¿Nos prohiben pensar?

Malo conocido vs Bueno por conocer
4 julio 2018
Provisión Divina
5 julio 2018
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Por: Ps. Graciela Gares

Parte 1:

Parte 2:

Parte 3:

“No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Existen dudas sobre el autor de esta frase; algunos lo atribuyen a Voltaire pero otros afirman que no figura en ninguna de sus obras. No obstante, se ha tornado célebre y emblemática, no solo acerca de la libertad de expresión de todos los hombres y mujeres, sino también de la tolerancia y del altruismo a la hora de discutir con opositores.

La declaración universal de derechos humanos (ONU, 1948) en su art. 19 establece lo siguiente:

Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Grandes filósofos de la humanidad (Montesquieu, Voltaire, Rousseau) han reconocido que el disenso (desacuerdo) en las ideas es lo que ha promovido el avance de la ciencia y la cultura sobre el planeta.

Pero una amenaza se cierne hoy sobre el pensamiento de occidente: es la doctrina del “pensamiento único”, que pretende inculcar la idea que disentir, criticar o pensar distinto supone intolerancia o fobia hacia algún grupo humano. Es, por tanto, reprochable y hasta puede constituir un delito.

Nuestra libertad de expresión está amenazada por el dogma del pensamiento único. Es la imposición dogmática de ideas por parte de alguien (movido por algún interés p. e. grandes poderes financieros mundiales) que no admiten ser debatidas. Se inhibe la reflexión descalificando, a veces ferozmente, a quien intente cuestionar planteos o ideas recibidas. Es decir, se intenta suprimir el pensamiento crítico del receptor del mensaje, no admitiendo la existencia de otros posibles puntos de vista sobre el asunto.

Quienes promueven la imposición de una forma de pensar única sobre algún tema se valen de la prensa -las grandes agencias de prensa y emporios multimedia – para inculcar un pensamiento hegemónico y expandirlo como reguero de pólvora.

Algunos ejemplos de “pensamiento único” que han invadido nuestra cultura occidental en las últimas décadas son los siguientes:

  • El modelo de familia tradicional está caduco.
  • Legalizar el aborto supone respetar la libertad de las mujeres sobre sus cuerpos.
  • El sexo biológico no determina la orientación sexual que nos corresponde seguir. Toda opción sexual debe considerarse normal.
  • El Estado debe asumir la educación sexual de nuestros hijos.

Varias de estas ideas lograron plasmarlas en leyes, por lo que cuestionarlas o actuar en su contra puede acarrear sanciones a quien lo intente. Se agitará en su contra el fantasma de la intolerancia y la ilegalidad.

Nos preguntamos: ¿acaso el ser humano es Dios para imponer sobre su prójimo ideas absolutas?

¿Cómo llegamos a este estado de cosas?

Nuestra generación asistió al abandono de la ideología judeo –cristiana, base de nuestra cultura occidental cayendo luego en el relativismo moral (donde no hay valores absolutos) y ahora somos fácil presa del dogma del “pensamiento único”, que pretende suprimir de un plumazo la diversidad de ideas.

El periodista español Ignacio Ramonet formula la hipótesis que la doctrina del pensamiento único (mediante la cual se “domestica” la mente) estaría al servicio de los llamados nuevos amos del mundo, quienes manejan a su antojo los mercados financieros y medios de información, estando al servicio del capital internacional, cuyo dios, sabemos, es el dinero.

El pensar conformista y los consensos forzados, sin duda, favorecen la explotación de unos pocos poderosos sobre las masas, que han sido debilitadas o anuladas en su poder de decisión.

La mirada profunda del escritor uruguayo Eduardo Galeano definió la gravedad del problema en estos términos:

“La dictadura de la palabra única, mucho más devastadora que la del partido único, impone en todas partes el mismo modo de vida, y otorga el título de ciudadano ejemplar a quien es consumidor dócil, espectador pasivo, fabricado en serie, a escala planetaria, conforme al modelo propuesto por la televisión comercial…. En el mundo sin alma que los medios de comunicación nos presentan como el único mundo posible, los pueblos han sido  reemplazados por los mercados; los ciudadanos por los consumidores; las naciones por las empresas; las ciudades por las aglomeraciones. (¿Hacia una sociedad de la incomunicación? Le Monde Diplomatique, enero 1996).

 

Es muy probable que esta forma post-moderna de dominar y esclavizar a las personas nos esté invadiendo, sin que hayamos tomado mucha conciencia de ello.

La publicidad ha hecho un trabajo sutil y persistente para transformarnos en “consumidores fáciles”.

¿Por qué hoy no hay fiestas familiares o encuentros de amigos sin las tradicionales bebidas carbonatadas efervescentes?

¿Por qué asumimos que el mejor premio para nuestros hijos, nietos o sobrinos es llevarlos a degustar comida “chatarra” en un mundialmente famoso negocio de hamburguesas?

Sabemos que tales consumos implican daño a la salud, pero resignamos nuestro pensamiento crítico ante pautas comerciales impuestas por la cultura actual.

Contrario a la filosofía de imponer un pensar único, Jesucristo en su andar sobre esta tierra respetó el libre albedrío de la raza humana y promovió en sus oyentes el ejercicio de la reflexión. A menudo los inducía al análisis crítico:

¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:26)

Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Mateo 16:15)

¿También ustedes quieren marcharse? (Juan 6:66-68). 

El divino maestro no buscaba autómatas, sino respetaba y promovía el libre albedrío y uso del raciocinio que nos fue dado por diseño de su Padre.

Ni las plantas, ni los animales pueden razonan como lo hace el hombre, creado a imagen del Altísimo.

Y aunque la idea de Dios era dar vida a millones de individuos, puso Su ingenio para que no llegaran a existir dos personas iguales.

La Biblia dice que “..de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra.” (Hechos 17:26). Pero nos dotó de singularidad, permitiendo a cada ser humano ser único y original. Con identidad, gustos y preferencias propias.

No quería un rebaño de ovejas, sino millones de seres inteligentes que le adoraran libre y voluntariamente y le dieran gloria.

De ello resultó una gran variedad y riqueza en la humanidad. Ninguno de nosotros está de más en el mundo; todos somos necesarios. Cada uno viene a esta tierra con algo para aportar y valores a desarrollar para contribuir al desarrollo de su comunidad.

La clonación de seres humanos, si fuera factible, sería una tosca y burda emulación del acto creador de Dios. Él no quiso fabricarnos o reproducirnos  “en serie”. Cada ser humano – diverso y multifacético – es un testimonio sin palabras de la sabiduría infinita de Dios. Tal diversidad y la capacidad crítica de cada individuo permitiría el progreso de la raza humana.

El psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Young captó la singularidad del hombre cuando expresó: “Todos nacemos originales y morimos copias”.

Y ello suele ocurrir porque elegimos mimetizarnos con el pensar o la conducta de la mayoría para no desentonar, no ser criticados o por la comodidad de no investigar nuevos caminos por nosotros mismos.

¿Qué pasa cuando el “pensamiento único” se plantea en asuntos de verdadera entidad? ¿Qué ocurre si las personas, – en el libre ejercicio de su derecho a pensar y decidir por sí mismas -opinan distinto en cuestiones vitales como la vida humana, el aborto, la diversidad sexual o la educación de los hijos?

La intolerancia en forma de condena se hará sentir, no respetando la opción de pensar libremente que Dios confirió a todas sus criaturas humanas.

Somos espectadores pasivos cuando asistimos a la depreciación de valores de nuestra cultura y no reaccionamos. ¿Acaso estuvimos todos de acuerdo en dar por tierra con el modelo de familia tradicional, naturalizar la promiscuidad sexual, banalizar la unión sexual o dejar en manos del Estado la educación de nuestros hijos?

Pero pocos alzaron su voz en señal de desconformidad o rebeldía ante los falsos dogmas y les dejamos hacer.

Seguir siendo únicos como Dios nos creó requiere esfuerzo y valentía. No es gratis; hay un costo que pagar. Supone rebelarse ante la mentalidad de rebaño que quieren imponernos.

Para los cristianos hay absolutos éticos y morales. Están en el texto bíblico mediante el cual el Creador fijó un orden al accionar humano. Los 10 mandamientos son ley para el pueblo judío. El sermón del monte pronunciado por Jesús, es norma de vida para los ciudadanos del reino de Dios.

Adherir a los preceptos divinos es una forma de ser luz en las tinieblas:

“Obedézcanlos y pónganlos en práctica; así demostrarán su sabiduría e inteligencia ante las naciones. Ellas oirán todos estos preceptos, y dirán: En verdad, este es un pueblo sabio e inteligente; ¡esta es una gran nación!” (Deuteronomio 4:6).

La conciencia humana, sometida al control de la Palabra de Dios contenida en la Biblia, permite discriminar y juzgar correctamente.

 “…te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. “(Deuteronomio 30:19).

No existen verdades absolutas que provengan del pensar humano.

El único ser que pudo auto-definirse como “la verdad” fue el Hijo de Dios, quien dijo:

“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6)

Y refiriéndose a la fuente de la verdad dijo a su Padre: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17)

Por tanto, no estamos obligados a aceptar dogmas humanos que no tengan el respaldo de quién dijo ser la verdad.

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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