Lo que distrae a las multitudes
13 junio 2013“A través de la Biblia”
13 junio 2013Con motivo de la realización de la consulta popular del 23 de junio de 2013 en Uruguay, publicamos este esclarecedor artículo del Pr. Salvador Dellutri que refleja la opinión de quienes trabajamos en RTM Uruguay en referencia al aborto y su despenalización mediante la ley conocida como “Interrupción voluntaria del emabarazo”.
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Ernesto Sábato escribió un lúcido ensayo sobre nuestra realidad cuyo título es toda una definición: Nuestro tiempo del desprecio, donde señala: Esta crisis no es la crisis del sistema capitalista, como muchos imaginan: es la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del hombre (…) Iluministas y progresistas echaron las bases, sin saberlo, de la angustia de este tiempo de la objetivación y la desacralización. La naturaleza, apenas materia para ser explotada. Y el cuerpo del hombre, por pertenecer a la naturaleza, termina por ser considerado como un objeto más.
En nuestra sociedad, altamente tecnificada y desarrollada, sin que nos percatáramos, la vida se ha ido desvalorizando paulatinamente. Cada día el aluvión informativo trae una profusión de casos luctuosos que finalmente, por ser cotidianos, dejaron de impresionarnos y nos resignamos a que la realidad es inmodificable. La presencia cotidiana de la muerte nos ha ido anestesiando.
André Malraux, en las páginas finales de “La Condición Humana” presenta una paradoja perfecta, aplicada a la China ensangrentada de la tercera década del siglo XX, pero extrañamente tiene vigencia en nuestra sociedad. Malraux dice: Una vida no vale nada, pero nada vale más que una vida.
Las sociedades, sin darse cuenta, avanzan en el desprecio por la vida. Lo comprobé recorriendo América Latina y viendo los efectos de la droga, el alcohol, la violencia política, la lucha de carteles. Y en muchas oportunidades escuché de labios de gente conmovida la primera parte de la frase de Malroux: Una vida no vale nada…
El valor supremo es la vida. En la rígida ley mosaica, defensora a ultranza de la verdad, sin embargo cuando está en juego la vida, hasta ella debe resignarse a ocupar un segundo lugar.
En el mundo precristiano la vida había ido perdiendo su valor. Entre los romanos el circo fue la expresión más evidente de su desvalorización. Lo que había comenzado como un juego de habilidades derivó en un festín de sangre donde se tiraban hombres y mujeres vivos a las fieras hambrientas y el populacho disfrutaba viendo como se destrozaban los cuerpos. La vida había perdido su sacralidad.
La llegada del cristianismo volvió a poner las cosas en su lugar, la vida, en cualquiera de sus estados, comenzó a ser sagrada porque cada ser humano estaba hecho a la imagen de Dios, era un ser único e irrepetible que debía ser respetado como tal.
Este principio de sacralidad de la vida hizo que en el siglo IV una cristiana, Fabiola, creara el primer hospital de la historia. Durante la Edad Media los cristianos llenaron Europa de hospitales en los cuales se practicaba principios elementales de higiene como lavar las heridas con agua limpia, recetar dietas y calefaccionar los cuartos de los enfermos. En el Siglo II Giacomo redactó una carta pastoral indicando que si un cristiano enfermaba se debía comunicar a los presbíteros o a los diáconos para que lo atendieran en sus necesidades y en el siglo IV Basilio, obispo de Cesarea, creó un hospicio donde servían mujeres, el antecedente más antiguo de la enfermería femenina.
San Benito de Nurcia, creador de la orden de los benedictinos, estableció enfermerías en los monasterios de Monte Casino, Subisa y Salerno. En este último enclave tuvo su origen la famosa escuela médica salernitana. Y es justicia recordar que los primeros leprosarios que brindaron asistencia humanitaria también fueron obra de los cristianos.
Es asombroso que una cultura que sembró durante siglos el respeto por la vida hoy la vea desvalorizada. Pero si hurgamos un poco en la historia veremos que no es incomprensible.
Federico Nietzsche sostenía que para alcanzar su meta el hombre debe evolucionar mediante la inversión de valores. Creía en el valor supremo de la vida, pero entendido como vida en plenitud, sana y fuerte, por lo tanto renegaba de la compasión para con el enfermo o el débil. Para el filósofo alemán los valores cristianos como la piedad, la humildad, la sumisión o la caridad eran la corrupción de la vida porque con ellos se defiende al débil, al enfermo o al discapacitado. La moral del superhombre no podía aceptar esos valores y tiene que volver al paganismo. Esta forma de pensar se cristalizó en la Alemania Nazi y sus resultados están a la vista.
El problema presente es que estamos viviendo un grave proceso de desacralización de la cultura. Estamos ante un estado de rebelión, donde el hombre no solo se levanta contra las leyes morales, sino también contra las leyes naturales y elabora huecas filosofías para justificarse.
El peligroso avance del pensamiento humanista, en su afán de enfatizar la libertad y los derechos individuales, termina por invalidar la responsabilidad y conculcar los derechos ajenos. Frecuentemente se quiere evadir la discusión y el diálogo profundo y documentado sobre temas tan importantes como el aborto o la eutanasia.
Aquí es donde se hace evidente la hipocresía de los líderes y dirigentes de nuestra sociedad, justamente preocupados por pingüinos empetrolados, osos pandas y ballenas en extinción, justamente ansiosos por defender los derechos humanos de terroristas y delincuentes, pero sordos al gemido ahogado de cincuenta millones de voces a las que se les niega del derecho más elemental: El derecho a la vida.
Quiero concluir citando al documento del Dr. Tabaré Vázquez cuando vetó la ley del aborto. En forma ejemplar tomó distancia de toda actitud demagógica o pragmática, para ir al fondo de la cuestión y concluye con una afirmación magistral: El verdadero grado de civilización de una nación se mide en cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más, a los más débiles. Porque el criterio no es ya el valor del sujeto en función de los afectos que suscita en los demás, o de la utilidad que presta, sino el valor que resulta de su mera existencia.
Salvador Dellutri
Nota: Artículo publicado originalmente en la revista que llevó el nombre del título de esta columna, en Montevideo (Agosto 2011) y que en esa publicación fue titulado como “El bien mayor”. En esta ocasión mantenemos el titulo que usó originalmente su autor. Usado con su permiso.
Salvador Dellutri integra el equipo de “Tierra Firme” y es la voz de “Los grandes Temas”, programas producidos por Radio Trans Mundial, www.tierrafirmertm.org Además, es pastor en la Iglesia de la Esperanza, en la ciudad de San Miguel, Buenos Aires – República Argentina.
3 Comments
Muy esclarecedoras las palabras del Pr.Dellutri. La vida es un bien preciado, muchas veces le asignamos el valor de milagro. Somos parte de la Creación del Altísimo y no podemos decidir por nosotros si vivimos o morimos, mucho menos decidir que el otro no viva.
Gracias por este artículo y por la sabiduría y valores que trasmite.
gracias por este articulo porque necesito material para realizar un proyecto escolar sobre los valores ciudadanos y este me aporta en especial sobre el DESPRECIO. Sigan publicando articulos como estos , gracias otra vez por su tiempo y dedicacion
¡Sí a la vida! ¡Es un bien hermoso que Dios nos ha regalado!