Superando tragedias

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Superando tragediasPor: Ps. Graciela Gares*
Prestar especial atención al daño psico-emocional que producen las catástrofes e intentar paliarlo, se está convirtiendo en una saludable tendencia hoy.
Algunos analistas creen que los desastres aumentarán a futuro a raíz de los cambios climáticos, la sobrepoblación en zonas de riesgo, las acciones terroristas, etc.
Por ello, podrían continuar sucediéndose catástrofes naturales (inundaciones, terremotos, tornados, erupciones volcánicas), desastres provocados por el hombre (accidentes de tránsito graves, atentados con bombas, incendios, guerras, exposición a hechos violentos como violaciones, copamientos, violencia doméstica).
Pero también deberíamos incluir adversidades como una separación matrimonial inesperada, la muerte repentina de un familiar o un diagnóstico de enfermedad incurable.
Cada desastre produce un rompimiento brusco de la vida cotidiana de las personas y ello aparejará consecuencias.
No todo ser humano es igualmente resiliente frente a las adversidades. La resiliencia se entiende como la capacidad de enfrentar adversidades saliendo fortalecido.
Hace tres meses un fenómeno atmosférico ocurrido en la ciudad de Dolores, Dpto. de Soriano, en Uruguay, tuvo un impacto emocional muy fuerte en la población y sus consecuencias vienen siendo monitoreadas y atendidas por equipos de psicólogos cuya presencia fue reclamada por los propios damnificados.
El tornado con vientos de 250 a 300 km/h causó 5 muertos, cientos de heridos y destrozó el 40 % de la ciudad, cuya fisonomía cambió por completo en 3 minutos. Muchos reconocen haber salvado su vida de milagro. Centros educativos y de salud quedaron en ruinas, destruyéndose sitios de referencia como liceos, teatros, fábricas y plazas públicas que hacían a la identidad del lugar. La población quedó conmocionada y el gobierno declaró el estado de emergencia.
La destrucción de comercios (locales y mercaderías) afectó las fuentes de trabajo de sus habitantes.
El despliegue de solidaridad humana de los uruguayos no permitió que faltara alimento ni ropa para los damnificados, a quienes se les brindó también alojamiento temporal seguro.
Pero más allá de la cobertura de las necesidades materiales y sanitarias, el alma o la psiquis humana estaba afectada y requería asistencia. En tales circunstancias, tener a alguien que escuche o abrace, opera como un ansiolítico natural, según acertadas palabras del psicólogo A. de Barbieri.
La violencia de un tornado y el daño resultante es difícil de asimilar para la mente humana en regiones donde estos fenómenos no son habituales, por lo que generó una tensión y alarma máximas.
El carácter impredecible del evento, su intensidad y rapidez aumentaron el impacto, superando toda lógica para entenderlo.
Obviamente, la asistencia psico-emocional prioritaria se orientó a familiares de fallecidos y lesionados.
Habitantes y autoridades de Dolores debieron enfrentar el problema sin que existiera un protocolo que les guiara cómo actuar luego del desastre.
La intervención psicológica requerida apuntó a aliviar la sintomatología y evitar la instalación del trastorno por estrés post-traumático en las víctimas.
El estrés post traumático en una forma extrema de tensión provocada por una situación grave, imprevisible, prolongada o crónica que impide que todos los sistemas de respuesta del organismo (sistema nervioso central, endócrino, inmune, etc.) recompongan su equilibrio luego de haber sido sobre-excitados. El trauma deja al organismo fuera de balance. La desadaptación del sistema de respuesta del organismo puede persistir aunque el hecho generador haya cesado.
La gravedad de los daños emocionales tiende a verse en el tiempo. La repercusión emocional mayor se verifica en los primeros tres meses a partir del evento negativo. Luego se espera que la asimilación de lo vivido sitúe la desgracia en el recuerdo y deje de perturbar la vida de las personas que lo vivieron. Algunos individuos pueden necesitar ayuda para reprocesar los hechos, evitando así que éstos queden estancados en su cerebro.
Existen fenómenos normales, pasajeros que se consideran esperables luego de la crisis:
Dificultad para conciliar el sueño. Pesadillas. Sueños recurrentes con lo ocurrido.
Tristeza, angustia. Crisis de llanto. Enojo o rabia.
Falta de concentración.

Estado de alerta ante ruidos o cambios en el clima: niños que lloran al sentir el movimiento de hojas por el viento.
Culpa en niños que creen que el tornado fue un castigo porque se portaron mal.
Conductas infantiles regresivas (orinarse en la cama, succionarse un dedo)
Juegos repetitivos escenificando el hecho angustiante.
Temor a volver a la escuela.
Culpa y vergüenza en los adultos por no haber podido hacer más o ayudado a salvar a otros, o porque su casa quedó intacta y la del vecino resultó destruida.
Miedo a desprenderse de sus hijos y enviarlos a centros educativos.
Sentimiento de inseguridad, vulnerabilidad e impotencia.
Conductas agresivas que pueden aparecen en personas de cualquier edad.
Reacciones somáticas (hipertensión, vómitos, diarreas u otros trastornos digestivos, etc.)
Toda esta sintomatología es esperable a poco de ocurrido el fenómeno y no reviste gravedad si va decreciendo a medida que pasa el tiempo.
Pero debemos preocuparnos si a muchos meses del evento negativo se constatan sufrimientos como los que enumeramos a continuación:
Haber quedado como detenido en el tiempo y revivir constantemente lo ocurrido.
Permanencia de un estado anímico negativo con llanto, tristeza, decaimiento, agotamiento, ansiedad, miedo, irritabilidad. Estar en guardia permanente anticipando un nuevo desastre.
Actitud de evitación y negación (no sentir nada, sentirse emocionalmente inerte, afirmar que lo ocurrido no le afecta en absoluto)
Presentar hiper-excitación o mareos.
Desequilibrio emocional que impida al afectado cuidar de sí o de sus hijos.
Sensación de irrealidad, aturdimiento o desconexión con lo que le rodea.
Tender a aislarse o asumir conductas de riesgo (frecuente en adolescentes)
Quedar inmóvil, sin hablar por largo tiempo, encerrarse en uno mismo.
Desarrollar fobias (temores irracionales)
Iniciar conductas de abuso de alcohol u otras drogas.
Estas reacciones evidenciarían que el individuo permanece en estado de shock no obstante el tiempo transcurrido y ha sido incapaz de procesar lo vivido, configurándose un cuadro de trastorno de estrés post traumático.

¿Quiénes son más vulnerables a desarrollar esta patología?
Los niños, los adolescentes y jóvenes, los ancianos, los desvalidos físicamente. Pero no todos la desarrollarán. El niño o joven que cuente con el respaldo de un adulto tranquilo y estable frente a la crisis estará protegido.
También se considera vulnerable a las personas con trastorno psiquiátrico pre-existente, ya que pueden sufrir recaídas o descompensaciones.
Asimismo quienes estuvieran experimentando pérdidas personales graves (divorcio, desempleo), quienes cuenten con escasa contención familiar o social, quienes ya hubieran vivido situaciones traumáticas, los que carezcan de habilidades para resolver problemas, así como quienes no posean un anclaje religioso (fe madura) que les permita elaborar y dar sentido a la experiencia vivida.
Algunas estrategias reconocidas como efectivas para superar el trauma (golpe) provocado por una desgracia son las siguientes:
Pedir ayuda y dejarse ayudar. Buscar contención afectiva.
Buscar catarsis, hablando, llorando, jugando o dibujando (en niños) para habilitar la descarga de las vivencias y emociones contenidas en nuestro interior.
Esforzarse cada día por situarse y permanecer en el “aquí” y el “ahora”. Intentar mirar menos hacia el pasado y atender lo que el presente esté demandando de nosotros (según nuestros roles de padres, hijos, estudiantes, esposos, trabajadores, etc.) . Fijarse proyectos nuevos.
Reconocer el poder y control absoluto que Dios tiene sobre la naturaleza, nuestra vida y las circunstancias que nos rodean, aún durante la situación de desastre. Incluso  en casos de guerra, violencia, violaciones, aceptar que Dios tendrá la última palabra respecto a la maldad del corazón del hombre.
En la Biblia consta que:
“El Señor ha puesto su trono en el cielo, y su reino domina sobre todo” (Salmo 103:19)
¿Quién dirá que ocurrió aquello que el Señor no ordenó? (Lamentaciones 3:37)
…”hasta los vientos y la mar le obedecen”. (Mateo 8:27)
El sentimiento de vulnerabilidad personal, la impotencia y la percepción que todo se halla fuera de control, son vivencias propias de las situaciones de tragedia, y poseen alto poder desestabilizador para la mente humana. Nuestra naturaleza frágil puede empujarnos a pensar así, mirando los hechos desde nuestra perspectiva, pero la verdad según la Biblia es que Dios no ha perdido ni entregado el control de todo lo que ha creado. Y nosotros somos su especial creación. Reconocer su poder y control absolutos aún en las catástrofes puede devolvernos la paz, la calma y el equilibro emocional. Es una confianza sanadora y reparadora.
El texto bíblico relata vicisitudes de la vida del joven David cuando era perseguido por el rey Saúl y es fácil advertir la disparidad de poder entre ambos desde el punto de vista humano. La crisis se prolongó por años e implicó riesgo de vida para David.
A pesar de su juventud, David contaba con fortalezas de personalidad que le salvaron de sucumbir anímicamente.
Había afrontado con éxito otras crisis vitales: como cuidador del rebaño familiar había enfrentado leones y osos en el desierto, perdiéndoles el miedo. Él creía firmemente en la existencia y providencia de Dios. Su catarsis frente al estrés consistía en dialogar habitualmente con Dios, derramando las preocupaciones de su corazón y creyendo que Dios le escuchaba. Muchos salmos dan testimonio de ello. David se “aprovechaba” del enorme poder de Dios para compensar su propia vulnerabilidad e impotencia y este recurso está disponible aún para nosotros en este convulsionado siglo XXI, pues Dios no ha cambiado ni puede cambiar (Malaquias 3:6).
*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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