Qué depara el futuro – 3.

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No se trata del apellido
16 mayo 2018
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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

El ser humano nace con la sensación de que va hacia algún lado. Esta es una impresión que no se experimenta en forma permanente, pero no es menos real por no estar conscientemente presente en todo momento. Cada cosa que hacemos, estudiar una carrera, trabajar, formar una familia, tener un pasatiempo, podríamos decir que constituyen expresiones de una gran búsqueda. Una búsqueda del sentido de vivir, y del destino hacia el cual nos movemos por la carretera del tiempo, y una búsqueda del camino más adecuado para alcanzar dicho destino, sumido en la bruma de un futuro incierto. Cuando la urgencia de la vida cotidiana y la vorágine de nuestras ocupaciones nos dejan un lugar para disfrutar momentos de descanso, de esparcimiento y reunión familiar, es en esos precisos momentos que el goce de todo lo bueno y hermoso que tiene la vida – vale decir, de aquello que está a nuestro alcance – puede abrir la puerta interior del alma y dejar que ésta diga: no es suficiente. Puede ser una gris y nublada tarde de domingo, un solitario momento invernal y triste, observando el fuego de una estufa, o un luminoso día de verano en la costa junto al mar. En cualquier lugar y en cualquier situación, la insatisfacción, acompañada de la impresión acerca de la futilidad de la vida, puede aflorar y traer al pensamiento la idea de que, inexorablemente, vamos hacia alguna parte, y no sabemos dónde, y que alguna cosa deberíamos hacer para prepararnos, de modo de enfrentar de la mejor manera ese “algo” que en algún momento llegará, cuando ese futuro incierto nos alcance.

El futuro es para la mayoría de las personas un enigma incómodo. Tanto para aquellos que, a fuerza de sufrir momentos malos y situaciones adversas, esperan un mañana mejor, como para quienes solo esperan que nada cambie, satisfechos de su situación presente, para todos ellos, la noción del paso del tiempo y la incertidumbre de lo que vendrá representan eventualmente una molesta expectación. Si la aparición inopinada de cambios en lo personal y familiar puede alterar la marcha de la vida de una persona, imaginemos los trastornos provocados por cambios o convulsiones sociales, nacionales o globales, y la inseguridad que viven las gentes cuando rumores de cambios de gran magnitud se elevan sobre el horizonte, acercándose inexorablemente como las nubes de una tormenta.

Como ejemplo notorio e innegable de esto basta evocar la movida mediática internacional acerca de las profecías mayas, la cual finalizó en diciembre de 2012. Ríos de tinta, auténtica y virtual, corrieron durante años acerca de las profecías mayas, y lo que decían y pronosticaban: el tiempo de un gran cambio, el fin da la civilización, o el fin del mundo Artículos, ensayos, libros enteros que se vendieron a montones, proporcionando jugosas ganancias a escritores, editores y libreros, y también programas documentales que poblaron canales de televisión culturales – como el Discovery, el History y el NatGeo, por ejemplo –, e incluso películas de cine apocalíptico como la monumental superproducción “2012”, todo para el consumo de un público posmoderno desprovisto de una fe bien cimentada, ávido de espiritualidad y fascinado por lo esotérico. Ya lo decíamos, hace algunos años: Es comprensible que todo esto genere preocupación, inquietud,  ansiedad y hasta miedo en las personas que ni están firmes en una fe provista de una doctrina sólida acerca de los tiempos finales, ni en un materialismo cerrado que excluye toda consideración de lo místico como parte de la realidad. Cada vez que estos temas llegan a la pantalla chica, o a publicaciones impresas de amplia circulación, la gente no sabe exactamente qué creer; si ignorar displicentemente estas cuestiones, o preocuparse y quizás hacer algo, sin saber qué (Las profecías mayas: comentario valorativo, publicado en este sitio web en 2009).

Según la Biblia “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). La Palabra de Dios también afirma que hay un solo camino que lleva a una vida con sentido, y conduce esa vida a un final feliz (Juan 14:6; Hechos 4:11,12). Por lo tanto, no estar en este camino implica el riesgo de desperdiciar los años de vida en lo que no proporciona felicidad y plenitud, y también conlleva el peligro de ir a la ruina eterna. La literatura sapiencial del Antiguo Testamento contiene una afirmación reveladora: “He visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón del hombre, sin que éste alcance a comprender la obra hecha por Dios desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:10,11). Este inmenso espacio hueco en las profundidades del ser humano, esa paradoja de tener el alma humana finita un vacío infinito, determina que solo lo infinito, lo trascendente y eterno, pueda llenar el espíritu del hombre y darle paz.             La inseguridad que siente a menudo el ser humano puede lanzarlo a una búsqueda, y esa búsqueda puede a su vez – en ocasiones – tomar visos frenéticos, incursionando por los caminos del vicio, del crimen y el pecado, faltando a los pactos de lealtad establecidos y pagando el precio de la desintegración familiar y el ostracismo social, en un camino que en muchos conduce a una vida insulsa, y en no pocos lleva a la depresión y el suicidio. Contrasta con esto la condición de aquellos que pasan por la conmovedora experiencia del encuentro espiritual con Cristo. Ese momento revolucionario es también descrito como una recepción: el que cree en el nombre del Señor le “recibe” (Juan 1:12), el Señor “entra” en él (Apocalipsis 3:20), y entonces el eterno Dios pasa a ocupar la eternidad que Él mismo puso en el corazón del hombre, y le otorga paz. La paz interior es un indicador de seguridad; no es la paz engañosa, endeble y superficial que proporcionan las previsiones humanas, sean personales, familiares o sociales. La paz que sigue al encuentro con Cristo es la que se desprende del perdón de las culpas, de la certeza del inquebrantable amor de Dios, de la tranquilidad de estar en el verdadero camino, lejos ya de las agitadas ansiedades producidas por una desatinada búsqueda de la serenidad del alma. Y es una paz que permite también esperar el futuro con serenidad y confianza, sabiendo que, aunque no sepamos qué nos depara el porvenir, el mismo está en las manos de Dios Todopoderoso, quién es nuestro Padre y nos ama. Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga” miedo” (Juan 14:27).

El pensamiento cristiano incluye la perspectiva de un futuro que ya está escrito, revelado y anunciado en los libros de la Biblia. El horizonte temporal de la fe y doctrina cristianas se extiende hacia la eternidad, y la cronología de eventos que la Palabra de Dios menciona tiene en parte el carácter apocalíptico que las gentes en general asocian con un futuro sombrío y convulsionado (Mateo 24:6,8,29; 2 Pedro 3:10,12), sin olvidar la profecía bíblica de la venida de un individuo muy maligno conocido como el anticristo (1 Juan 2:18), al que se asocia con una señal especial, muy conocida: “el que tiene entendimiento cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis” (Apocalipsis 13:18). Todo esto según la Biblia. Estas cosas han sido tomadas para servir de base a guiones de producciones cinematográficas, de corte apocalíptico, tan diversas como variada fue la imaginación de sus guionistas y productores (La Profecía I, II, III, La Séptima Profecía, El Día Final); por supuesto, muy pocas de estas producciones han estado ajustadas a lo escrito en la Biblia. Pero la escatología bíblica, la profecía acerca del futuro, tiene otra faceta además de los desastres, cataclismos y tragedias que acarrean sufrimiento al ser humano, y continuos reveses al progreso y bienestar de la humanidad. Esa faceta incluye la desaparición final del origen y la razón del mal, el agente personal de toda la malignidad desatada en el mundo: “Y el diablo, que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 20:10); también, el final definitivo de las guerras: “Convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4), y la renovación de la naturaleza: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro, el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isaías 11:6). Asimismo, se incluye en esta faceta positiva del futuro según la Biblia la erradicación de la enfermedad que causa sufrimiento al género humano: “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río estaba el árbol de la vida… las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:2); también, la desaparición de las aflicciones, angustias, y de toda tristeza: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4), y la restauración del estado primordial paradisíaco, sin tener que sufrir más los efectos del pecado: “Y no habrá más maldición” (Apocalipsis 22:3).

Por lo expuesto, hay un futuro según la Biblia. Un futuro radiante para aquellos que han depositado su fe en el Cristo de las Sagradas Escrituras, el que murió en una cruz y resucitó al tercer día, el que ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios, y que, como dice 2 Timoteo 4:1: “juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino”. De hecho, es positiva la suposición de que esta civilización global que estamos viviendo, la civilización de la informática y los viajes espaciales, de la alta tecnología médica y los electrodomésticos inteligentes, la era de la moral muerta y la ética de situación, con todo lo que esta época es y representa, caerá. Y caerá con violencia. La Biblia dice que el engaño del enemigo oculto sobre la humanidad llegará al extremo de reunir a todas las naciones en una guerra global contra Jesucristo en su regreso. Guerra que la humanidad rebelde obviamente perderá, en la única batalla que dicha guerra tendrá: la batalla de Armagedón. Luego vendrá lo que la Biblia llama y la teología conoce como el milenio; mil años de paz, en que se verán cumplidas las promesas del Antiguo Testamento, dadas por Dios a Israel, acerca de la venida del Reino de los Cielos a la tierra, con el Mesías, Cristo Jesús, gobernando visiblemente sobre el mundo, imponiendo justicia y equidad a todas las gentes.

Si acaso la nuestra fuera una civilización que, como la del Egipto de los faraones, la de los sumerios, babilonios, persas, o la de Grecia y Roma, estuviera destinada a caer y dejar lugar a otra que viniera después, al final del hilo de la historia humana se levantará una civilización final, no por el esfuerzo de los hombres, sino por obra de Dios.        “El Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). Esta civilización final, gobernada según los principios absolutos de Dios, y regida por Cristo en persona, mostrará a los seres humanos cuál es la bendición de vivir sobre esta tierra en plena conformidad con la voluntad de Dios.

Para ese suceso portentoso, la cristiandad aguarda la segunda venida de Jesucristo, acontecimiento que está aún en el futuro. ¿Hablamos de un futuro próximo? No podemos saberlo. Solo sabemos que, como creyentes, vivimos confiando en Dios y esperando que el desenlace de la historia humana nos alcance en cualquier momento; pues Jesucristo, el Gran Esperado por la Iglesia, dijo: “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20).

 

*Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

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