Uruguay bien vale una misa – 1

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iglesia-estadoRecordando y revisando conceptos.

Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Hace cinco años, en ocasión de la campaña electoral 2009, comenzamos el año con una reflexión en la que recordamos una frase de Enrique de Borbón, quién profesando religión protestante y habiendo quedado como único heredero al trono de Francia, luego de años de guerra religiosa decidió hacerse católico romano, para sortear la oposición del pueblo francés, del papa, y hasta de Felipe II, rey de la vecina España. Enrique habría dicho: “París bien vale una misa”, queriendo significar que bien merecía la pena sacrificar sus convicciones más profundas, en aras de lograr un objetivo más inmediato: acceder al trono; o para terminar con la guerra que desangraba a su país. En cualquier caso, Enrique de Borbón se hizo católico, y fue coronado. Esto sucedía a fines del siglo 16.

La forma en que el interés por el poder político retorció el brazo de la convicción religiosa en ese hombre, recordado por la historia como Enrique IV de Francia, sirvió al propósito de enfocarnos en el fenómeno emergente de la participación en política partidaria de cristianos evangélicos – empresarios, profesionales, líderes y pastores – y sobre todo la forma en que los caudillos políticos, por contrapartida, se acercaban y/o recibían a los representantes de las comunidades religiosas – en este caso concreto, de la comunidad evangélica – en virtud de la afinidad de ideologías políticas, pero también de creencias filosóficas y perspectivas de vida; y llamábamos la atención acerca de la necesidad de preguntarnos por las motivaciones de este mutuo acercamiento, a saber: convicciones personales, intereses políticos partidarios, consenso de ideas y creencias, búsqueda de votos. En esa oportunidad expresamos que los líderes políticos se habían acercado a los líderes religiosos, y no sólo en año electoral, y recordábamos como ejemplo las queridas y ya finalizadas Marchas Por Jesús; también que en ocasión de aquella campaña electoral 2009 algunas agrupaciones políticas que se identificaban como cristianas, afines a uno de los partidos tradicionales, habían comenzado a pronunciarse tempranamente – desde por lo menos febrero de ese año – en apoyo de uno de los precandidatos de esa colectividad política. Además destacábamos que cualquier candidato político que lograra el apoyo de todo el pueblo evangélico – si tal cosa fuera posible – se aseguraría al menos cien mil votos, sino más; suficientes para una banca en el Senado, pero también para decidir una elección; anotamos que el consenso de opiniones y coincidencia de principios derivaba en concurrencia de intereses, lo cual había llevado al apoyo de sectores cristianos evangélicos a distintas colectividades políticas. Aclaramos que no se le ponía una nota totalmente negativa al acercamiento de la clase política a las comunidades religiosas, motivado por la búsqueda de votos, pero también recordamos que desde épocas muy antiguas, quienes ambicionaban el poder político o pretendían mantenerse en el mismo, se habían acercado a la Iglesia, sirviéndose de la fe de los sencillos y los humildes.

Y finalizamos preguntándonos si Uruguay bien valía un culto evangélico, queriendo significar si acaso para algunos líderes políticos la llegada al poder bien merecía la pena andar del brazo con los evangélicos.

Cinco años han pasado, y además de recordar conceptos vertidos en aquel artículo, bastante comentado y debatido en su momento, al mismo tiempo impresiona como necesario revisar el enfoque, y también abundar en algunas nociones, contenidas en el texto o implícitas en el tema. ¿Por qué? Porque estos cinco años de continuidad de la izquierda política en el poder en nuestro país fueron marcados por un ataque creciente – velado antes, ahora abierto y declarado – a los valores fundamentales que sobre familia y sociedad sustentamos los cristianos; asimismo, por un deterioro progresivo de la moral y las buenas costumbres en nuestra sociedad, un auge de la inmoralidad, una epidemia de violencia, y una irresponsabilidad que se ha hecho endémica entre los individuos integrantes de nuestras comunidades, y que cristaliza en la defensa y reclamo de los propios derechos, aunadas a un desconocimiento consciente y culpable de los deberes y obligaciones para con las demás personas. En suma, es como si la sociedad uruguaya en su conjunto se hubiera transformado en un adolescente egoísta y estúpido, que quita sin dar, reclama sin otorgar, y golpea sin ser provocado. Un fenómeno deplorable cuyos orígenes no aceptamos se busquen en parámetros sociales y económicos desfavorables para los menos privilegiados, herencia de gobiernos de derecha o centro derecha que precedieron a la última década, algo de lo que quiere convencernos la izquierda dominante en el país; y sí nos parece debida más bien a la pérdida de valores, códigos morales y lineamientos éticos – que nosotros entendemos son fruto de la herencia cristiana de nuestra nación – con los cuales los uruguayos de las generaciones precedentes construyeron una sociedad responsable, trabajadora y pacífica, y que los personeros de la izquierda atacaron frontalmente en su afán de “renovación”, eufemismo para referirse a la “revolución” de antaño. Revolución para transformar – se proclamó – los aspectos sociales y económicos del país, pero que llevaron más allá, con el objetivo de engullir en su proyecto de cambio todos los aspectos de la vida de los seres humanos que habitan la República. Tal como en otros países donde proyectos políticos similares, enraizados en la misma filosofía marxista, fracasaron miserablemente; y fracasaron luego de traer al pueblo penalidades de décadas de duración.

Hace un par de meses, cuando compartimos algunas de estas reflexiones en la página web hermana de Iglesia en Marcha, una lectora que se identificó como Estela nos decía lo siguiente: “¡A mi seguro que no me representan nunca más! Me dejaron hastiada de tanta mala decisión tomada. La mayoría parlamentaria no debería tenerla JAMAS el oficialismo, es la tumba de la democracia, tal como lo veo yo al menos… no hay verdadera discusión ni alternativas. Es lo que SU mayoría vote. Triste realidad que espero no se repita. Aunque debo decir que no creo en ningún político más”. Hasta aquí el comentario de la lectora. Cabe destacar que no se presenta en ningún momento como cristiana evangélica, aunque el sitio web sí lo es y está claramente identificado como tal. El comentario de Estela, práctico y equilibrado, bien que categórico en algunas de sus aseveraciones, no se empantana en consideraciones teológicas o religiosas; es la expresión del fastidio de una ciudadana al cabo de un período de gobierno y en pleno año electoral, que verbaliza su descontento con un elemento concreto de la realidad política de nuestro país – la mayoría parlamentaria del oficialismo – con lo que nos está hablando de su desagrado con muchas de las nuevas leyes votadas por el partido de gobierno (y no sólo aquellas que los cristianos evangélicos calificamos como ataque a los valores que fueron fundamentales en la sociedad uruguaya), pero tal vez también desagrado con otros aspectos del funcionamiento parlamentario; por ejemplo, las interpelaciones a los ministros de estado, llevadas adelante por la oposición ante situaciones que, en ocasiones, configuraron sonados casos de irregularidades y corrupción – algunos muy sonados –, interpelaciones que terminaron invariablemente en el rechazo monolítico de la mayoría oficialista a la censura política del ministro interpelado. Pero atención al final del comentario: “debo decir que no creo en ningún político más”. ¿Por qué es importante tal afirmación?

En primer lugar porque seguramente representa el sentir de muchos uruguayos – esto, independientemente de creencias o profesiones de fe – y configura una expresión nada novedosa que traduce el descreimiento, común en nuestros compatriotas, hacia el sistema político, y fundamentalmente, hacia los actores de tal sistema, sean del color partidario que sean. Nada nuevo bajo el sol en este aspecto. Ese descreimiento es a veces tan intenso y tan profundo, que conduce a muchos a negarse a optar por un candidato, cumpliendo con su obligación cívica bajo la forma del voto en blanco, o el voto anulado. Y cabe preguntarse cuánto de ese escepticismo y esa desconfianza en los políticos todos emerge en las encuestas, llevadas adelante por múltiples empresas del ramo durante la campaña electoral, en el torturante grupo de indecisos, cuyos porcentajes, a veces absurdamente abultados, mortifican a candidatos, partidos y partidarios. Sin embargo, sí hay algo nuevo en este aspecto, que a nosotros los cristianos evangélicos nos involucra y compromete: la actual participación de pastores y líderes evangélicos en política, tema que abordamos tanto en el 2009 como a principios de este 2014 electoral, cuando hablamos de Política, Religión y Fe. Esa participación política de miembros de las iglesias evangélicas, incluso pastores, que justipreciamos lo más argumentada y detalladamente que supimos hace unos meses, mirada bajo esta lupa particular – la del descreimiento que el político genera en el ciudadano – implica la posibilidad de que el líder religioso participe también en ese universal descrédito del actor político.

Este es un aspecto negativo de la participación política. Si el líder religioso evangélico es una persona íntegra, alguien dedicado de corazón a su ministerio espiritual y reconocido en su comunidad por su hombría de bien, ingresar a la arena política puede constituir la tumba de su reputación; y si el tal líder religioso ya viene con un testimonio de vida dudoso antes de entrar en política… huelgan consideraciones. Ahora bien, el aspecto positivo en este asunto, que lo hay, está dado por el trabajo honrado de hombres y mujeres creyentes, líderes espirituales del pueblo evangélico, que decididos a hacer las cosas bien, en aras del interés colectivo y para bien de la comunidad y de la nación, aportan su trabajo a la campaña del candidato que consideran recuperará el Uruguay de valores morales y buenas costumbres, de apego al trabajo honrado, señero en educación, que da oportunidades a los jóvenes, el Uruguay pacífico y tranquilo, que creen mejor. Y aportan su trabajo en la convicción de poder desmentir esa desconfianza, en la certeza de poder demostrar que aún hay personas dotadas de rectitud e integridad, dispuestas a laborar para el beneficio de la gente. Los tales me merecen respeto, y tienen mi adhesión y buenos deseos.

Otro lector, bajo el seudónimo de Tigre, dejó también su comentario, del que cabe extractar algunas consideraciones; nos dice: “Estos años hemos visto la realidad de la política tal como en elecciones anteriores. Nada me extraña. Lo único es que no sé a quién votar esta vez. Antes pensé, como tantos uruguayos, ¿y si damos una oportunidad al cambio? Pero me equivoqué porque lo único que veo es mejor poder adquisitivo en mi vida y de muchos, pero un deterioro de la calidad humana como sociedad. El aborto nos pegó duro a los que profesamos la Fe cristiana, pero hay muchas cosas más que nos golpearon y nos dejaron en el suelo”. A diferencia de Estela, Tigre se identifica como cristiano, y alude concretamente a la ley que más golpeó los principios de defensa de la vida que el cristianismo, tanto católico como evangélico, sostuvo a ultranza contra la despenalización del aborto, sin olvidar acotar algo que ya mencionamos: hubo más cosas que impactaron contra nuestros valores y normas de vida; entiéndase, más leyes, surgidas de una moral alternativa y de la definición de nuevos derechos, reñidos con la moral cristiana tradicional. Más adelante sigue diciendo: “DEBEMOS reflexionar antes de poner nuestro voto en la urna, hacerlo a conciencia. No podemos decir quién es mejor o peor, a quien votar o a quien no, pero sí podemos decir que tenemos los resultados de décadas y la cercanía de años de diferentes modelos que en realidad son bastante parecidos entre ellos. No creo que anular el voto sea saludable, creo que meditar en esto sí lo es. Busquemos lo mejor, no lo menos peor”. Sin mencionar la participación en política partidaria de miembros del liderazgo evangélico, y exhibiendo una resistencia a arriesgar una opinión que suene a recomendación en este sentido, este ciudadano y hermano en la fe insta al compromiso cívico, a participar dando el voto al candidato que aparezca como el mejor, no en base a palabras bonitas, expresiones grandilocuentes y poses para el aplauso de la tribuna, sino a propuestas concretas que hagan más promisorio el futuro del país. Merece destacarse algo más de su aporte: “los hombres y mujeres de política van a decidir por nosotros, así los votemos o anulemos el voto. Hay que votar, hay que elegir porque es nuestro derecho y también nuestra obligación. La democracia nos permite la libertad de dar nuestro apoyo a quien mejor haga las cosas (podremos equivocarnos). Escuchemos con atención, pidamos planes de gobierno a los diferentes partidos, sepamos bien a quién votar”. Este hermano nos dice algo que desde aquí hemos dicho y repetido de distintas maneras: si nosotros los cristianos no participamos, exponiendo y argumentando en base a nuestras creencias y escala de valores cuáles son las costumbres y normas sociales más beneficiosas para la familia, las comunidades y la nación toda, otros gobernarán según sus propias escalas de valores, y el deterioro de la sociedad uruguaya será imparable.

En Filipenses 2:15 el apóstol Pablo llama a los cristianos a resplandecer como lumbreras en el mundo, en medio de una generación maligna y perversa. ¿Cómo resplandeceremos? ¿Con una campaña evangelística en el terreno baldío de la esquina?

Hoy más que nunca es necesario el compromiso de todos; vidas rectas, íntegras y de buen testimonio, la voluntad pronta para actuar a favor de nuestros semejantes, los principios claros, y la voz en alto defendiendo otra forma de ver el mundo, el accionar de los gobernantes y el comportamiento de los ciudadanos: la forma basada en los preceptos del evangelio de Jesucristo.

 

*Dr. Álvaro Pandiani – columnista de la programación de RTM UY en “Diálogos a Contramano que se emite los martes 21:00 a 21:30 hs. “Uruguay bien vale una misa” está basado en el artículo homónimo publicado en iglesiaenmarcha.net, en junio de 2014.

 

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