La expectativa mesiánica

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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

¿Qué queremos decir cuando hablamos de la expectativa mesiánica?

Nos referimos a la actitud de atenta espera por la venida de Uno que representa la intervención de Dios en la historia humana. Para los cristianos, esa intervención divina en la historia del mundo cristaliza en la venida de Jesucristo: la obra consumada de Cristo en su muerte y resurrección, ascensión a los cielos, y la venida del Espíritu Santo con la consiguiente inauguración del periodo de la Iglesia y el inicio de su comisión mundial. Para los escritores del Nuevo Testamento, la expectativa mesiánica de Israel está cumplida en la venida de Jesús. Varios pasajes bíblicos delinean la identidad de Jesús: es el Mesías prometido (Lucas 2:11); es el Hijo de Dios (Lucas 1:32); y es el Hijo de David, con derecho al trono del reino mesiánico (Lucas 1:32,33). También delinean características de la obra a realizar en su primera venida: es un Salvador (Lucas 2.11); vino para redimir a los esclavizados por el pecado (Gálatas 4:4,7), otorgándoles el perdón (Mateo 1:21).

Sin embargo, la esperanza mesiánica cumplida es aún una esperanza mesiánica pendiente (2 Corintios 5:1 al 4; Hebreos 9:28). El elemento pendiente está dado por la partida del Mesías de este mundo, y su ausencia física hasta el momento de su prometido regreso (Juan 14:3; Hechos 1:10,11); regreso cuya fecha precisa, Dios se ha reservado como secreto (Marcos 13:32).

El tiempo de ausencia física del Mesías es el periodo de la Iglesia, y es también el tiempo de oportunidad para la humanidad de escuchar el evangelio de Jesucristo, el mensaje de perdón de pecados y salvación eterna (Mateo 28:19,20; Marcos 16:15, 16; Romanos 11:25 al 27). Pero debe quedar claro que desde los días de la primera venida de Cristo, el mundo esta viviendo su etapa final (1 Juan 2:18; 1 Corintios 10:11; Hebreos 1:2). El corazón de la expectativa mesiánica cristiana se centra, entonces, en la segunda venida de Jesucristo. Pero en tanto dura la ausencia física del Mesías, su presencia espiritual es una realidad prometida y constante (Mateo 28:20; Juan 14:16-18).

La Iglesia Cristiana comienza a marchar hacia el futuro a partir del día de Pentecostés, impregnada de una fuerte expectación escatológica. La predicación primitiva del evangelio se caracteriza porque proclama a Jesús como Mesías prometido (Hechos 2:36) y Salvador del mundo (1 Juan 4:14). La expectativa mesiánica emerge en la predicación de los apóstoles, siendo notable en el libro de los Hechos, y sobre todo en las epístolas apostólicas, seguro reflejo de la enseñanza corriente en aquellos días. Es una expectación que emerge de diversas formas, y por momentos parece la espera de un suceso indiscutiblemente próximo: el Señor está cerca (Filipenses 4:5); aún un poco y el que ha de venir vendrá, y no tardará (Hebreos 10:37); la venida del Señor se acerca (Santiago 5:8); el Señor viene (1 Corintios 16:22).

El apóstol Pablo esperaba participar del momento de la venida del Señor; sin afirmar que ocurriría durante su vida, se expresa sobre dicho acontecimiento en términos que delatan su esperanza de estar vivo en el tiempo en que este suceda (1 Tesalonicenses 4:16,17; 1 Corintios 15:51-53). Años después, aproximadamente a mediados de los años sesenta de aquel siglo, Pablo ve aproximarse el momento de su muerte, de una muerte violenta, y escribe: Yo ya estoy próximo a ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe (2 Timoteo 4:6,7). La primitiva esperanza de estar con vida cuando regrese el Señor se ha diluido, pero no la seguridad de que destino eterno le depara Cristo (v.8).

El apóstol Pedro nunca alentó la esperanza de una venida inmediata de Cristo, ni de que el estaría con vida cuando sucediera. Pedro sabía que el regreso del Señor no acontecería mientras el estuviera vivo, pues Jesús le había dicho que él, Pedro, llegaría a viejo y moriría, e incluso le dio a entender que moriría crucificado (Juan 21:18,19). Al llegar también para Pedro, en aquellos años sesenta, la persecución y el encarcelamiento en Roma, el viejo pescador prevé que el momento se acerca: Sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado (2 Pedro 1:14). Entonces, para él su motivo de preocupación es la salud espiritual de los cristianos que habrían de sobrevivirle, y por eso se aplica a que su enseñanza quede en forma perdurable; para esto, la pone por escrito (2 Pedro 1:15). Pedro parece prever que después de su muerte un largo periodo seguiría antes de la tan anhelada venida de Cristo. En el capítulo 3 afirma la independencia de Dios con respecto al tiempo: Amados, no ignoren que, para el Señor, un día es como mil años y mil años como un día (v. 8); y con esto, tácitamente parece decir que el regreso del Señor podría demorar miles de años. Mirando esto con la perspectiva que dan los casi dos mil años que han pasado, da la impresión que el apóstol Pedro está preparando a la Iglesia para un muy largo período de espera.

La misma situación de una idea presente en forma velada se da en la carta del apóstol Santiago, en la que él hace una referencia a la lluvia temprana y la tardía (una antes y otra después del invierno) insertada en un contexto que habla de la venida del Señor, y que tiene una exhortación a la paciencia (Santiago 5:7,8). Quizás no sea demasiado fantasioso aplicar el símbolo lluvia temprana (lluvia de otoño) a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, con la subsiguiente siembra del evangelio en el mundo grecorromano, en un ambiente de fervor espiritual y prodigios sobrenaturales, seguido de un muy largo invierno dado por la declinación de ese ambiente, el enfriamiento espiritual, el desvío doctrinal, el ritualismo, el oscurantismo y las supersticiones medievales.

Entonces la lluvia tardía (lluvia de primavera) seria un nuevo derramamiento del Espíritu Santo en forma ostensible y poderosa. Arrancaría, precedido por las primeras luces de la Reforma, en el siglo XVIII con los avivamientos en las Islas Británicas y América del Norte, la reanudación de la expansión mundial del cristianismo; los grandes avivamientos que continuaron en el siglo XIX; y en el siglo XX los movimientos de renovación carismática, y el énfasis en el ministerio y actividad del Espíritu Santo.

Si este esquema interpretativo fuera válido (y no estamos diciendo que lo sea; es solo un planteo), entonces la apertura del tercer milenio podría significar la llegada del verano de Dios para la humanidad. Resulta sugestivo que el propio Jesús haya usado la inminencia de la llegada del verano   como ilustración de los momentos en que su regreso estaría “a las puertas” (Mateo 24:29-33).

Un libro de inicios del segundo siglo D.C., la epístola de Bernabé esboza un curioso esquema escatológico: “Así como la creación duró seis días, traerá también Dios en seis mil años a su fin la presente dispensación del mundo, ya que un día es para Él como mil años. Sucede a esto un séptimo milenio, que corresponde al Shabbath de la creación en el que Cristo renueva el mundo, y los justos saludan alborozados este postrer día de la semana del mundo”. Si a esto uniéramos la cronología de Ussher, obispo irlandés del siglo 17 que luego de estudiar las genealogías bíblicas declaró que la creación del mundo había tenido lugar el año 4004 A.C., entonces los seis mil años se cumplieron en 1996. Por lo tanto, en ese año debió venir Cristo e instaurar el reino de los cielos (el milenio del cual se habla en Apocalipsis capítulo 20). Pero aún hay más: si nosotros adhiriéramos a las escuelas teológicas que identifican el período de la Gran Tribulación con la semana setenta de la profecía del libro de Daniel, los siete años pendientes de la profecía registrada en el capítulo 9, y también adhiriéramos a la escuela escatológica que considera que el arrebatamiento de la Iglesia acontecerá al principio de ese período de siete años, entonces el rapto de la Iglesia debería haber sucedido en el año 1989.

Bien, obviamente nada de esto sucedió. El arzobispo Ussher se equivocó, y la epístola de Bernabé es una fantasía religiosa de la antigüedad que no pertenece a la Santa Biblia. Pero si estas elucubraciones fantásticas las hubiéramos hecho antes de 1989 (por ejemplo en 1986), y las hubiésemos anunciado a los cuatro vientos, no solo los creyentes se habrían llenado de expectación, sino que muchos no creyentes y ateos se hubieran internamente inundado de incertidumbre y pavor ante la proximidad del fin del mundo.

¿Y por qué digo por ejemplo el año 1986? Porque precisamente en ese año alguien me dijo con tranquila seguridad que 1989 seria el año de la venida del Señor.

Llegado este momento es que debemos decir que parece desagradable para los impacientes y poco espirituales, el que no haya la mas mínima noción de una fecha del regreso de Jesucristo. Por eso siempre ha habido quienes han intentado rebuscar mensajes secretos en las profecías, o hacer cálculos misteriosos para lograr una fecha. A lo largo de la historia de la Iglesia han aparecido algunos anunciando el próximo fin del mundo, y poniendo fecha a dicho evento. En la época moderna, por mencionar dos ejemplos, a mediados del siglo XIX William Miller puso una fecha para la segunda venida de Cristo: 1844. Por la predicación e influencia de este hombre, y a pesar del gran fracaso de su predicción, surgió la fundadora del Movimiento Adventista, Ellen G. White. Por otro lado, los Testigos de Jehová tienen en su haber dos intentos fallidos de fechar la segunda venida de Cristo: 1874 y 1914.

También en la Iglesia Evangélica, algunos predicadores han anunciado no solo la inminencia de la segunda venida, sino que han intentado fijarle una fecha. Fijar una fecha no es tan difícil; nosotros lo acabamos de hacer, si bien en forma retrospectiva y como ejercicio ilustrativo. El punto es que la fijación de una fecha siempre será equivocada. Si Jesús, en los días en que anduvo sobre la Tierra, dijo claramente que ni él sabía la fecha (Marcos 13:32), ¿quién puede afirmar saber más que Jesús al respecto?

Indudablemente, una generación vivirá en el momento en que Cristo regrese a la Tierra; ésta abarcará desde ancianos en su lecho de muerte, hasta niños de pecho que desaparecerán hacia los cielos sin haber debido pasar por una vida de sinsabores. Tal vez nos toque formar parte de esa generación, tal vez no. Lo cierto es que, tras haber cruzado el umbral del tercer milenio, debemos vivir con la misma expectativa de aquellos primeros cristianos que   se saludaban con un Maran-atha, “el Señor viene”; expectativa mesiánica que los mantenía en comunión con Dios en forma constante, “velando”, como dijo Jesús, pues podemos conjeturar que ese es el propósito de la ausencia de cualquier idea acerca de una fecha: velar siempre, estar siempre viviendo una vida consagrada a Dios.

Puede ser dentro de diez minutos, o puede ser dentro de otros mil años. No importa. El Señor viene.

(Adaptado del La expectativa mesiánica, Parte 2, Capítulo 7 del libro Sentires, Editorial ACUPS, Montevideo, Setiembre de 2000).

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

3 Comments

  1. crislane dice:

    me gusta eso es olgo muy bonito para mi me encanta xk la paz esta en recibir a jesucristo en el corazon por la fe en el. les deseos muchas bendiciones a todos ustedes.

  2. Sembrador dice:

    De acuerdo, pero la paz no está en que falte mucho para la venida del fin del mundo. Fíjese en el último renglón del artículo: puede ser dentro de diez minutos, o puede ser dentro de otros mil año. No importa, el Señor viene.
    La paz está en recibir a Jesucristo en el corazón, y vivir por la fe en Él.
    Un gran saludo, y bendiciones.

  3. Maritza Lunaa dice:

    Me gusta lo que escribio respecto al final del mundo porque anoche estuve en una reunion de un grupo mesianico y conforme fechas desde 1947 afirmaron que Yeshua vendra en el 2017, segun dijo en este año nuevo judio (Rosh Ha Shanah) se da inicio a la Gran Tribulacion. Me asuste muchisimo porque mis hijas estan pequeñas y ver tan cercano el fin me angustio mucho, ya que quiero ver a mis hijas realizadas en la vida y ver a mis nietos. Ademas yo tambien todavia estare joven para 2017. Gracias por darme paz.

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