Pablo Claves para el crecimiento espiritual
3 mayo 2015Un hombre en la calle – George Simenon
6 mayo 2015Pablo Claves para el crecimiento espiritual
3 mayo 2015Un hombre en la calle – George Simenon
6 mayo 2015
Por: Ps. Graciela Gares*
Un grupo cristiano organizó un desayuno para niños de una zona barrial carenciada. Luego del desayuno vendría la clase bíblica. Los chicos, de edades entre 5 y 14 años llegaron atropelladamente, en medio de bochinche y empujones. Gritaban al hablar y les costaba guardar disciplina porque quizá éste y otros hábitos aún no los habían adquirido. Provenían de viviendas modestas, precarias, donde tal vez compartían una misma habitación personas de distintas edades.
Los adultos cristianos que los esperaban, al verlos llegar se apartaron de la entrada para que pasara el aluvión de niños. Los observaban y esbozaban una sonrisa, pero en general no hubo caricias ni abrazos de bienvenida.
Quizá los adultos eran padres o abuelos que no escatimarían muestras físicas de afecto para con sus hijos y nietos. Pero con estos niños mantenían cierta distancia.
Nos cuesta imaginar cuánto ofende a Dios la discriminación sutil que solemos hacer.
Todos, en alguna medida, luchamos en nuestra mente y emociones para mirar y evaluar de modo igualitario a todos los individuos que Dios ha creado. A los respetuosos y a los que no respetan, a los que nos inspiran confianza y a los que no, a los que llevan una existencia digna y a los que no, a los que piensan como nosotros y a aquellos que opinan diametralmente distinto. A los que saben menos que nosotros, a los que viven en barrios más problemáticos que el nuestro, a los que no comparten nuestra propia fe, a los que están físicamente disminuidos, etc. Aún cuando intentamos hacer el bien, solemos tener cierto sentir de superioridad o distancia hacia el destinatario de la ayuda que damos.
Ser inclusivos y no discriminar es parte del discurso políticamente correcto de estos tiempos; pero una cosa es decirlo y otra hacerlo.
La Biblia dice que el corazón humano es engañoso y perverso (Jeremías 17:9), y aunque nos cueste aceptarlo, todos interiormente tendemos a discriminar.
¿Será que necesitamos que Dios nos ponga en el lugar del necesitado para aprender a no hacer distinción de personas y ser inclusivos?
Se podría decir que esa fue la experiencia de los personajes del film francés “Intocables” (Amigos intocables), estrenada en el 2012, que conquistó el corazón de toda Francia y aún de países de habla no francesa. La película permaneció 10 meses en cartel y su mensaje directo parecería ser un canto a la amistad y a la vida, pero en el fondo contiene un profundo alegato contra la discriminación.
Bajo el género de comedia no exenta de dramatismo, aborda realidades humanas muy duras como la discapacidad de un cuadripléjico que busca un asistente que le ayude en la vida cotidiana, y la marginalidad de un inmigrante moreno recién salido de la cárcel, que busca empleo. Esta comedia hace reír mucho mediante un humor logrado en base al choque de dos culturas, pero deja un mensaje contundente para el que lo quiera recibir.
Luego que la vi, me gustó volver a pensar sobre el fenómeno perverso de la discriminación que anida en lo profundo de nuestros corazones, pero mirado desde una perspectiva positiva: el beneficio de no discriminar.
La trama del film está inspirada en un hecho real. Obviamente, la historia original es mucho más cruda que la que el film plantea. Pero aunque el cine añade edulcorantes para hacer las historias más taquilleras, la situación de fondo habría sido respetada.
Se trata de un hombre de edad media, aristócrata millonario, de refinado gusto artístico, que a raíz de un accidente en parapente pierde la movilidad de todo su cuerpo, salvo el cuello y la cabeza. Su situación económica privilegiada le permite rodearse de un equipo de ayudantes: enfermera, limpiadora, cocinera, secretaria, jardinero, etc. El film comienza con la búsqueda de un asistente personal que acompañe al incapacitado en sus desplazamientos, le acerque la comida a la boca, le higienice, y en definitiva, que oficie de “sus manos y sus pies”.
Entre los múltiples postulantes, se presentó un joven inmigrante de piel oscura, habitante de los suburbios de París, sin voluntad de trabajo, pero que necesitaba dinero pues su familia le había echado del hogar. Previamente, había estado en la cárcel por un delito de robo. En realidad, le interesaba más recibir un subsidio del gobierno que trabajar.
Competía con otros aspirantes bien trajeados, con títulos que acreditaban competencia en trabajo social y expresaban su deseo de ayudar al cuadripléjico por compasión. Tal mirada lastimera e inferiorizante molestaba al minusválido.
Por ello, y contra cualquier pronóstico, Phillippe (Francois Cluzet), el discapacitado, acaba eligiendo a Driss (Omar Sy), el inmigrante negro y ex convicto, para que sea su cuidador personal, seducido por la actitud de éste de tratarlo de igual a igual, incluso, sin ninguna piedad.
Los cercanos a Phillippe expresaron de inmediato su alarma y advertencias frente a ese desconocido inútil, ex convicto y violento. Ivonne, la empleada observó actitudes agresivas de Driss ante vecinos y revisó su bolso hallando armas blancas. Un pariente también lo calificó de peligroso. No podían ver nada de positivo en Driss. Pero Phillippe creía que no tenía nada que perder.
Driss apenas sabía leer, su cultura general era mínima, resolvía sus conflictos interpersonales de modo agresivo, y no mostraba estar comprometido cien por ciento con su nueva tarea.
No obstante, Phillippe decidió otorgarle una carta de confianza. Creyó que de él podría salir algo bueno.
Ambos debieron tolerar y trascender aspectos de la personalidad y cultura del otro que no congeniaban con sus valores. Y acabaron encontrando varios puntos de coincidencia. En el pasado de ambos había mucho dolor y cada uno convivía con su historia a cuestas.
Phillippe había perdido tempranamente a su mujer, un ser a quien quería muchísimo y a partir de allí se le hacía cuesta arriba vivir sin ella. Reconocía que su accidente en parapente no había sido fortuito, sino que quizá inconscientemente lo había buscado para sufrir junto con ella, mientras su esposa moría.
Driss, nacido en Senegal, había sido entregado por su madre a una tía y traído a Francia en su infancia. Acabó viviendo en los suburbios de la ciudad, en condiciones de hacinamiento, pobreza y consumo de drogas. Luego que cayó preso por delinquir, su tía lo echó del hogar.
Luego que Phillippe lo contrata, sus vidas, con realidades tan distintas y opuestas, comenzaron a sincronizarse e impactarse mutuamente a tal punto que cada uno dejó huellas positivas en la vida del otro.
Solo con una mirada benevolente, el culto Phillippe pudo dejarse asistir por Driss. Tomaba su ignorancia con sonrisas, le dejaba resolver las cosas a su manera y reía con sus disparates. Con respeto mutuo, Driss, aunque muy aburrido, escuchaba Vivaldi junto a Phillippe, y luego éste entre asombrado y divertido contemplaba a Driss bailando al son de la música de Earth, Wind and Fire!
Driss acompañaba a su empleador a las galerías de arte y desde su ignorancia cuestionaba el alto precio de las obras que allí se exhibían. Phillippe, sin inmutarse, intentaba explicar a su asistente el sentido del arte para el ser humano. No fue extraño entonces, que tiempo después el hogar de Phillippe se sorprendiera al ver que Driss estaba probando aprender a pintar.
Driss no sólo ofició de “manos y pies” para Phillippe sino que su alegría, coraje y arrojo le devolvieron a éste el entusiasmo y las ganas de vivir, aún confinado en su silla de ruedas.
Una de las primeras acciones de Driss en el hogar de Phillippe había sido robar un adorno pequeño pero de importante valor afectivo que éste último tenía.
Phillippe lo advirtió pero no lo reclamó de inmediato. Esperó a que se generara la necesaria confianza y entonces habló al corazón de Driss pidiendo la devolución, apelando al valor afectivo del objeto. Y Driss lo devolvió. Tal actitud nos trae a la memoria la frase bíblica “el que encubre la falta busca amistad, el que la divulga aparta al amigo” (Proverbios 17:9). A veces solemos ser jueces demasiado implacables de las faltas ajenas.
La trama del film “Intocables” pone sobre la mesa algunas aristas interesantes del problema de la segregación humana. Algunos críticos de cine creen que la película alude a la situación de ciertas personas a las que la sociedad europea actual considera “intocables”, por ejemplo, el drama de los inmigrantes y marginales.
Probablemente los humanos discriminamos para protegernos, tomando distancia de quien es distinto, como forma de estar alertas ante posibles daños. Pero discriminado y discriminador resultamos empobrecidos. No hacer acepción de personas supone arriesgarse, pero es un riesgo que conlleva beneficios.
Es interesante observar cómo a la discriminación recibida, a menudo se suma la auto-discriminación. Phillippe creía que nunca una mujer podría aceptarlo como esposo, dado su condición de paralítico. Pero Driss veía a Phillippe como una persona completa y sin obstáculos para vivir la vida a pleno, por lo que no se detenía considerando la inmovilidad del cuerpo de éste. Por el contrario, estimuló a Phillippe para que lo intentara y cuando éste ya se daba por vencido por temor al rechazo, Driss dio los pasos necesarios para acercar a Eleonor, el nuevo amor epistolar de Phillippe.
El moreno inmigrante y ex convicto, expulsado de su casa por su tía por ser mal ejemplo para sus hermanos menores, acabó siendo reconocido como necesario, tanto por su propia familia que lo manda buscar, como por el entorno de Phillippe, quien decayó anímicamente cuando Driss se fue. Quizá ello muestre que cada individuo puede llegar a ser más de lo que vemos de él en determinado momento y es necesario mirar más allá de sus circunstancias de vida pues todo hombre lleva impresa en su interior la imagen de su Creador.
A partir de su condición de imposibilidad total Phillippe aceptó a Driss.
¿Será que Dios tiene que despojarnos de nuestras presuntas seguridades para debilitarnos e igualarnos con los demás débiles?
Si Dios no se hubiera arriesgado a descender para convivir 33 años con sus criaturas caídas no habría habido ninguna salvación para nosotros, ni gozo multiplicado para Él cuando nos reciba en el cielo al final de los tiempos.
También nosotros éramos “intocables” para Dios. Él era y es un ser santísimo y nuestra pecaminosidad nos hacía impresentables ante Él, pero Él se aproximó a nuestra raza. Y cuánto le costó! “Hasta cuándo tendré que soportarlos”, exclamó Jesucristo (Mateo 17:17).
Nosotros también como Phillippe estábamos “discapacitados” para hacer lo bueno y obrar con justicia.
Por ello creo que ofendemos gravemente a Dios cuando nosotros, que invocamos por padre a quien no hace acepción de personas (1ª Pedro 1:17) discriminamos a otros congéneres.
La Biblia advierte a los seguidores de Jesús que no deben hacer discriminación por condición social, género, etc. (Santiago 2:19).
Jesús se acercó a los rechazados sociales de su época – samaritanos, publicanos, prostitutas – y con algunos de ellos se sentó a la mesa a comer.
Que Dios nos dé la sabiduría para no temer abrirnos a recibir al que es distinto, ya que también por él murió Jesús.
“Ustedes, hermanos míos, que creen en nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencia entre una persona y otra.” (Santiago 2:1 – La Biblia)
* Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.
2 Comments
Muy buena pelicula,la vi 2 veces. Cruda realidad,sobre la discriminacion y sobre todo,tanto el rico como el pobre,estaban solos,con muchas falta de una verdadera
Amistad y comprension. Que ese es el mal de muchos.que viven solos rodeados de muchos.
Hermosa reflexiòn. Conciente e inconcientemente soy uno que muchas veces mira por encima y en otras soy un intocable. Cuanto declamo y cuan poco practico lo que digo creer. Muchas gracias.