El dolor de la poda

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Lectura: Juan 15:1-8

“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.” v. 2

 Vivía en la ciudad y no sabía nada de jardinería, pero me gustaban las plantas y las observaba. Luego fui a vivir al campo y me fue más fácil aprender acerca de ellas. Una planta puede ser bonita, la dejamos crecer para disfrutar de ella, echa hojas, luego flores y algún tipo de fruto. La regamos, colocamos donde creemos que va a estar mejor, donde no la dañen los insectos, y la admiramos. Un día, vemos que los tallos han crecido mucho, ya no echa tantas hojas, tiene menos flores, y llega un momento cuando prácticamente ya no da fruto. 

¿Qué ha pasado? Alguien nos pregunta si la hemos abonado y podado. ¿Podar? ¡No! ¡Qué pena podar una planta que “era” tan bonita! Ni la aboné porque el abono tiene un olor desagradable. Regarla debería haber sido suficiente, ¿no? ¡Pues no!

A la planta hay que cuidarla, alimentarla, no solo con agua, sino con productos que la fortalezcan y ayuden a que soporte el sol, el viento, y situaciones amenazantes y, sobre todo, hay que podarla
para que no solo crezca a lo alto, sino que esté tan fuerte que pueda dar hojas que cubran los tallos fortalecidos por la poda, que dé flores que la adornen, y los frutos que la permitan reproducirse.

Así somos nosotros, no hemos sido salvados para adornar sino para dar fruto, y fruto en abundancia; aunque la poda sea dolorosa momentáneamente, nos proporcionará la fuerza que necesitamos
para cumplir nuestro cometido. 

Marta Arenzana, España

Una vida abundante requiere limpieza.
Meditación publicada en el libro devocional de RTM Alimento para el Alma – volumen 16, para conseguir una copia de la edición impresa visítenos en Soriano 1335 (Montevideo, Uruguay) o en su librería cristiana más cercana.

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