El retrato del hijo

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27 diciembre 2017
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De la sección “Renovando el Espíritu” del programa “Los años no vienen solos”.

Escuche aquí el programa:

Se cuenta una historia que pasó hace muchos años.
Es una historia que tiene que ver con un padre muy rico que junto a su hijo coleccionaban obras de arte muy costosas. Se sentaban juntos horas enteras viendo las bellas obras de Picasso y Raphael. Cuando estalló la guerra, el hijo fue llamado a luchar por su país y se dice que el padre esperaba todos los días las cartas que su hijo le mandaba para saber cómo se encontraba. Las cartas dejaron de venir un día, dos días, después fueron varios días, que se convirtieron en semanas y hasta meses. El padre angustiado ya no sabía qué hacer, estaba en desesperación por saber que había pasado con su hijo.

Dicen que después de varios meses, justo antes de Navidad, llamaron a la puerta de la casa del padre. Estaba allí parado un hombre joven que tenía un paquete grande en sus manos. “Señor Ud. no me conoce, pero yo soy el soldado a quien su hijo salvó. Él salvó muchas vidas en aquel día, y a mí me estaba cargando hacia un lugar seguro cuando de repente una bala se le cruzó en el camino y murió allí en aquel instante. Su hijo hablaba mucho de Ud., con cariño y ternura, y siempre nos hablaba de su amor por el arte.”
El joven allí parado le dio el paquete. “Sé que esto no es mucho, y que tampoco soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que Ud. tuviera esto”. El padre, impactado por la noticia, con el corazón acongojado, abrió el paquete. Era el retrato de su hijo, pintado por aquel humilde soldado. Admirado por la forma en la que aquel muchacho pudo capturar la imagen y personalidad de su hijo, al hombre le resultó imposible contener las lágrimas. El joven aguardó en respetuoso silencio. Cuando el padre se recompuso, le agradeció al soldado y ofreció pagarle por el retrato.
“Oh no señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo.”
Cuentan que el padre amaba tanto al hijo que, poco tiempo después, murió de pena. Algo en su organismo dejó de funcionar a causa de la tristeza extrema.
Hubo luego una gran subasta en la casa del padre. Mucha gente importante se reunió en la mansión, algunos viajaron de lugares distantes para tener la oportunidad de comprar alguna de las obras de arte de pintores de gran renombre.
El subastador empezó el remate golpeando su martillo. “Vamos a empezar la subasta con el retrato del hijo. ¿Cuánto ofrecen por esta pintura?”
Un gran silencio se apoderó de la sala. Después de un corto momento, una voz se escuchó por algún lugar detrás de la pequeña multitud: “Vinimos a comprar las obras de arte de los grandes pintores. Saltéate esa pintura o déjala para el final”.
Pero el subastador persistía en la oferta. “¿Cuánto ofrecen por esta pintura? ¿Quién va a comenzar con una oferta? ”
Se escuchó otra voz con amargura: “¡No vinimos hasta aquí para ver esa pintura. Vinimos para tratar de comprar Van Gogh, Rembrandt o Picasso. Vamos, comienza con las pinturas de verdad!”
Pero el subastador insistía: “¡El hijo. El hijo. ¿Quién da algo por el hijo?!”
Desde el fondo del salón, se escuchó una tímida voz. Era el jardinero que había trabajado por mucho tiempo en la casa del hombre rico y su hijo: “¡Ofrezco 100 pesos por el retrato!”. Como era un hombre pobre, eso era todo lo que podía ofrecer.

“Tenemos 100 pesos. ¿Quién ofrece 200 por el retrato?”
“¡Déselo por 100 y continúe. Nosotros queremos ver las verdaderas obras de arte!!!”
La pequeña multitud comenzó a enojarse en gran manera. No estaban interesados en comprar el retrato del hijo.
El subastador golpeó su martillo: “¡Vamos una; vamos dos… el retrato se vendió por 100 pesos!”
Un hombre al frente de las bancas suspiró: “¡Ahora sí, por fin, veamos las obras de arte!”
Pero el subastador, dejando su martillo en la mesa, exclamó: “Lo siento, pero la subasta ha terminado”.
“¡¿Pero quééééé…? ¿Qué pasó con las otras pinturas?!!!”
“Lo siento, pero cuando fui contratado para esta subasta, me hablaron de una estipulación secreta en el testamento del padre. Fue una estipulación que no se me permitió revelar hasta el término de la subasta. La única pintura que se iba a vender era la pintura del hijo. Quien comprara el retrato del hijo iba a tener toda la herencia del padre, no solo las obras de arte, sino todo.” Con esas palabras se dio por terminada la subasta.

¡Qué semejanza con otra historia!

Dios mismo dio a su Hijo Unigénito por nosotros. De una forma similar, desde hace unos dos mil años, el mensaje sigue siendo el mismo: “¿El Hijo, el Hijo, quién quiere al Hijo?”
Al igual que en la historia, quien acepta al hijo lo recibe todo. En el mundo que vivimos, en el mundo real, todas las promesas que tenemos, las tenemos por medio del Hijo.
Pero el regalo más grande que Dios nos pudo dar fue el regalo de la salvación y la vida eterna. Un regalo que no viene en un paquete debajo de un árbol de Navidad. No nos costó nada a nosotros. Pero a Dios le costó mucho. Él tuvo que dar a su Hijo Unigénito para que con su muerte, nosotros pudiéramos vivir eternamente. Es el regalo más valioso que jamás podemos recibir.
La pregunta que quisiera hacerle en esta Navidad es la siguiente: “¿Ha aceptado al Hijo?”

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