Dilemas en el combate a la violencia de género

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1a3115e3da3d4f0Por: Ps. Graciela Gares

A trece años de la aprobación de la Ley 17.514 para la erradicación de la violencia doméstica y en pleno proceso de implementación de diversas políticas de género, los uruguayos nos vimos sorprendidos desde comienzos de este año 2015 con el fuerte crecimiento de los asesinatos a mujeres en nuestro país.

Alrededor de 20 mujeres ya han perdido la vida a manos de sus parejas o ex -parejas, cifra muy próxima al total de muertes registradas en todo el año anterior.

Ocurrieron 26 agresiones mortales a mujeres en el año 2011, 27 en los años 2012 y 2013 respectivamente y 24 en el 2014, situando a Uruguay en el primer lugar en América Latina a raíz de estos episodios trágicos.

Creemos que esta faceta de la conducta de los uruguayos nos enluta e interpela a todos.

El panorama  resulta aún más dramático, si pensamos que existe sub registro de las agresiones e intentos fallidos de homicidios a mujeres, y que además, no se dispone de información sobre las víctimas que deciden poner fin por sí mismas a su sufrimiento, suicidándose. Estos datos representarían las “cifras ocultas del delito”.

El Sistema de las Naciones Unidas en Uruguay emitió en el pasado mes de febrero una declaración pública de alarma, expresando que aunque las medidas aplicadas para frenar la violencia de género son significativas, aún queda mucho por hacer para lograr erradicar este trato perverso de los varones hacia sus compañeras.

Si reflexionamos que la conducta violenta se ha instalado paralelamente en otras esferas de la vida social como el deporte, el tránsito, los ámbitos educativos y también los hogares uruguayos, viene a nuestra mente aquella frase bíblica referida a los tiempos de Noé: “La tierra estaba llena de violencia” (Génesis 6:11).

Desde las autoridades del Estado se han adoptado algunas medidas como la creación del Observatorio Nacional de Violencia y la División Políticas de Género.

Dentro de los avances alcanzados en esta materia vale mencionar que el tema de la violencia intrafamiliar ha sido claramente expuesto a la luz pública, estimulando a que tales abusos de poder sean denunciados. En consecuencia, las denuncias crecieron de 5.600 registradas en el año 2005 a 23.000 efectuadas en el 2014.

Otro avance lo representó la aprobación de la Ley 17. 514 que penaliza la violencia intra-familiar (en sus diversas modalidades) y lleva a la cárcel al victimario cuando corresponda.

Asimismo, el recurso de los dispositivos electrónicos (tobilleras y rastreadores GPS) han mostrado su utilidad para el control de cumplimiento de medidas cautelares por parte de los agresores. Queda pendiente la extensión de este sistema de control a todos los departamentos del país.

También, la capacitación continua de agentes policiales ha mejorado el abordaje de las víctimas cuando deciden efectuar la denuncia de maltrato intrafamiliar en una seccional policial.

A su vez, las soluciones habitacionales transitorias para las víctimas, implementadas por los Ministerios de Desarrollo Social, Vivienda y Ordenamiento Territorial constituyen una solución largamente esperada para la mujer que deba abandonar su hogar para salvar su vida.

Todas estas medidas, sin dudas, requieren su perfeccionamiento y mayor desarrollo, pero nos parece justo reconocer su pertinencia.

No obstante lo expresado, nos preguntamos: ¿por qué no descienden las agresiones intrafamiliares, sino que  por el contrario, aumentan?

Un Estudio de Opinión Pública sobre Género y Violencia Doméstica efectuado en Octubre de 2010 echó luz sobre ese dilema.

Según ese trabajo, el cambio cultural requerido para desactivar las conductas violentas en la convivencia aún es muy incipiente. Ello se observa en el hecho de que dos tercios de las personas interrogadas continúan culpabilizando a la mujer por permanecer al lado del agresor. Mayoritariamente, no se percibe el deterioro de la voluntad y capacidad de decisión que sufre la víctima, a raíz de haber estado expuesta sistemáticamente a una violencia extrema.

También, se observó que subsiste en la opinión pública el falso concepto de hombría que considera  como acciones propias del varón gritar, golpear, suprimir la expresión de sentimientos y emociones, o beber para envalentonarse.

Quizá por ello, existe un núcleo duro de opinión (quizá un cuarto de la población uruguaya) que disculpa o justifica la violencia marital.

Un dato muy llamativo y preocupante es que las víctimas de violencia familiar que continúan vivas, no gozarían de la empatía de la mayoría de la opinión pública, según el referido Estudio.

En nuestro país, mueren más personas por violencia doméstica que por rapiñas. Luego del hurto, el maltrato doméstico es el delito más denunciado. No obstante ello, en la percepción de la población, la violencia intrafamiliar no es el problema que más inquieta.

El Estudio mostró también que subsiste el conflicto entre la esfera privada y la pública. Por ello, se entiende que lo que ocurre en la intimidad del hogar es privado y debe callarse. Obviamente, este silencio protege y ampara al agresor.

Muchas víctimas se animan a denunciar muy tardíamente la situación que viven, cuando sus vidas ya corren peligro.

Otras mujeres, una vez que denuncian al agresor, retiran más tarde la acusación, reconciliándose con el victimario. Si el individuo violento no ha recibido ayuda para enfrentar su problemática, es probable que la convivencia tienda a empeorar. En estos casos, debe tenerse en cuenta que la denuncia realizada, suele enfurecer más al agresor.

La recepción de denuncias de violencia por parte de mujeres ha mejorado, pero aún dista  mucho de ser un problema resuelto. La capacitación continua a policías ha resultado positiva, pero han surgido obstáculos, como por ejemplo, la rotación hacia otras funciones del personal capacitado.

Asimismo, se ha observado que algunos agentes policiales perciben ese tipo de denuncia como algo problemático que les disgusta manejar. Así lo testimonia una investigación sobre este punto realizada en un país centroamericano:

“Los policías provenimos de distintas formaciones, tradiciones… A lo mejor han sido también víctimas de maltratos, agresiones físicas y de una u otra forma, lo vierten en el ejercicio de sus funciones…. Muchas veces se juzga y culpabiliza a la víctima”… (Feminicidio bajo la Lupa – Perú). No ocurre lo mismo si lo que se denuncia es un robo, por ejemplo.

Se plantea entonces la pertinencia de seleccionar y capacitar a funcionarios/as policiales que cuenten con el perfil psicológico más adecuado al abordaje de la temática y procurar su permanencia en las funciones.

 

Es interesante considerar también algunos mitos erróneos que subsisten en el pensamiento popular y justifican la violencia marital:

  • El varón agrede a su pareja porque ella hace algo para provocarlo. “Ella se lo busca”.
  • La violencia ocurre sólo en sectores sociales pobres.
  • Los hombres violentos son enfermos mentales
  • La violencia que realmente daña es física. La violencia psicológica (amenazas, descalificaciones, humillaciones) no causa daño.
  • El hogar y la familia son un lugar seguro y protegido.
  • La violencia es un problema privado entre dos adultos.
  • El alcohol y la droga que consumen algunos agresores son los responsables de su conducta violenta.
  • La violencia se termina cuando la víctima abandona al agresor.
  • La abnegación de una buena esposa y madre supone cuidar siempre de los demás, aún del esposo violento.

Todas esas afirmaciones son FALSAS. El agresor es quien elige ser violento. No se trata de un individuo enfermo sino responsable de su conducta. Hay violencia en todos los niveles sociales. Toda forma de violencia (física, psicológica, moral, sexual o patrimonial) provoca un daño profundo en la persona sobre la cual se ejerce. Si hay violencia, el hogar deja de ser un lugar seguro. Y aunque es un ámbito privado, todo el que tenga conocimiento de actos de violencia doméstica debería intentar ayudar a la víctima y denunciar si correspondiere. Todos somos guardianes de nuestro prójimo (Génesis 4:9). Es preciso tener presente que aunque la víctima se separe del agresor, la violencia puede continuar, exacerbada por la ira del agresor que se siente abandonado.

Toda esposa o compañera abnegada debe saber amarse y cuidar de sí misma, pues el precepto bíblico sostiene: amarás a tu prójimo así como te amas a ti mismo.

La experiencia práctica en consultas psicológicas y algunas investigaciones publicadas cuestionan con frecuencia el papel de algunas iglesias evangélicas en trasmitir a las esposas la idea de ser tolerantes ante la violencia marital.

En la investigación titulada “Feminicidio bajo la Lupa”, realizada en el Perú, entre mujeres víctimas de violencia e intento de homicidio por parte de sus esposos, algunas de ellas manifestaron ser miembros de comunidades evangélicas donde se les sembró la creencia de una sumisión irrestricta a la autoridad marital:

“[…] yo me casé en la religión protestante […] dicen que cuando tú te casas

el hombre es cabeza del hogar, la mujer tiene que ser sumisa al hombre […]

obedecerle en todo lo que te diga […] cuando yo me casé, pensé que tenían

razón”.

Esta esposa llevó su sumisión al esposo hasta el extremo de exponerse al riesgo de muerte por parte de un cónyuge violento y perverso.

Sabemos que el mismo Dios que confirió al varón la autoridad en el hogar, también le prescribió el trato que debía dar a su mujer: “tratarla con honor”, “como a vaso frágil”, “sin asperezas”. Nos parece que no hay lugar allí para la tolerancia a la violencia.

Cuando la vida está en riesgo, la víctima debería alejarse de su agresor así como David huyó de Saúl (1 Samuel 21:10), Cristo se alejó de sus enemigos (Juan 11:53-54), o Pablo huyó de los judíos (Hechos 9:25).

Ojalá que la amada iglesia de Dios sea reconocida como promotora de la paz, la armonía y el respeto en los vínculos intra-familiares, en estos momentos difíciles en los cuales impera la violencia por todas partes en las sociedades contemporáneas.

En los albores del cristianismo el profeta Juan el Bautista se jugó la vida denunciando el pecado en la vida familiar del gobernante Herodes y Herodías, afirmando que la unión ilegítima de ambos ofendía a Dios. Los cristianos también deberíamos animarnos a denunciar la violencia en las familias como un pecado que ofende a nuestro Creador, quien ideó la unión familiar para que sea vivida en paz, en amor y de modo honroso (Hebreos 13:4).

* Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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