Narrativa de ficción y evangelismo – 1
13 junio 2013Narrativa de ficción y evangelismo – 3
13 junio 2013¿Qué clases de historias pueden utilizarse, ser válidas, ser legítimas para perseguir los objetivos mencionados en la entrega anterior? Generalmente la narrativa de ficción cristiana ha recurrido a la novela histórica, sobre todo la ambientada en tiempos bíblicos o en el período de la Iglesia Primitiva durante el Imperio Romano. También las hay policiales, románticas, de suspenso, de aventuras, de espionaje, e incluso fantásticas; dentro de estas últimas, sobre todo de misterio sobrenatural y terror. Pero ahora, en este breve artículo, querría dirigir la atención a un subgénero narrativo poco explorado y usado en la novela cristiana, por lo menos en español: la ciencia ficción.
La ciencia ficción ha sido definida de múltiples maneras; una buena definición es la que dan Eduardo Gallego y Guillem Sánchez en el ensayo ¿QUÉ ES LA CIENCIA-FICCIÓN?: “La ciencia ficción es un género de narraciones imaginarias que no pueden darse en el mundo que conocemos, debido a una transformación del escenario narrativo, basado en una alteración de coordenadas científicas, espaciales, temporales, sociales o descriptivas, pero de tal modo que lo relatado es aceptable como especulación racional” (tomado de Glosario de ciencia ficción; www.ciencia-ficcion.com/glosario/c/cienficc.htm – España). En síntesis y según esta definición: no es posible ahora, pero podría ser posible algún día. Esta definición nos muestra que la literatura (y el cine) de ciencia ficción es algo más que cosas como “La guerra de las galaxias” y otras historias semejantes, en las cuales naves que vuelan por el espacio se disparan rayos multicolores unas a otras.
El tenor general de la ciencia ficción siempre ha estado inclinado hacia lo anticristiano; si no abiertamente, sí por lo menos ignorando o considerando “superada” la herencia cristiana que mantiene su impronta en la cultura del mundo occidental. Los grandes exponentes de la ciencia ficción (la vasta mayoría anglosajones), han sido o miembros de una profesión vinculada a la ciencia (bioquímicos, físicos, astrónomos, astrofísicos), o decididos partidarios de “lo científico” como garante de progreso, superación y resolución de todos los problemas y males que enfrenta la humanidad; entre los cuales está, por supuesto, la esclavitud provocada por las antiguas creencias religiosas, con su carga de ignorancia, superstición, freno al progreso, intolerancia y odio que conduce a enfrentamientos y guerras. No es de extrañar entonces que el mensaje trasmitido por tales autores a través de sus mundos imaginarios (pero aceptables como especulación racional), haya sido y siga siendo, en el mejor de los casos, una negación tácita de la cosmología cristiana basada en la Biblia. Tal vez un prototipo de esta actitud sea una de la novelas más famosas del género, llevada al cine en los años sesenta del siglo 20: 2001, Odisea del Espacio, de Arthur C. Clarke. En esta novela la teoría de la evolución (al parecer casi universalmente aceptada por la comunidad científica como una verdad incuestionable), no está abierta a discusión alguna; ahí vemos a los antepasados del homo sapiens, tres millones de años antes de nuestra era, como monos humanoides, cuya primitiva inteligencia es estimulada por una intervención llegada del cielo (aunque no divina), favoreciendo un desarrollo que culminará, millones de años después, en el ser humano. Pero se plantea esa misma evolución como el proceso que habría llevado a la raza extraterrestre que visitó la Tierra tres millones de años atrás, de ser frágiles entidades biológicas, surgidas del caldo orgánico primordial de algún mundo, a una civilización avanzada, capaz de viajar por la galaxia, transformándose después en seres robóticos, mentes residentes en cuerpos electrónicos más duraderos que los biológicos, para finalmente, cuando los humanos recién habían logrado posar su pie en la Luna, llegar a ser entes de energía pura, eternos y poderosos como dioses, y capaces de decidir “desapasionadamente” la suerte y el destino de otras razas más primitivas, existentes en la galaxia. Clarke nos dice en los comienzos de su novela, tal vez enigmáticamente o tal vez haciendo una broma en función de lo que nos prepara, que los seres humanos, en el proceso de la evolución de su inteligencia, poblarían, “no del todo inexactamente”, el cielo de dioses.
En semejante universo, poblado por seres extraterrestres inmateriales que vuelan como fantasmas por el espacio interestelar, el concepto de Dios como Creador de todas las cosas se convierte en el subproducto de la mente humana – una mente aún primitiva y en evolución – y todo el esquema cristiano simplemente desaparece frente a la abrumadora realidad que el autor nos presenta de un cosmos inconmensurable, gobernado por inteligencias frías y extrañas. Arthur C. Clarke es el autor de otra novela llamada El final de la infancia, en la cual la Tierra es visitada finalmente por una raza extraterrestre más avanzada, pero absolutamente benevolente, dispuesta a compartir con nosotros sus conocimientos superiores para resolver los problemas de la humanidad. El gran problema está en el aspecto físico de los extraterrestres: son idénticos a los antiguos demonios de las pinturas medievales. Acerca de El final de la infancia leemos: Arthur C. Clarke deja bien claro en esta novela que su bandera es el ateísmo. Señala con dedo acusador a la religión, la más común superstición del ser humano, como principal obstáculo para el avance de la especie, a la vez que propone a la ciencia como tabla salvadora de la humanidad, la cual no es más que un anónimo grano de arena sujeto a la irrevocabilidad de los grandes acontecimientos (www.bibliopolis.org/resenas/rese0016.htm).
En el universo de la Fundación, de Isaac Asimov, la humanidad habita todos los mundos de la Vía Láctea, unida bajo un Imperio Galáctico que ya lleva más de doce mil años de existencia. La Tierra como cuna de la humanidad ha quedado perdida en las brumas de un pasado remoto, y ya nadie se acuerda de dónde está situada siquiera. Los planes de Dios para este mundo, por lo tanto, también han desaparecido, disueltos por el paso de los milenios. Cuando el Imperio Galáctico se derrumba (parte de la historia inspirada, según reconoció el autor, en la caída del Imperio Romano), la Fundación se erige como núcleo de la futura civilización; para lograrlo, debe dominar los reinos vecinos, y uno de los más efectivos métodos que utiliza para lograr esa dominación es el desarrollo de una religión, de la cual el centro sagrado e intocable es la misma Fundación (poco original alusión al surgimiento de la Roma papal desde los escombros del Imperio Romano, y su dominación de los reinos cristianos durante siglos). Dios, en tanto, está absolutamente ausente del universo de la Fundación, y al final de todo, resulta ser un robot, creación humana, el que durante miles de años ha guiado el desarrollo de la historia humana, para bien del hombre.
También recuerda el accionar de la Roma papal el argumento de la célebre novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451. En dicha novela, en un futuro distópico los bomberos no se dedican a apagar incendios: los provocan. Fahrenheit 451, según esta novela popularizó, es la temperatura a la que arde el papel de los libros. Cuando se detecta que alguien tiene libros en su casa, el personal de guardia de la estación de bomberos acude de inmediato y quema todo. Si el dueño de los libros quiere proteger los mismos, o no quiere abandonar el lugar, es también incinerado. Cabe preguntarse si Bradbury no se habrá inspirado para escribir el argumento de esta novela en los procedimientos de la Inquisición y otros agentes al servicio del Papa, que confiscaban y quemaban toda literatura prohibida por Roma, incluyendo Biblias protestantes traducidas al lenguaje popular (algo vedado en siglos pasados), pudiendo terminar también en la hoguera los autores de tales libros, y quienes los poseían o distribuían, así como los colportores de las Biblias. Merece mencionarse que el protagonista de Fahrenheit 451 es un bombero que realiza su trabajo como todos los demás, hasta que aparecen paulatinamente dudas que lo obligan a replantearse la legitimidad del sistema que defiende, convenciéndose finalmente de lo aberrante del mismo, tras lo cual huye y se une a unos refugiados que todavía preservan la cultura de los libros. Si Bradbury tuvo en mente a tantos sacerdotes, frailes y laicos que renegaron del catolicismo intransigente y violento de aquellos siglos, volviéndose a Cristo y a la Palabra de Dios contenida en la Biblia, eso sería un punto a su favor.
De la actitud general de los autores clásicos de ciencia ficción hacia el cristianismo o la religión en general, surge también cual será la moralidad exhibida en tales obras. Más allá del enfoque dado al sexo, tan vulgarizado como en cualquier otro género (baste recordar la forma en que los personajes de las novelas en general fornican y adulteran como en cualquier telenovela barata de hoy en día, o hasta participan en matrimonios polígamos, social y legalmente aceptados, como esboza Clarke en Cita con Rama), las características generales de los personajes, particularmente de los protagonistas, reflejan las características de los autores, o su ideal del hombre, del ser humano como debería ser. Habitualmente los protagonistas, sean virtuosos o viciosos, nobles o ruines, y los héroes, son ateos, o en el mejor de los casos agnósticos; tienen una mente práctica, “científica”, y una muy despierta inteligencia, pero raramente son religiosos o personas de fe. Los protagonistas y héroes, con los cuales el lector puede sentirse identificado, o procurar identificarse, imitándolos en todo o en parte, tienen valores y principios morales vagos, y aunque exhiban una ética sólida, no se sabe en qué está fundamentada. En síntesis, es evidente que su modelo no es Jesús de Nazaret, ni su ideal coincide con el ideal cristiano de vida.
Luego de referir estos pocos ejemplos (sólo mencionamos tres de los grandes maestros de la ciencia ficción anglosajona), y en el contexto de este breve artículo, surge la pregunta: ¿puede la narrativa cristiana incursionar exitosamente en el subgénero de ciencia ficción? Entendiendo por exitoso, a los efectos de esta reflexión, lograr el objetivo de la narrativa cristiana de ficción, el cual es, como dijimos, trasmitir al lector el mensaje del evangelio de Jesús y los principios de la Palabra de Dios, ¿podría tener éxito, en la búsqueda de tal objetivo, una historia de ficción ambientada en un futuro distópico, en una civilización espacial o galáctica, en la aventura de exploración de un planeta desconocido, o en una Tierra invadida por extraterrestres malintencionados y pendencieros?
En la próxima semana hablaremos sobre esto.
* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario. Adaptado del artículo homónimo publicado en iglesiaenmarcha.net, en setiembre de 2011).
(Adaptado del artículo homónimo publicado en iglesiaenmarcha.net, en junio de 2012).