Reflexiones sobre el derecho a la propiedad privada – Parte 2

“Tierra Firme”
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Diálogo, Camino hacia el bien común
25 noviembre 2009
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Propiedad PrivadaPor: Dr. Alvaro Pandiani

A lo largo de la historia cristiana el ideal de la vida en comunismo de bienes, al que se llegaba mediante renuncia voluntaria de las propiedades, se continuó sobre todo en las comunidades monásticas. Desde los inicios del monasticismo, por lo menos en el siglo IV, el voto de pobreza, uno de los tres que hacían aquellos que optaban por volverse monjes (además de castidad y obediencia), implicaba vender los bienes y repartir el dinero a los pobres, antes del ingreso efectivo al monasterio. Es decir, que la renuncia a los bienes era una imposición para quienes decidían libremente entregarse a la vida monástica. “Desde un principio, quién quisiera unirse a su comunidad debería renunciar a todos sus bienes” (Pacomio y el monaquismo comunal; en La Reacción Monástica. Historia del Cristianismo, de Justo L. González; Editorial Unilit; Miami, USA; 1994; Tomo 1, Pág. 158). “Para San Benito, la pobreza individual es un modo de establecer un nuevo orden colectivo. Mientras el monje ha de ser absolutamente pobre, sin poseer cosa alguna, el monasterio sí ha de tener todo lo necesario para la vida de la comunidad” (El monaquismo benedictino; op. cit. Pág. 268).

No es tema de la presente reflexión la forma en que aún el sistema monástico llegó a servir al abuso, tanto en la explotación de los siervos que trabajaban las tierras de los señores, como en el acúmulo de grandes riquezas, donadas por los nobles y la realeza, de modo que algunas casas monásticas a las que los monjes ingresaban haciendo voto de pobreza, tenían a sus habitantes viviendo en la opulencia. La forma en que la naturaleza humana corrompe todo lo que toca no está en discusión aquí; interesa destacar el carácter voluntario de la renuncia a la propiedad privada que se practicó en la vida comunitaria cristiana, a lo largo de la historia e incluso en el presente. Ese carácter voluntario es enfatizado aquí con la finalidad de contrastarlo con algo mencionado antes: el carácter compulsivo de la abolición de la propiedad privada de todos los ciudadanos, practicado por el Estado en aquellos países que adoptaron el comunismo como sistema político y económico. Volviendo a King Jewett, a quién citamos en la primera parte de esta reflexión: “Esta expresión del comunismo, a diferencia de los tipos cristianos, ha obtenido sus propósitos no por una devolución voluntaria a ideales comunes de hermandad… sino por el derrocamiento del orden establecido. Para ello han usado violentos medios de revolución militar” (Diccionario de Historia de la Iglesia; Pág. 265). De la comparación de ambos esquemas, el voluntario y el impuesto por la fuerza, impresiona que no es peregrina esta idea de la existencia de un vínculo de semejanza, con las obvias salvedades del caso, entre el antiguo comunismo religioso y el que avasalló varias sociedades, estableciéndose como forma de gobierno a partir del siglo 20 en numerosos países. Ahora, parecería que los personeros de esta ideología hubieran hecho una interpretación “robinhoodesca” de un texto antiguo como: “No robes al pobre, porque es pobre” (Proverbios 22:22a), y también hubiesen modificado la premisa bíblica que dice “el que tiene, dé al que no tiene” (Lucas 3:11), transformándola en “saquémosle al que tiene, para darle al que no tiene”.

La idea de una sociedad cuyos integrantes no poseen propiedad privada fue imaginada por Tomás Moro en el siglo 16, en su obra Utopía; “El concepto utopía designa la proyección humana de un mundo idealizado” (es.wikipedia.org/wiki/Utopía). Justamente, un mundo ideal ha sido desde el principio el postulado que define la meta por la que han luchado los seguidores de la ideología comunista: una sociedad sin clases, sin desigualdades de ningún tipo, con una distribución de la riqueza justa y equitativa; “su tesis es que mediante el proceso de cambio revolucionario ha de completarse la dialéctica de la historia, y en lugar de la antítesis de ricos y pobres, emergerá la síntesis de la sociedad sin clases” (King Jewett; Pág. 265). Sin embargo, los discípulos de esta teoría político-económica olvidaron el más peligroso de los factores, el que hacer naufragar todos los grandes proyectos: el factor humano. La venalidad de la naturaleza humana, su egoísmo y codicia, y la crueldad que es capaz de desplegar contra quienes se interponen en su camino o se oponen a sus intereses, ha llevado a los personeros de esta ideología a transformarse en los nuevos amos, los nuevos señores feudales, la nueva nobleza, la nueva élite dominante. Una élite que se autoperpetuó en el poder por medio de un intelectualismo hueco, semejante al antiguo uso del “derecho divino” surgido de la religión que tanto criticaron, pero entronizando al “pueblo” al que afirmaban servir y por cuyos intereses decían sacrificarse, y exaltando la “Revolución”, como si de una diosa se tratara, capaz de romper las cadenas de la opresión capitalista. Y una élite que cuando el primer argumento no funcionó, no dudó en recurrir al uso de la fuerza; al mejor estilo de la Iglesia Medieval y la Inquisición (que no tiene sentido negarlo), recurrió a la represión, la privación de libertad, la tortura y el asesinato para acallar a los disidentes. La Utopía de Tomás Moro, la ficticia sociedad sin clases y sin propiedad privada, existía en un país cuyo nombre fue inventado por su autor. No parece casualidad que la palabra utopía haya quedado como término utilizado para denominar una fantasía irrealizable. El formidable derrumbe de los gobiernos comunistas en los países de Europa Oriental, a principios de la década del noventa del siglo pasado, iniciado por el desmembramiento de la Unión Soviética, marcó el final del proyecto comunista en esa región del mundo, y el principio de la posmoderna actitud de desencanto, pérdida de fe en el futuro, y abandono de la metas y de la lucha por alcanzar aquella sociedad ideal, alguna vez soñada.

Sin embargo, en esta región del mundo, y no solo en el Uruguay electoral del 2009, esta clase de teoría político-económica vuelve a presentarse con fuerza renovada como opción de cambio, frente a la codicia del capitalismo que acapara medios de producción y riquezas, y explota a los trabajadores y a los pobres. La alternativa parece ser un socialismo a ultranza, jalonado por un creciente intervencionismo del Estado con  políticas económicas y fiscales que marcan un camino definido: una guerra al neoliberalismo y un estatismo progresivo, que ya cristalizó en algo que mencionamos, una reforma fiscal en la que supuestamente se redujeron los impuestos que gravan el consumo, y se aumentaron los que gravan la renta, pero que resultó en realidad en un incremento del impuesto que grava el trabajo, de tal manera que muchos hombres y mujeres trabajadores/as (y no necesariamente empresarios/as, ejecutivos/as y profesionales), sino trabajadores/as, han experimentado la sensación de que la política fiscal ha sido: “que pague más el que trabaja más”.

Es muy difícil mantener la neutralidad del análisis y la objetividad de la opinión. Pero peor sería restar voces que informan, comentan y opinan, en beneficio de quienes deben evaluar la realidad actual, y eventualmente elegir. La antítesis entre renuncia voluntaria a los bienes propios, y expropiación compulsiva de los mismos por el Estado, podría volverse en el enfrentamiento entre dos posiciones: por un lado, aquellos que, al tener poco y nada (y no trabajar para mejorar su situación), apoyan políticas de “justa redistribución de la riqueza”, esperanzados en un asistencialismo estatal con el cual se conforman y que los perpetúa en su condición; y por el otro, el de aquellos que tienen en propiedad bienes materiales, ganados honradamente con su trabajo, por los cuales deben pagar abultados impuestos; un dinero que será (supuestamente) destinado a políticas sociales dirigidas a los menos afortunados y que menos opciones han tenido (según el discurso del gobierno de turno), pero quedándonos la sensación de que llegará a quienes no hacen ni tienen intención de hacer nada por cambiar su situación. Y menos trabajar.

Es difícil encontrar el equilibrio entre caridad y asistencialismo estéril, y sería tema de otra discusión. También es difícil hacer la elección entre el desprendimiento voluntario a favor del pobre, que puede estar contaminado por el egoísmo del que da, y rebaja la dignidad del que recibe, y el estatismo que quita para darle al pobre, que puede corromperse por la codicia del que está en el poder, y también rebaja la dignidad del que recibe.

La tercera alternativa sería un sistema en el que todos trabajan por igual, todos estudian, se forman y crecen como ciudadanos y como personas, y todos eligen a sus gobernantes, quienes además de gobernar no dejan de trabajar a la par de sus conciudadanos.

Así era en Utopía, la creación de Tomás Moro.

Entonces, dos alternativas, una elección difícil. Pero más allá de esa elección, un desafío: la participación de todos en construir una sociedad impregnada de valores, a nuestro entender, los mejores valores, los valores cristianos, con los que podamos combatir, y quizás algún día reducir a su mínima expresión los males de la naturaleza humana, que originan a su vez todos los males sociales: el egoísmo, la ambición, la codicia, la voracidad insaciable, el amor al dinero.

¡Vaya desafío!

(Condensado del artículo La raíz de todos los males, publicado en iglesiaenmarcha.net en agosto de 2009)

*El Dr, Álvaro Pandiani es columnista de la programación de RTM UY en “Diálogos a Contramano que se emite los martes 21:00 a 21:30 hs.

2 Comments

  1. Davidovich dice:

    MMM… ester te estas pasando un poquito con eso de que el comunismo estaba presente en platon y demás; que dentro de su pensamiento existiera una motivación “igualitarista” (que habría que matizar mucho) no quiere decir que tuviera concepciones como la lucha de clase, la igualdad de todo ser humano o siquiera la conveniencia de estos preceptos…
    ahora que el cristianismo tambien deja mucho que desear como punto de partida para un cambio social en profundidad, y esto es asi desde que los valores cristianos se donaron como base para la unificación del imperio y post. de los reinos “barbaros”, un cristianismo sostenido por el poder secular no puede promover una destruccion de las desigualdades que mantienen el orden establecido…
    en fin, la utopa es imposible solo en las condiciones actuales, si lo fuese siempre seria una quimera…

  2. Ester dice:

    Mb noches. Si, que bueno aquello del comunismo voluntario de bienes, cuánto hemos cambiado!!
    Otra cosa el comunismo compulsivo del siglo XX pero aunque parezca raro ya estaba presente (sin ser agresivo por las armas) en Platón y en las políticas educativas de la Revolución Francesa.

    Edad media , enriquecimiento de la iglesia, engrosamiento de sus arcas usando su doctrina ,no la de Jesús. Y si no se tiene en cuenta al hombre ,lo que algunos llaman “agenciamiento humano”.

    En el hoy mesiánicos y demoníacos ; así es , unos contra otros..

    Los cristianos seguir luchando por lo que el columnista plantea en el último párrafo, ojalá, así lo deseamos se transforme en una realidad para todos.

    MB el ejemplo menonita :trabajo dignifica al hombre. Y realmente el inmigrante trajo fuerza de trabajo para agrandar un país que con su política benefactora le abrió las puertas y los apoyó.

    Crear una cultura del trabajo y para el trabajo en torno a principios b´biblicos,¿una utopía? Estos hermanos han demostrado que la UTOPIA ES POSIBLE.

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