Un cimiento que perdura

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De la sección “Renovando el Espíritu” del programa “Los años no vienen solos”.

Escuche aquí el programa:

Extractado del libro “Casi en casa”, de Billy Graham.

Nadie escapa de la vida sin dificultades. Algunos sufren de mala salud incluso en su juventud. Algunos que nacen ricos, lo pierden todo. Algunos buscan amor y solo hallan rechazo una y otra vez. Sin un cimiento firme, es más duro llevar la carga de la vida. Dios tiene un propósito para cada uno de nosotros y desea que edifiquemos sobre él. La Biblia, en Isaías 41.7, habla del artesano que sujeta la obra de sus manos con clavos: “El carpintero animó al platero, y el que alisaba con martillo al que batía en el yunque, diciendo: Buena está la soldadura; y lo afirmó con clavos, para que no se moviese“. Cuando los clavos sujetaron a la cruz las manos de Cristo, él llegó a ser nuestro cimiento seguro. El evangelista Moody dijo: “Entrégale tu vida a Cristo, él puede hacer con ella mucho más de lo que tú puedes”.

Así como una casa necesita un cimiento sólido, también nosotros necesitamos un cimiento sólido para nuestras vidas: un sistema inmutable de creencias, metas y valores morales que nos mantengan estables y seguros, incluso en medio de las tormentas de la vida. Sea cual sea nuestra edad, nada nos prepara para el futuro como un sólido cimiento moral y espiritual basado en la voluntad de Dios para nuestras vidas.

Muchas veces construimos nuestras vidas sobre cimientos equivocados, que parecen adecuados en tiempos normales pero que no pueden resistir las tensiones de la vida. Sin embargo, trágicamente muchos nunca se detienen a pensar en esto o a examinar los cimientos sobre los que están construyendo sus vidas. Dan por sentado que están en el camino correcto y que sus cimientos siempre serán seguros. Para algunos, el cimiento puede ser la indulgencia propia, o el placer, o la diversión. Otros construyen sobre el éxito económico o la posición social. Otros más piensan que si simplemente pueden hallar a la persona correcta… o descubrir el lugar ideal para vivir… o conseguir un empleo bien pago… entonces estarán contentos y seguros.

Pero en los tiempos de quietud muchos tal vez se pregunten si todo eso es realmente suficiente. Tal vez una crisis personal: una enfermedad inesperada, la rebelión de un hijo, un revés económico, revelan los cimientos tal como son: inestables e inseguros. Otros, quizás, finalmente alcanzan sus metas y logran todo lo que siempre quisieron, solo para descubrir que también están vacíos, intranquilos y aburridos. Se hallan diciendo con el escritor del Eclesiastés: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu” (Ecl. 2.11). Entonces, las esperanzas y los sueños se destrozan, y los deja confusos, desilusionados y preguntándose qué salió mal. Tal vez esto le ha sucedido a usted.

Cuando edificamos sobre cimientos endebles, cuando lleguen los problemas nos desbaratarán. Esto sucede cuando reemplazamos a Cristo con otras cosas y nos ponemos nosotros mismos primero: nuestros sueños, nuestras ambiciones, nuestras esperanzas, nuestras metas, nuestra apariencia, nuestra salud, nuestras posiciones. Incluso tal vez disfrutamos de cierta medida de felicidad y contentamiento por un tiempo. “Después de todo”, nos decimos, “¿acaso la vida no consiste en esto? ¿No es esta la manera en que se supone que debemos vivir? ¿No es esta la manera en que todos los demás viven, o por lo menos están tratando de vivir?”. Pero tarde o temprano el cimiento endeble se revela por lo que realmente es. Cuando vienen los problemas, aparecen las grietas, y el cimiento empieza a desbaratarse. Tristemente, llegamos a ser como el hombre en la parábola de Jesús, “que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7.26-27).

¿Por qué el dinero, el éxito y el placer no dan satisfacción duradera? ¿Por qué no nos proveen de un cimiento sólido para una vida de éxito, especialmente al envejecer? Porque se deja de lado una de las verdades más grandes de la vida: no tenemos simplemente cuerpo y cerebro, también tenemos alma, a la que también se le llama espíritu. Si ignoramos esta verdad, si alimentamos nuestros cuerpos pero matamos de hambre a nuestras almas, nuestras vidas serán incompletas e insatisfactorias, y nos hallaremos débiles y sin preparación para los inevitables retos de la vida. Tarde o temprano las tormentas de la vida nos abrumarán, y descubriremos que hemos edificado nuestras vidas sobre la arena.

Ahorrar para cuando no tengamos, cuidar de nuestro cuerpo físico y de nuestra salud emocional no resulta suficiente para mantenernos firmes cuando vienen los embates. ¿Le dará satisfacción una gorda cuenta bancaria cuando la incapacidad le quite la libertad, o la muerte le arrebate a un ser querido? ¿Acaso una salud robusta le escudará contra las tormentas de la soledad, o de la aflicción por la muerte, o de la inseguridad financiera que a menudo asedia conforme avanza el envejecimiento?

Jesús dijo: “¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:25). Necesitamos algo más, algo más profundo e inamovible, algo que nos lleve a atravesar los tiempos difíciles de la vida. Necesitamos un cimiento sólido debajo de nuestras vidas; un cimiento que nos dé fuerza y estabilidad, pase lo que pase. ¡Dios ya ha provisto el cimiento que necesitamos! Solo Él puede proveerlo. Jesucristo es el lecho de roca sobre el que necesitamos edificar nuestras vidas. Al entregarle nuestras vidas a él y crecer en nuestra relación personal con él, descubrimos que verdaderamente es el cimiento que necesitamos. Todo otro cimiento resulta falso. La Biblia dice: “Ustedes son como un edificio levantado sobre los fundamentos que son los apóstoles y los profetas, y Jesucristo mismo es la piedra principal” (Ef. 2.20).

Cuando Jesucristo es nuestro Señor y Salvador, él nos da valor para seguirle y permanecer en su presencia. A medida que envejecemos debemos animarnos con las biografías que llenan las páginas de la Biblia y con los cimientos que han sido puestos por los que han vivido antes que nosotros. La Biblia no desestima la vejez, pero nos enseña sus valores y virtudes. Haremos bien en emular la sabiduría de los que responsablemente nos pasaron los bloques de construcción de la verdad de Dios. Antes de morir a los 110 años, Josué reunió a los que había guiado y les recordó los días anteriores: su desobediencia y arrepentimiento, y el perdón y fidelidad de Dios. Hizo una proclama que miles de años después cuelga en casas por todo el mundo: “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24.15). Josué no se amilanó en su vejez ni tampoco esquivó su responsabilidad. Con intrepidez le recordó al pueblo los bloques de construcción que aseguran nuestro cimiento: “Temed a Jehová y servidle con integridad y en verdad” (Josué 24.14).

En lugar de que los envejecientes nos pongamos al margen en los años del crepúsculo, necesitamos fielmente proclamar como Josué lo hizo: “Inclinad vuestro corazón a Jehová Dios” (24.23). Tal vez los que están observando y escuchando respondan como los que escucharon el consejo de Josué, y dijeron: “A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos” (24.24). La Biblia dice de Josué que él sabía “todas las obras que Jehová había hecho por Israel” (24.31). Nuestras voces pueden ser débiles, pero que nuestros espíritus sean fuertes para mostrar a otros que nuestro cimiento es Jesucristo y que Él está con nosotros cada momento del día, hasta el mismo fin de nuestra jornada terrenal.

Nunca es demasiado tarde para empezar a edificar su vida sobre el cimiento de Jesucristo y la voluntad de Dios para su vida, “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3.11).

¿Es Él el cimiento de su vida?

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