La cruz el nudo de la fe cristiana
22 marzo 2018La sombra de la cruz
26 marzo 2018Lectura: Juan 20:24 – 29
“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús se presentó.” v.24
Una de las primeras apariciones del Cristo resucitado a sus discípulos se produjo cuando Tomás no estaba entre ellos. No es frecuente que nos preguntemos dónde estaba en ese momento este discípulo, famoso por su incredulidad. ¿Por qué no estaba con los demás discípulos? Tal vez estaba ocupado en algún trabajo o encomienda importante.
El punto es que por no estar junto a sus condiscípulos perdió la oportunidad de ver al Señor resucitado. Lo grave fue que, cuando sus amigos – que eran diez – le dijeron haber visto a Jesús, no les creyó. Quería evidencias, algo que demostrara que aquello que los otros habían visto no había sido un engaño de sus sentidos, una ilusión fruto de su dolor, o un impostor haciéndose pasar por el Señor.
Parece humanamente lógico. Sin embargo, Jesús alabó a los que habrían de creer sin ver; es decir, a aquellos que fueran capaces de tener fe. Haciendo uso de una lógica muy diferente, el Señor llamó bienaventurados, es decir, felices y dichosos, a quienes creyeran en Él, aún sin verle. Las heridas de Jesús llevaron a Tomás a creer, pues le demostraron que Él estaba vivo, pero además mostraron lo que Él había hecho por todos. Pensemos en esas heridas que, aunque nos las veamos, son reales y nos muestran lo que Él hizo por nosotros.
Luego, pensemos; ¿qué hacemos nosotros por Él? ¿Seguirle, entregarle nuestra vida, poner por obra sus enseñanzas, vivir cada día para Él, pues es nuestro Señor?
>Álvaro Pandiani, Uruguay