La esperanza cristiana en la era poscristiana – Primera Parte

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Por Álvaro Pandiani

La visión cristiana de la muerte, una visión tan buena como cualquier otra ideología mística o religiosa que esté en boga hoy en día, requiere ser rescatada de cierta desfiguración, fruto de la ignorancia. En el marco teológico cristiano, la muerte es principio del castigo por el pecado humano (Romanos 6:23).

Sin entrar en consideraciones más profundas acerca de la disquisición entre muerte espiritual, muerte física y muerte eterna, la idea básica es que la muerte representa la terminación de la existencia en este mundo; y a partir de ahí se abre un gran signo de interrogación, cerrado por algunos mediante la asunción a priori de que dicha terminación representa la completa aniquilación de la personalidad (“dejó de existir” es uno de los eufemismos utilizados más a menudo para referirse al fallecimiento de una persona).

Por otro lado, otros pretenden llenar ese vacío ignoto de ultratumba con la noción de una vida extraterrena; allí encajan en parte las doctrinas cristianas del hombre, su pecado y salvación, con el concepto de la inmortalidad inherente del alma humana, claramente expresado en la Biblia (Mateo 10:28; 2 Corintios 5:1; Apocalipsis 20:4), y la noción de la muerte como una separación, un abandonar el cuerpo biológico gastado y enfermo por parte del ser inmaterial del hombre, donde reside su personalidad (“… el cuerpo sin espíritu está muerto”; Santiago 2:26. Véase Eclesiastés 12:7).

Y unido a esto va la idea de un destino inexorable e inescapable para esa alma liberada del cuerpo por el trance de la muerte; destino que, cielo o infierno, depende de las elecciones morales que el individuo haya hecho en su vida.

Resulta curioso cómo a través del tiempo, la descarnada dureza del concepto de la condenación eterna, en sufrimiento consciente por edades sin fin, ha sido suavizado por intentos como la inmortalidad condicional, y el universalismo. Es aún más interesante desde el punto de vista de la evolución del pensamiento moral de nuestra sociedad poscristiana, ver la manera como una doctrina proveniente de religiones orientales ha permeado la imaginería popular colectiva; la reencarnación ha sustituido en la mente de muchos no solo a la existencia incorpórea pos mortem, sino que también ha alejado de toda consideración del individuo la esperanza de una resurrección corporal personal.

Quién cree en la reencarnación tiene como esperanza la sucesión de vidas diferentes a lo largo del tiempo, hilvanadas por un alma inmortal que va cambiando de cuerpo en cuerpo, como quién cambia aceite de envase en envase; los requerimientos morales son mínimos, pues la sucesión de vidas implicará un “aprendizaje” hacia una superación y perfección ultraterrena, aunque uno no recuerde absolutamente nada de su vida anterior.

Más allá de toda esta mitología pagana se destacan dos puntos, uno psicológico y otro místico, que convergen a una conclusión común. El primer punto está signado por la búsqueda de respuesta ante el hecho fatídico y definitivo de la muerte; respuestas sancionadas por el aval de la antigüedad, y el ser creencia compartida con numerosos seres humanos, que brinden fortaleza y esperanza para soportar lo terrible de la pérdida. El segundo punto estriba en la creencia en un espíritu inmortal, asiento de la personalidad del difunto con sus pensamientos, ideas, recuerdos y emociones, y la creencia de que éste migra de un cuerpo a otro, según la reencarnación, o entra en dimensiones espirituales diferentes a nuestra realidad, según el cristianismo y otras religiones.

Creencia popular superficial en la que está totalmente diluida la noción de marcha de la historia humana hacia un futuro escatológico en que la normal sucesión de nacimiento – vida – muerte habrá de cambiar. La respuesta a la angustiosa zozobra de la pérdida (aguda o no) mediante el recurso de la creencia en un mundo espiritual paralelo donde los que han partido viven como almas libres y felices, siguiendo el tal reino ultraterreno un curso propio, independiente del nuestro, implica la consideración del hecho de morir como algo normal; el fin natural y obvio de todo ser vivo, el umbral que necesariamente se debe cruzar para “ascender” a esos reinos espirituales.

Más allá de toda esa laxitud moral implícita en el creer que todos los muertos, independientemente de cómo hayan vivido sus vidas, se van a algún lugar a ser felices para siempre (creencia que se derrumba ante las doctrinas bíblicas del pecado y la salvación solo en Jesucristo), también debemos tener en cuenta que según las Sagradas Escrituras Dios no creó al hombre para ser un espectro o fantasma inmaterial, flotando en el cosmos por las edades, sino que Dios: “formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7).

La próxima semana la segunda parte del artículo…  Ahora, ¿En qué deposita usted su confianza cuando pensamos en estas cosas? Déjenos saber su opinión.

Publicado originalmente en www.iglesiaenmarcha.net

3 Comments

  1. Carolina Vallejo dice:

    Leer un texto implica acceder a diferentes niveles de lectura. Por eso de la lectura y reflexión surge la evocación de una experiencia en relación a la esperanza.

    Ahora bien, cuando una persona creyente ( tiene esa esperanza maravillosa) se da cuenta que Dios la está preparando para llevarla y te lo dice porque vive y tiene esa certeza , es complejo.
    La persona en cuestión, mi madre me enseñó en ese proceso paulatino de separación muchas cosas. Pasó momentos complejos, miedos, tristeza , preguntas ¿y saben porqué? No por ella sino por la persona que dejaba.

    Tenía una maravillosa esperanza ,no era perfecta y cuando decaía oraba y meditaba en la Palabra. Veía la mano de Dios en todo y se fue feliz.

    El que queda , tb. creyente ve esta partida como un corte con el tiempo histórico pero sabe que ha pasado esa persona a la presencia de Dios.
    El que queda ve fortalecida esa esperanza, se aprende y mucho.
    Salmo 16

  2. Dr. Pandiani:

    Muy importante tema.

    Un provocador grafitti en varias paredes de la ciudad de Montevideo decía: “La esperanza es lo último que se perdió.”

    Esto es muestra ingeniosa de cómo se siente la vida por parte de muchos de nuestros contemporáneos. Que yo diría son como Zombies, muertos vivientes. Bueno, funcionan como ha dicho el Ps. Pachalián en uno de sus espacios en RTM, pero no viven en abundancia como podrían hacerlo si reconocieran la realidad de la persona de Jesucristo…

  3. Carolina Vallejo dice:

    ¿Desesperanza o Esperanza?, interesante pregunta. Desesperanza que es lo que vive el que no cree en nada o dice no creer. Pero tb. desesperanza para el que tiene una falsa esperanza y me refiero a esas mitologías que abundan y sobreabundan en ésta postmodernidad . Postmodernidad del todo vale y en este tema mucho más tanto a nivel popular e incluso a nivel académico.

    Esperanza? Si, por supuesto para los que creemos en Jesucristo, esa es la verdadera esperanza . Vida ,muerte y resurrección ;la promesa de la resurrección es fantástica.
    Hace tiempo en la Facultad de Humanidades dieron un curso “Arqueología de la muerte” y yo pensé ¿cómo es la arqueología de la muerte de un cristiano? ergo como se construye la muerte, cómo se vive la muerte y simplemente pero profundamente: la promesa de la resurrección.
    Por el pecado muerte pero el regalo de Dios VIDA ETERNA EN CRISTO JESÚS SEÑOR NUESTRO.

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