Una tierra sin fe

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Cruz-del-papa-Juan-Pblo-II-Montevideo-19871-520x245Por: Dr. Álvaro Pandiani*
Gracias a Dios y a la virgen, dice el católico.
Gracias a Dios, y a la virgen ni me la nombres, responde el evangélico, un poco irrespetuoso con la fe del otro. El marianismo de los católicos es uno de los puntos de mayor divergencia con el cristianismo evangélico. Frente al cristocentrismo de los evangélicos, la fe católica lleva siglos enseñando a sus fieles a depositar su fe en diversos personajes que han sido “subidos a los altares”, según la expresión utilizada por la Iglesia Católica Romana cuando canoniza a un personaje de su historia, invistiéndolo como “santo” o “santa” y señalándolo a los creyentes católicos como objeto de veneración. Pero María la madre de Jesús, la “virgen” o “santísima virgen” para el catolicismo romano, considerada por esta forma de la fe cristiana como corredentora (protagonista y autora de la redención de la humanidad junto a su Hijo Jesús), y medianera de todas las gracias (mediadora de las gracias o favores de Dios a los hombres)1, es un caso especial de estímulo, por parte de la jerarquía eclesiástica, de aquello que los evangélicos llamamos idolatría, por desviar la fe de los creyentes de Jesucristo, el único camino al cielo (Juan 14:6), llevándoles a poner su confianza para esta vida y la eternidad en una criatura – María – de la cual la Biblia nada habla en ninguno de estos aspectos.
En este contexto, el debate suscitado en torno a la propuesta de la jerarquía católica romana uruguaya de colocar una estatua de la virgen María en la rambla de la ciudad de Montevideo poco podría importarnos a los cristianos evangélicos, más allá de una reflexión pesarosa, y quizás indignada, acerca de cómo la Iglesia Católica Romana persiste en conducir a sus fieles a poner su fe, no en aquel de quién dicen las Sagradas Escrituras que es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5), sino en figuras alternativas de un panteón sagrado que lleva casi dos mil años alimentándose de figuras – algunas históricas, otras legendarias – todas supuestamente cristianas. Sin embargo, las reacciones surgidas, no de líderes religiosos – católicos o evangélicos – en contra de la mencionada propuesta, sino de actores políticos, han conducido al mencionado debate. No un debate que haya hecho arder los medios de comunicación y las redes sociales, como otros que se instalan permanentemente en la opinión pública, pero que sí ha merecido un lugar en las noticias y en las editoriales de los medios que informan y forman opinión. Y no deja de ser llamativo que la principal oposición levantada contra el proyecto de la estatua de la virgen en la rambla no haya salido – como una persona religiosa y poco informada podría suponer – de la izquierda/radical/dogmática/materialista, sino de voces liberales provenientes – o que comulgan con la ideas de – los partidos tradicionales. En un editorial sobre el tema escrito por Francisco Faig, titulado Basta ya y publicado en el diario El País, el autor comienza hablando de “cierta prédica de lo que se conoce como minoría intensa…descrita… como generalmente dogmática, sectaria o fanática, que ve todo en blanco y negro, y que asume que el mal está todo de un lado y el bien todo del otro (el suyo propio)”, y agrega: “en una minoría intensa triunfa la mente cerrada sobre la mente abierta”2. Antes de identificar a quienes se refiere con lo de “minoría intensa”, suena evidente que el autor habla de grupos religiosos, lo que parece confirmarse cuando evoca la minoría intensa que se opuso a la despenalización del aborto, pero fracasó en la consulta cívica del año 2013, pues, recordemos, grupos cristianos – tanto católicos como evangélicos – participaron activamente en aquella movida contra la ley del aborto. El artículo también contiene las siguientes expresiones: “ciertos representantes de los partidos de la oposición terminan políticamente alineados con posiciones retrógradas, que ni siquiera son el fiel reflejo de lo que piensa y siente la inmensa mayoría de sus votantes”; y también: “Es imposible ganar adhesiones para formar mayorías sociales y políticas consistentes, si en cada ocasión relevante la sensación que se deja es la de la adhesión a una moralidad fuera de época”2. En las apenas ciento veinte palabras citadas hasta ahora de este artículo, el autor se refiere a los grupos religiosos – citando a otro o con sus propias palabras – como una minoría dogmática, sectaria y fanática, con la mente cerrada, y también habla de posiciones retrógradas y moralidad fuera de época. Un conjunto de expresiones que, puestas así en fila, suenan bastante agresivas, ofensivas e intolerantes para con aquellos que profesan – profesamos – una fe. Pero concluye su artículo escribiendo el siguiente párrafo: “Basta ya. Enhorabuena, venerad a María: libremente y en vuestras iglesias. Pero déjennos disfrutar tranquilos de la rambla. La gran mayoría laica y silenciosa no tiene por qué aceptar que una minoría intensa, religiosa o política, imponga su figura en un espacio que es de todos”2. Y con lo que aquí dice el autor estoy completamente de acuerdo. Como evangélico no me interesa que la rambla montevideana – ya poblada de varias esculturas cuestionables – luzca también una de la virgen María; y como cristiano apegado a las ideas de Jesús de Nazaret, que llamó e invitó a todos y todas a ser sus seguidores, no comparto la “imposición” de ideas, creencias y mucho menos dogmas. Sí comparto la predicación libre y expositiva, al estilo de los primitivos cristianos que anunciaron el evangelio de amor y perdón en Jesucristo, llamando al arrepentimiento y la fe a sus contemporáneos.
Ahora, ¿cuál es el problema? ¿Por qué la resistencia surgida contra la instalación de una imagen religiosa católica en la rambla montevideana? Uno de los primeros en reaccionar contra la propuesta fue el ex presidente Julio Sanguinetti, quien “advirtió en su carta que “consagrar ese lugar de culto con una imagen permanente es transformar dicho espacio en una especie de iglesia a cielo abierto”, y que eso no se compadece con la neutralidad que el Estado debe preservar ante todas las corrientes religiosas”3. La preocupación es preservar la laicidad del estado uruguayo, el cual, como sabemos no es confesional; esto quiere decir, que no hay en nuestro país una religión oficial, que reciba beneficios preferenciales por ley. El cardenal católico Sturla, por su parte, “descartó que el pedido afecte la laicidad, y sostuvo que el planteo constituye una expresión de la libertad y por lo tanto de la verdadera laicidad”3. ¿Qué es esa laicidad, que todos tanto quieren preservar? Justamente, que el estado es neutral en materia religiosa, y eso nos garantiza – también a nosotros los cristianos evangélicos – que podemos cultivar nuestra fe en Jesucristo con total libertad y sin temor a ser perseguidos, agredidos o discriminados.
Pero, ¿será que esto es así?
La laicidad tiene un sinónimo con el que no se lleva muy bien: el laicismo. La sinonimia entre estas dos palabras, es decir, que signifiquen lo mismo, es debatida, como se nota en la siguiente cita: “Los borrosos y permeables contornos significativos de laicidad y laicismo los exponen a unos usos pegajosamente sinonímicos, fuente de equívocos y alimento de sofismas. Se explica así, por una parte, la habilidad con que unos trasladan a laicismo (como si éste fuera el único que le correspondiera) el sentido positivo que puede y debe atribuirse a laicidad y la facilidad con que otros transfieran al término laicidad las connotaciones negativas de las que laicismo no consigue desprenderse”4; en este artículo, incluso, el autor parece más proclive a no aceptar la sinonimia entre estos dos términos. Generalmente la oposición a considerar sinónimos estos términos viene de fuentes religiosas, como la siguiente, católica: “La laicidad del Estado se fundamenta en la distinción entre los planos de lo secular y de lo religioso. Entre el Estado y la Iglesia debe existir, según el Concilio Vaticano II, un mutuo respeto a la autonomía de cada parte. ¡La laicidad no es el laicismo! La laicidad del estado no debe equivaler a hostilidad o indiferencia [sic] contra la religión o contra la Iglesia. Más bien dicha laicidad debería ser compatible con la cooperación con todas las confesiones religiosas dentro de los principios de libertad religiosa y neutralidad del Estado”5. Aunque también hay una respuesta razonada desde la vereda de enfrente, cuando hablando sobre “la nueva táctica de los defensores de las prebendas religiosas de diferenciar entre laicidad y laicismo”, se dice: “Según ellos, la primera es justa y necesaria, pues implica un “justo” respeto a la libertad religiosa, mientras el segundo es pernicioso y ha de ser sañudamente combatido. Para subrayar la diferencia, la palabra “laicidad” vendrá siempre acompañada de adjetivos como “sana”, “justa”, “positiva”, mientras que la palabra “laicismo” vendrá siempre adjetivada con “excluyente”, “radical”, “fundamentalista”, o similares”6. De acuerdo a todo este entramado dialéctico, y viniendo a la cuestión de la estatua de la virgen María en la rambla sí o no, Sturla entiende que una respuesta afirmativa de las autoridades sería expresión de la laicidad del estado (algo positivo), mientras que para Sanguinetti la laicidad sería violada, pues el estado favorecería una expresión religiosa en particular, con lo que perdería su neutralidad. En tanto, la ráfaga de términos denigrantes que usa Faig para referirse a los grupos religiosos detrás de la propuesta – en concreto, la Iglesia Católica – sería una manifestación de hostilidad a la religión, y por lo tanto, una expresión de “laicismo”.
¿Qué nos interesa, o qué nos debería interesar a los cristianos evangélicos? Como en todo y como siempre, nos debe interesar lo que dice la Biblia. En este sentido, cabe tener presente que, en tiempos bíblicos, la religión era parte integrante de la vida nacional de los pueblos, hasta tal punto que, por ejemplo, la legislación religiosa del antiguo Israel constituía al mismo tiempo ley civil y penal, tal como puede verse en los libros del Pentateuco, de Éxodo a Deuteronomio. En dichos libros, detalles a veces mínimos de la vida cotidiana estaban regulados, y para aquellos actos que constituían delito o “pecado”, (términos casi sinónimos en la Biblia), ya se estipulaba el castigo. La teocracia del Israel antiguo – es decir, Dios mismo reinando sobre su pueblo – devenida luego en monarquía, con reyes elegidos por Dios y ungidos por sacerdotes y profetas, se transforma en el período posterior al exilio en Babilonia en un liderazgo casi exclusivo de la clase sacerdotal, al punto que ya en el Nuevo Testamento vemos que las autoridades del pueblo judío, más allá de la presencia del Imperio Romano como dominador extranjero, eran justamente los sacerdotes, los escribas o doctores de la Ley de Moisés, y miembros de sectas religiosas judías – fariseos y saduceos – todos los cuales eran referentes del pueblo en lo religioso, pero también en lo civil. ¿Qué pasaba fuera de Israel? Algo similar, pues la creencia en los dioses formaba parte del día a día de las personas en todos los pueblos, y la religión tenía que ver con la política, la economía, la cultura, la guerra, y prácticamente todos los otros aspectos de la vida. Lo interesante es que eso siguió siendo así en la cultura occidental y “cristiana”, hasta hace bien poco tiempo. Recordemos que, por ejemplo, el proceso de secularización en nuestro país, bien que precedido y preparado por el anticlericalismo del siglo 19, no cristalizó sino hace alrededor de cien años. Y no debemos olvidar la influencia de los reformadores protestantes, que ya desde el siglo 16 enfrentaron la opresiva imposición de dogmas por parte de la Iglesia Católica Romana reclamando libertad religiosa: poder creer de acuerdo a sus convicciones, surgidas de la Palabra de Dios, y no según lo que dictara la Iglesia. El divorcio de Iglesia y Estado – y el progresivo abandono de la fe y práctica religiosa por parte de la cultura occidental – no sólo asombraría a cualquier persona anterior al siglo 18 que pudiéramos traer al presente a través de un túnel del tiempo; también resulta extraño a cualquier contemporáneo nuestro proveniente del mundo islámico, en el cual, con mayor o menor intensidad, radicalización o fanatismo, según la nación de que se trate, la religión – el Islam – está íntimamente entretejida en el entramado político y social de cada estado. Eso, en la civilización otrora llamada cristiana, se ha perdido. Y depende de nosotros ver en eso una amenaza, o una oportunidad.
Cuando el cristianismo estaba en sus mismos principios, la fe cristiana era casi inexistente. Sólo la profesaban apenas ciento veinte personas: los apóstoles, y los que habían sido discípulos de Jesús además de los apóstoles. En esos tiempos hoy idealizados de la Iglesia Primitiva, aquellos hombres y mujeres enfrentaron todo un mundo sin fe, y predicaron fortalecidos y ungidos por el Espíritu del Señor, hasta dar vuelta patas arriba un imperio, y conquistar naciones y reinos, sin armas; eso de las armas, lamentablemente, vino después. El punto es que una fe cristiana pujante extendió su hegemonía en la civilización occidental y sus colonias por más de mil quinientos años, y hace sólo un par de siglos que efectivamente, esa hegemonía comenzó a retroceder. Nos ha tocado vivir los tiempos del reflujo de la fe cristiana en la vida cotidiana de comunidades y pueblos. Y esta realidad del repliegue de la fe en todos sus baluartes históricos, de secularización, laicidad y laicismo a ultranza, de ateísmo militante y agresivo, pero también de espiritualidad libre de moldes religiosos y cánones morales, y de rechazo específico y violento de lo cristiano en muchos ámbitos, da un nuevo sentido – o tal vez no nuevo – a una expresión enigmática de Jesús registrada en Lucas 18:8: “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”.
¿Qué quiso decir Jesús? ¿Previó que su movimiento avanzaría conquistando gentes, naciones y gobiernos, conciencias y también civilizaciones? ¿Y que luego refluiría hasta casi desvanecerse, salvo en el corazón de aquellos que siguen y seguirán fieles a su Palabra hasta su venida? Si miramos la escatología bíblica vemos pasajes como el de Daniel 11:37: “Del Dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres; ni respetará a dios alguno, porque sobre todo se engrandecerá”; también 1 Timoteo 4:1: “el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios”; y asimismo 2 Tesalonicenses 2:4: “no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”. Todos estos son pasajes de la Biblia claramente referidos a los tiempos del fin, caracterizados por abandono de Dios, infracción moral, apostasía o abandono de la fe, y atención a todo tipo de doctrinas, ideas o ideologías contrarias a Dios, y nos hace pensar que sí, Jesús efectivamente previó estos tiempos de reflujo. Entonces, si nos ha tocado vivir tiempos en que la fe cristiana parece desvanecerse en el entramado de la espiritualidad colectiva, para quedar recluida en las casas de oración y reunión – las iglesias – estamos en una posición muy similar a la de los primeros cristianos: aquellos que, sabiendo que había todo un mundo no cristiano que evangelizar, y sin esperar recibir prebendas ni beneficios de ningún tipo de parte del estado o autoridad nacional alguna, se reunían para orar y fortalecerse en la fe, y salían a evangelizar con fervor a los perdidos (Hechos 4:23 – 31). Y otra cosa a tener en cuenta: cuando Jesús formuló su enigmática interrogante respecto a una tierra sin fe, lo hizo en relación a su segunda venida. ¿Qué tiempos son estos que vivimos, entonces?
Los cristianos, meditemos y consagrémonos a hacer la obra de Dios. Y a los no cristianos, cuya inquietud espiritual los mueve a buscar a Dios y por eso leen y escuchan, les invitamos a creer en el amor y el perdón que está solo en Jesucristo, el único camino a Dios el Padre, el único que puede darles una nueva vida, abundante y eterna.

1) Mariología; Diccionario de Historia de la Iglesia; Editorial Caribe, USA, 1989; Págs. 695 – 696.
2) www.elpais.com.uy/opinion/basta-ya-enfoque-francisco-faig.html
3) www.elpais.com.uy/…/sigue-polemica-estatua-virgen-divide.html
4) Teófilo González Vila, «Laico y laicista, laicidad y laicismo: no sólo cuestión de palabras» Revista Acontecimiento – 10/11/2004.
5) Laicidad y laicismo» en la web católica corazones.org
6) Rafael Gallego Sevilla (8 de noviembre de 2005). El País, ed. «Laicismo y laicidad».

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

3 Comments

  1. miguel dice:

    El tema es el Estado declarado: (1) Estado Laico (doctrina de Laicidad).- es neutral a cualquier confesión o ideología religiosa en tanto mantiene independencia y garantiza la LIBERTAD de confesión de todos sus ciudadanos (Estado utópico ya no existen… si existió, pero deberíamos por lo menos buscar). (2) Estado Laicista (doctrina del Laicismo).- es un Estado que se declara independiente, contrario, combate y se defiende de cualquier confesión o ideología religiosa que se oponga a su particular interés de Estado como gobierno (de turno y Confesional a sus líderes-hombres o Césares). Ciertamente el Laicista o Laicismo no garantiza más el derecho de Todos, sólo del hombre sin dios (Confesión al Ateo y Agnóstico) y del Estado por el Estado.

    • miguel dice:

      Ejemplo de algunos combates laicistas (laicismo): Ordenar que manifestaciones religiosas sean sólo dentro de sus propios Locales (templos-iglesias), prohibición de emblemas o símbolos en las calles o en lo alto de sus templos a vista de otros, prohibición de oraciones en los colegios, prohibición de cuadros o imágenes incluso en escritorios de los empleados en oficinas Públicas, prohibición de orar en colegios comedores otros, Ordenar Evangelizar sólo en sus locales, etc, etc. Es como si un Estado Confesional Fundamentalista ordenara que la publicidad a métodos de anticoncepción solo en hospitales, publicidad de preservativos sólo en lugares cerrados de promiscuidad, publicidad de la ideología de genero solo en clubs o locales de ambiente (lésbico, gay, bisexual, homosexual), Publicidad de aborto solo en negocios de tráfico de órganos, etc, etc. ¿Frente a que autoridades de gobierno y opinión estamos?

      • miguel dice:

        Son tiempos Postmodernos (y los finales por la defensa a ultranza e intolerancia), donde la filosofía es el Relativismo; que es el conjunto de muchas verdades o en realidad por lógica todas mentiras que ocultan una única opción que no lo es y es la Absoluta Verdad; es el escapismo al decir Yo tengo mi verdad, Tú tienes tu verdad, y … ha… Dios también tiene su Verdad… (hipermodernismo-hiperindividualismo). Buen Título del Artículo: Tierra sin Fe, para el Estado Laicista(Laicismo) que sólo garantiza el derecho de sus dos hijos: El Ateo que no cree en la existencia de Dios (hijo del marxismo expandido por la exURSS -fatimología-); y El Agnóstico al cual la existencia de Dios no le importa, le da igual (hijo del Relativismo, expandido por el postmodernismo); entre ellos el factor común no es la falta de conocimiento, el factor común es la Falta de Fe, que revela “Un Estado Laicista o Tierra sin Fe” o contra-fe, porque presumen o dogmatiza que la fe (opio,le) hace daño. Dios nos Bendiga.

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