La declinación social de la paternidad

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FAMILIAPor: Ps. Graciela Gares*

La sólida familia tradicional comenzó a resquebrajarse tempranamente en Uruguay en 1907, ante la aprobación de la ley del divorcio. Esta práctica desacralizó el matrimonio típico, cobrando máximo auge a partir de la segunda mitad del siglo pasado y dando lugar a nuevos modelos familiares.

La expansión del divorcio parece haberle quitado el carácter traumático y estigmatizado que tal ruptura conlleva, pero lo transformó en un problema social cuyos costos (en lo personal, en lo económico, en la calidad de vida de los hijos), en general, nos negamos a cuantificar.

Se multiplicaron luego las familias monoparentales, lideradas generalmente por mujeres divorciadas o separadas. ¿Costos? Intenso dolor emocional en los hijos, sobre-carga emocional y física de la mujer, soledad afectiva, empobrecimiento económico de la célula familiar.

También se incrementó el número de hogares re-constituidos, fruto de segundas uniones, que suelen incluir hijos anteriores de ambos cónyuges.

Aparecieron los vínculos “light”, donde la convivencia de la pareja ya no se pacta para siempre sino mientras ambos decidan amarse.

Estas nuevas formas liberales de convivencia familiar también han sido generadoras de daños a los que las protagonizan, así como a sus descendientes, por lo que la legislación ha debido salir al cruce y dictar normas para dar al menos amparo económico al contrayente más débil (mujer) y a sus hijos, en caso de ruptura del vínculo.

Las nuevas pautas liberales en el ejercicio de la sexualidad han favorecido que muchas mujeres conciban hijos fuera del contexto de pareja estable. A menudo, el progenitor varón huye cuando conoce que ha contribuido a gestar una nueva vida y la mujer emprende un duro camino tratando de llevar adelante la maternidad en solitario.

Los movimientos feministas pretendieron aportar una salida a esa situación promoviendo una cultura abortista anti-maternal. Abogan por una sexualidad libre y con pocas restricciones para la mujer, la cual podrá matar a su hijo si no desea prohijarlo.

Los daños de todas estas innovaciones son incalculables. Miles de niños son matados en el propio vientre donde habían comenzado a vivir.

A todos estos cambios relacionados con el paradigma familiar debemos sumar uno más: el de las “mamás solteras por elección”.  Ya no se trata de mujeres gestantes que han sido abandonadas por sus parejas sexuales. No. Son mujeres que han decidido prescindir de la concurrencia de un varón en un vínculo amoroso para quedar embarazadas. En cambio, se han acercado a una clínica de reproducción asistida para someterse a un tratamiento de fecundación artificial, con semen de un donante anónimo, proveniente de un banco de esperma. Abonan el arancel correspondiente y así sustituyen el proceso natural de reproducción humana.

Estas clínicas informan que las demandas del servicio de inseminación artificial por parte de damas sin pareja estable, que buscan tener bebés, se han incrementado notoriamente, quintuplicándose en algunos casos.

Vale aclarar que no se trata de mujeres con problemas de fertilidad.

La reproducción asistida o fecundación artificial se define como un conjunto de técnicas o métodos biomédicos que facilitan o sustituyen a los procesos naturales de procreación.

Existen blogs en internet a través de los cuales las chicas solteras se estimulan y aleccionan mutuamente para emprender la búsqueda de un hijo sin el concurso de una pareja masculina.

Nos preguntamos cuál será el próximo paso en esta progresión.

¿Estaremos transitando desde la llamada sociedad patriarcal y machista hacia una sociedad que prescinde deliberadamente del rol paterno? ¿Del padre hegemónico al padre negado?

¿Cómo se explica esta tendencia?

La mujer actual ha recuperado lugares para su desarrollo personal y ello es, sin dudas, muy loable. Es más, creemos que nunca debió haber perdido tales lugares. Ahora ella estudia, alcanza títulos universitarios, desarrolla una carrera laboral, se auto-sustenta, disfruta de su tiempo libre. Pero pronto cae en la cuenta que muchos de estos logros le insumieron buena parte de su juventud, y que ha postergado su maternidad.

A partir de los 30 años comienza la cuenta regresiva para su vida reproductiva y algunas damas se están decidiendo a no esperar a consolidar una relación afectiva estable para luego procrear. Deciden hacerlo solas y pagan por un proceso de fertilización artificial. La situación económica alcanzada les permite solventar ese gasto.

La mayoría de quienes demandan este servicio tienen edades cercanas a los 35 – 38 años. Pero también aspiran a ello damas más jóvenes.

Una chica contó a una revista de nuestro medio, que siendo niña tenía la “fantasía de la familia perfecta, compuesta por el marido, la mujer y los hijos” Pero agregó que nunca se topó con la persona indicada para compartir ese proyecto de vida. Por ello, a los 31 años decidió convertirse en madre soltera. Tenía un empleo estable, había ahorrado dinero suficiente para comprarse un vehículo y pagarse un techo y luego decidió embarazarse mediante fertilización artificial o asistida.

Su hijo quizá no conozca nunca a su padre biológico. Pero esta mujer habló de “naturalizar” ese hecho cuando su hijo, ya crecido, la interrogue al respecto.

Otra “madre soltera por elección” afirmaba que sus hermanos varones, desde el rol de tíos, suplirían el papel masculino en la vida de su hijo.

Una publicación latinoamericana definió a una mujer que decidió ser madre en soledad, como una “mujer de avanzada”, una abanderada de las libertades femeninas. La referida dama decidió quedar embarazada por su cuenta y luego catalogó a su hija como su gran triunfo.

De ninguna manera culparíamos exclusivamente a la mujer por el desacierto que supone este nuevo escenario para engendrar hijos. Por lo general, ellas confiesan que su sueño de infancia era casarse y tener hijos en un entorno familiar de padre y madre. Pero fracasos afectivos parecen haberlas empujado a la opción extrema de ser madres en soledad.

Hombres y mujeres de ese siglo somos responsables del deterioro y la depreciación del vínculo entre ambos sexos.

Quizá alguno piense que el modelo tradicional de familia ha sido una mera construcción de la cultura y que por tanto, podría de-construirse. Pero los lectores de la Biblia conocerán bien que la célula familiar constituida por ambos padres y sus hijos responde a un diseño divino.

Cada una de las figuras parentales es irreemplazable y tiene cometidos específicos. La madre engendra y da a luz, acoge, alimenta, contiene, brindando todo el apego inicial necesario para sostener la nueva vida, física y emocionalmente.

El padre, no sólo fecunda a su mujer, sino la acompaña y sostiene en el proceso de procrear y luego ayuda al niño a crecer y madurar, preparándolo para la salida al mundo. Por ello, corresponden al padre las tareas de generar en el hijo/a la confianza en sí mismo, estableciendo límites (hacer incorporar la ley), favoreciendo el desapego de la madre e impulsándolo para la inserción social. Mientras la madre apega y retiene al niño, el padre interviene para promover su independencia (socializa, educa socialmente).

Para una buena estructuración psíquica, el niño requiere de la doble referencia parental.

Solo el progenitor varón, conviviendo diariamente con su hijo, puede imprimir en el psiquismo infantil un modelo masculino satisfactorio para ser imitado.

Los hijos varones “buscan desesperadamente en el padre las claves identificatorias para su masculinidad…. Afirmarse como hombre significa conocerse, asumir su agresividad, sus instintos y llegar a controlarlos, asumir también su homo erotismo y su sensibilidad, superando sus temores a ser mujer, escuchar los dictados de su cuerpo y su razón. Esta tarea de reconstrucción de la masculinidad solo es posible, para el psicoanalista francés G. Corneau, a través de un reencuentro con el padre.” (Martha Varela, psicoanalista argentina).

Guy Corneau, ha escrito un libro cuyo título es  muy sugerente: “Père manquant, fils manqué”, que traducido significa: Padre faltante, hijo “malogrado” o “fallido”.
En efecto, la carencia de padre en niños y adolescentes ha sido asociada de modo significativo a problemáticas como menor rendimiento o fracaso escolar, delincuencia juvenil, consumo de sustancias psicoactivas, trastornos alimentarios (bulimia, anorexia), conductas de fuga del hogar, déficit de identidad sexual. El “anhelo de padre” que genera el padre ausente puede contribuir a la inestabilidad emocional e inseguridad permanente en los hijos.

“La carencia de contacto con el padre, sobre todo un contacto cuerpo a cuerpo y cotidiano con él, deja un vacío, una pérdida, que se encuentra más tarde en anhelo del padre. Esta carencia se evidencia en el análisis de muchos homosexuales y es una de las raíces del rechazo hacia el hijo y de una búsqueda desesperada de sustitutos paternos a lo largo de la vida”. (Paternidad en crisis – Lic. Rosario Vaeza).

El status de padre, según el modelo de Dios, tiene asignados los roles de liderazgo, provisión, protección, instrucción en valores, sustento, y en definitiva, emular la paternidad divina. El varón debe emular a Dios en el liderazgo, la paternidad, el amor sacrificado hacia su esposa e hijos.

¿Será esto una responsabilidad demasiado pesada para los hombres del siglo XXI?

¿Por qué algunos varones la esquivan no haciéndose cargo de los hijos que contribuyen a engendrar en relaciones quizá casuales?

Por su parte, la experiencia cumbre en la vida de cualquier mujer es ser vehículo de vida para un nuevo ser. Ello da una enorme trascendencia a la existencia femenina.

Pero nos preguntamos: ¿qué clase de omnipotencia o ignorancia embarga a la mujer que declara que no necesita a su lado al padre de sus hijos para criarlos y educarlos?

El avance científico y la disponibilidad de recursos económicos habilitan la posibilidad de que una mujer se convierta en mamá de la mañana a la noche, cuando ella lo disponga. Pero el hijo no debería ser un bien que se apetece y se “adquiere” para alcanzar la felicidad de la propia mujer.

Como todo ser humano, el hijo tiene necesidades propias y el derecho de que las mismas sean contempladas. Necesita ser engendrado fruto del amor maduro de dos adultos de distinto sexo, quienes le aseguren una atmósfera de aceptación y compromiso en la que pueda desarrollarse y nutrirse de afecto, valores, espiritualidad, modelos de convivencia así como como modelos de vida femeninos y masculinos. No parece justo obligar al hijo a acomodarse al modelo familiar que nosotros queramos adoptar.

En cada niño que nace hay que formar una personalidad, una autoestima, una seguridad de ser querido, una conciencia moral, un conjunto de normas y valores, un modelo de vida, un desarrollo espiritual, todo lo cual requiere del trabajo mancomunado de una mujer y un hombre aportando cada uno sus dotes humanas, psicológicas y espirituales.

No alcanza con prever sólo el sostén económico para formar a un niño/a.

Dios nos hizo incompletos y complementarios para que hombre y mujer se unan y satisfagan mutuamente sus necesidades y las de sus hijos.

La autora del libro: “El privilegio de ser mamá soltera” (Mireya Posada) afirma que ser madre es una experiencia maravillosa que ofrece muchas satisfacciones. Ello es cierto. Pero creemos que afrontarlo en soledad no ha de ser ningún privilegio, sino más bien una carencia a sobrellevar. Sólo el futuro dirá las consecuencias que esto aparejará para el colectivo social y las vulnerabilidades y fragilidades a las que se exponen los hijos criados en tal contexto.

Considerarlo un privilegio nos remite a la afirmación del profeta de la antigüedad, quien se lamentaba diciendo: “¡Ay de Uds. que llaman bueno a lo malo, y malo a lo bueno….!” (Isaías 5:20)

* Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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