El legado inmundo

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Foto tomada el lunes 16 de enero, 2017.

Por: Esteban Larrosa*

El color de sus ojos lo decía todo. Solía sentarse en el frente de su casa con la sillita playera, la mesita plegable y sobre ella: la hielera, el vaso de vidrio y la botella de whisky. Hablaba profusamente con todo quien quisiera escucharlo para quejarse de alguna cosa y lo hacía con el acento que rápidamente le dio el sobrenombre. Era un jubilado reciente y vivió a pocos metros de mi casa por no más de un año, pero hasta el día de hoy su legado permanece frente a mi ventana. En esos días, algún alma caritativa movió el contenedor verde desde la esquina de la avenida hasta el frente de su vecina lindera. ¡Cómo despotricaba ese hombre con cada uno que venía a depositar la basura! Le asistía razón, porque no todos los residuos permanecían dentro de ese recinto y no todos los colocaban allí. Alguna vez ayudé a su vecina a limpiar todo lo que allí estaba sembrado. No duró mucho su pesadilla, pues una mañana el contenedor amaneció frente a mi puerta, y allí comenzó esta historia.

Inmediatamente aprendimos sobre los hábitos de higiene de nuestros vecinos, que aún estando saturado el contenedor siguen trayendo basura, sin importarle el reguero de mugre que van depositando en nuestro frente –pocos guardan los desperdicios hasta que el camión pase a vaciar la volqueta. Frecuentemente recibimos la visita de vehículos de otras barriadas que depositan grandes bolsas con materiales pesados y voluminosos llenándolo en un santiamén, pues en sus vecindarios ya no existen este tipo de contenedores. Conozco también a los hurgadores, algunos de los cuales en forma respetuosa toman lo que precisan y hasta se preocupan que nada quede tirado, y otros pareciera que gozan dejando tras su paso una exposición de porquerías en descomposición. Pronto tuvimos la visita de los perros del barrio, aportando su capacidad artística para destrozar bolsas, de palomas y otras aves picoteando algun pedazo de pan duro, y las expediciones nocturnas de los gatos que merodean sigilosamente tratando de obtener su parte del botín. He tenido duras batallas con roedores de varios tipos que han hecho nido en las cercanías, y algunas veces los encontramos de paseo o queriendo hacer su morada dentro de nuestra vivienda. Desde ese entonces, ninguno de nosotros puede hacer uso de la vereda para ningún tipo de actividad lúdica (en el caso de los niños) y nuestra breve permanencia allí nos encuentra con implementos de limpieza para tratar de combatir el basural rotativo que decora el entorno. Mientas lo hacemos, es inevitable el comentario de algún vecino sobre “la falta de higiene de la zona”, que “la culpa la tiene el gobierno departamental”, la bronca que expresan sobre ADEOM, la falta de solidaridad de los vecinos… mientras que nosotros nos limitamos a devolver una resignada respuesta ante conversaciones que versan sobre tanto lugar común y que no aportan nada a la solución.  En otras ocasiones, asistido por mi esposa, y manguera en mano como un bombero, apagamos por lo menos dos incendios que del interior del receptor de basura producían un humo negro de olor fétido que se abalanzaba sobre nuestro jardín. En medio de uno de ellos y ante la mirada del resto de los vecinos –algunos desde su ventana, otros pasando y mirando de reojo– cruzó uno que vino y me dijo: “¿Sabe cómo llegó el contenedor a su casa? El gallego que vivía allá abajo le dio unos mangos al de la intendencia para que se lo sacara de enfrente y se lo pusieron a usted.” Sin embargo, no puedo probar esto y es solo el comentario de un vecino que lo incorporo como parte del anecdotario.

Hace mucho tiempo que el “gallego” no vive más en el barrio. Se fue tan rápido como vino y nunca más supe de él, pero si fuera como dijo ese vecino, desde hace 8 años convivo diariamente con su legado.

A pesar de esto, una señora adulta mayor, viuda, a la que a veces veo hablando sola, que vive en la calle transversal, y a la que los gurises del barrio le pusieron un sobrenombre indecible, se toma la molestia de limpiar algunas veces a la semana, y con todo esmero, la mugrienta vereda y alrededores, dándonos a todos un ejemplo de convivencia y solidaridad. Argumenta en muy buenos términos con las integrantes de la brigada de limpieza contratada por la intendencia para limpiar el área circundante del cada vez menos verde contenedor y les agradece por su trabajo. Muchas veces ha discutido acaloradamente con otros vecinos, que la tildan de loca, por rezongarlos al verlos tirar la basura en nuestra vereda sin ningún remordimiento. A pesar que tiene sus cosas, su actitud es admirable y aleccionadora. Nos permite conservar la esperanza que la vida en comunidad podría darse de otra manera.

Todos tenemos la capacidad de afectar la vida de quienes nos rodean, colaborando al desarrollo de un medioambiente limpio y saludable, forjando un entorno social de relaciones basadas en el respeto y el amor al prójimo o podemos elegir el egoísmo, produciendo todo lo malo que puede reflejar un contenedor de basura desbordado, que está allí como testimonio de cómo somos los montevideanos.  Esa elección y modo de actuar producirá un legado por el cual seremos recordados. Jesús nos invitó, a quienes decimos ser sus seguidores, a ser agentes de luz y sanidad en los ambientes donde nos movemos, procurando que nuestra “luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que” hacemos, “todos alaben a” nuestro “Padre que está en el cielo” (Mateo 5:16).

¿Cuál es el legado por el qué seremos recordados en el barrio? ¿El del “gallego” que aparentemente se quita el problema de encima de manera corrupta, el de los vecinos egoístas que arrojan la basura fuera de su casa sin pensar en el prójimo, o el de Amelia, la señora a la que le pusieron un nombrete ordinario, pero que sin importarle el qué dirán acciona con compromiso para cambiar la realidad que le rodea?

*Lic. Esteban D. Larrosa – Director Radio Trans Mundial Uruguay.

 

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