El cristianismo y la caída de las civilizaciones III – La Edad Media / Parte 2

El cristianismo y la caída de las civilizaciones III – La Edad Media / Parte 3
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El imperio de Carlomagno, originalmente rey de los francos y con dominio territorial sobre la Galia (Francia), se trasladaría territorialmente hacia lo que es en la actualidad Alemania, y acabaría por tanto siendo llamado el Santo Imperio Romano de la nación germánica, entidad política que se extendió en el tiempo hasta principios del siglo XIX; es decir, mil años, la mayor parte de los cuales tuvo un dominio solo nominal sobre la mayoría del territorio que decía gobernar.(7) Algunos de sus gobernantes protagonizaron los más lamentables episodios de tira y afloje entre papa y emperador por la supremacía dentro de ese „Estado-Iglesia“, tal como se concebía a la cristiandad de la Europa medieval.

Además, tampoco el estado cristiano hizo mejor cristiana a la cristiandad, sino que la sociedad siguió su corriente, influenciando y siendo influenciada por los tiempos, las civilizaciones contemporáneas, vecinas y lejanas, y por las ideas nuevas que iban surgiendo en hombres leales al evangelio cristiano, y en aquellos que no lo eran tanto. Sin embargo, pienso, el imperio cristiano medieval queda como testigo histórico de la formidable fuerza con que aquella fe, iniciada en torno a un individuo crucificado en la recóndita Palestina, había conquistado aquellas tierras y aquella fracción de la humanidad, predecesora inmediata de la civilización occidental que en la era moderna se expandiría por el mundo entero.

Evidencias adicionales de esa conquista son: la influencia de la iglesia en la sociedad en sus aspectos cotidianos, en las creencias individuales y comunitarias, la creación del calendario religioso anual, los esfuerzos por poner límites a la práctica de la guerra, las obras de caridad, la fundación de hospitales, etcétera; también el fenómeno de renovación de la idea monástica, a principios del segundo milenio, y el impacto de un movimiento nuevo, las órdenes mendicantes, que recorrían toda Europa predicando a Cristo en pleno contacto con las gentes y el mundo. El nacimiento de las universidades, instituciones educativas de genuina patente cristiana, pertenece también a este período; en ellas, la instrucción superior estaba centrada por le teología („la reina de las ciencias“, expresión proveniente de este período). Las grandes luminarias intelectuales de la alta edad media descollaron en esta disciplina, y algunos de ellos son recordados como los „doctores de la iglesia“.

Fue ésta una época en que la ascendencia de la iglesia sobre la sociedad y el estado era tal, que el brazo armado de dicho estado servía a los designios y decretos de la iglesia; esto dio lugar a la persecución (y masacre en algunos casos) de grupos que disentían de la doctrina oficial, como los valdenses, los cátaros y otros, y al surgimiento de aberraciones contradictorias hasta lo imposible como la triste mancha en el prontuario histórico de la Iglesia Católica Romana llamada la „Santa“ Inquisición. Y fue también el ideal religioso, predominando sobre otros indudablemente presentes, el que dio lugar a otro de los capítulos tristemente célebres de la historia del cristianismo: las cruzadas. Son estos los aspectos de este período, ricos en detalles y riquísimos en los resultados que se pueden extraer con un buen análisis, todo lo cual puede encontrarse en textos sobre la historia del cristianismo, algunos de los cuales se incluyen en la bibliografía de este breve ensayo. Interesa la mención rápida de todos los aspectos de la influencia del ideal religioso cristiano sobre la sociedad medieval, para valorar la medida en que el cristianismo se convirtió más que en parte integrante, virtualmente en el eje de esa civilización que se levantó de las ruinas de Roma y la era antigua. En algún momento, siglos después, un movimiento artístico y literario llamado romanticismo tendría entre sus filas a quienes añorarían nostálgicamente la Edad Media como la edad de oro del cristianismo.

De hecho, es dudoso que el cristianismo haya gozado de un período que verdaderamente pueda llamarse con propiedad edad de oro. Cada conquista implicó concesiones; cada avance conllevaba un retroceso. Como la vieja historia del caracol que durante el día subía una pared, y por la noche se deslizaba hacia abajo, así el cristianismo debió proseguir en la esperanza que el paso adelante fuera de mayor magnitud que el retroceso consiguiente, para así confiar en que hubiera un avance neto, si acaso mensurable con el paso de los siglos.
El medioevo, como otros períodos de la historia humana, debía finalizar. No por confrontación directa con un poder superior, con la consiguiente destrucción, como fue el caso de Israel, ni por sucesivas oleadas de invasión, con el resultado de fraccionamiento y disgregación progresivos, tal como sucedió con el Imperio Romano.

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