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Montevideo 1970sUna mirada al movimiento hippie de los años sesenta, sus influencias, y la respuesta desde la fe cristiana – Parte 3.

Por: Dr. Álvaro Pandiani*

La década del sesenta del siglo veinte fue un tiempo de hechos políticos y sociales, de avances científicos y logros tecnológicos, y de movimientos contraculturales que aparejaron transformaciones profundas. Transformaciones cuyas repercusiones mantienen su impronta aún en el presente. El movimiento hippie, la guerra de Vietnam, la carrera a la Luna, los movimientos anticolonialistas y emancipadores en África, y la emergencia de grupos revolucionarios armados en varios países latinoamericanos, jalonaron una década convulsa y épica, y Uruguay no fue ajeno a esas corrientes históricas. A pesar de ser un país pequeño en el que nunca pasa nada, habitado por un pueblo tranquilo, como solemos decir los uruguayos, el Uruguay de los sesenta fue agitado por acontecimientos políticos, movimientos sociales y expresiones culturales que desembocaron en el amargo interregno de la dictadura militar, y cambiaron para siempre el país que habían conocido nuestros padres y abuelos.

Indudablemente, destaca en el devenir político de nuestro país en los años sesenta el surgimiento de la guerrilla urbana conocida como el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, a mediados de esa década. Muy resumidamente, esta organización encontró su razón de existir en el “desprestigio de la clase política”1, debido a su “incapacidad para enfrentar la crisis (económica, a la que) se agregaba la corrupción, el clientelismo… y los privilegios que los políticos se votaban para sí”1; otros factores que se invocan como favorecedores de este movimiento son el triunfo de la revolución cubana en 1959, la promesa de Fidel Castro de ayudar a los movimientos latinoamericanos que emprendieran la “lucha antiimperialista”, y el concepto, por parte de los partidos de izquierda latinoamericanos, de que sus gobiernos eran serviles de los intereses de Estados Unidos1. En relación al tema que venimos desarrollando, la contracultura hippie, sus características, postulados e influencias, y ahora, sus influencias en nuestro país, es significativa la siguiente afirmación de un artículo que ya citamos antes: “El movimiento hippie llegó a Uruguay influyendo sobre todo en la vestimenta y en los gustos musicales de los jóvenes y sumando algunos de sus ideales a quienes se unieron al movimiento tupamaro”2. A primera vista no parece haber un vínculo congruente entre aquel movimiento contracultural surgido en Estados Unidos en los años sesenta, el cual – recordemos – preconizaba la paz, el amor, la no – violencia, la protesta anti-bélica, y la resistencia pacífica, con este movimiento armado, que practicó una forma de guerrilla urbana que incluyó robos, asaltos, secuestros y ejecuciones, que mantuvo enfrentamientos con las fuerzas policiales de la época, y más tarde con las fuerzas armadas, y que en su primer documento exponían – entre muchas otras cosas y por no extendernos – ideas como las siguientes: “Descartamos la posibilidad de tránsito pacífico hacia el poder en nuestro país (pensamos en términos de años y no de siglos). La única vía para la revolución socialista será la lucha armada. No hay casi posibilidades de radicalización de la lucha de clases que no desemboque en la violencia”3, 4, 5. No es ni el tema ni el objetivo de esta reflexión hacer un revisionismo del accionar del MLN – T, ni de sus causas o consecuencias. Sí, ver en qué desembocaron los nuevos ideales surgidos en aquella década particular, sobre todo entre los jóvenes, cuando dichos ideales fueron importados a Uruguay. Aquí cabe anotar que este movimiento armado estuvo influido fundamentalmente por los ideales de la izquierda radical latinoamericana; lejos del pacifismo que llevó a los jóvenes norteamericanos a negarse al enrolamiento, protestar contra la guerra de Vietnam y, en los enfrentamientos con la policía, arrojarles flores a quienes les disparaban, estuvo más a tono con lo que sucedió – antes o después – en otros países de Latinoamérica, en los cuales la insurgencia revolucionaria eclosionó en múltiples grupos armados, algunos de muy largo aliento. A diferencia de aquellos y en forma similar a estos, muchos jóvenes uruguayos de aquellos años se unieron a las filas de un movimiento guerrillero que entendió al alzamiento armado y la violencia como los medios para, rápidamente, alcanzar el poder, y así, lograr la “liberación nacional”.

Sin embargo, es justamente en esto último en que podrían reconocerse aquellas ideas de rechazo del capitalismo, la sociedad de consumo y las clases sociales que caracterizaban la contracultura hippie en Estados Unidos. El discurso y la postura anti-sistema se expresó aquí como una resistencia al sistema: sobre todo, un sistema político que se entendía corrupto, sólo interesado en promover y acaparar privilegios para los de su clase; un sistema que debía ser enfrentado y derrotado con el accionar político, y si esa vía no daba resultado – como fue el caso – con la lucha armada. La resistencia al sistema pasó a la acción directa – la acción violenta – en aras de la “liberación” de los pobres, los desprotegidos y los postergados. Estos ideales, expresados en una retórica de tipo heroico, atrajeron numerosos jóvenes, quienes se alistaron en la guerrilla. Y así, desafortunadamente, mientras la juventud norteamericana protestaba por la participación de su país en la guerra de Vietnam, numerosos jóvenes uruguayos se involucraron con un movimiento insurgente que devino en un enfrentamiento armado, en el cual finalmente fueron derrotados, y cuyas heridas aún siguen abiertas. La siguiente opinión que vamos a citar, que no es favorable a la lucha armada de aquellos años, incluye este aspecto romántico, es decir idealista y soñador, comprometido – en este caso – con una causa noble y altruista: liberar a los oprimidos; entonces, respecto a la lucha armada del Uruguay de aquellos años, leemos: “Fue un error tremendo por parte de una izquierda radicalizada e irresponsable, porque por culpa de esas acciones, sufrió y murió gente que no tenía culpa de nada ni relación alguna con el Movimiento. Pero en aquella época, el influjo de la Revolución cubana era muy grande, y durante unos años, para una generación, todo parecía posible e incluso lógico. Fue una generación que luchó y perdió. Se sentía romántica, pero adoptó sin saberlo un camino suicida”6. Ahora, esta historia es más trágica todavía, pues es necesario tener presente en este drama a dos actores ya mencionados: uno de ellos Estados Unidos, pero no el de una juventud libertaria, pacifista y hippie, sino el que constituía la encarnación de las figuras del capitalismo salvaje y el imperialismo, y que promovió sus intereses en los países de América Latina, incluso asesorando a las fuerzas de seguridad latinoamericanas en la lucha contra la insurgencia izquierdista radical. Y el otro, la Revolución cubana, y detrás de la misma la Unión Soviética, tendiendo los hilos para arrebatar la América Latina de la influencia norteamericana, y extender su hegemonía sobre todo el continente. En suma, dos gigantes, las dos superpotencias enfrentadas durante las décadas de la guerra fría, una actuando en la pretensión de defender el llamado “mundo libre”, y la otra para promover la “liberación” de los pueblos. Y en el llano muchos hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, enrolados en una guerra contra sus propios compatriotas, siguiendo ideales nobles pero resultando marionetas de poderes políticos y económicos superiores; poderes que manejaron con pericia los hilos de tales ideales.

La década del sesenta y principios de los setenta en Uruguay trajo música rock, cabellos largos y ropa colorida, y también trajo ideales románticos de libertad e igualdad; pero los nuevos ideales, sumados a las condiciones políticas, económicas y sociales del país en ese momento, explotaron en el rostro de aquella generación con un enfrentamiento militar, y luego todo fue aplastado por el largo interregno de la dictadura. Las dolorosas consecuencias de aquellos acontecimientos siguen presentes, aún hoy, en nuestra nación.

Recuerdo de una lejana adolescencia la ignota música progresiva. En la segunda mitad de la década de los setenta, tiempo de la música disco, la película Fiebre de sábado por la noche y los Bee Gees, ese tipo de música era para mí algo casi desconocido. Tenía la idea de que se trataba de una forma de rock; un rock antiguo, una música diferente, compleja, no lo que escuchaban – escuchábamos – los jóvenes, lo que sonaba en las radios, y se bailaba en las fiestas y locales bailables. Cuando llegó 1980, promediando mi adolescencia, un cambio de ambiente y de amistades me introdujo en eso de la música progresiva. En realidad, significó descubrir un mundo – o submundo – diferente, que giraba en torno a un tipo de música, pero que también tenía una cultura propia: hábitos, costumbres, lenguaje, un aspecto personal definido, y por supuesto un particular gusto musical. La música disco y otros tipos de música, que se oían en los bailes y emisoras radiales, era la “música comercial”, y el rock era la música “culta”, compleja y elaborada, el verdadero arte musical. Los miembros de esa subcultura usaban el cabello largo; muy largo para los varones, y más largo y revuelto para las chicas. Además la barba, muchas veces una pelusa en los adolescentes; ropas holgadas de colores chillones encima, y debajo pantalones vaqueros “bombilla”, y championes o sandalias. Yo me consideraba un bohemio, como los demás, y me enorgullecía de eso. Se consumían drogas, aunque yo nunca llegué a probar ni siquiera un porro. Entonces no existía la pasta base, la estrella era la marihuana; el LSD era un recuerdo, y de las drogas duras casi no se hablaba. Había quienes consumían barbitúricos, si conseguían receta, y algunos robaban nafta de los vehículos, para inhalar sus vapores. Aunque yo nunca lo vi, se comentaba que también se consumían drogas por vía intravenosa; en más de una oportunidad la policía me detuvo y me inspeccionaron manos y brazos, buscando señales de que me hubiera inyectado algo.

El acoso de la policía sobre los jóvenes melenudos vestidos como zaparrastrosos era casi constante. Esa subcultura en la que me metí parecía un residuo del movimiento hippie de los años sesenta, que sobrevivía refugiado en Montevideo, cuando los hippies ya habían pasado de moda en Estados Unidos; o tal vez de los mismos hippies uruguayos de los sesenta. Sólo que las personas que conocí eran demasiado jóvenes para haber sido jóvenes en los años sesenta; eran en realidad la continuación y la persistencia de un ideal y una forma de vida. En ese submundo conocí y empecé a cultivar la música de los Beatles y los Rolling Stones, de Led Zeppelin, Deep Purple y Pink Floyd, de Creedence, Santana y Bob Dylan; pero también supe de – y comencé a escuchar – los Shakers, los Moonlights, Psiglo, Totem y otros grupos que constituían un movimiento de rock uruguayo que venía desde por lo menos mediados de los sesenta, y que – según se refiere en el artículo Shake it all (La música popular de los años 60 y 70)7 – con la llegada de la dictadura militar “fue dramáticamente silenciado y borrado del mapa”. Cuando nos reuníamos con otros miembros – varones y chicas – de esa subcultura, las noches de los viernes en el café Sorocabana de Plaza Cagancha, o las madrugadas de los sábados en una calle oscura del barrio Pocitos, además de hablar de drogas y rock’n’roll, se respiraba miedo, desprecio y resistencia frente a la dictadura militar, aunque siempre en forma pacífica; nunca escuché hablar de un regreso a la lucha armada. Sólo se discursaba – en voz baja y a escondidas – sobre una ideología pacifista y libertaria, con resabios de pensamiento de izquierda. Ese desafío oculto a la dictadura fue una particularidad amarga de este movimiento subterráneo de jóvenes uruguayos que miraban nostálgicamente hacia los años sesenta, su música, sus sueños y sus ideales. A tal punto, que en esa generación de rockeros caló profundo la música del llamado Canto Popular, un “símbolo de resistencia activa ante la nueva coyuntura”7.

Como no podía ser de otra manera, con mi círculo de amigos más íntimos intentamos armar un grupo de rock; muchos sueños de adolescente, más una guitarra, un tambor, y poca cosa más. Fue en 1982 que entramos por primera vez en una iglesia evangélica; los instrumentos del lugar, entre ellos una preciosa batería de cinco cuerpos visible a través de un enorme ventanal, hicieron parar para mirar, y la reacción de quienes estaban cerca de la puerta fue tan rápida como obvia: salieron y nos invitaron a entrar. Comenzamos a concurrir regularmente, y no sólo a la reunión de jóvenes; mi interés por tocar esa hermosa batería me expuso a los mensajes y estudios bíblicos del pastor. Me regalaron una Biblia, y comencé a leerla. Yo sabía de Jesús lo que me habían enseñado en el colegio católico, una enseñanza que no fue suficiente para conservarme en la fe cuando abandoné dicho colegio. La lectura de la Biblia y las predicaciones de aquel pastor me hicieron redescubrir a Jesús de Nazaret, saber más de Él, casi conocerle y sentir que de verdad Él había muerto por mí, que me amaba y me quería dar una nueva vida. El entusiasmo por ese descubrimiento fue increíble, me llenó el alma de una alegría fresca y optimista; tenía diecisiete años. Una noche, después de la reunión en la iglesia, caminaba por la avenida 8 de Octubre de Montevideo rumbo a la parada del ómnibus, cuando me crucé con dos o tres tipos que tendrían unos pocos años más que yo; uno de ellos, riéndose, me dijo: “vamos a ir a curtir un mambo en el culto”, y siguieron. No sé ahora, pero en aquella época “curtir un mambo” significaba drogarse. Tal vez pensaban que eso hacía yo en la iglesia. El punto es que yo no los conocía, pero ellos demostraron conocerme, saber en qué andaba yo antes, y en qué estaba en ese momento; todo eso me asombró, porque yo no era nadie notorio ni dentro – ni mucho menos fuera – de mi círculo de amistades, solamente un chico que iba y venía, procurando encontrar su camino. Mi peregrinaje espiritual fue largo, e incluyó un prolongado alejamiento de la iglesia, y también de Jesús, el comienzo de mi vida laboral a los dieciocho años, una situación en la que vi mi vida en peligro, y un largo conflicto que me sumió en un terrible sentimiento de soledad. Hasta que una noche de julio de 1984, en una pequeña congregación evangélica de Montevideo oí a un predicador leer Job 8:21: “Aún llenará tu boca de risa, y tus labios de júbilo”. Entonces supe que Jesús estaba allí, llamándome a volver; entonces tuve mi camino a Damasco. Aquella noche le dije al Jesús que si había algo entre Él y yo, que yo lo quitaba de en medio; por supuesto, después tuve que aprender cuánto necesita el ser humano el auxilio divino para dejar atrás para siempre tantas cosas a las cuales nos aferramos, algunas por gusto y placer, otras para sentirnos identificados con algo o con alguien, o simplemente para no sentirnos solos. Pero desde aquella noche nunca más me aparté de Jesús, y de su Palabra, y de su obra en la iglesia. Porque entendí que la iglesia era, además de tantas cosas, una nueva familia; con miles de problemas como todas las familias, pero una familia al fin, a la que me resultó maravilloso volver. Y desde aquella noche, nunca más me sentí solo.

Después de aquello, a veces usé el pelo largo, hace más de veinte años, aunque sin ponerme flores; a veces usé camisas o remeras de colores chillones, y también vaqueros y championes. A veces escucho algún tema de rock progresivo; pero cuando lo escucho, recuerdo que en mi vida hubo un cambio, un vuelco, un nuevo nacimiento, porque tuve un encuentro con Jesús, y él me recibió, me perdonó, me salvó y me dio vida eterna. Y todo eso, a veces me gusta volver a contarlo. Gracias por esta oportunidad.

 

1) delneobatllismoaladictadura.blogspot.com/…/uruguay-en-los-anos-60-de…

2) https://sites.google.com/site/…/home/…/los-jovenes-en-la-decada-del-60

3) blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiasperiodoj1.aspx?3440,20070901…

4) blogs.montevideo.com.uy/blog_imprimir_8484_1.html

5) https://books.google.com.uy/books?isbn=8490853711

6) https://elblogdemiguelfernandez.wordpress.com/…/los-tupamaros-histori…

7) www.henciclopedia.org.uy/…/La%20musica%20popular%20de%20los%…

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario

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