Pedofilia sagrada – 2

Lecciones del Equipo Celeste para la Familia.
13 julio 2010
La Mano de Suárez
14 julio 2010
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Escándalo y vergüenza, o cuando el nombre de Cristo es pisoteado.

Por: Dr. Álvaro Pandiani

En la columna anterior finalizamos expresando la necesidad de reflexionar que nos impone la consideración de los hechos de pedofilia cometidos por ministros religiosos, y los escándalos derivados de la toma de estado público de tales situaciones.

Parece que los católicos han abordado ya desde hace algunos años la reflexión que intenta arrojar luz sobre estos problemas, sus causas, y la forma de superar la difícil posición en que quedan la Iglesia, los ministros religiosos, y sobre todo los creyentes. Los creyentes, que deben enfrentarse a la vergüenza de formar parte de una comunidad religiosa que ofrece semejantes ejemplos de perversión e hipocresía; y que también deben enfrentarse a la incertidumbre que provocan las mencionadas perversión y hipocresía, nada menos que en sus pastores. Pero volviendo a los católicos, tal vez porque hace ya varios años que sus sacerdotes se han visto envueltos en escándalos por casos de pedofilia, varias publicaciones han abordado el tema, intentando ofrecer respuestas a las acusaciones y críticas llegadas desde afuera, así como mirar hacia el interior para analizar el problema con franqueza, en procura de una solución.

En el artículo Diez mitos sobre la pedofilia de los sacerdotes (www.unav.es/capellania/fluvium/textos/…/igl17.htm), el autor contesta a una serie de ataques, que se presentan como “mitos”, lo que podría interpretarse se trata de creencias u opiniones generalizadas, surgidas de críticas concretas y puntuales, reiteradas hasta ser consideradas explicaciones válidas del fenómeno. Frente a la afirmación: “Es más probable que sacerdotes católicos, en comparación con otros grupos de hombres, sean pedófilos” (que nos parece bastante gratuita e infundada), el autor responde, entre otras cosas, que: “no hay evidencia de que la pedofilia sea más común entre el clero católico, que entre los ministros protestantes, los líderes judíos, los médicos, o miembros de cualquier otra institución en la que los adultos ocupen posiciones de autoridad sobre los niños”. Destacamos en esta aseveración la mención de los ministros protestantes, que a nosotros nos importa por tratarse también de ministros religiosos cristianos, que pueden verse implicados en casos de pedofilia; de hecho, la aseveración del autor del artículo los involucra, afirmando indirectamente que la pedofilia es tan común entre ellos como entre el clero católico. La comparación entre clero católico y protestante nos lleva a lo que constituye una de las grandes diferencias entre ambos grupos: el celibato de los sacerdotes católicos.

En respuesta a afirmaciones tales como que “el estado célibe de los sacerdotes conduce hacia la pedofilia”, y “si los sacerdotes se casaran, desaparecerían la pedofilia y otras formas de conducta sexual desviada”, el autor del artículo dice: “el perfil de los abusadores sexuales de niños nunca incluye adultos normales que se sienten atraídos eróticamente hacia los niños como resultado de la abstinencia”, y agrega: “el hecho es que hombres heterosexuales sanos no suelen caer en la atracción erótica hacia los niños como resultado de la abstinencia”. Deal Hudson, el autor del artículo, cita bibliografía de soporte para estas afirmaciones. Afirmaciones que desarrollan un poco más lo expresado en la primera que citamos, la que desvincula la abstinencia sexual impuesta por el celibato obligatorio de los sacerdotes, de la pedofilia. Tal vez la abstinencia sexual obligada pudiera dar cuenta de los deslices sexuales de algunos sacerdotes, lo que se llama fornicación, y de hecho la historia de la Iglesia Católica registra incontables ejemplos de sacerdotes que incurrieron esporádicamente en fornicación, e incluso que llegaron a mantener con mujeres relaciones de concubinato. Pero a priori no parece que tenga fundamento el que la abstinencia, por sí sola, conduzca a un comportamiento sexual que se nos antoja tan perverso como la pedofilia. Es más, también están en contra de explicar estas conductas solo por la abstinencia los hechos de pedofilia en que incurren personas casadas, o que están en pareja, tales como los que discutimos en 2008, y que recordamos en la columna anterior. Incluso, no parece que la abstinencia explique siquiera todos los casos de deslices sexuales de los que recién hablábamos; prueba de ello es la infidelidad epidémica en que incurren quienes están en pareja, lo que, cuando ocurre dentro del matrimonio, llamamos adulterio. Nosotros, cristianos protestantes, debemos reconocer con franqueza que, así como algunos sacerdotes católicos pueden ser fornicarios, también algunos pastores evangélicos llegan a ser adúlteros; y también pedófilos, aunque públicamente los pastores evangélicos no estén tan en el tapete por tales execrables actos.

La explicación parece estar en una realidad innegable, a la que ya aludimos: la naturaleza humana puede llegar a inauditas profundidades de perversión.

La última de las aseveraciones de Deal Hudson adelanta otro de los puntos urticantes de este debate; cuando dice que los hombres heterosexuales sanos no suelen caer en atracción erótica hacia niños, indirectamente está diciendo que esto sí puede suceder en hombres homosexuales enfermos; esto es una afirmación muy fuerte, no obstante lo cual está en sintonía con uno de las argumentos sostenidos por la Iglesia Católica para “explicar” los hechos de pedofilia entre sacerdotes. Homosexualidad e Iglesia siempre es un tema crítico, pues como más de una vez hemos afirmado, los principios bíblicos sobre sexualidad no varían ni variarán, y por más que la sociedad y la cultura cambien, las normas morales cristianas son inflexibles en cuanto al tema sexual. Desde la Biblia, la sexualidad es una fuente de placer y felicidad, y un medio de procreación, válido únicamente en el marco exclusivo de una relación matrimonial entre un hombre y una mujer. Introducir la cuestión de la homosexualidad como una respuesta o justificación, al escándalo de la pedofilia en la Iglesia, es una apuesta muy fuerte de parte del catolicismo romano, que atiza el fuego de un debate encendido y escabroso.

¿Cuál es, qué forma toma el argumento? En el artículo que venimos siguiendo, frente al “mito” que afirma “La homosexualidad no está conectada con la pedofilia”, el autor responde: “Es tres vece más probable que los homosexuales sean pedófilos que los hombres heterosexuales”. Este mismo argumento, que la pedofilia en los sacerdotes surge de la homosexualidad oculta de algunos de ellos, es manejada también por el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de estado del Vaticano, en el artículo Grupo de víctimas de sacerdotes pedófilos en EEUU cuestiona al Vaticano (www.espectador.com/1v4_contenido.php?id=179367); Bertone dijo: “Han demostrado   muchos psicólogos, muchos psiquiatras, que no hay relación entre celibato y pedofilia, pero muchos otros han demostrado, y me han dicho recientemente, que hay relación entre homosexualidad y pedofilia”. Se apunta, entonces, a la existencia de un vínculo entre homosexualidad y pedofilia. Es fácil imaginar la reacción que semejante argumento provoca en la comunidad gay, la cual ha logrado que la sociedad, por lo menos públicamente y con la connivencia de los medios de comunicación, considere su opción sexual tan válida como la heterosexual, a despecho de la inflexibilidad e “intolerancia” de la Iglesia, que no acepta la opción homosexual como válida y la sigue calificando como pecado (y acá agregamos que esto último no incluye solo a la Iglesia Católica Romana, sino a todas las Iglesias apegadas a la Biblia). Sorteando la complacencia de la sociedad actual en este tema, el argumento de la Iglesia Católica arroja descrédito sobre quienes practican la homosexualidad, poniendo en entredicho su “moralidad”, desde hace poco considerada como respetable (aunque es dudoso que esta “conquista” sea aceptada por todos); en suma, “ensucia” a los homosexuales pues los vincula, en virtud de su condición de tales, con un crimen execrable: la pedofilia.

No cabe duda que este argumento de la Iglesia resulta ser una estrategia brillante: embiste contra la comunidad gay, poniendo en tela de juicio la validez de su opción sexual, y la respetabilidad como personas de quienes la integran, e intenta exculpar la pedofilia de algunos de sus sacerdotes, responsabilizando de la misma al carácter homosexual de tales sacerdotes pedófilos. La pata renga de este argumento es justamente eso: la existencia de sacerdotes homosexuales. ¿Cómo explican esto los pensadores católicos? Volviendo al artículo de Deal Hudson, nos encontramos con que este autor dice: “Hay una activa subcultura homosexual dentro de la Iglesia. Esto se debe a varios factores. La confusión que se ha dado en alguna ocasión en la Iglesia como resultado de la revolución sexual de los años 60, el tumulto posterior al Concilio Vaticano II, y una mayor aprobación de la homosexualidad por parte de la cultura. Todo esto hizo que se creara un ambiente en el cual homosexuales varones activos fueron alguna vez admitidos y tolerados en el sacerdocio. La Iglesia se ha apoyado también más en la psiquiatría para valorar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio, y para tratar a los sacerdotes que tenían problemas”. En pocas palabras, hay aquí una aceptación explícita de la presencia de homosexuales integrando una estructura eclesiástica que, como institución, combate la homosexualidad, basándose en sus principios (que compartimos, en cuanto estén fundados en la Santa Biblia). El autor invoca la concurrencia de factores externos (revolución sexual de los años 60, cambio cultural en la consideración de la homosexualidad), y factores internos (impacto del Concilio Vaticano II, el hecho de recurrir al apoyo de psiquiatras – no necesariamente cristianos, o apegados a principios cristianos, suponemos – en la selección de candidatos al sacerdocio), y así explica la presencia de homosexuales entre el clero. Restaría ver si existen estudios no tendenciosos, llevados adelante por investigadores realmente objetivos – todo lo imparciales que se pueda – que avalen la mencionada vinculación entre homosexualidad y pedofilia.

Antes de finalizar, algunas consideraciones pertinentes: en primer lugar, como en varias oportunidades destacamos, nos hemos acercado a este problema de la pedofilia de los sacerdotes católicos desde nuestra óptica como evangélicos; no obstante, eso no implica que con esta breve reflexión pretendamos hacer, como se dice popularmente, “leña del árbol caído”. Parece que otros autores y comentaristas evangélicos sí lo han hecho, aprovechando la situación para criticar a la Iglesia Católica Romana. No es esa nuestra intención, sino que esta aproximación nace del deseo de abordar con franqueza un problema terriblemente espinoso y doloroso, que ha dañado a muchas personas – primera consecuencia negativa a tener en cuenta – y ha arrojado descrédito sobre la Iglesia Cristiana, y no solo la Católica Romana; otra raya más en el tigre, pero ésta, pintada con colores fluorescentes.

Segundo y relacionado con el punto anterior, es necesario que nos preguntemos, como también se dice popularmente, “¿y por casa cómo andamos?”. Si queremos decirlo en términos más bíblicos, nos bastará recordar a Jesús invitando a arrojar la primera piedra contra la mujer adúltera: nadie pudo. De igual modo, no creamos que en el conjunto de Iglesias Evangélicas todos nuestros ministros y pastores están libres de este tan aberrante pecado, ni que están a salvo de cometerlo en el futuro. Ya discutimos que el celibato por sí solo no parece ser un predisponerte, ni mucho menos un determinante, para que el ministro religioso incurra en pedofilia. En cuanto a la inmoralidad sexual en general, el sacerdote católico que cae en fornicación tiene su contrapartida en el pastor evangélico que incurre en adulterio. En cuanto a aberraciones sexuales como el abuso infantil, aunque a priori parezca que la experiencia de vida matrimonial y familiar del ministro protestante, frente a la aparente soledad impuesta por el celibato al sacerdote católico, pone a aquel a cubierto de incurrir en este hecho execrable, los hechos desmienten esto. Como ya se mencionó, lo que impresiona es que, por lo menos en estos últimos años, los hechos de pedofilia de ministros evangélicos no están tan en el tapete desde el punto de vista mediático. ¿Son más pedófilos los sacerdotes que los pastores?; los católicos dicen que no, y nosotros no tenemos estadísticas. Tan solo impresiones subjetivas surgidas de la observación simple.

En tercer lugar, debemos reiterar una vez más que lo más importante de todo este asunto es el estado en que quedan las víctimas de este abuso sexual perpetrado por ministros religiosos. ¡Qué terrible que, mientras desde grupos cristianos, tanto católicos como evangélicos, hay personas y asociaciones que procuran trabajar en la asistencia psicológica, social y espiritual de estos niños y sus familias, cuando el abuso infantil viene desde otros victimarios, paralelamente, algunos ministros cristianos sean victimarios! ¡Qué contradicción! Indiscutiblemente debemos brindar nuestro apoyo material, espiritual y en oración a quienes por llamado y vocación se dedican a ayudar a estas personas. Y también recordemos que el visceral rechazo provocado en una víctima de abuso sexual hacia el abusador, cuando éste es un ministro del evangelio, puede redundar en rechazo al mismo evangelio de Cristo, lo que puede tener consecuencias temporales, y eternas.

Por último, miremos al victimario, al abusador. Y aunque nos den ganas de matarlo, recordemos que “siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Estamos de acuerdo con el cuidado pastoral de los culpables; estamos de acuerdo con un castigo ejemplar, pero que los guíe al arrepentimiento, no a la destrucción. Y no es que seamos indulgentes con quienes en definitiva “son de los nuestros”; ellos parecen de los nuestros, pero no lo son. Como escribió el apóstol Juan: “salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestara que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).

Por lo tanto, y ya que ellos no se comportaron como verdaderos cristianos, hagámoslo nosotros: en la oración, en el amor, en la pureza, en un comportamiento ético, y en continuar testificando a nuestra generación y a nuestra sociedad, que hay verdaderamente en Cristo Jesús una nueva vida, diferente, fresca, sublime, que conduce a una eternidad con Dios, definitivamente lejos de estas miasmas de perversión e inmoralidad que nos azotan el rostro cada día.

Que así sea.

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

1 Comment

  1. gaby dice:

    hola , me encanta tu pagina , es excelente ,

    te mando un abrazo

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