Tras las Tinieblas, La Luz

“A través de la Biblia”
30 octubre 2012
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Lutero - Pintura

Por: Dr. Álvaro Pandiani

Expresiones semejantes a la del título pueden oírse o encontrarse en el discurso secular para significar, en forma un poco rimbombante, la comprensión que trae el conocimiento de “algo” para quién se encontraba en la duda que surge de la ignorancia. Más habitualmente usada entre evangélicos, nos evoca lo que acontece con el alma (la vida) de quién, alejado de Dios y sumido en la “oscuridad” del pecado, encuentra el perdón y la salvación por medio del arrepentimiento y la fe en Cristo Jesús, según expresiones del propio Jesús, tales como “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Con ese pensamiento presente, no deja de ser sorprendente que la fórmula Después de las tinieblas, luz haya sido aplicada a la Reforma Protestante. Así es, pues tal expresión, en latín (Post tenebras, lux), fue lema del primitivo calvinismo de Ginebra, Suiza, en el siglo 16, y de hecho figura como inscripción en el monumento a la Reforma de dicha ciudad. De esa forma lo vieron quienes quisieron conmemorar la Reforma Protestante del siglo 16, y esto es significativo, pues la misma se produjo cuando el cristianismo llevaba casi mil quinientos años de presencia en el mundo.

Dice en el Nuevo Testamento que Jesús “sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). La introducción del cristianismo en el mundo, hace dos mil años, debería considerarse como la entrada de una nueva luz de esperanza para la humanidad, dado que por iniciativa de Dios se proveen al hombre los medios para el perdón y la reconciliación, en Jesucristo. La figura de la “luz” representa a Dios mismo (Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él; 1 Juan 1:5), a Jesús (la luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo; Juan 9:5), y al conocimiento y relación vital del creyente redimido con el Señor (si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado; 1 Juan 1:7). Por contrapartida la oscuridad o tinieblas representan el pecado, y el lugar donde se refugian quienes practican el pecado (la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas; Juan 3:19). En síntesis, la luz del evangelio de Cristo debería llevar ya casi dos mil años iluminando el alma de las gentes, y de hecho así es; pero parece que junto a aquellos que fueron portadores del mensaje que “ilumina” con la luz de Dios, la primitiva iglesia de los tiempos apostólicos devino en una institución oficial que habría dejado de portar la luz del evangelio, quedando por tanto en la oscuridad del pecado, la ignorancia y el error. Tal parece el pensamiento de quienes consideraron que el redescubrimiento del prístino evangelio del Nuevo Testamento por parte de los reformadores protestantes del siglo 16 representó la salida de la luz, tras la larga noche que para las almas significó la religión cristiana durante el medioevo.

El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero clavó las noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, principalmente como un modo de llevar a debate teológico la doctrina subyacente en la venta de indulgencias, medio con el que el pontífice romano esperaba financiar la culminación de la Basílica de San Pedro en Roma. La venta de indulgencias fue enormemente promocionada en Alemania por un grupo de frailes dominicos encabezados por Juan Tetzel, personaje recordado en los textos de historia cristiana precisamente por ser un comerciante de religión que disparó la Reforma llevada adelante por Lutero. Se pretendía que estas indulgencias, es decir, certificados de perdón de pecados concedidos por el papa a cambio de dinero, dejaban al pecador (comprador), “más limpio que Adán antes de caer” (1), e incluso que también beneficiaban a quienes se hallaban en el Purgatorio, lugar temporal de tormento donde, según la doctrina católica de la época, las almas de los difuntos terminaban de “purificarse” de sus pecados. En las ciudades alemanas resonaba la afirmación de Tetzel, que ningún historiador protestante deja de citar, en relación a Lutero y la Reforma: “Tan pronto como la moneda suena en el cofre, el alma sale del purgatorio” (1).  Ahora bien, aunque la figura de Martín Lutero es la quizás la más representativa de la Reforma Protestante, no fue en modo alguno el único iniciador del movimiento que arrancaría buena parte de la cristiandad de la sujeción a la Iglesia Católica Romana. Ya hemos mencionado el calvinismo, que tomó su nombre de Juan Calvino, el otro gran nombre de la Reforma del siglo 16; menos pasional que Lutero tal vez, pero teólogo brillante, polemista, hombre de Dios espiritual y consagrado, y autor de obras teológicas de gran peso, entre las que destacan los Institutos de la Religión Cristiana, que hasta el día de hoy es un libro de gran influencia en las Iglesias Reformadas (2). Otros nombres se añaden a esta lista, como Ulrico Zwinglio, Felipe Melanchton, Juan Knox, Guillermo Farel, y aún otros, en cuya historia no es del caso entrar ahora, pues esto no es un estudio histórico. Sí es del caso reflexionar sobre el fenómeno que se dio en esa primera mitad del siglo 16: la aparición casi simultánea, en diversos puntos de la cristiandad, de hombres que levantaron la voz contra lo que consideraron errores de la religión oficial, y procuraron volver a las enseñanzas del evangelio tal como están contenidas en el Nuevo Testamento de la Biblia.

Evidentemente, no fue una casualidad que todos esos hombres aparecieran en ese momento de la historia, pugnando por lograr una reforma de la Iglesia. En realidad, podría decirse que los reformadores del siglo 16 fueron los sucesores de otros hombres que a lo largo del tiempo intentaron corregir las desviaciones, doctrinas erróneas, fábulas y supersticiones que al correr de los siglos se habían ido infiltrando en los dogmas de la Iglesia oficial; hombres que habían sido calificados de herejes, siendo perseguidos, y muriendo varios de ellos, ejecutados bajo la acusación de herejía. Ejemplo notable fue Juan Hus, condenado a muerte en la hoguera por el Concilio de Constanza (3), un poco más de cien años antes del inicio de la Reforma, o también los discípulos de Juan Wycliffe, reformador inglés del siglo 14, conocidos como los lolardos, muchos de los cuales sufrieron persecución(4). En el siglo 16 la civilización cristiana occidental había cambiado; el Renacimiento, los grandes inventos del siglo 15 y el descubrimiento del Nuevo Mundo, entre otras cosas, estaban revolucionando las perspectivas, los horizontes y la forma de pensar de las gentes. La Iglesia perdió el brazo secular en muchas regiones, sobre todo en el norte de Europa, y esto indiscutiblemente favoreció el avance de la obra de los reformadores, que sobre todo en Alemania tuvieron la protección de príncipes y nobles, en parte por convicción religiosa, y en parte, es verdad, por conveniencia política, pues la lucha por el poder entre el sacro imperio romano germánico y el papado llevaba ya varios siglos, y continuaba. La protección de quienes detentaban el poder secular, o su negativa a cumplir las órdenes procedentes de Roma, en cuanto a apresar, juzgar y ejecutar a los reformadores, sin duda también influyó en la proliferación de pensadores cristianos que, alzando su voz en desacuerdo contra los dogmas de la Iglesia Católica, contribuyeron a extender la Reforma Protestante, volviéndola definitivamente imparable para Roma.

Resulta interesante que la Reforma Protestante indirectamente consiguió parte de lo que se proponían originalmente reformadores como Lutero y Calvino; es decir, “reformar” la Iglesia permaneciendo dentro de ella. La Contrarreforma, movimiento que comenzó en el siglo 16, y se extendió hasta el siglo 17, permaneció dentro de la Iglesia Católica Romana, y apuntó fundamentalmente a lograr una reforma moral, corregir abusos, profundizar la vida religiosa, elevar el nivel de los clérigos, y fomentar la expansión misionera, pero en lo que tiene que ver con las cuestiones doctrinales, “no tenía intención de hacer concesiones al protestantismo” (5). Efectivamente, la reforma disparada por el rechazo del abuso que representaba la actividad de los mercaderes de indulgencias como Tetzel, pronto derivó en una intensa actividad intelectual y teológica; el redescubrimiento del evangelio, tal como está en la Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento, llevó a Lutero y otros reformadores a cuestionar las enseñanzas de la Iglesia Oficial acerca de un punto tan fundamental de la doctrina cristiana como es el perdón de pecados y la salvación eterna. Los principios doctrinales que identificarían la teología protestante a partir de entonces: sola fide, sola gratia, sola scriptura, nos dan la pauta de cuáles eran sus doctrinas acerca de la salvación del pecador perdido. Muy resumidamente, porque esto tampoco es un artículo teológico, sola fide o solo por la fe en Cristo, y en ningún otro, el pecador recibe el perdón de sus pecados; sola fide también puede entenderse como salvación solo por la fe, y no por las obras (buenas obras de caridad, penitencia, etc.) tal como la Iglesia Católica enseñaba; en este caso se superpone con la siguiente afirmación, sola gratia o solo por la gracia (el favor no merecido, la bendición no ganada por ningún medio al alcance humano) de Dios, el pecador es perdonado, salvo y redimido de la condenación. Y por último, sola scriptura o solo las Sagradas Escrituras de la Biblia constituyen la Palabra de Dios divinamente inspirada, y por lo tanto revestidas de autoridad de lo alto para ser guía de fe y conducta para el cristiano; esto en contraposición a los escritos de los teólogos, y al magisterio de la Iglesia, es decir, las Escrituras interpretadas por la Iglesia, interpretación que los cristianos debían aceptar sin cuestionamientos, pues constituía la enseñanza oficial, el “dogma” de fe.

Merece destacarse que los principios doctrinales de la Reforma Protestante, solo la fe, solo la gracia, solo las Escrituras, constituyen aún hoy el fundamento de la teología protestante de corte evangélico. Es decir, las Iglesias Evangélicas de diversas confesiones predican el evangelio llamando al pecador al arrepentimiento para recibir perdón y salvación eterna solo por la fe en Cristo, solo por la gracia de Dios, sin merecimiento alguno por parte del pecador, y adoptando solo la Santa Biblia como guía de fe y conducta para el resto de su vida, vida que ha de vivir como cristiano, “con Cristo en el corazón”. Parece, pues, pertinente recordar que la recuperación del evangelio tal como lo predicaron Cristo y los apóstoles, ese evangelio que hoy predicamos y que redime, transforma vidas y da plenitud a quién abre su corazón a la fe en Jesucristo, se logró por hombres que enfrentaron el poder eclesiástico establecido, y que incluso antes de saber que el poder secular les apoyaría y protegería, por amor a la verdad de Dios que habían encontrado en su Palabra, desafiaron la ira de la Iglesia Oficial, y su intento de destruirlos. Al respecto de esto leemos: “lo que resulta notable es la confianza que estos reformadores tuvieron en la Palabra de Dios, no solo para darles la razón y la victoria, sino también para producir la reforma que toda la iglesia necesitaba, y de la cual lo que ellos hacían no era más que el preámbulo” (6). Esa confianza fue lo que permitió que muchos protestantes apuraran persecución y martirio, como los hugonotes de Francia, masacrados en número de cincuenta mil en una sola noche, la de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572, o aquellos que caían en las garras de la Inquisición, un producto medieval revitalizado por el Concilio de Trento y la Contrarreforma.

La libertad que hoy tenemos los cristianos evangélicos para leer las Sagradas Escrituras, la libertad para tener la Biblia en nuestras casas, la libertad para reunirnos como creyentes a predicar y vivir el evangelio tal como está escrito en el Nuevo Testamento, es decir, vivir nuestra experiencia con Cristo de un modo “evangélico”, el sabernos libres del pecado, perdonados, redimidos, salvos por la fe en la obra perfecta y completa de Jesucristo, sin las agobiantes e imposibles imposiciones que la religión oficial otrora impuso a las conciencias de los creyentes para “ganar” o “merecer” la salvación, son productos, beneficios y bendiciones de la Reforma Protestante, que implicaron gran peligro, sufrimiento, segregación y humillación para generaciones de creyentes cristianos que nos precedieron en otros tiempos, y derramamiento de sangre para muchos de ellos.

Que nuestra profesión de fe en Jesucristo y nuestra vida cristiana sean dignas de semejante pasado.

(1) González JL, Martín Lutero: Camino hacia la Reforma. En Historia del Cristianismo, Tomo 2. Editorial Unilit; Colombia, 1994. Pág.33-44.

(2) Vila S, Santamaría D, Calvino. En Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia. Editorial Clie; España, 1979. Pág. 253.

(3) Spinka M, Hus Juan. En Diccionario de Historia de la Iglesia. Editorial Caribe; Colombia, 1989. Pág. 538-540.

(4) Clouse RG, Lolardos. En Diccionario de Historia de la Iglesia. Editorial Caribe; Colombia, 1989. Pág.670.

(5) Toon P, Contrarreforma. En Diccionario de Historia de la Iglesia. Editorial Caribe; Colombia, 1989. Pág. 289-290.

(6) González JL, Una edad convulsa. En Historia del Cristianismo, Tomo 2. Editorial Unilit; Colombia, 1994. Pág. 129-132.

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

11 Comments

  1. Alfredo dice:

    ¡¡¡¡¡¡DIOS LEVANTE EN URUGUAY A “UN LUTERO” PARA ESCRIBIR NUEVAS TESIS “ANTE EL MANOSEO DE APOSTOLES, MESIAS, Y PROFETAS FALSOS”!!!!!!

  2. Godofredo dice:

    ¿Se imaginan el mundo sin Lutero? millones de “creyentes” habrían perdido su salvación por desconocer lo que dice la Biblia, el texto Biblico que cambio al mundo.

    “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” Rom 1.17

  3. elarrosa dice:

    Que la obsesión por Halloween no nos haga olvidar esta importante celebración que ¡sí debemos promover! Reforma Protestante: Sola Fe, Sola Gracia y Sola Escritura… recuperemos la luz del evangelio.

  4. Sonia Aldama dice:

    AMÉN‼HACE 14 AÑOS Y MESES CONOCI Y ACEPTE A CRISTO COMO ÚNICO Y SUFICIENTE SALVADOR Y SOY BENDECIDIDA POR SERVIRLE‼ MUY CLARO TODO LO REDACTADO Y QUIERA DIOS ABRIR EL ENTENDIMIENTO DE QUIENES AUN ANDAN EN TINIEBLAS COMO LOS QUE CELEBRAN HALLOWEEN.

  5. elarrosa dice:

    Ante tantas cosas que quieren cautivar nuestras conciencias (ideologías, partidos políticos, filosofías, consumismo, placeres, modas y cuanto más) que lo único que cautive nuestra mente sea la autoridad de La Biblia, palabra de Dios. Esteban Larrosa

    • Mariano dice:

      Esteban, ese comentario que también publicaste en una red social, si lo entendí bien, es una de las pocas voces evangélicas que escuché en este año advertir sobre la politización de la fe. Estoy hablando de este politicismo que hace que cristianos salgan a las calles, a los medios de comunicación y a las redes sociales a hacer bajada de línea sobre sus orientaciones. Y que para colmo citan versículos justificando por qué hay que votar tal o cual cosa.

      Si pueden un día analicen en el programa Lucas 13:1-5. Leyendo algunos comentarios al pie, me parece que fue uno de los tironeos políticos más fuertes que sufrió y sorteó Jesús, aparte de la cuestión del tributo. Primero vienen los nacionalistas judíos para que Jesús por lo menos dijera algo sobre sus mártires galileos. La respuesta del Señor seguro que hoy sería tachada de insensible, aislacionista, etc.

      Sin embargo, antes de que los pro-Roma empezaran a aplaudir, Jesús habla sobre la caída de la torre de Siloé. La pista vendría por el lado de que esa torre fue -junto a un acueducto- un proyecto también de Pilato, con fondos mal habidos, símbolo del oficialismo romano, y despreciada por los judíos nacionalistas. Cuando cayó la torre y murieron los “colaboracionistas” que trabajaban allí, quizás los nacionalistas lo vieron como un juicio de Dios quien apoyaba su causa. Jesús confirma que su muerte fue trágica como la de los galileos, pero que no eran más pecadores que los otros incrédulos.

      Resumiendo, tenemos al menos 2 grupos de interés ante el Maestro, antagónicos, buscando Su simpatía o su adhesión, pero Jesús llama a todos a arrepentimiento personal, y no excusarse en lo colectivo. Por supuesto, chequeen las fuentes, el griego, el contexto histórico, por ahora lo de la torre es una hipótesis que tengo sin confirmar. Bendiciones.

  6. victor dice:

    Estimado Dr. Pandiani: Recientemente me he separado de la Iglesia de Roma, fui un Católico de ¨cuna¨engañado por mas de 50 años. Hoy con mi esposa he recibido a Cristo Jesus en mi corázón sin dudar , mis pecados han sido perdonados, reconociendo en el El a mi unico Señor y Salvador. Esto tan simple para los Cristianos Protestantes, me averguenza no haberlo cultivado en mi espiritu, pese a se un profesional supuestamente preparado en el intelecto. De aquella jactancia y soberbia del erudito, perdí el camino y hoy soy un siervo del Señor. He comprendido su palabra maravillosa y trabajo para su obra Gracias por su mensaje, magnifico y esclarecedor. Dios lo bendiga.

  7. Leonel dice:

    Los felicito por tratar estos temas y rescatar el evento historico de la Reforma. Creo que seria muy positivo para la iglesia de hoy que las doctrinas de la Reforma se recuperaran y se predicaran desde el pulpito. Son doctrinas sanas que “curan” de verdad la “enfermedad” del pecado en el hombre.

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