Las matemáticas antipáticas del aborto

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aborto-20Por: Dr. Álvaro Pandiani*

No podía dejar de llamar la atención el titular del diario La República, de Montevideo, del 18 de junio pasado. Y no podía ser de otra manera, pues los titulares están diseñados para atrapar la atención del potencial lector – comprador del diario. Decía: 13 abortos legales por día, el 10% desiste (www.republica.com.uy/13-abortos-legales-por-dia). La nota destaca que el primer mes de vigencia de la ley que despenalizó la interrupción del embarazo – diciembre de 2012 –, se realizaron doscientos abortos, y un 20% de las mujeres que manifestaron inicialmente su voluntad de abortar, finalmente desistieron de hacerlo. En el momento actual, según destacan ese y otros medios de prensa, se estarían realizando unos cuatrocientos abortos al mes (más exactamente, si son trece por día, trescientos noventa); es decir que el número de abortos se duplicó, cayendo a la mitad la cantidad de mujeres que desiste. Todo esto contradice groseramente lo afirmado por Leonel Briozzo, subsecretario de Salud Pública – reconocido partidario de la ley de aborto, que es citado por la nota – quién en enero pasado dijo que esta conflictiva ley “no es una ley pro aborto”, según aseveraban los opositores. Contradicción manifiesta, pese a que generalmente el citado medio de prensa estructura sus notas – y titulares – dando bombos y platillos al actual gobierno del Frente Amplio.

Aunque tal vez el subsecretario Briozzo tenga razón en el sentido de que esta ley no es “pro aborto”, pues hay otra contradicción grosera entre esto último, y algo dicho por el propio Briozzo. Según el diputado Pablo Abdala del Partido Nacional, uno de los impulsores del referéndum para derogar la ley de aborto, Briozzo habría dicho que en el Uruguay se practicaban treinta mil abortos anuales (www.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?203754,1,1149‎). Eso de los treinta mil abortos anuales – abortos ilegales practicados en forma clandestina – lo venimos escuchando en realidad desde hace años, puesto en el tapete cada vez que el parlamento uruguayo debatía un proyecto de ley de despenalización del aborto. Era una cifra estimada. Implicaba que en nuestro país se realizaban unos dos mil quinientos abortos al mes; muchos de ellos, destacaban los defensores de la despenalización del aborto, hechos en forma precaria, en condiciones de higiene deplorable, incluso practicados por personas sin los conocimientos técnicos adecuados. Como resultado de esta situación, muchas mujeres morían de las complicaciones – fundamentalmente infecciosas y hemorrágicas – provocadas por la maniobra abortiva. Dada la existencia de clínicas abortivas clandestinas en las que las condiciones eran mucho mejores, “atendidas” por algunos ginecólogos – verdaderos tránsfugas de la profesión médica, que se enriquecían practicando este crimen – y en las que hacerse el aborto era muy costoso, se daba, nos seguían diciendo los partidarios del aborto legal, la situación de que mujeres de buen poder adquisitivo se practicaban el aborto en dichas clínicas clandestinas “seguras”, mientras que las mujeres pobres debían recurrir a un aborto en peores condiciones, a riesgo de graves complicaciones que podían costarles la vida. Se daba entonces una suerte de “injusticia social”, en la que el esclarecido ideario de izquierda veía una nueva edición de la lucha de clases. El problema básico de por qué la mujer decidía abortar – a sabiendas de que dicho acto constituye un crimen – y qué hacer para evitar la muerte del niño no nacido que llevaba en su vientre, pasó sistemáticamente a un segundo plano, quizás por profundo y complejo, con ribetes morales engorrosos, o tal vez por lisa y llana indiferencia ante la vida, sobre todo la vida de otro; de otro que no puede levantar la voz, defenderse y reclamar sus derechos.

La llegada al mercado farmacéutico del misoprostol, fármaco originalmente pensado para el tratamiento de la enfermedad ulcerosa gástrica, pero también eficaz abortivo, trajo un cambio; en efecto, dado que el fármaco provocaba la expulsión del feto sin maniobras quirúrgicas, el aborto clandestino comenzó a provocar cada vez menos muertes. Al menos, esto fue destacado por el Dr. Briozzo, al decir refiriéndose a este uso del misoprostol (en una época en que el aborto no era legal, y por lo tanto, todavía un delito): “hace cuatro años que no muere una mujer por aborto en Uruguay y nadie puede desconocerlo” (eldiario.com.uy/…/lesgiladores-blancos-critican-dichos-de-leonel-briozzo). Aún así, el aborto siguió siendo un delito en Uruguay hasta el año pasado; sin embargo, en el año 2004 fue puesto en funcionamiento en el Hospital Pereyra Rossell de Montevideo un programa de asesoramiento a la maternidad en riesgo – establecido por ordenanza 369/04 del Ministerio de Salud Pública –, para “las mujeres que desean abortar. En la práctica, se les aconseja cómo realizar un aborto farmacológico, usando misoprostol” (fundacionwilsonferreira.org/). Según el informe Diagnóstico sobre la Familia en el Uruguay de la Fundación Wilson Ferreira, este “asesoramiento”, que no recetaba ni indicaba a la mujer que quería un aborto el misoprostol (pues, se reitera, el aborto aún era delito), pero sí se lo recomendaba para que lo consiguiera como pudiera, fue denunciado por particulares, pero sin que las autoridades dieran respuesta.

Indudablemente, no podemos ser insensibles a un aspecto trágico del problema del aborto clandestino, como es la muerte de aquella mujer que, por no poder pagarse el aborto en una clínica (clandestina) de buen nivel, recurría a maniobras abortivas más precarias, y por ende, peligrosas. No, no podemos, ni aunque la mujer haya pagado con su vida lo que en definitiva es, a nuestro entender, perpetrar un asesinato – el de su hijo no nacido – pues como cristianos no estamos puestos para ser jueces, sino para anunciar las buenas noticias del amor y el perdón de Dios en Jesucristo. Es decir, no podemos cometer el error que la Iglesia ha cometido tantas veces, con calamitosas consecuencias, a lo largo de la historia. Si decimos defender la vida, y por eso insistimos en que la legislación debe proteger al niño no nacido, también deben interesarnos las vidas de las mujeres. Porque el cristianismo primitivo se caracterizó, en una era de machismo misógino a ultranza en la que pocas mujeres lograban destacar, por valorizar a la mujer. Sería interesante ver qué líder o fundador de una religión tuvo mujeres entre sus seguidores, como sí las tuvo Jesús de Nazaret. Es verdad que entre su círculo más íntimo, los doce apóstoles, no hubo mujeres; quizás eso habría sido violentar demasiado las costumbres de la época. Pero también es cierto que los evangelios mencionan varias mujeres vinculadas con su ministerio, no sólo como servidoras, sino también como receptoras de sus enseñanzas; paradigma de las mismas fue María de Betania, a la cual Jesús defendió cuando tanto una mujer (Lucas 10:38-42), como un hombre (Juan 12:1-8), quisieron cuestionar o condenar. Como cristianos, seguidores del auténtico espíritu de Jesucristo, deberíamos reconocer siempre a la mujer su incuestionable e inestimable valor.

Pero volviendo al tema de los treinta mil abortos clandestinos anuales, del que surgió toda la preocupante reflexión acerca de la gran cantidad de mujeres que se practicaban abortos, y el gran número que moría en nuestro país por prácticas abortivas en condiciones precarias, eje fundamental de los partidarios a favor del aborto, la realidad que muestran estos meses de vigencia de la ley de aborto hace que, para usar una expresión común, no nos cierren los números. Porque treinta mil abortos anuales implica, como dijimos, que en el Uruguay se practicaban dos mil quinientos abortos al mes en forma clandestina. Y una vez hecho legal el aborto, sólo se practican cuatrocientos al mes, según cifras oficiales del Ministerio de Salud Pública. Y nos preguntamos, ¿qué pasó con los otros dos mil cien abortos mensuales? ¿Todavía se practican en clínicas clandestinas? ¿Sobreviven esas clínicas? Pero, ¿tiene sentido que antes, cuando el aborto era ilegal, dos mil quinientas mujeres al mes tomaran los riesgos de hacerse uno en forma clandestina, y ahora sólo cuatrocientas se lo hacen, una vez que es legal? ¿Es creíble que las mujeres embarazadas prefieran los peligros de un aborto quirúrgico en condiciones precarias, o de obtener en el mercado negro el misoprostol, añadido al riesgo de ser perseguidas judicialmente, antes que un aborto legal en condiciones seguras? ¿Sólo el 16% de las embarazadas que antes abortaban clandestinamente se practican un aborto en condiciones legítimas? ¿O hay otra explicación?

La otra explicación es, ni más ni menos, que los actores políticos y sociales que presionaron al parlamento uruguayo y la opinión pública para finalmente lograr la aprobación de una ley de despenalización del aborto, mintieron. Y mintieron en forma descarada; mintieron vergonzosamente a todos los uruguayos. Como se dice vulgarmente, maquillaron los números; inflaron las cifras de abortos y muertes, ante la inexistencia de un registro confiable que permitiera un estudio estadístico, sensibilizando así a la población para que apoyara, o al menos aceptara como mal menor, solución de una tragedia mucho mayor, el aborto legal.

Eso es lo planteado en el artículo Uruguay y el doctor Leonel Briozzo: modelo de cómo mienten los abortistas en toda Hispanoamérica (la personalización en el subsecretario de Salud Pública forma parte del título del artículo, que puede encontrarse en http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=29088). En dicho artículo, fechado el 9 de mayo de 2013, se afirma tajantemente que hubo un gran engaño, e incluso se hacen otras aseveraciones interesantes, como que según el doctor Briozzo, hace diez años el número estimado de abortos clandestinos en Uruguay ascendía a ciento treinta mil al año; cifra astronómica que asusta, pero que fue luego descendida a treinta y tres mil abortos anuales, número que, también según este artículo, fue refutado en 2007 en base a la cantidad de mujeres uruguayas en edad fértil, y estimaciones acerca del número de estériles, de cuantas efectivamente mantenían relaciones sexuales, cuantas habían dado a luz ese año, y cuantas utilizaban métodos anticonceptivos. Asimismo en dicho artículo se afirma que en 1985 se hablaba de cien muertes anuales por aborto provocado, practicado en forma clandestina, y que dicho número habría sido repetido en 2003, ante el Senado, por el hoy subsecretario de Salud Pública. Las cifras oficiales para 2004, en tanto, mostraban sólo una muerte por aborto provocado, y entre siete y diez mujeres en edad fértil muertas por septicemia (diagnóstico probable con que podría haberse cerrado el certificado de defunción de una mujer tras un aborto provocado). Así que tendríamos, en vez de cien muertes por aborto provocado, alrededor de diez muertes de ese posible origen; muertes trágicas qué duda cabe, pero apenas un diez por ciento de lo que se pregonaba. Indudablemente, estos números son antipáticos, porque muestran cómo se le mintió a la población, al inflar las cifras. El artículo dice que lo mismo ya había pasado en Estados Unidos y en España, países donde el lobby abortista exageró las cifras para imponer en la opinión pública la noción de que la despenalización del aborto era la solución necesaria – y urgente – para esta trágica realidad social.

Ahora bien, ¿por qué tanta presión, hasta que finalmente se impuso por ley, también aquí en Uruguay, el aborto legal? ¿Sólo por una cuestión de ideologías, y de “defensa” de derechos, como claman algunas mujeres? Mujeres que generalmente no se identifican a sí mismas como personas pobres que no podrían pagarse un aborto clandestino en buenas condiciones; ni tampoco, en general, se identifican como víctimas de violación (el otro lacrimógeno caballito de batalla del lobby abortista). Mujeres que se presentan a sí mismas como dueñas absolutas del derecho a decidir sobre sus cuerpos, y cómo vivir su sexualidad, derechos que el “patriarcado” masculino insiste en negarles. Mujeres que ignoran voluntariamente, o consideran superado el concepto de que sus cuerpos vienen dotados por la Naturaleza (por no decir Dios) para albergar transitoriamente una nueva vida, un nuevo ser humano, que tiene un cuerpo diferente, y que tendrá una vida diferente (si se lo permiten). Mujeres que ante la “molestia” de un embarazo no planificado ni deseado, no se les pasa por la cabeza optar por el privilegio de la maternidad, y sólo consideran el aborto como opción; opción ante la cual la imposición del patriarcado masculino era un obstáculo impertinente. Mujeres que quieren ser dueñas y protagonistas de sus cuerpos y sus vidas, y a las cuales acabar con la vida de un niño no nacido es el protagonismo que les cabe en esta fea y triste historia.

Impresiona que el lobby abortista de izquierda le hizo los mandados al feminismo radical. Pero no sólo a ellas. Los partidarios del aborto legal creen que con esta ley que despenalizó el aborto se terminó el negocio de las clínicas clandestinas. La realidad es que dicho negocio puede inclusive haber mejorado. Las clínicas especializadas en aborto ya no necesitan operar en la clandestinidad, y las posibilidades de enriquecerse con esta práctica no han desaparecido del todo. Recuerdo que hace unos cuantos años, en ocasión de discutirse en el parlamento un proyecto de ley de aborto que parecía sería aprobado – aunque finalmente no lo fue – y siendo el color del gobierno otro, oí a un ginecólogo hablar sobre un proyecto personal para montar, una vez aprobada la ley, una clínica de primer nivel con el objetivo de realizar abortos a mujeres de países de la región, donde el aborto aún fuera ilegal – se hablaba sobre todo de Chile – los cuales serían cobrados a precios astronómicos.

La verdad, quienes creen que con la ley de aborto se terminó el negocio de los aborteros, son muy ingenuos.

Nosotros no podemos renunciar a la defensa de la vida, derecho humano fundamental, más importante que el derecho de gozar del sexo como se antoje. Lo hemos dicho miles de veces: no podemos renunciar a la defensa de la vida. Porque somos cristianos. Y aunque la iniciativa de luchar por la vida del niño no nacido a nivel político, intentando llevar la ley de aborto a referéndum, haya fallado el pasado 23 de junio, eso no significa un punto final, como dijo un importante actor político de nuestro país, acomodando el cuerpo para las próximas elecciones. Quienes no tenemos otros intereses que los dictados por una conciencia cristiana y principios bíblicos inamovibles, podemos y debemos seguir adelante en la defensa de valores últimos no negociables. Porque somos cristianos, y por lo tanto, vamos a seguir con el trabajo individual de anunciar el evangelio de Jesucristo. Aunque el aborto sea legal, como lo es el tabaco, el alcohol, quizás pronto la marihuana, y el sexo desenfrenado y torcido, seguiremos con el trabajo de anunciar a cada uno el Camino que lleva del error a la verdad, de la oscuridad a la luz, de la desesperanza a la fe, de la infelicidad a la vida plena.

Hay que seguir predicando la Palabra de Dios, y anunciando a la gente que en Jesús hay nueva vida.

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

2 Comments

  1. Gabriel dice:

    ¨Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro, estaban escritas todas aquellas cosas” Salmo 139 16. Hoy, a raíz de un fallo en contra de una interrupción voluntaria de embarazo, el tema tiene un pequeño giro y al parecer no estaba todo dicho, aunque de fondo siga siendo lamentable segar o no una vida. La vida tratando de ganarle a las diferentes formas de muerte y sus humanos(?)agresores. Señor, a pesar de no corresponder como debieramos a tu gracia, danos más misericordia y paz para Tu Iglesia hasta la venida.Amén

  2. Gianella Aloise dice:

    Gracias Dr. Pandiani; valoro especialmente este análisis que deja en claro, aunque se quiera hacer parecer lo contrario, que la mujer que cursa un embarazo no planificado sigue quedando sola en el transcurso de un proceso muy complejo; ella se presenta a solicitar un aborto, ella define que hará en última instancia, ella, sólo ella. No hay protección a la mujer en la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
    Si bien quiero que esa ley sea derogada, considero que la misma ha abierto un etapa crítica para la intervención de los cristianos; nosotros hemos aprendido que debemos ser cuidadosos, responsables en nuestras acciones (prevención), también hemos aprendido en carne propia que Dios perdona (restauración), un mensaje plenamente aplicable a este tema.

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