Ante grandes ofensas, un perdón generoso

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José perdona a sus hermanosPor:  Ps. Graciela Gares*

Durante nuestro peregrinar sobre la tierra,  solemos enfrentar situaciones que no tendrían resolución si la palabra “perdón” no existiera en el diccionario.

A veces lo que hicimos o lo que nos hicieron generó un daño de tal magnitud que se actualiza constantemente, haciendo penosa la existencia del  agredido.

Es preciso que el daño reciba la sanción social que corresponda (cárcel, multa, etc.), pero a menudo ello no acalla el dolor causado, ni restaura las pérdidas sufridas.

Así le ocurrió a José (hijo del patriarca Jacob en la historia bíblica), a Nelson  Mandela (un contemporáneo nuestro) y al mismo JESUCRISTO.

Quizá José no sea recordado por su nombre (para los no lectores de la Biblia) pero sí recordarán la siempre vigente frase:   “años de vacas gordas, años de vacas flacas”, en alusión a un sueño  de José en el cual Dios le anticipó que vendrían sobre Egipto años de calamidad.

En su infancia José había sido el hijo mimado de un padre ya anciano y nada hacía prever los años de infortunio que le sobrevendrían.

Por envidia, sus hermanos lo vendieron como esclavo y posteriormente, acosado sexualmente por una mujer inmoral, acabó en la cárcel inculpado injustamente de un atropello que nunca cometió.

Humanamente hablando, José tuvo motivos para odiar a sus hermanos, a los que lo esclavizaron, a la mujer que lo acusó falsamente. Pero si lo hubiera hecho su vida se hubiera consumido sin pena ni gloria.

No sabemos qué batallas se libraron en su mente en los años aciagos de destierro y confinamiento, pero luego supimos que había encomendado su causa al Dios que juzga justamente.

Dios tomó a su cargo vengar las injusticias que José sufrió, pero ya conocemos que los tiempos de Dios difieren mucho de los nuestros.

El perjuicio en la vida personal de José había sido tan devastador  que el único remedio fue extender un perdón generoso a todos  sus agresores.  El perdón preservó su salud mental,  emocional y espiritual.

A su debido tiempo,  Dios  exaltó a José  a una posición de honor, donde sus enemigos debieron rendirle honra.

Nelson Mandela es otro ejemplo viviente y contemporáneo de una vida para la cual perdonar se tornó imperioso. Se lo ha llamado un símbolo del perdón y la reconciliación.

Nació en el seno de una familia sudafricana en 1918 y le tocó convivir con el vergonzoso sistema de discriminación racial llamado “apartheid”, donde una minoría blanca violentó durante años  los derechos de una mayoría de nativos de piel oscura.

Su fuerte sentido de la justicia, unida a su vocación como abogado, le llevaron a organizarse para luchar y derrotar  el régimen segregacionista. Abordó la lucha pacífica primero y luego la lucha armada, acabando en la cárcel condenado a cadena perpetua.

Su resistencia junto a la de otros luchadores de su país y el respaldo internacional lograron que fuera liberado tras 27 años  de prisión, y alcanzara un premio nobel (1993) y la presidencia de su país (1994 – 1999). Su salud quedó quebrantada luego de los años de prisión.

Tantos fueron los sufrimientos del pueblo africano a raíz del apartheid, que Mandela podría haber optado por encarcelar a todos los adversarios que habían oprimido, humillado y aún dado muerte a muchos nativos africanos de piel oscura. O podría haber pensado en hacerles sufrir a los ciudadanos de piel blanca el mismo daño que le habían causado a compatriotas negros.

Pero Mandela renunció a su “derecho” a vengarse y odiar e impulsó un espíritu de reconciliación, perdón y convivencia pacífica en su país y con ello se consagró como símbolo del perdón. Ninguna venganza le hubiera devuelto las vidas de los que murieron, ni borrado todas las experiencias amargas del pasado. Se imponía el perdonar para sanar y poder seguir construyendo. Requería un perdón generoso.

Su historia me hizo pensar en miles de personas que recibieron daños o perjuicios muy severos de parte de otros: abandono, abuso sexual, infidelidad, estafas, mentiras, despojos.

Y es bien entendible que estén por tiempo airados y deseando justicia. Es lógico que deseen ver al agresor bajo castigo. Pero pocas veces ocurre la justicia rápida y directa. Lo que sí es inexorable es el banquete de consecuencias psico-emocionales y aún físicas cuando por años  abrazamos el rencor y el deseo de venganza.

Aunque cueste verlo así, el perdón es un acto de verdadera grandeza, que engrandece a quien lo otorga. En algunas situaciones es un acto heroico.

Jesús contó la siguiente historia:

“Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía 500 denarios y el otro 50: y como no le podían pagar, el prestamista les perdonó la deuda a los dos.” (Lucas 7:22 – La Biblia)

Así también actuó Dios con nosotros. Nuestra deuda con Él era impagable, pues todos pisoteamos a diario sus leyes, no amamos a Dios como debemos, ni a nuestro prójimo como a nosotros mismos, mentimos, albergamos rencor, etc. Y la paga del pecado es la muerte.

Sabiendo que no podríamos saldar nuestra deuda con Dios,  “siendo aún pecadores… Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:8 – La Biblia). Ahora Dios nos llama a la reconciliación y nos extiende un perdón generoso, a la vez que nos invita a hacer lo mismo con otros.

* Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

 

4 Comments

  1. graciela gares dice:

    Carlos, su planteo toca dos aspectos cruciales: ¿podemos sentir el deseo de perdonar? y ¿lograremos perdonar nosotros? La respuesta probablemente sea no.

    En casos como los que ud. plantea, así como los que mencionamos en el artículo, perdonar se convierte en una decisión de la voluntad, no pasa por el sentir. Es la decisión personal de aplicar el perdón para poder seguir viviendo, amando, construyendo y que no nos consuma el rencor o el deseo de venganza.
    En cuanto a poder perdonar nosotros las ofensas graves, también lo veo imposible. Debemos pedirle a Dios que perdone al agresor a través nuestro. Que Dios nos faculte porque nuestro corazón humano no conseguirá hacerlo.

    Y si Dios pudo perdonar la maldad de nuestros corazones (de quienes nos reconciliamos con Él) también querrá cedernos de su espíritu perdonador para que se lo apliquemos a otros.
    Humanamente tampoco yo podría perdonar tales hechos. Pero no dudo que Dios puede hacerlo por nosotros.
    Los homicidas si se arrepienten también alcanzarán el perdón divino. Pero sin dudas que las consecuencias de sus acciones recaerán sobre sus propias vidas, como le ocurrió a David en el caso de Urías (2ª Samuel 12:13 – 23).

    Bendiciones y gracias por su aporte a la reflexión.

    • Carlos dice:

      Gracias Graciela, entiendo su punto. Reflexionaré al respecto.
      De nuevo muchas gracias.
      Saludos cordiales
      Carlos

      • Iris Ogando dice:

        Hola Carlos y Graciela, reciban mis afectuosos saludos.
        Mi opinión es que, si hemos nacido de nuevo, tenemos una nueva naturaleza, y Dios nos ha capacitado para que podamos perdonar. Es verdad que aún estamos en la carne, pero Dios nos ha dado Su Espíritu, su amor ha sido derramado en nuestros corazones. Mateo 5:44-45 dice: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” Así que, ese es Su mandato. Debemos orar a Él para que nos capacite para que podamos perdonar, como lo hizo Esteban mientras era apedreado por gente religiosa de su tiempo (Ver Hechos 7), y Esteban era un ser humano igual a nosotros. He escuchado una historia de unos padres norteamericanos que, mientras su hija adolescente estaba sola en su casa, era su única hija, entró un ladrón, un joven, la violó y la mató. Cuando ellos llegaron a la casa se encontraron con esta horrible realidad. El matador fue apresado y encarcelado, luego de un tiempo, en que los padres se debatían en su tristeza y habiendo orado profundamente a Dios, decidieron visitar al matador de su hija, ellos fueron con un propósito, hablarle a aquel joven de Cristo y su perdón, y así lo hicieron por varias veces, luego este joven arrepentido se entregó al Señor y lloró su pecado, estos padres lo habían perdonado, porque Cristo, el Dios Santo también lo había hecho….Estos padres tomaron una decisión, la cual fue adoptar este joven como su hijo, así que ellos lo recibieron en su casa, luego que cumplió su condena y lo trataron como su hijo, le amaron y la vida de este hombre cambió completamente…WAO! que testimonio de amor y obediencia a Cristo. Dios el Padre ha hecho esto con nosotros, nosotros hemos crucificado a Su Hijo, El murió para librarnos de la maldición del pecado y Él nos ha adoptado en Su Familia, nos ha hecho sus hijos, 2 Co. 5:21, Juan 1:12. ¿No debíamos nosotros pedirle que nos capacite para que podamos perdonar a otros, como Él nos ha perdonado a nosotros? Y, por último, no olvidemos lo que dice Mateo 6: 15 “más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.
        Bendiciones en Cristo desde República Dominicana,
        Iris.

  2. Carlos dice:

    Un buen artículo de la Ps. Graciela Gares. No obstante ello yo quisiera preguntarle a Graciela Gares como se hace para perdonar a esta persona que ha asesinado en Rivera al hermano de su esposo, a su cuñada y a su pequeño hijo de tres años. Cómo se hace para sentir y otorgar perdón al triple homicida de El Pinar , quien asesinó a su esposa, suegra y su hijo. Confieso que no tengo ese poder ahora en mi alma. No sé como se logra, lo ignoro. No sé si Dios los perdonará o no. Dígamelo usted y quedaré agradecido.
    Un saludo cordial
    Carlos

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