desmoronamiento se gestó durante siglos. La herida de muerte para el imperio se produjo en el siglo III, el siglo anterior a la oficialización del cristianismo, y más de doscientos años antes de la caída final; pero los elementos preparatorios se habían desatado aún antes. La paralización interna de un imperio antes agresivo y conquistador, con una actitud de permanente defensa contra las tribus bárbaras que avasallaban las fronteras del mundo romano; la guerra crónica con Persia, y el agotamiento de recursos que de esto se derivaba, y la continua degeneración moral de una sociedad corrompida, sólo superficialmente tocada por la doctrina cristiana, dan cuenta de la caída del Imperio Romano.

Con el tercer ejemplo, el fin de la Edad Media, asistimos a un caso diferente, pues la transición se dio, no sin guerra, pues en el siglo XV la caída del Imperio de Bizancio ante los turcos marcó un cambio de considerable magnitud; pero se dio sobre todo por el aflujo de ideas nuevas, hecho que no fue extraño ni ajeno al cristianismo, pues cristalizó en forma positiva en la Reforma y Contrarreforma del siglo siguiente. Se dio también por los descubrimientos e inventos que extendieron la comprensión por parte del hombre de su universo, mucho más allá de los límites impuestos al hombre medieval. Entre estos descubrimientos cabe citar el de grupos humanos en estadíos más primitivos de desarrollo cultural y técnico, lo que fue visto por algunos como una oportunidad de enriquecimiento a expensas de la explotación de dichos individuos, y para otros representó una oportunidad cristianizadora y una responsabilidad evangelizadora. Y también resultó en la necesidad de proteger a estos nuevos seres recientemente descubiertos.

¿Podemos nosotros saber si en verdad el futuro próximo nos reserva un cambio de gran magnitud? Contestar afirmativamente esta pregunta sería como decir que podemos adivinar el porvenir, lo que no es el caso. Tampoco es el caso pretender interpretar la profecía escatológica de la Biblia en términos de los sucesos de nuestro tiempo, procurando arriesgar secuencias de eventos apocalípticos para los próximos años, e incluso anunciando el regreso de Cristo para alguna fecha, calculada más o menos esotéricamente. Al contrario, no estamos proponiendo un próximo y escatológico final de la historia; nos planteamos qué pasaría si la historia humana prosiguiera por mucho tiempo, pero con la eventualidad de sufrir un nuevo cambio. Cambio cuyas causas podemos conjeturar, como un ejercicio intelectual imaginativo, en base, ahora sí, a las realidades de nuestro tiempo.

La primera de las conjeturas que podemos hacer respecto al futuro es imaginar las consecuencias de una guerra global devastadora. Ya vimos cómo en el pasado la guerra ha sido causa desencadenante del colapso de civilizaciones. Naciones bíblicas como Moab, Edom, Filistea, Amón, Israel en más de una ocasión; grandes imperios como Asiria, Babilonia, la misma Roma, han desaparecido en torbellinos de sangre y fuego. En el siglo XX el avance formidable de la tecnología del transporte y las comunicaciones llevó progresivamente a la humanidad a la globalización, a vivir en una verdadera civilización planetaria, que es lo que tenemos en este siglo XXI. Pero son también esos avances los que permiten que hoy en día no sea descabellado considerar la posibilidad de una guerra global, una guerra de tal magnitud que la Segunda Guerra Mundial, con su colofón dado por el uso de armas atómicas, parecería un ensayo. De hecho, la humanidad cambió en la posguerra; el desarrollo de la tecnología nuclear, la electrónica, la informática y los vuelos espaciales son áreas en las que la tecnología se desarrolló con una velocidad formidable en la segunda mitad del siglo XX. Una guerra global, con el uso en la misma de armas de destrucción masiva, fue tema recurrido por los escritores de ciencia ficción desde por lo menos la década de 1950, reflejando el temor que desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial embargó a buena parte de la humanidad; un temor permanentemente latente, debido al enfrentamiento entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Los restos de humanidad que los autores de ficción imaginaban en sus narraciones, llamadas apocalípticas, y las situaciones en que quedaban luego del holocausto nuclear, eran tan diversas y numerosas como escritores han abordado el tema. Desde el inverosímil surgimiento de inteligencia en una raza animal, o de una inteligencia artificial, cualquiera de las cuales dominaría al hombre, pasando por la no tan inverosímil aniquilación total de toda forma de vida en la Tierra, si los arsenales nucleares fueran verdaderamente detonados, hasta el retroceso de la humanidad a etapas más primitivas de civilización, incluso hasta la edad de piedra.

Por supuesto, el cristianismo y la fe han tenido poco o ningún lugar en estas visiones fantásticas de un futuro salvaje, porque quienes escribieron esas narraciones fueron de aquellos que no consideran pertinente, oportuno o útil tener en cuenta al cristianismo, o porque ningún escritor cristiano tuvo tales lúgubres y pesimistas expectativas sobre el futuro que Dios prepara para el mundo, y por lo tanto se consideraron una pérdida de tiempo tales ejercicios imaginativos, y sus traducciones literarias.

Ahora, nadie que haya visto en una pantalla de televisión el espectáculo imponente y aterrador dado por la explosión de un artefacto nuclear, y haya leído la Biblia, puede dejar de recordar aquellas palabras del apóstol Pedro: “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas … los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (2 Pedro 3:10,12). Por supuesto, estas palabras se refieren al “día del Señor”, y por lo tanto tienen implicancias proféticas y apocalípticas; y no es el propósito de este ensayo aventurar interpretaciones escatológicas. Tan solo observar cómo una antigua ocupación del ser humano, la guerra, expresión de esa permanente manía del hombre de odiarse y destruirse a sí mismo como especie, podría hoy día, tiempo de globalización, y con el uso de armas de destrucción masiva, trastornar gravemente la civilización que hemos levantado y disfrutamos.

Cabe pensar, y esperar, que si una catástrofe de tan descomunales proporciones nos quitara la seguridad de una sociedad humana bien estructurada y basada en el derecho, si nos arrebatara los adelantos de la tecnología, dejándonos sin los beneficios de la medicina moderna, sin computadoras, sin telefonía celular, sin autos, aviones, satélites, alimentos congelados, juegos de video, realidad virtual, quizás hasta sin energía eléctrica y agua potable, quedarían aún, como algo no enajenable, la fe y los valores clásicos del cristianismo: el amor, la pureza, la lealtad, la honradez, la justicia, la equidad, la nobleza y el sacrificio.

Justamente esos valores, que por siglos la misma Iglesia descuidó, y que hoy en día se menosprecian en muchos ámbitos, porque esos valores podrían ser los pilares para volver a construir, para soñar, otra vez, con un mundo mejor.

1) Eusebio de Cesarea. Acerca de los últimos tormentos de los judíos después de Cristo. Historia Eclesiástica, Tomo I. Editorial Clie. Barcelona, España. 1988. Libro III, cap. 5, vers. 3. Pag. 141.

2) Homo L. La catástrofe. Nueva Historia de Roma. Editorial Iberia. Barcelona, España. 1955. Pag. 425.

*Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

3 Comments

  1. elrusoperes dice:

    Diego, es The Book of Elí (Elí es el nombre del protagonista, caracterizado por Denzel Washington), presentada en Hispanoamérica como El libro de los secretos.
    Muy buena peli, con su dosis de acción y violencia, faltaba más, pero buena peli.
    Saludos y bendiciones.

  2. Diego dice:

    Hay una pelicula del genero “apocaliptico”, no recuerdo su nombre, donde la historia gira en torno a un hombre (uno de los pocos sobrevivientes luego de una guerra o catastrofe). Lleva con sigo un libro, al parecer el último. Se dirige a un lugar determinado (su mision es llegar a ese sitio).
    En la historia hay otros interesados en el libro ya que se sabe tiene “poder especial” y trae esperanza a la raza humana.
    Ya al final de la pelicula (cometo el error de contarlo) se descubre que: el que lleva el libro es ciego. Quien pretendía apoderarse del libro, lo logra. Pero no puede hacer nada con él ya que estaba escrito en sistema Braille.
    Finalmente el protagonista llega a su destino donde es recibido. Logra su mision ya que va redactando página por página el Libro, el que llevaba en su memoria. Alguien va transcribiendo. Y se logra recuperar el único volúmen que sobrevivio a la catastrofe. El libro en cuestion es un ejemplar de La Biblia.

  3. croman dice:

    Lo que depara el futuro:

    Hoy ya nadie duda que la energía proveniente del sol haga posible la vida en el planeta Tierra. Nuestro sol es una estrella bastante estable, pero en su evolución es inexorable su transformación en una gigante roja, felizmente para nosotros, aún quedan algunos millones de años para que ello ocurra.

    La Tierra se encuentra en la llamada zona habitable del sistema solar, esto significa, que la distancia existente hoy entre el sol y nuestro planeta permite la cantidad de calor justa para mantener la vida. Pero, cuando nuestro sol comience su etapa de crecimiento, esto va a cambiar significativamente. El volumen de la estrella crecerá y por la acción gravitatoria, el sol se tragará (literalmente) a los planetas más cercanos. Quizá Marte se salve de ser tragado pero seguramente se convertirá en un planeta extremadamente tórrido. También Júpiter y Saturno verán incrementadas sus temperaturas.

    Con este preámbulo que quiero expresar…? Simplemente quiero decir que parece que Dios ha hecho todo con una lógica muy refinada. Cuando el Dr. Pandiani cita la expresión de Jesús: “¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada”. Lo que allí subyace es la intención de Jesús de presentarnos a todos nosotros la brillante ingeniería divina. Nada quedará. Y si… Ciertamente que nada quedará, Dios hizo (y aún continúa haciendo) que todo nazca, que todo crezca, se desarrolle, evolucione y luego muera. Que nazcan personas y estrellas, que nazcan animales y planetas; que se creen imperios y luego se desmoronen. Creo que no debería haber sorpresa en ello.

    Muchas gracias.

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