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contra la guerraUna mirada al movimiento hippie de los años sesenta, sus influencias, y la respuesta desde la fe cristiana – Parte 2.

Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Uno de los grupos icónicos de finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo veinte fue Creedence Clearwater Revival. Esta banda produjo una gran cantidad de temas exitosos que aún suenan en radios, recopilaciones y antologías musicales. Una de sus canciones más emblemáticas, Fortunate son (Hijo afortunado) de 1969, se popularizó enormemente por su vinculación con la lucha antibelicista contra la guerra de Vietnam. En esa lucha se involucró la juventud estadounidense, en marchas y grandes concentraciones que devinieron en disturbios y enfrentamientos con la policía. Una estampa característica de estos sucesos es la imagen de jóvenes hippies ofreciendo flores a los policías armados. El movimiento hippie, con su filosofía de no – violencia, amor y pacifismo, fue un declarado opositor al esfuerzo bélico de Estados Unidos en el sudeste asiático. Pero Hijo afortunado presenta otros aspectos del problema que también tienen que ver con postulados de la contracultura hippie. En la letra de la canción destaca un estribillo, repetido una y otra vez, que dice: “No soy yo, no soy yo hijo de un senador. No soy yo, no soy yo el afortunado”; luego “No soy yo, no soy yo hijo de un millonario, no. No soy yo, no soy yo el afortunado”; y también “No soy yo, no soy yo hijo de un militar, no. No soy yo, no soy yo el afortunado”. ¿A qué se refiere, o de qué se trata esto? La canción dice otras cosas interesantes, por ejemplo: “Alguna gente nace, está hecha para agitar la bandera”, asimismo “Alguna gente nace con una cuchara de plata en la mano” (referencia a una persona adinerada), y también “Alguna gente hereda ojos tachonados de estrellas” (es decir, patrióticos); pero en otra parte la letra dice que “ellos te mandan a la guerra”, expresión que permite comprender que esta canción refleja lo que debían pensar y sentir los jóvenes de la clase media y baja de Estados Unidos cuando les llegaba la notificación de reclutamiento obligatorio, para ser enviados a Vietnam, y al no ser “hijos afortunados”, de políticos, millonarios o militares de alto rango, no podían escapar de la guerra.

A finales de la década de los años sesenta, en plena guerra fría, estando en marcha el programa espacial y la carrera a la Luna, y cuando la guerra de Vietnam empeoraba y se hacía más encarnizada, sobre a partir de 1968, el movimiento hippie enfrentaba a la sociedad norteamericana con su estilo de vida alternativo y sus postulados anti-sistema. Los jóvenes quemaban públicamente sus notificaciones de reclutamiento obligatorio, desafiando a las autoridades. Una imagen típica de entonces era ver cómo muchos jóvenes hippies eran arrestados por la policía, dejándose llevar sin oponer resistencia. Como mencionamos antes, el pacifismo era uno de los postulados de esta contracultura. Ya en la antigüedad el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, expresó: “Nadie es tan insensato para preferir la guerra a la paz; en tiempo de paz los hijos entierran a sus padres, en tiempos de guerra los padres entierran a sus hijos”1; asombrosamente, si se tiene en cuenta que Heródoto vivió en el siglo quinto antes de Cristo, hasta el día de hoy personas adultas y ancianas evocan estas palabras – tal vez sin saber quién las dijo originalmente – cuando lamentando la muerte de un hijo, fallecido por enfermedad, accidente o algún hecho de violencia, expresan que “los padres no deberían enterrar a sus hijos”, o “los padres no deberían sobrevivir a sus hijos”. Sin embargo, y volviendo a la expresión original de Heródoto, la humanidad sabe ya que, o el mundo está lleno de insensatos – proposición no descartable – o Heródoto, a quien le asiste razón en lo que dijo, pecó de ingenuo. Tal vez debió escribir “Nadie es tan insensato para preferir ir a la guerra”, es decir, hay insensatos cuyos intereses políticos, comerciales, o ambos, les hacen preferir que haya guerra, aunque una vez estallado el conflicto, casi ninguno enviaría allí su hijo. Volviendo a la letra de Hijo afortunado y la guerra de Vietnam, afortunados eran los hijos de políticos, millonarios y militares de alto rango; los demás, o se dejaron inflamar por los discursos patrióticos, o fueron obligados a ir, aunque no quisieran. La respuesta a esa y todas las guerras, incluso en las naciones del primer mundo que se han caracterizado por su intervencionismo militar en tierras extranjeras – como Estados Unidos, el Reino Unido o Francia – ha sido la protesta contra la guerra, invocando una filosofía de vida caracterizada por la no – violencia, la objeción de conciencia contra el uso de las armas, y el pacifismo. Sobre el pacifismo leemos: “podríamos conceptualizarlo, en un sentido negativo, como la respuesta social y cultural a la guerra… en un sentido positivo, como aquella doctrina que busca favorecer y estimular todas las condiciones para que la paz sea un estado y condición permanente de las relaciones humanas, tanto entre personas, como entre Estados, naciones y pueblos”2. Esta misma fuente refiere que el pacifismo no es solamente la doctrina que aboga a favor de la paz, sino también el movimiento social – o posición del individuo – que históricamente generaron pensamiento y acción por la paz y contra la guerra; y agrega: “El pacifismo, además, se ha venido fundamentando en una multiplicidad de convicciones y argumentaciones, tanto religiosas, como humanísticas, filosóficas y políticas”2.

Sobre el pacifismo como movimiento social la contracultura hippie es un claro ejemplo, como todo movimiento espontáneo surgido en respuesta a las diferentes guerras – en general protagonizadas por Estados Unidos y sus aliados en diversos puntos del planeta – y merece mencionarse al menos dos personajes destacados – y bien disímiles – de aquella década que se manifestaron a favor de la paz: John Lennon, ícono del movimiento hippie, cuya canción Give peace a chance (Dale una oportunidad a la paz), de 1969, fue utilizada como canción de protesta contra la guerra en numerosas oportunidades, incluso – y a destacar – por su viuda Yoko Ono en 1991, cuando era inminente la guerra del Golfo Pérsico; y por otro lado, el pastor bautista Martin Luther King, premio Nobel de la Paz de 1964, cuya oposición a la guerra de Vietnam le valió críticas acerbas en su país, y que murió asesinado, justamente, en 1968. Lo segundo a destacar, que nos interesa como cristianos, es la afirmación acerca de las distintas convicciones en que se ha fundamentado el pacifismo, entre las que merecen recalcarse, quizás por su largo recorrido histórico, las religiosas; entre estas, además de las creencias hinduistas, el taoísmo y el confucianismo, nos importa subrayar las convicciones cristianas, fundamentalmente aquellas basadas en las enseñanzas de Jesús contenidas en el Sermón del Monte, acerca de no resistir al malo ni devolver el golpe (Mateo 5:39), y amar a los enemigos (Mateo 5:44). Es decir: no violencia, amor, y paz.

Otro de los cuestionamientos que Hijo afortunado, la canción de CCR, hacía a la sociedad estadounidense de los años sesenta tiene que ver con las clases sociales, ese problema siempre presente en las comunidades que ha marcado el devenir político, incluyendo la guerra y la paz, en muchísimas naciones de todo el mundo. En nuestro país conocemos de sobra ese dilema, aunque no en la dimensión que venimos comentando, la cual afectó predominantemente a los hijos de las clases media baja y baja norteamericana: la altísima chance de ser enviados a la guerra. Quizás un ejemplo mucho más cercano para nosotros, tanto geográficamente como en el tiempo, sea la guerra de las Malvinas, en la cual la mayoría de los soldados argentinos que fueron enviados a luchar eran conscriptos, que habiendo cumplido el servicio militar obligatorio, fueron reincorporados a filas para la guerra3.

Volviendo a la contracultura hippie, el movimiento incluía el rechazo del capitalismo, la mercantilización de la vida y el consumismo, pues estas cosas constituían para ellos parte de un sistema que coartaba la libertad personal. Sin embargo, el rechazo del capitalismo no derivó en una tendencia hacia ideas políticas de izquierda, bien que su repudio del sistema y de la guerra hizo que fueran metidos en una bolsa común con los comunistas (“Este país acabará convertido en una Sodoma comunista y psicodélica, es lo que quieren esos desgraciados”4). En los hechos, el movimiento se inclinó hacia el anarquismo; pero no un anarquismo militante en pro de la transformación de la sociedad toda. Muchos de ellos optaron por un modo de vida comunitario, formando comunidades intencionales, que fungieron como sociedades alternativas. La comunidad intencional representa una amplia variedad de alternativas de vida… es un grupo de personas que han elegido para vivir o trabajar juntos en pos de un objetivo o visión común… Pueden estar basados ​​en cualquier número de temas, tales como la cooperación económica, la igualdad, la sostenibilidad del medio ambiente, educación, salud, gobierno participativo, el crecimiento personal, el activismo social, la espiritualidad y la simplicidad voluntaria”5. En el caso de los hippies, la comunidad intencional representó un modo de vida eco sustentable, en el cual poder desarrollar libremente la apertura que estas personas tenían hacia formas no cristianas de espiritualidad, ecologismo y contacto con la naturaleza, un modo de vida acorde a una cultura preindustrial, una vida bohemia y simplicidad voluntaria. Se nos dice que algunas de las comunidades hippies formadas en los años sesenta del siglo 20, tanto en Estados Unidos como en otros países, incluso en Asia y también en Sudamérica, todavía existen6. La vida comunitaria a la que se entregaron los hippies tenía metas específicas: “La idea original que los movía era la convivencia en grupo y llevar adelante el amor a la naturaleza, la comunidad de intereses y volver a la tierra, el autoabastecimiento y la paz interior”7. Esta vida comunitaria iniciada por los hippies norteamericanos, que inspiró numerosas comunidades similares en diversas partes del mundo, constituiría la continuación de un rasgo particular de la sociedad estadounidense: el comunalismo, la tendencia de grupos claramente identificados a separarse del resto de la sociedad, para vivir en comunidades más o menos cerradas, con un propósito específico. Acerca de ello leemos lo siguiente: “El comunalismo religioso, un tema clave en la historia americana, fue una parte del contexto, con grupos dedicados a diversas creencias como el catolicismo, varias religiones del este, y la tradición Anabaptista que prosperaban en los primeros años 60. Había también comunidades seculares dedicadas a la política radical, al anarquismo, a la libertad sexual, al reparto del trabajo, a la creación de artes y oficios, al desarrollo de la tierra, a la pertenencia étnica, y a un deslumbrante arsenal de visiones de profetas y de seres extravagantes”8. Aquí nos encontramos otra vez con el increíble poder de las expresiones culturales de la nación norteamericana, que influyeron extensamente sobre otras naciones y culturas, bien que nutriéndose de producciones culturales surgidas en otros lugares, las cuales enriquecieron y diversificaron el producto.

¿Qué nos interesa como cristianos de todo esto? En primer lugar, vida bohemia y simplicidad voluntaria, conceptos que merecen ser desarrollados, en relación al estilo y filosofía de vida de la contracultura hippie, pero también en atención a rasgos culturales de nuestras comunidades, en la actualidad, y a una herencia histórica de vida comunitaria que viene no desde el siglo 19, sino desde antes del inicio del cristianismo. En algunos lugares se describe el estilo de vida de los hippies como “bohemio”; ahora, ¿qué significa esto? Originalmente, la denominación “bohemio” se usó para referirse a los gitanos que emigraron de Bohemia (hoy República Checa) a Francia en el siglo 199, cuyo estilo de vida originó una movida cultural, fundamentalmente teatral y literaria. Premisas básicas del modo de vida bohemio son: Rechazar la propiedad privada y el materialismo. No tener una residencia permanente y sobrevivir con pocas riquezas. Rechazar los estrictos valores morales. Una vida sin preocupaciones, con libertad de acción e incluso abierta libertad sexual. Rechazar la búsqueda de la riqueza, viviendo únicamente para las artes, siguiendo las órdenes de las pasiones interiores, independientemente de si se obtienen ingresos o no”9. Después de todo lo hablado resulta evidente que el estilo bohemio coincide con las características de la contracultura hippie; pensando fundamentalmente en el rechazo de la propiedad privada, el materialismo y la búsqueda de la riqueza, y en la formación de comunidades por parte de los hippies para escapar de los rasgos burgueses de la sociedad de consumo, emerge el concepto de simplicidad voluntaria, mencionada junto a la espiritualidad como una de las tantas bases de las comunidades intencionales. “El movimiento de simplicidad voluntaria cuestiona la actual tendencia de nuestra sociedad de asimilar dinero y posesiones materiales con calidad de vida. Las personas que simpatizan con este movimiento rechazan la idea de que nuestro objetivo en la vida debería ser amasar tanta riqueza material y tanto prestigio como podamos”10.

Ahora nuestro comentario, como cristianos apegados a la Biblia. Ya fue mencionado en la primera parte cómo el cristianismo evangélico norteamericano respondió, casi al mismo tiempo que nacía la contracultura hippie, con evangelización adecuada a los tiempos y las formas en boga, a través del Movimiento de Jesús. No tiene sentido entretenernos en condenar el sexo libre, el uso de drogas y la búsqueda de espiritualidad en religiones y filosofías orientales; es evidente que el cristianismo bíblico no podía ni debía negociar con todo eso. En su momento, la Jesus People llamó a los hippies a salir de sus prácticas para consagrarse a Jesucristo; algunos respondieron, otros no. Interesa ahora destacar el desarrollo del comunalismo, la formación de comunidades separadas de la sociedad, donde practicar los principios de vida que los miembros de la comunidad han adoptado como filosofía personal. Ya se resaltó desde la bibliografía que el comunalismo no fue un invento de los hippies; la vida en comunidades separadas existe desde hace miles de años. Como nos interesa destacar aquellas en que la meta específica era la vivencia de la espiritualidad, vamos a recordar las comunidades religiosas, ejemplo predominante aunque no exclusivo de comunidades de la antigüedad. Merecen mencionarse los esenios de la comunidad de Qumrán, ejemplo precristiano de vida comunitaria religiosa en la que se practicaba la austeridad. Esta comunidad judía, que vivió en el desierto del sur de Palestina, alejada de los emporios urbanos, se ha considerado antecesor espiritual, por su práctica del ascetismo, del monasticismo cristiano, salvo por el hecho de que fue una comunidad mixta.

Desde el Nuevo Testamento podríamos mencionar el grupo de discípulos que Jesús reunió a su alrededor, con los cuales estuvo casi permanentemente durante los tres años de su ministerio público; también, la primitiva Iglesia de Jerusalén, cuyos integrantes “tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32). En tiempos posteriores las primeras comunidades monásticas ofrecen ejemplos de personas que “huyeron del mundo”, es decir, se alejaron de la sociedad de su tiempo por no compartir sus costumbres, valores, creencias ni filosofía de vida. La edad media nos ofrece un ejemplo magnífico de este ideal de comunidad que rompe con los moldes de la sociedad en que vivían sus miembros, en la aparición de las órdenes mendicantes, que abrazaron apasionadamente el ideal de pobreza absoluta. Un ejemplo paradigmático es Francisco de Asís, quien rechazando las posesiones materiales y la riqueza de su familia, se entregó a un ideal evangélico de servicio a los desposeídos en nombre de Jesucristo, y fue amigo de la naturaleza y de los animales; él tal vez no habría desentonado mucho en el Festival de Woodstock. Mucho menos habría desentonado Jesús de Nazaret, si realmente lucía como lo muestra la iconografía clásica, de larga cabellera y barba, vestido de túnica, manto y sandalias, hablando del amor a los enemigos, azotando a los mercaderes, llamando a los ricos a no poner sus esperanzas en las riquezas materiales, y enseñando acerca del Reino de Dios con figuras tomadas de la naturaleza: el cielo, el sol, las nubes, la lluvia, las praderas, las ovejas, los campos sembrados, los árboles, las flores.

Jesús dijo acerca de su pobreza, libremente aceptada: “el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Y qué decir de la recomendación del Nuevo Testamento que resume en forma magistral los postulados de la simplicidad voluntaria: “teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos” (1 Timoteo 6:8). Y que los cristianos habían salido de una sociedad con la que no compartían modos de vida y principios, es ostensible en la palabras del apóstol Pedro: “A estos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan” (1 Pedro 4:4).

Ahora, ¿qué queremos decir con todo esto? ¿Qué los cristianos formaron desde el principio comunidades entre cuyas metas estaban varios de los postulados de la contracultura hippie, desde mucho antes que ellos? Eso es históricamente cierto, pero sería pueril quedarnos en esa etapa del análisis. Un paso más – necesario – es considerar cómo la masificación del cristianismo, resultado de las conversiones en masa por decreto del gobernante – desde la Roma imperial en adelante – enrareció y apagó la prístina frescura espiritual del cristianismo primitivo. No podemos dejar de notar cómo varios postulados del movimiento hippie – no todos, pero sí varios – coincidían con principios cristianos, y sin embargo ellos rechazaron una sociedad nominalmente cristiana, en la que, justamente, no reconocían tales principios. Otro paso es preguntarnos hoy, aproximadamente medio siglo después de aquellos acontecimientos, en qué medida el cristianismo evangélico contemporáneo necesitaría volver al comunalismo; es decir, ir más allá de la etapa de congregación, en que cada cristiano se reúne una o más veces por semana con sus hermanos de la iglesia local para el culto, y luego regresa a su casa, su barrio y su trabajo, para formar, como tantas veces a lo largo de la historia, verdaderas comunidades de fe y trabajo. Preguntarnos en qué medida esto es necesario hoy en día, para preservar nuestra identidad cristiana, y poder vivir nuestra fe y sustentar los valores del Reino de Dios, de acuerdo a lo escrito en la Biblia, Palabra de Dios.

 

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

 

1) chinomuerto.blogspot.com/2008/01/polglota-insensato.html

2) www.ugr.es/~mariol/files/publicaciones/libros/4c.pdf

3) http://www.partidofederal.org/index.php/coronel-manuel-dorrego/127-histas/472-guerra-por-las-islas-malvinas

4) https://books.google.com.uy/books?isbn=8496408019

5) www.thecommonpath.com/comunidades-intencional.html

6) www.imujer.com/…/5-comunas-o-comunidades-hippies-alrededor-del-m

7) http://www.taringa.net/posts/info/13716439/La-historia-de-los-Hippies-en-El-Bolson.html

8) culturahippie.galeon.com/aficiones1345185.html

9) www.pinturayartistas.com/la-vida-bohemia/

10) www.selba.org/IniciativasSimplicidad.htm

1 Comment

  1. elrusoperes dice:

    Original el tipo.
    Llegó Navidad y pasó, y él siguió impertérrito con su tema de los hippies, ¿no?

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