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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Escuche el programa completo emitido el 11 de octubre de 2016

 

Continuamos hablando sobre el fundamentalismo religioso, sobre todo, aquel asociado a la política. En la entrega anterior discutimos brevemente acerca de los efectos de la llegada al poder de los fundamentalismos religiosos, los derivados del islam y del judaísmo, y también del fundamentalismo religioso en general, aproximándonos al fundamentalismo cristiano.

Mencionamos cómo algunos autores interpretan que la conceptualización bíblica del poder político puede representar una amenaza a la democracia, y en qué medida las creencias religiosas fundamentalistas producen en las personas ideas y sentimientos de superioridad, segregación y rechazo de quienes opinan diferente; y reflexionamos si tales nociones son aplicables a los creyentes evangélicos. Mantuvimos la postura esbozada en la primea entrega, acerca de que incluso los cristianos evangélicos debemos estar alertas ante el fundamentalismo religioso, sobre todo el que está “pegado” a la política, y usando la expresión de uno de los autores que citamos, nos preguntamos si puede haber evangélicos fundamentalistas cuyo objetivo sea “capturar al Estado”, es decir, tomar el poder político, llevando su fundamentalismo a la vida política del país. Finalmente, dijimos que haríamos algunos comentarios sobre la llamada Teología del Dominio, lo que vamos a hacer a continuación. Luego, vamos a dar algunas reflexiones a partir de la Biblia, como conclusión.

Lo primero que sorprende es comprobar cómo muchas cosas que nos parecen novedosas tienen ya una historia prolongada, allí donde nacieron. Como en ciencia, como en economía, como en mucho de lo que se llama cultura, también en fe y teología parece que América Latina va en el vagón de cola, consumiendo productos originados en otras partes, generalmente en el mundo anglosajón; a veces, consumiendo productos ya gastados y deteriorados, cuando no con defectos de fábrica. A menudo recuerdo aquel pasaje de las Escrituras dirigido a Israel: “Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas” (Deuteronomio 28:13); y me pregunto cuánto más debemos aún corregir, para no seguir en el vagón de cola. Pese al vigor espiritual del cristianismo evangélico latinoamericano, la dependencia – a veces obsecuente – para con el cristianismo protestante estadounidense nos expone a corrientes doctrinales, muchas veces buenas, beneficiosas y refrescantes, pero otras veces negativas, nocivas y hasta heréticas. La recomendación del apóstol Pablo de no dejarnos llevar por todo viento de doctrina (Efesios 4:14) tiene hoy en día una vigencia considerable.

Cuando uno se documenta un poco sobre la Teología del Dominio, encuentra que se trata de una corriente teológica nacida en los Estados Unidos en los años 70 u 80. Curiosamente, las implicancias políticas de esta doctrina se vinculan con la escatología; es decir, con aquella rama de la teología que trata de las profecías de los tiempos finales, la segunda venida de Cristo y la instauración del Reino de Dios sobre la tierra. Hablamos del llamado Milenio, descrito en Apocalipsis 20, un reino de justicia y paz de mil años de duración, gobernado por Jesucristo en persona, visible para todos.

La escatología es una disciplina intrincada porque las profecías apocalípticas de la Biblia se han prestado a múltiples interpretaciones. La más en boga entre los cristianos evangélicos es la premilenarista, la cual afirma que en un momento de la historia Cristo vendrá por segunda vez a este mundo y lo encontrará virtualmente sin fe, rebelde y beligerante contra Dios, por lo que tras una batalla cataclísmica (Armagedón, expresión que forma parte del imaginario popular como algo relacionado con el fin del mundo), instaurará su Reino de mil años de duración en la tierra. Una interpretación alternativa, la posmilenarista, aduce que Cristo vendría por segunda vez a este mundo al término del milenio – que no identifican como un periodo de mil años – y por lo tanto el Reino de Dios “está siendo ahora extendido en el mundo por la predicación del evangelio y la obra salvífica del Espíritu Santo en los corazones de individuos”1; los seguidores de esta doctrina creen que “el mundo finalmente será cristianizado, y que el regreso de Cristo ocurrirá al final de un largo periodo de justicia y paz comúnmente llamado el Milenio”1. Esta interpretación implica, por un lado, que en el proceso de establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra, Cristo estará – o está – presente en forma espiritual. Ahora, la conceptualización de la presencia de Cristo en la era de la Iglesia – nuestra era – es precisamente que Él está presente en forma espiritual, concretamente en la persona del Espíritu Santo. Pero la implicancia política de este Reino espiritual está en el giro dado por “activistas de la derecha religiosa”2 de los Estados Unidos, quienes “concluían que, como sirvientes de un Cristo presente en forma espiritual, co-gobernarían con Él sobre la Tierra”2.

Entonces, la enseñanza de esta forma de doctrina es que “la Iglesia debe establecer el Reino de Dios como un reino literal y físico en esta tierra. Sólo cuando este objetivo sea logrado, Jesús podrá retornar a la tierra”3. Por eso, esta corriente teológica es conocida como “El Reino Ahora”, también “El Reino Presente”, y “Dominionismo”, y sus columnas doctrinales, en síntesis, son que por el pecado de Adán y Eva no sólo la humanidad sino también Dios perdió el dominio sobre la tierra, el cual fue tomado por Satanás, siendo la Iglesia el instrumento de Dios para recuperar ese dominio, y que Jesús no puede volver a este mundo hasta que la Iglesia domine “las estructuras gubernamentales, sociales y económicas de la tierra”3. Sobre la base de este entramado doctrinal, la Teología del Dominio sostiene que “la Iglesia es la responsable de convertir todo el mundo al cristianismo por cualquier método necesario, y gobernarlo según los estándares bíblicos”4. Si lo de cualquier método necesario no suena muy simpático, qué podemos decir de afirmaciones como la siguiente “el hombre puede ser coaccionado a someterse a los dictados de un nuevo orden mundial antes que Cristo venga, y la Iglesia será ese instrumento de coacción”3. Asimismo, en relación a este aspecto tan concreto de las implicancias políticas de esta doctrina, se dice que “La Gran Comisión se cumpliría únicamente cuando el Evangelio gobernara sobre todos los reinos del mundo y la mayoría de los habitantes aceptara a Cristo”2.

Estas ideas teológicas cristalizan en expresiones tan insólitas como alarmantes, tales como: “tomar el dominio sobre la tierra”, “tomar el control de la sociedad”, que estos activistas “esperaban tomar el poder”, o también que “los pensadores del dominio creían que los cristianos tomarían el poder”2. Esta Teología del Dominio, por lo tanto, se asemeja preocupantemente a los objetivos del radicalismo islámico: en pocas palabras, dominar al mundo con la religión. Semejantes expectativas fundadas en una forma de teología cristiana parecen absurdas, y además irrealizables en el escenario político, ideológico, social y religioso actual de América Latina. Sin embargo, y esto es más preocupante aún, esta Teología es sustentada por una derecha religiosa cristiana que pugna por volver al poder político en los Estados Unidos de América, país cuyas fuerzas armadas son consideradas las más poderosas del mundo.

Todo esto debe movernos a una reflexión prudente, a la luz de la Biblia, y a la oración.

Si creemos el mito moderno – que probablemente no sea tan mito – acerca de que grupos económicos y grandes corporaciones, financieramente muy poderosas, son las que verdaderamente detentan el dominio del mundo, esta Teología del Dominio parece el invento de una compañía de vivos que quieren tomar el poder, usando como instrumento la religión cristiana. Nada nuevo bajo el sol, ni en la actualidad ni en la historia. Ahora, ¿es este un fundamentalismo pegado a la política? Evidentemente sí, y de la peor especie, pues apunta a dominar todas las estructuras humanas – gobierno, economía y sociedad – a nivel mundial. Pero además, los fundamentalismos religiosos están en condiciones de imponer la peor clase de dictadura, pues a diferencia de las dictaduras político – ideológicas, las cuales pueden encadenar las palabras y la conducta de los seres humanos, pero no sus pensamientos, las dictaduras religiosas encadenan la conciencia de las personas con su reclamo de lealtad desde el corazón, y con la táctica de poner todo pensamiento e idea disidente bajo el manto del pecado y la amenaza de la perdición eterna en el infierno.

El Dominionismo habla del Reino de Dios, y justifica sus aspiraciones en el deber y la misión de la Iglesia de construir el Reino en la tierra, en un sentido literal, gobernando sobre la mayor cantidad posible de seres humanos según los principios rectores de la Biblia. Se han ensayado desde círculos cristianos varias refutaciones de estas ideas. No es posible una refutación completa en un breve artículo, así que en este punto de la reflexión el propósito es contraponer a los pocos aspectos principales de esta ideología religiosa cristiana que citamos, algunos de los muchos pasajes del Nuevo Testamento que hablan sobre el Reino de Dios, y ver qué respuesta nos permiten dar. Para ilustrarnos el concepto neotestamentario del Reino, vamos a repasar algunos pasajes bíblicos en los que se evidencian cuáles eran las expectativas de los discípulos, y de los judíos en general, sobre el Reino de Dios, y después algunos dichos de Jesús de Nazaret sobre el Reino, y cómo entenderlos. El primero de estos pasajes a comentar, referido a los discípulos de Jesús, y probablemente otros judíos reunidos en la casa del Zaqueo el publicano, es muy ilustrativo sobre sus ilusiones acerca del Reino; en Lucas 19:11 se lee: “prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente”.

A continuación, Jesús pronunció la comúnmente llamada “parábola de las diez minas” – es decir, de las diez monedas – uno de los tantos relatos breves acerca de un personaje importante que entrega objetos de valor a sus sirvientes, los cuales representan capacidades y responsabilidades para atender los negocios de su señor, y luego de un tiempo de ausencia de duración desconocida regresa para pedir cuentas. Esta parábola constituyó una forma indirecta de desestimular la esperanza acerca de la inmediatez de la instauración del Reino esperado por los judíos.

¿Qué Reino esperaban los judíos? El Reino de David, el reino de la época de oro de Israel, deteriorado durante el largo período de los reyes del reino dividido entre Israel y Judá, perdido con el exilio babilónico y nunca más recuperado. Un reino mesiánico profetizado en el Antiguo Testamento, de dominio sobre las naciones, como se lee en Amós 9:11, 12: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David: cerraré sus portillos, levantaré sus ruinas y lo edificaré como en el tiempo pasado, para que aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom y todas las naciones, dice Jehová, que hace esto”, o también en Isaías 2:2 – 4: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”. Es decir, un reinado universal de justicia y paz sobre todas las naciones, gobernado por el Mesías, hijo de David, quién en la conceptualización cristiana de la profecía se identifica con Jesucristo. Que éstas eran las expectativas de los judíos del tiempo de Jesús se demuestra por la reacción de aquella multitud que se benefició del milagro de los panes y los peces; en Juan 6:15 dice que esas personas planeaban apoderarse de Jesús para hacerlo rey, lo cual desencadenaría la guerra contra Roma por la liberación de Israel. Esta expectativa asoma otra vez en la aclamación del pueblo, durante la llamada entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor” (Lucas 19:38). Los propios discípulos, después de la resurrección de Cristo – como si hubieran pensado: ahora sí – le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). La respuesta de Jesús a esa pregunta nos da la pauta de cuál es el concepto del Reino que Jesús sustentó y trasmitió en su primera venida. En síntesis, Él les dijo a sus discípulos que no les correspondía conocer el tiempo de la restauración del Reino; y acto seguido, los envió a predicar el evangelio a todas las naciones. Jesús de Nazaret comienza su ministerio público anunciando que el Reino de los Cielos (según Mateo 4:17) o el Reino de Dios (según Marcos 1:15) se había “acercado”; esa cercanía era la que debía convocar a los hombres al arrepentimiento y la fe en la buena noticia que Él portaba. Tiempo después, cuando los fariseos le preguntaron cuándo vendría el Reino de Dios, Jesús respondió: “el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:21), una expresión enigmática que comienza a gestar la revelación de un aspecto del Reino de Dios no conocido ni esperado por los judíos de entonces, pero que para los cristianos de ahora es muy familiar: el Reino de Dios es una realidad espiritual interior para los creyentes, pues Jesús gobierna los corazones de los suyos. Pero entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando afirmó ante los fariseos que el Reino de Dios estaba entre ellos? Se refería a sí mismo; Él era la manifestación del Reino. Apoya esto otra declaración de Jesús, en Mateo 16:28: “hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”. Unos días después de esto, algunos de los que estaban allí – concretamente Pedro, Jacobo y Juan – presenciaron la transfiguración de Jesús; Mateo escribe: “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). La opinión más común es que cuando Jesús habló de ver al Hijo del Hombre viniendo en su reino se refería a su transfiguración, de la que serían testigos sus tres discípulos más cercanos. En otras palabras, verían que el Reino del cual hablaba el Señor no era algo de este mundo. Esto es lo que Jesús dice literalmente cuando es llevado ante Pilato; al ser preguntado por el gobernador romano si acaso era rey, Él contestó: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Y lo que añadió a continuación da la pauta de cuál es la idea del Reino que Jesús procuró trasmitir a sus seguidores: “si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”.

La historia del cristianismo da la pauta de cuan mal los seguidores de Cristo han entendido que el Reino de los Cielos no es algo de este mundo, que no han – o no hemos – entendido todavía que no es un Reino literal que deba ser impuesto mediante lucha, o coacción, o “cualquier método necesario” para gobernar una nación, o varias naciones, o el mundo entero según los estándares bíblicos. Aunque eso que se repite tan a menudo y en forma tan encendida en las grandes concentraciones de cristianos evangélicos de “conquistar el mundo para Cristo” suene muy triunfalista, es una arenga tribunera que exalta a los creyentes con un objetivo que no es el del evangelio. ¿Por qué? Porque el evangelio es la buena noticia de lo que el amor de Dios hizo en Cristo para el perdón de los pecados y la salvación eterna. Desde los días de los apóstoles el evangelio es predicado, y hombres y mujeres que creen y abren su corazón en arrepentimiento y fe reciben el perdón y una nueva vida en Cristo; en ellos, Jesús reina por la fe y la obediencia a Su Palabra. Así se construye un reino espiritual, cuya extensión se corresponde con la cantidad de personas en cuyos corazones Jesucristo gobierna, mientras la Iglesia espera el Reino mesiánico que se instaurará al final de los tiempos, cuando Jesús venga por segunda vez a este mundo. La Gran Comisión no es gobernar literalmente sobre las naciones del mundo; la Gran Comisión es predicar el perdón de los pecados y la eterna salvación, como dijo el Señor: “fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:46, 47). Proponer a la Iglesia como “instrumento de coacción” para que los seres humanos se sometan a los estándares bíblicos, además de insólito, alarmante y ridículo, es propio de ignorantes que olvidan el experimento religioso de más de mil años de duración que significó la Edad Media cristiana, cuando la Iglesia gobernaba cada aspecto de la vida del individuo y la comunidad en los reinos de Europa, y que olvidan los resultados nefastos que tal experimento tuvo, con su historia de abusos, intolerancia y violencia, así como de reacciones de repudio y odio hacia el cristianismo, que hoy en día han arrebatado la fe a gran parte de occidente.

Si algo podemos exigir hoy los cristianos es la libertad de predicar el evangelio que encontramos en el Nuevo Testamento de la Biblia, un llamado a un cambio de vida por la fe en Cristo, y a una nueva vida guiada por los valores bíblicos; y que hombres y mujeres en cuyos corazones el evangelio despierta fe en Jesús, puedan con libertad entregar todo su ser al señorío de Jesucristo, y vivir de acuerdo a dichos valores. Y que la predicación del evangelio y los valores bíblicos esté presente en cada ámbito de nuestra comunidad: gobierno, sociedad, y familia, como opción de fe, de cambio personal, de vida nueva y de esperanza; una esperanza puesta en Dios a través de Jesucristo.
Que así sea.

1) Ryrie C, Un examen del posmilenialismo. En Teología Básica. Editorial Unilit; Miami, Fl; 1993. Pág. 505.
2) www.nodulo.org/bib/stoll/alp03j.html
3) institutointerglobal.org › Temas › Teología
4) https://gracethrufaith.com/es/preguntele-a-un-profesor-de…/la-teologia-del-dominio/

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, profesor universitario y ejerce el pastorado en el Centro Evangelístico de la calle Juan Jacobo Rosseau 4171 entre Villagrán y Enrique Clay, barrio de la Unión en Montevideo.

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