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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

En el artículo sobre suicidio del Diccionario de Historia de la Iglesia dice lo siguiente: “En el siglo XX se ha prestado cada vez más atención a la psicopatología y a la sociología del suicidio, y esto ha producido ciertas modificaciones del concepto cristiano” (1). Sin embargo, no especifica cuáles son esas modificaciones del concepto cristiano histórico, es decir, la enseñanza sobre el suicidio que la Iglesia mantuvo por siglos, y que condiciona lo que hoy creemos aunque no escudriñemos – o sea, investiguemos – sobre las bases de tal creencia, la cual aceptamos tácitamente. En ese mismo artículo se aclaran las bases de la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el suicidio. Para llegar a esas bases debemos retroceder hasta el período de la Iglesia Antigua, a finales del Imperio Romano; ahí nos encontramos con que “Agustín reprobó el suicidio por ser autoasesinato; porque excluía toda oportunidad para arrepentirse; y por ser una acción cobarde” (1). En fecha tan temprana como el año 452 d.C., el Concilio de Arlés condenó el suicidio; y el Concilio de Toledo (año 693 d.C.) decretó que los suicidas fueran excomulgados, y prohibió que se oficiaran ritos fúnebres en su nombre (2). Estas ideas marcaron el pensamiento cristiano a lo largo de la Edad Media. A modo de ejemplo notable de esto, en La Divina Comedia, escrita a principios del siglo 14, Dante Alighieri relata cómo recorre el infierno junto al poeta Virgilio, y al llegar al séptimo círculo, el de los violentos, el alma de Virgilio dice: “Un hombre puede haber dirigido su mano violenta contra sí mismo o contra sus bienes; justo es, pues, que purgue su culpa en el segundo recinto” (3); allí, Dante encuentra a los suicidas convertidos en árboles resecos.

Durante la Edad Media las leyes eclesiásticas y civiles eran especialmente duras: los bienes del suicida se confiscaban, lo que dejaba su familia desprotegida; el cadáver, que no se podía sepultar en terreno consagrado, podía ser vejado. Tomás de Aquino, un fraile dominico y prominente teólogo del siglo 13, pensó al igual que Agustín, que el suicidio era pecaminoso pues el hombre “no puede disponer libremente de sí mismo, puesto que no pertenece a él, sino a Dios” (2). La severidad de las leyes contra el suicidio disminuyó a fines de la Edad Media y en el Renacimiento, aunque hasta el siglo 17 persistió una dura legislación en las Iglesias Protestantes, sobre todo en Inglaterra. Es en el siglo 17 que aparece la primera e incipiente aproximación al suicidio desde un punto de vista médico – psiquiátrico, en el libro Anatomía de la Melancolía, de Robert Burton. Recién para el siglo 18 cambia la visión del suicidio. El filósofo David Hume “criticó la concepción escolástica del suicidio. Para Hume, es la prudencia o el coraje lo que anima a los hombres a acabar con su existencia” (4). Por otro lado, Kant opinaba que el suicidio “no podía justificarse desde el punto de vista moral” (4). En el siglo 19, Federico Nietzsche, desde su conocida posición anticristiana a ultranza (5) consideraba que el suicidio es “una forma de realizar la voluntad y morir a tiempo, evitando la vejez, la decrepitud o una vida vergonzosa” (4). El filósofo existencialista Albert Camus, ya en el siglo 20, lo considera “una de las formas en que el hombre se revela ante la falta de significado de la vida, su desespero y su cualidad absurda” (4). Una visión interesante surge de teólogos contemporáneos; Bonhoeffer lo consideraba “la última tentativa del hombre de dar un sentido humano a una vida que ha resultado sin sentido, siendo censurable sólo ante Dios, creador y dueño de su vida, y no ante la moral de los hombres” (4). Y el brasileño Enoch de Oliveira encuentra el origen del suicidio en “la angustia ante la vida desesperanzada”; continúa con una interesante comparación, al decir que así como el oxígeno para los pulmones es la esperanza para dar sentido a la vida humana, y aquí introduce un elemento fundamental – desde el punto de vista de la fe – cuando expresa: “el hombre de fe tiene la ventaja sobre los demás hombres de que sufre las aflicciones de la vida, pero las enfrenta con las esperanza de encontrar al final de la jornada al Padre Celestial que lo recibirá en su hogar” (4).

No puedo negar que este muy breve repaso histórico del pensamiento teológico y filosófico sobre el suicidio ha sido selectivo, y no para apoyar una posición personal pues la evolución mostrada varía de postura, desde la condena a la justificación e incluso la defensa del derecho a disponer de la propia vida. Justamente de eso se trató, de mostrar brevemente esa evolución. Una evolución que acompaña la preponderancia de la Iglesia en la vida y el pensamiento de las naciones de la Europa cristiana durante toda la Edad Media, cuya herencia cultural y religiosa acompañaría las migraciones colonizadoras a partir del siglo 16, tal que las sociedades occidentales conservan aún muchos rasgos cuyo origen debe buscarse en un remoto pasado medieval; o incluso anterior, como el tema que nos ocupa. Pero una evolución que también muestra la disminución de la hegemonía ejercida por la Iglesia a partir de movimientos como el humanismo y la Reforma Protestante del siglo 16, y posteriormente la incapacidad de la religión establecida para suprimir o controlar las nuevas ideas teológicas y fundamentalmente filosóficas que emergen con el racionalismo y la Ilustración, y que se evidencian – en la evolución sobre este tema – en la preeminencia de concepciones totalmente contrarias a las tradicionales acerca del suicidio. Contra el concepto de pecado mortal, delito grave e imperdonable punible con el infierno eterno, se levanta la noción de prudencia (virtud), libertad e independencia – incluso de Dios – para decidir sobre la propia vida, inclusive para decidir acabar con la misma. La cobardía de la que habla Agustín de Hipona se transforma en coraje para Hume; la imposibilidad de disponer libremente de sí mismo, de la que habla Tomás de Aquino, se vuelve en Nietzsche en la vía de hacer la propia voluntad – no la de Dios – terminando la propia vida cuando uno considera que el tiempo ha llegado. Frente a esta evolución, despegada y en franco alejamiento del criterio cristiano tradicional, el teólogo contemporáneo llama a dejar el juicio en manos de Dios, e introduce la esperanza cristiana frente a la muerte, aún la del suicida.

De la mano de esa mutación en el pensamiento prevaleciente sobre el suicidio en la civilización cristiana occidental – civilización cuyo carácter cristiano se tambaleaba por el empuje y los golpes del racionalismo y otras nuevas ideas – vino un cambio en la consideración del suicidio como vía de escape de situaciones personales insostenibles. Este cambio de pensamiento había pasado de la abierta condena y el juicio de que el suicida merece el castigo eterno en el infierno, a la justificación, el elogio del valor contenido en el acto de resolver sobre la propia vida, e incluso, según Nietzsche, a juzgar que constituye “ejercer el difícil arte de retirarse con oportunidad” (4). Y quizás no sea aventurado plantear que dicho cambio en el pensamiento haya influido en la conciencia de miles de almas atormentadas por distintos motivos, que alentados por tales ideas, vieron en el suicidio no la cobardía final que los sumiría en la desgracia eterna de los réprobos ante Dios, sino el postrer acto de valentía, de defensa del honor, la última declaración de principios, o la expresión culminante de un pensamiento fracturado, de emociones rotas, de una voluntad derrotada. Al respecto de esto, resulta muy llamativo cómo el suicidio por un amor imposible aparece y destaca en la literatura, como por ejemplo la inmortal obra Romeo y Julieta de William Shakespeare, a finales del siglo 16, en la cual el suicidio de los dos amantes se reviste de un carácter positivo, pues logra la reconciliación de las dos familias enemistadas, y Las cuitas del joven Werther de Wolfgang von Goethe, obra que se dice provocó una verdadera ola de suicidios “por amor” en la Alemania de fines del siglo 18 (2).

Volviendo a la consideración cristiana del suicidio, la concepción cristiana actual, modificada por la psicopatología y la sociología, como dice la cita del Diccionario de Historia de la Iglesia con la cual comenzamos esta reflexión, vamos a comentar la opinión primero desde el lado de la Iglesia Católica, para ver cómo ellos ven ahora el suicidio. En el artículo ¿Todos los suicidas se van al infierno? (6) leemos: “La tradición cristiana, la doctrina del Magisterio y la reflexión teológica no han tenido ninguna duda sobre la inadmisibilidad moral del suicidio. Si ha habido alguna evolución ha sido sólo en torno a la valoración de la culpabilidad y responsabilidad subjetiva del que se suicida o intenta hacerlo”. Una primera cosa a destacar es que este artículo menciona tres fuentes para considerar lo inadmisible del suicidio (tradición, magisterio, reflexión teológica), pero no enseñanza directa alguna proveniente de la Biblia. En cuanto a la “evolución” mencionada – la culpabilidad del suicida – además de referirse a las doctrinas ya mencionadas de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, entre otros, para afirmar lo ilícito del suicidio, habla a continuación de otros “criterios de valoración”; menciona la mentalidad suicida imperante en la sociedad, un elevado número de personas mentalmente perturbadas, y la pérdida de valores para hacer frente a la “mentalidad anti-vida”, para decir a continuación que “podría admitirse que, en los casos en que faltan elementos para juzgar que un suicidio es plenamente voluntario, puede presumirse que la persona que se ha quitado la vida no ha gozado de suficiente responsabilidad moral, o incluso, en algunos casos, ha sido totalmente irresponsable”. Finaliza ofreciendo pautas para discernir si el suicida es plenamente responsable de su acto, o su responsabilidad es incompleta. En síntesis, según el artículo, si bien el suicidio siempre es malo, quién lo comete puede ser considerado no responsable; y por lo tanto, suponemos, no punible. Ese es el punto que queda sin definir: ¿cómo ve Dios al suicida? ¿Le perdona el acto pecaminoso final de su vida, por el cual no puede ya arrepentirse para recibir perdón, según la enseñanza bíblica (Hechos 2:38)? No cabe duda de que el autor del artículo se muestra muy prudente al no profundizar en este particular, salvo aclarar que, en última instancia, el juicio debe dejarse a Dios. Es que eso es todo lo que puede hacerse; todo lo demás es especulación.

Tal vez la propia Iglesia Católica incurre en esperanzadora especulación al decir en su catecismo, citado en el artículo Suicidio y Misericordia Divina: “No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él sólo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida” (7). Indudablemente, esta es una redacción de catecismo adecuada al pensamiento moderno – o posmoderno – cuya espiritualidad positiva, aún en un particular tan doloroso y absoluto, ofrece una esperanza que sólo la fe cristiana puede ofrecer: la esperanza de la vida eterna. Una redacción – una enseñanza, pues eso es, en definitiva, un catecismo – apropiada para una época en que ya no son de recibo por la gente, tal vez, ni siquiera por la mayoría de los feligreses, las admoniciones y amenazas de castigos eternos que mantienen a los fieles bajo control por miedo al infierno. También en este artículo se insiste sobre lo grave del suicidio en sí, pero se contemporiza compasivamente con quién se quita la vida, afirmando: “el que se suicida en general no rechaza a Dios, sino que busca erróneamente la muerte como un medio para liberarse de un mal que le aqueja y en medio de su angustia y confusión toma una decisión con una libertad limitada que no le permite ver con claridad la verdadera dimensión de ese acto”. En otras palabras, aunque el acto es grave, la persona que lo comete no está en posición de justipreciar la gravedad de lo que hace, lo que disminuye su responsabilidad o culpabilidad; por lo que, si bien grave el acto, su culpa no es grave. Tal cosa se afirma, y además también que: “Desde el punto de vista antropológico, no hay fatalidad en el suicidio que signifique condenación eterna porque no hay acto libre totalmente sino que este acto se ve atenuado por cuestiones psicológicas graves, el suicidio no es una decisión plenamente libre, racional”. Esta última es una afirmación que está a tono con la noción moderna, que lejos de condenar tiene el mérito de procurar llevar esperanza a quienes sufren una pérdida tan dolorosa e incomprensible como el suicidio de un ser amado, y que además, cuando son creyentes, tiemblan ante la concepción tradicional del suicidio en la Iglesia (condenación eterna). Pero así como esa concepción tradicional, según vimos, no tiene un fundamento directo en la Biblia, tampoco lo tiene la afirmación – la arriesgada afirmación – acerca de que “no hay fatalidad en el suicidio que signifique condenación eterna”. Esto hace que tal afirmación sea un postulado doctrinal surgido de una reflexión teológica positiva, pero que al incursionar en realidades que están más allá del mundo sensible (cielo – infierno), resultan especulación pura.

Sin embargo, como vimos y volveremos a ver, a contramano de la opinión prevaleciente, tal especulación también se da entre los cristianos evangélicos.

 

Bibliografía citada:

1) Diccionario de Historia de la Iglesia. Editorial Caribe, 1989; Nashville, USA; Pág. 984.

2) www.ugr.es/~pwlac/G27_33JoseManuel_Corpas_Nogales.html‎

3) www.ladeliteratura.com.uy/biblioteca/divinacomedia.pdf

4) www.bvs.sld.cu/revistas/gme/pub/vol.1.(1)_07/p7.htm

5) Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia. Editorial Clie, 19879; Barcelona, España; Pág. 470

6) es.catholic.net/temacontrovertido/330/1748/articulo.php?id=8977‎

7) encuentra.com/sin-categoria/suicidio_y_misericordia_divina13351/

 

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 h por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

Lea y escuche aquí: No trates de suicidarte – Parte 1

Lea y escuche aquí: No pienses en suicidarte – Parte 3

6 Comments

  1. […] Lea y escuche aquí: No trates de suicidarte – Parte 2 […]

  2. Carmen Denegri dice:

    Muchisimas .gracias por La contestaciony por el Tiempo que dispuso
    a los efectos de darme una respuestas por los dos familiares que tomaron esas desicion.y como dice ud.Solo Dios tiene la respuesta.El conoce nuestro corazon en profundidad.estuve escrudiñando la Escritura.y nada dice.Solo tengo Fe y la Esperanza en el Señor de los señores Cristo Jesus.y espero.estos familiares se hallan arrepentido a ultimo momento o bien hayan estado tan tristemente desquiciados.que optaron por esta resolucion.por decirlo de alguna forma en lugar de buscar Ayuda profesional y espiritual.adecuada.muchas graciad Dr.Pandiani Dios continue dandole Sabiduria y usandole para sua Gloria.

  3. Gabriel dice:

    Pués a Moisés dice:Tendré misericordia del que yo tenga misericordia y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Romanos 9 15 (RV).
    Hno Nelson: Me sumo a tu dolor, y mi intento de respuesta no pertenece a la ésta página que tan gentilmente nos cede éstos espacios, sino a título totalmente personal y motivada para que en parte no haya soledad a tu pregunta. Siempre trato de responder bíblicamente y ésta no es la excepción. Y el versículo transcripto es una parte del todo para tu duda. Hay una responsabilidad por nuestros actos y también hay una gracia soberana de Dios para el uso de su misericordia.Te pido que busques repuestas en la Biblia y que lo hagas en la paz que Dios nos ha prometido. Y para ésto; has doblado tu rodilla ante el Señor, arrepentído de tus pecados, creer que su a Hijo le levantó de entre los muertos , y a Él declararlo tu Señor y Salvador?.No quiero que cualquier punto y coma que agregue distorsione mi idea y dificulte la comprensión tuya y la de quienes pasen por ésta pagina.El diagnóstico de depresión se ha extendido bastante y sugiero el libro “El fin de la sicología cristiana” para un punto de vista de éste tema.Hno,no espero que en pocas palabras hayas resuelto tu duda,sino que te sugiero un camino. A quienes aporten en críticas sanas hacia mi opinión les agradeceré por el bien de todos y al Señor que enmiende cualquier error mío en éste texto, y nos fortalezca con su palabra cuando pasemos por un valle de dudas y dolor. En el nombre de tu Hijo, el Cristo. Amén

  4. Nelson dice:

    Muy útil sus contenidos y de sumo interes

  5. Nelson dice:

    Yo tengo mi Sra que se suicido …estaba emferma de deprecion y tubo varios intentos hasta que lo logro.Ella herá cristiana yo también aun así lo hizo ?? Tiene perdón de dios ?? Va con el ..

    Me preocupa eso aun el ,22 de mayo ahora va a hacer un año me pueden orientar o responder gracias

    • elrusoperes dice:

      A pesar de todo lo dicho, creo que es muy difícil dar una respuesta concreta a una pregunta tan dolorosa como la suya, Nelson.
      En un dilema tan angustiante, me parece que debe aferrarse a una verdad de la Palabra de Dios: la misericordia del Señor es para siempre.
      Sé que no debe ser mucho consuelo, si usted espera una respuesta afirmativa a su pregunta, es decir, que a pesar del suicidio, su esposa está con el Señor.
      Pero nadie puede darle esa respuesta, sino sólo Dios.
      Que el Señor Jesucristo lo fortalezca. consuele, y Él le de paz.
      Un gran abrazo en Cristo.

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