Un nuevo comienzo

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Sobre la importancia de la enseñanza

Por Ezequiel Dellutri.

Con casi cuarenta años, me cuesta recordar los días de inicio de clase, pese a haber vivido muchos y desde lugares muy distintos: como alumno, como padre y como docente. Por lo general, son siempre similares y reúnen por partes iguales emoción, inquietud y el lógico fastidio de la vuelta a la rutina. Cuando era adolescente, conocer a los profesores que tendría en ese ciclo era algo que me fascinaba: tratar de descubrir a la persona que se escondía detrás de los papeles y el pizarrón fue siempre una obsesión. Sobre muchos ya tenía algunas referencias, o porque mi hermano ya los había tenido, o porque algún alumno de un curso superior me había hecho algún comentario, siempre del tipo “cuidate de este” o “si hacés tal o cual cosa, no vas a tener problemas con tal”. Sin embargo, ya desde la secundaria sabía que lo importante en cada docente estaba detrás, no en el personaje, sino en la persona con la que debíamos crear un vínculo, como aquella vez que una profesora regresó a clase después de haber enviudado y todos en el curso convivimos durante meses con una tristeza que la seguía como una sombra. Porque lo más importante que nos da la escuela no está en el contenido, sino en cultivar una vivencia única: la de convertirnos en alumno de un maestro. La de ser discípulos.

Existen grandes discusiones sobre la pertinencia o no de determinados sistemas educativos. Como docente, tengo una opinión formada sobre las muchas cosas que no funcionan y deberían mejorarse o erradicarse. Sin embargo, la enseñanza sigue siendo una ocupación única. Mucho se habla sobre los aportes de la tecnología a la educación: las aulas no pueden ni deben ser ajenas a estos desarrollos, pero al mismo tiempo, es fundamental recordar que la esencia de la sabiduría se basa en la relación directa entre dos personas. Aulas atiborradas, profesores sobrecargados y mal pagados son mucho peores. Porque, aunque no es lo óptimo, se puede educar sin tecnología; en cambio, hacer uso de la tecnología sin educación implica retornar a la ley del más fuerte.

Más allá de los contenidos y de la necesidad de tabular por medio de notas los conocimientos adquiridos, la raíz de la docencia está en el ejemplo del maestro, en su apertura, en la capacidad para reprender sin humillar, señalar el error al tiempo que se muestra el camino correcto, hacer uso de la autoridad no como una forma de exaltación personal, sino como la valla que permiten transitar por el amplio camino del saber.

La educación se sigue construyendo sobre lo más democrático de la cultura: la palabra. Todavía no existe impuesto que grave su uso, tal vez porque pocos son conscientes de su maravilloso poder. Decíamos recién que se enseña con el ejemplo, y es verdad, pero también con la palabra. El adagio sostiene “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”; la frase puede ser el espejo de una profunda soberbia, aunque también podría interpretarse como el reconocimiento de la propia limitación: ser ejemplo todo el tiempo es imposible. La palabra nos permite volver al origen, reconocer el error, pedir disculpas. El lenguaje es propiedad de todos; por eso, todos podemos ser educados, todos podemos aprender, todos podemos crecer. Hace falta, claro, encontrar los términos adecuados. Los que tienen vida. Los que pueden llevar al cambio. El mayor desafío de un maestro es adueñarse de las palabras que abren puertas.

En una de las predicaciones del Dr. R. C. Sproul sobre la santidad de Dios, se sostiene que Jesús era un maestro peripatético, es decir, que enseñaba mientras caminaba y sus discípulos, sus alumnos, lo seguían. De hecho, si hay algo que Jesús hace en los evangelios es caminar. La imagen me cautivó, porque plantea la dinámica que tiene la relación entre el maestro y el alumno: no es estática, está en movimiento, crece y se afianza a cada paso. Circunscribir la educación al ámbito de la escuela es un grave error: nacimos para aprender; aún cuando se acaben los docentes terrenales, todavía sigue estando el divino maestro dispuesto a seguir enseñando.

*Ezequiel Dellutri: Integra el equipo del programa Tierra Firme de RTM (www.tierrafirmertm.org). Profesor de literatura, escritor de literatura fantástica y novelas policiales. Está casado con Verónica y tiene dos hijos (Felipe y Simón).

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