El supuesto elemento sobrenatural en la iglesia de nuestros días – 2

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sobrenaturalPor: Dr. Álvaro Pandiani*

Dos elementos ya mencionados en las entregas anteriores de esta serie requieren ser traídos nuevamente sobre el tapete para un análisis un poco más profundo de los fenómenos espirituales y emocionales en las reuniones de las iglesias protestantes de nuestros días.

Anteriormente hablamos de la iglesia cristiana de Corinto del primer siglo, aquella a la cual Pablo escribió una primera epístola destinada, fundamentalmente, a corregir errores. Decíamos entonces que el desorden de las celebraciones religiosas corintias que el apóstol debió recriminarles partía por un lado de un descontrol en el ejercicio de los “dones”, es decir, las virtudes y capacidades sobrenaturales que el Espíritu Santo había otorgado a los creyentes individualmente. Pero en virtud del hecho obvio de que Dios no se desentiende ni del hombre, ni de la Iglesia, ni de lo que aquellos hacen en la misma, sino que permanece en el soberano control de todo, consideramos de sentido común suponer que el desorden partía también, no del uso antojadizo e irresponsable de un poder sobrenatural, sino de una antojadiza pretensión de reproducir dichos fenómenos sobrenaturales según la voluntad humana, y no según la voluntad de Dios. Es decir, no cuando Dios quiere, y en las insondables profundidades de la Mente Infinita y el Amor Perfecto del Señor se dispone que así sea, sino en casi cada ocasión que los creyentes quieran, entiendan, o “sientan” que debe ser.

El segundo elemento lo mencionamos en la columna anterior, al referirnos a que el abuso del elemento sobrenatural (o con pretensión de tal), en ocasiones partía de las imaginaciones y fantasías de algunos creyentes. El cristiano aspira a que el mundo entero conozca a Jesucristo y crea en Él; el creyente aspira también a que su fe transforme su vida en algo significativo. También espera y con razón que su relación con la Persona Trascendente de Dios abra horizontes que traspasen las fronteras de la misma muerte, expandiéndose hacia la eternidad; por lo propio, espera que la relación diaria con el Absoluto, el Padre Celestial, introduzca en su vida elementos que salgan de la experiencia ordinaria, de aquella que tienen las personas que no creen en Dios ni tienen en cuenta darle un lugar en sus vidas. Esos elementos extraordinarios son ejemplificados en múltiples personajes de la Biblia y forman un mosaico abigarrado, a través de las épocas, lugares, culturas y personas de la antigüedad, registradas en las Sagradas Escrituras.

Teofanías, o apariciones de Dios en forma humana (Abraham, Josué, Gedeón); visitas de ángeles (Abraham, Lot, los padres de Sansón, Daniel, Pedro, Cornelio, Pablo); visiones celestiales (Isaías, Ezequiel, Daniel, Esteban, Pablo, Juan); visiones del futuro (Ezequiel, Daniel, Juan); visiones privadas (Moisés, Pedro, Pablo); visiones de la Persona Divina (Moisés, Isaías, Ezequiel, Daniel, Juan); visiones alegóricas (Elías, Ezequiel); audición de la voz del Espíritu (Isaías, Ezequiel, Felipe, Pablo y Bernabé); lo que modernamente llamaríamos tele transportaciones instantáneas (Ezequiel, Felipe); arrebatamientos en cuerpo y alma fuera de la Tierra (Pablo, Juan); y los siempre apetecidos milagros de sanidad, y exorcismos de endemoniados.

Si uno lee esta lista con un espíritu crítico y racional, puede estar a punto de desechar todo esto. Sin embargo, si uno acepta la cosmología bíblica, a saber, el universo creado por Dios Todopoderoso, y luego repasa la Biblia pensando en la inconmensurable vastedad del universo creado por Dios y en el más amplio sentido de la palabra “Todopoderoso”, en una cultura globalizada en la que el racionalismo del siglo XVIII, el positivismo científico del siglo XIX, y el fenomenal avance del conocimiento y la tecnología del siglo XX no han podido desterrar la idea mística de la conciencia humana, seguramente la mayoría procuraría ser más prudente en el manejo de la creencia religiosa, y del lugar que ésta ocupa en la vida de muchos de nuestros semejantes. Volviendo a lo que sucede en el ámbito de la Iglesia Cristiana, vemos que hay una cultura de lo extraordinario y sobrenatural en algunos de sus sectores (sin olvidar el conservadurismo de otros sectores, como contrapartida). Ya vimos el relato del historiador Latourette acerca del avivamiento de las trece colonias en el siglo XVIII, y cómo los predicadores estimulaban abiertamente la exteriorización de reacciones extravagantes, las que seguramente se etiquetaron con el rótulo de “manifestación del Espíritu”. Y también dijimos que en ese aspecto no había habido mucho cambio, en todo este tiempo.

Los conceptos equivocados en religión se arraigan tan fuertemente que se hace dificultoso desterrarlos, una vez que se han establecido. Es así, pues se trata de principios e ideas que forman parte del credo al que el creyente adhiere desde lo profundo de su alma. Se ha dicho que las ideas políticas, aun las ideas filosóficas, son más fáciles de remover mediante un argumento racional que demuestre sus errores y/o imperfecciones, que las creencias religiosas, justamente por el profundo alcance que tienen las cosas de la fe en el alma humana.   De ahí se desprende la importancia capital de una adecuada instrucción doctrinal y bíblica desde el inicio del andar cristiano. Por eso repetimos la significativa referencia que hace Kenneth Scott Latourette a la actitud de aquellos predicadores del siglo XVIII y reiteramos, una vez más, que eso sigue sucediendo doscientos cincuenta años después. Es decir, hoy en día.

El estimulo de una fenomenología rayana en conductas anormales durante las reuniones de oración y avivamiento de algunas iglesias cristianas, constituye un verdadero show de curiosidades, cuyos conductores preconizan un sensacionalismo externo y superficial. Aceite que mana de las paredes, o gotea de las manos del predicador, o la transformación misteriosa de objetos de material común en metales preciosos, y otras banalidades sin sentido y sin propósito, desfiguran el ministerio espiritual de la Iglesia y ridiculizan el cristianismo. Estas cosas, y otras más, han campeado como manifestaciones prodigiosas del “poder de Dios”. Esta clase de fenómenos, absolutamente carentes de contenido, lleva al creyente al culto de la forma; una forma hueca, vacía, ritual pero novedosa, siempre novedosa, de acuerdo a la “moda”.

Recuerdo de muchos años atrás un ejemplo que resulta muy pertinente presentar, a modo de pequeña anécdota. Un hermano en la fe, un cristiano evangélico procedente de la ciudad más norteña de nuestro país, Bella Unión, en la frontera con Brasil, me comentaba en una ocasión y con entusiasmo acerca de la práctica, en boga allá en el norte y en aquellos días, de ungir – es decir, derramar aceite en – las paredes de las casas, con el propósito de “bendecir la casa” (proteger contra los demonios, traer prosperidad económica, etc., etc.). Mi primera observación fue que la unción con aceite de viviendas particulares carece de fundamento bíblico, por lo menos en el Nuevo Testamento, donde los símbolos se traducen en las realidades que representan; la unción con aceite, en concreto, es fundamentalmente un símbolo de la recepción del Espíritu Santo. Lo interesante fue preguntarle a este creyente si sabía, precisamente, qué simboliza el aceite en las Sagradas Escrituras; y no sabía. Esto quiere decir que practicaba la forma desconociendo el contenido; desarrollaba el rito, sin tener idea de que fuerzas espirituales había tras el mismo, si acaso había alguna. El desconocimiento, la indiferencia o incluso el olvido del contenido espiritual nos pone en camino de la religión, cuya base es cumplir con las ceremonias prescritas; esa ausencia de atención hacia el contenido espiritual, bíblicamente racional de la revelación cristiana, también, nos pone en riesgo de caer en la superstición, y diluye la frontera entre la fe y la magia.

Esto puede ser una aseveración atrevida, pues la Biblia condena muy severamente la magia en todas sus formas, y hace serias advertencias a quienes la practican. Pero cabe el planteo de la medida en que la magia se ha infiltrado en la iglesia, y confundido con la fe. A propósito de esto, bien vale citar los comentarios del Dr. Héctor Brazeiro Diez, medico uruguayo y miembro de la Sociedad Argentina de Antropología e Historia, quien allá por el año 1975 publicó en Montevideo un libro titulado Ensayo Critico y Valorativo sobre Supersticiones y Curanderismo; él escribe: “La historia comparada de los pueblos nos muestra la repetición universal de la Idea Mágica, lo que nos lleva a la concepción seductora de la unidad de las razas humanas. Es que lo mágico es Idea Primordial de fácil representación en cualquier cerebro humano”. Más adelante, sobre el ítem magia y religión agrega: “En la magia el oficiante cree orgullosamente dominar todas las fuerzas… El conjuro mágico es sostenido por un solo y forzado aliento. Es una orden. La oración en cambio es elevación espiritual, silenciosa si se quiere, humilde, pidiendo fuerzas para orientarse e interpretar un designio; es un acto de adoración y no un contrato. Cae en superstición el creyente que ofrezca algo a cambio de un beneficio”. Resultan interesantes estas afirmaciones de parte de un profesional universitario que, por otra parte, no es (o no se define en su libro como) un creyente cristiano. Además, nos dan un pantallazo de cómo ven el cristianismo, y sus perversiones, aquellos que adoptan una posición neutral, critica y objetiva. El punto principal de todo esto es establecer la diferencia capital entre autentica adoración que nace de lo profundo del espíritu humano, en una relación personal con Dios por medio del Espíritu Santo que habita el corazón del creyente vivificándolo, renovándolo interiormente y llenándolo del amor de Dios, y por otro lado el culto de la forma, el rito; la oración por ejemplo, hecha de tal o cual manera, en tal posición, con tal tono de voz, con tal ademán de las manos, y otras cosas por el estilo, para lograr el efecto, la bendición, la respuesta favorable.

Citando nuevamente al Dr. Brazeiro: “De la misma naturaleza que las ánimas, sería la sustancia que para la Magia cementa y rodea las personas y las cosas. Sobre esta sustancia imaginaria pero valiosa, actuará el iniciado, sea mago o médium, para imantarla. Este fundamento mágico convence al operador de que obrando sobre un objeto lejanamente relacionado, sea por parecido o por cercanía fortuita con otro, tenderá como un puente telegráfico que modificará las circunstancias o las cosas en el otro extremo, según la energía y/o la pasión que él ponga en sus maniobras de este lado”. Vemos que existe la creencia en una conexión sobrenatural impersonal, al actuar sobre la cual se producirá un movimiento en una dimensión mística, tipo caída de fichas de domino, que regresará al mundo normal en otra parte produciendo el efecto deseado.

Ahora bien, el cristiano cree en la omnipresencia de Dios, enseñada por la Biblia (Salmo 139:7-12; Mateo 18:20), e identifica esa presencia con el Espíritu Santo (“¿A dónde me iré de tu Espíritu?”; Salmo 139:7); de tal manera, más allá de la presencia de ángeles o demonios, la presencia de Dios llena el mundo invisible a nuestro alrededor, al punto que el apóstol Pablo dijo a los filósofos de Atenas: “en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Pero, el Espíritu de Dios no es una sustancia impersonal (pese a lo que digan los testigos de Jehová), sino que siendo la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, su voluntad es la voluntad de Dios mismo, y de acuerdo a esa Perfecta Voluntad actuará en todas las cosas, y fundamentalmente en la operación de fenómenos espirituales y sobrenaturales (“…palabra de sabiduría … palabra de ciencia … fe … dones de sanidades … el hacer milagros … profecía … discernimiento de espíritus … diversos géneros de lenguas … interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular COMO EL QUIERE” [énfasis mío]; 1 Corintios 12:8-11). En otras palabras, las cosas sucederán como Dios quiera, según el designio de su eterna voluntad, independientemente de las ideas, conceptos, aspiraciones, buenos deseos y fantasías de los creyentes, y también independientemente de las formas, las maneras, los énfasis y las energías físicas (ademanes, poses y gritos) que pongamos en la procura de que la voluntad de Dios se ajuste a la nuestra.

Entonces, y en virtud de todo lo antedicho, la diferencia capital entre fe, religión y magia se logrará entablando una correcta relación personal con el Señor Jesucristo, y aceptando humildemente su voluntad. Esa será la fuente de toda bendición.

 

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario. (Adaptado del El supuesto elemento sobrenatural en la iglesia en nuestros días, Parte 2, Capítulo 2 del libro Sentires, Editorial ACUPS, Montevideo, Setiembre de 2000).

 

1 Comment

  1. Mariano dice:

    Muy compartible el artículo. Estas corrientes, doctrinas e inlcuso evangelios alternativos parecen soplar cada vez más fuerte. La contracara es que sobre quienes no somos de esas trincheras hay cierto manto de silencio sobre las falsas doctrinas. No es popular nombrarlas, pocos ministros se arriesgan a denunciarlas, aún cuando no las compartan. Siempre está el miedo a las etiquetas de “fundamentalista”, “legalista” y sobretodo “juez” a quien cuestiona desde la Escritura estos desbordes. Es un problema de toda la tradición evangélica, no de una iglesia en particular. Tenemos serias deficiencias para señalar, bíblica y firmemente el error así como tenemos problemas para confrontar el mal testimonio y el pecado. Cuando lo hacemos, muchas veces es mal y tarde. El Señor en su gracia sin embargo interviene y obra con verdadero poder para exponer estas cosas a la luz, con o sin nosotros. Bendiciones.

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