Apocalipsis 3:12-16
28 octubre 2014Cuando tu cerebro está averiado
28 octubre 2014Por: Ps. Graciela Gares*
La relación del ser humano con los juegos de azar es antiquísima, ya que tentar al azar o retar a la suerte es una tendencia muy humana. Quizá por la atracción que ejerce para nosotros lo desconocido, o porque abrigamos la fantasía de creer que algún día la suerte tiene que sonreírnos.
A nivel mundial, los juegos de azar vienen en franco crecimiento, como una actividad económica de importancia en los diversos países.
Los uruguayos apostaron durante el año 2013 por US$ 406,4 millones en juegos como Quiniela, 5 de Oro y Lotería, según dato de un semanario montevideano.
Y cada año las apuestas se incrementan entre un 10 y un 12 % en nuestro país. Los ingresos fiscales que tal actividad genera para el Estado se vuelcan a Rentas Generales, para financiar políticas públicas. Ello explicaría por qué el propio Estado toma a su cargo la promoción de los juegos de apuestas.
En Uruguay y en el mundo, las opciones para acceder a los juegos de azar se han multiplicado: abundan los lugares habilitados para brindar tal servicio, y se diversificaron también las modalidades de estos juegos. Ya no es preciso concurrir a un casino para apostar, pues hay diversidad de salas de juego y máquinas tragamonedas en cualquier comercio de barrio o shoppings, amén de los tradicionales quioscos que levantan las apuestas de la población.
Tal accesibilidad es considerada un factor de riesgo para inducir, en algunos casos, al juego fuera de control.
A su vez, las nuevas tecnologías, como internet, captan apuestas fuera del control del Estado. Ha surgido la posibilidad del juego “on line” o virtual, el cual estaría creciendo en forma sostenida, captando nuevos jugadores jóvenes. En la web puedes jugar cuando quieres, en solitario, nadie te controla y recibes gratificación inmediata.
En Uruguay, los slogans para la promoción del juego de azar alientan a los posibles apostadores con frases como: “la lotería vuelve a vos”, “jugando podés ayudar a hospitales”, “es el juego con más chance de hacerte millonario”, “todos los días nace un millonario”, “cumplí tus sueños”, etc.
Tales consignas generan la ilusión de ser un benefactor socia y así se intenta asociar una motivación loable y altruista a las apuestas por dinero, ya que las mismas suelen generar culpas en algunos apostadores.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a juegos de azar? Son aquellos juegos o actividades lúdicas en los que el resultado no depende de la destreza (capacidad, habilidad) o del esfuerzo de los participantes, sino que es aleatorio, casual, fortuito.
En los juegos de azar no se trata de vencer a un adversario, sino de imponerse (o abandonarse) al destino. El individuo reta a la suerte, a la vez que proyecta su esperanza de cambiar mágicamente su futuro.
Busca experimentar también el placer del triunfo, y al mismo tiempo obtener reconocimiento y prestigio social en caso de ser tocado por la varita mágica de la suerte.
Otrora, la población de jugadores (“timberos”) era esencialmente masculina, varones mayores de 35 años y vinculados a la vida nocturna. Hoy en cambio, hay una fuerte tendencia de las mujeres al juego y su presencia es mayoritaria frente a las máquinas tragamonedas.
También se observa actualmente el surgimiento de jóvenes de edad promedio 25 años que se volvieron dependientes del juego. Comenzaron jugando “on line” por puntos (no por dinero) y se sintieron luego lo suficientemente experientes como para jugar por dinero y ganar.
Otro cambio preocupante es la iniciación de los niños en el juego de azar a través de las máquinas recreativas, en las que colocando monedas acceden a cierto tiempo de juego, con un eventual premio (peluches, golosinas, etc.).
Al jugador se le crea una “sensación ilusoria de control” cuando participa de juegos de apuestas. Cree que con una buena estrategia logrará vencer al azar, sobreestimando sus posibilidades reales de ganar.
A medida que juega, el individuo tiende a asumir mayores riesgos pues según investigadores, la exposición al juego y su entorno (luces, música, imágenes) incita al jugador a asumir riesgos crecientes, en particular en lo monetario. Por ejemplo, quien comienza a jugar en el casino, va elevando sus apuestas a medida que transcurre el juego y el tiempo de permanencia allí.
Se ha observado que cuanto menor sea el tiempo que transcurre entre la apuesta y el cobro del premio, más se incrementa la capacidad adictiva del juego. Por ello, las máquinas tragamonedas que conceden de inmediato el premio obtenido, mantienen “enganchado” al jugador por más tiempo o le estimulan para que vuelva a apostar.
Para sorpresa de muchos, un estudio reciente de la Universidad de California sostuvo que la genética jugaría un papel importante en la propensión a las apuestas, en un nuevo intento de “medicalizar” una conducta equivocada, lo cual sólo serviría para agravar el problema.
El novelista ruso Fiódor Dostoievsky (S. XIX) tuvo que lidiar con su adicción al juego y las graves consecuencias que le aparejó. En su obra autobiográfica “El jugador”, consignaba que quien se envicia con el juego supedita su vida y futuro a una suerte incierta; el juego no le deja razonar y le convierte en presidiario encadenado a la rueda de la fatalidad.
Frente al estímulo de los juegos de apuestas se considera población psicológicamente vulnerable a los adolescentes y jóvenes, a individuos impulsivos, personas deprimidas, individuos solos/as (personas viudas se vuelcan al juego como forma de paliar su soledad), población reclusa, quienes padezcan trastornos de personalidad, etc. También se conoce que el personal de las salas de casinos suele ser víctima de esta adicción.
Sabemos que es competencia de los Estados regular los lugares y condiciones para el juego, así como proteger a los ciudadanos que desarrollan esta actividad, no sólo para que lo hagan dentro del marco legal evitando juegos clandestinos y estafadores, sino también para la prevención de la ludopatía (adicción al juego).
Las medidas reguladoras de protección que se esperan del Estado pueden consistir en restringir los lugares de juego, fijar límite a las apuestas, estipular tiempos de demora en el cobro de premios, evitar la publicidad engañosa y el bombardeo publicitario que promueve las apuestas, controlar el consumo de alcohol en los lugares de apuestas, verificar la edad de quien quiere apostar o instruir a los encargados de los lugares de apuestas para que puedan identificar al jugador problemático y ofrecerle ayuda.
Quien se vuelve adicto o se involucra de modo enfermizo con el juego de azar, tiende a minimizar su problemática hasta que la misma se hace evidente y no logra ya ocultarla.
Las consecuencias no tardan en aparecer: divorcios, problemas intrafamiliares, pérdida del trabajo, alcoholismo, tabaquismo y autoeliminación, son los principales problemas generados por la ludopatía.
Algunos indicadores de la conducta del ludópata o del jugador problemático (según la Revista Española de Drogodependencias, 2006) son las siguientes:
- Preocupación obsesiva por el juego.
- Apostar cantidades crecientes de dinero para conseguir el placer deseado.
- Fracaso en los intentos por dejar de jugar.
- Inquietud o irritabilidad cuando intenta interrumpir el juego.
- Utilización del juego como estrategia para reducir disforia (ánimo negativo).
- Utilización del juego para compensar las pérdidas económicas que provoca el propio
juego (“caza”).
- Engaños frecuentes a familiares y terapeutas sobre el grado de implicación en el juego.
- Comisión de actos ilegales para financiar el juego.
- Puesta en riesgo y pérdida de relaciones personales, oportunidades profesionales y
educativas a causa del juego.
- Confianza en que sean los demás los que alivien la situación económica causada por las pérdidas.
Hoy el Estado uruguayo ofrece la posibilidad de “auto-excluirse” de las salas de juego a quienes deseen controlar su adicción. También, existe un Centro de atención a ludópatas que funciona en el Hospital de Clínicas y una línea gratuita de consulta por adicción al juego: 0800 86 31.
Es que la ludopatía se ha tornado un problema de salud pública en nuestro país y en el mundo.
Según el patrón de creencias cristianas, en la economía de Dios no parece tener cabida apostar a la fortuna para atender necesidades propias o ajenas.
Si bien podría decirse que no hay en la Biblia una condena explícita a la participación del cristiano en juegos de azar, vale también precisar que en el texto bíblico no hallamos que se promueva apostar a la suerte para satisfacer las necesidades de techo, comida, vestido, etc.
En cambio, el cristianismo estimula valores como el trabajo, el esfuerzo, no ambicionar lo material más allá de lo necesario, confiar en la mano proveedora de Dios, y ser solidarios para atender las necesidades de quien no logre auto-proveerse (ancianos, viudas, enfermos, perseguidos, etc.).
Se nos estimula a trabajar para cubrir nuestras necesidades básicas y Pablo da su ejemplo cuando dice: “… bien saben Uds. que trabajé con mis propias manos para conseguir lo necesario para mí y para los que estaban conmigo” (Hechos 20:33-34).
Y más tarde añade: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2ª Tesalonicenses 3:10).
La Biblia nos asegura el cuidado de Dios para que nada nos falte, así como El da alimento a las aves del cielo y viste a la hierba del campo. “Ustedes tienen un Padre Celestial que ya sabe lo que necesitan” (Mateo 6: 25-34).
Y Pablo corrobora diciendo: “Mi Dios les dará a ustedes todo lo que les falte, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).
En la cosmovisión cristiana, la suerte tampoco es camino válido para revertir la pobreza. Se nos estimula a ser solidarios con los pobres (Proverbios 19:17) y especialmente con los hermanos en la fe (1ª Corintios 16:1– 4).
Y finalmente se nos exhorta a no ambicionar más, una vez que hayamos cubierto nuestras necesidades básicas, con la advertencia que:
“el amor al dinero es raíz de toda clase de males, y hay quienes por codicia, se han desviado de la fe y han llenado de sufrimiento sus propias vidas (1ª Timoteo 6: 7-10).
Para quienes se han vuelto esclavos de los juegos de azar, así como de otras conductas destructivas sigue vigente la oferta liberadora de Jesucristo:
“Si el Hijo de Dios los liberta, serán verdaderamente libres” (Juan 8: 36).
* Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.