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Una reflexión sobre el paso del tiempo

Por: Ezequiel Dellutri*

Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin.

La frase, dura, angustiante, es del poeta Rabindranath Tagore. Desde que la leí, no puedo dejar de pensar en lo que dice. Hay un fondo de verdad en esa afirmación: toda vida terrenal está condenada a la muerte.

Rabindranath Tagore nació en Calcuta, hijo menor en una familia de catorce hermanos. Sus padres tenían una rica vida cultural de la que el niño se nutrió hasta convertirse en el principal poeta bengalí y la primera persona en ganar el premio Nobel de literatura sin ser de origen europeo. Formado en Inglaterra, nunca olvidó sus orígenes; por eso, es considerado el gran reformador del arte en Blangadesh y la India. Entre todo lo que escribió, están también estos versos que cité antes que tanto me inquietan.

Hablar de la muerte cuando uno está parado más o menos en lo que considera la mitad de su vida es complejo. Cuando era más joven, mi relación con la idea de finitud era lejana: algún día iba a suceder, eso lo sabemos todos. Pero de pronto, cuando uno empieza a notar el paso del tiempo, deja de ser una sensación y se convierte en una realidad: lo lejano parece cercano y uno se pregunta si esa invulnerabilidad que creía tener es sensata y realista. De a poco, el canto de la muerte se nos va metiendo en la vida y nos preguntamos qué hacer con esa sensación tan terrible, ese miedo a lo que sucederá en el futuro, a la enfermedad, a dejar a los que uno ama desamparados y sentirse uno mismo así: solo.

Los cristianos sabemos que la vida terrenal es una estación de tránsito, pero me pregunto si eso mitiga el dolor que sentimos frente a la muerte. Sobre el final del Salmo 23, David dice que en la casa de Dios viviremos por largos días; hay, entonces, una certeza de eternidad. Y sin embargo, la pregunta sigue ahí: ¿cómo llegar a esa instancia? ¿Cómo mitigar esa angustia que nos genera la muerte?

Encuentro que el Salmo 23 también tiene respuesta para esto, porque, aunque no explica cómo enfrentar la muerte, si nos dice cómo debemos atravesar la vida. David, primero pastor, luego rey, siempre poeta, sostiene que su copa, su abrevadero, está rebosante.

La pregunta, entonces, es otra: ¿hemos disfrutado de esa copa rebosando? ¿Hemos sabido valorarla, compartirla con los demás? El amor de Dios se derrama sobre nosotros, pero… ¿somos capaces de verlo y aprovecharlo? Y no lo digo desde el optimismo vacío, sino desde la comprensión profunda del sentido de nuestra existencia aún en los momentos más complejos y en las noches más cerradas.

Tal vez la clave para llegar al momento final no esté tanto en cómo nos preparamos para la muerte, que será impredecible, sino cómo vivimos el hoy. Si somos verdaderos hijos de Dios, aprovechemos cada una de sus bendiciones, nunca perdamos de vista el privilegio que tenemos y jamás demos la espalda a ese amor que nos cambió la vida.

*Ezequiel Dellutri: Integra el equipo del programa Tierra Firme de RTM (www.tierrafirmertm.org). Profesor de literatura, escritor de literatura fantástica y novelas policiales. Es pastor en la Iglesia de la Esperanza, San Miguel provincia de Buenos Aire, Argentina. Está casado con Verónica y tiene dos hijos (Felipe y Simón).

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