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Una invitación a pensar sobre el respeto

Por: Ezequiel Dellutri*

Sucedió en España, durante la víspera de Navidad. En un concierto de música clásica, mientras que la orquesta tocaba Mesías de Haendel, un celular comenzó a sonar. No era el primero: ya habían interrumpido tres. El director William Christie detuvo a la orquesta y se dirigió al público: “Acaban de destruir uno de los pasajes más hermosos de esta obra”. Más allá de los pormenores, la anécdota se aproxima a uno de los grandes temas que aborda hoy occidente: el respeto.

La falta de respeto es una constante en nuestra sociedad: no se respeta al anciano, no se respetan las instituciones, no se respeta el conocimiento ni el esfuerzo. En las aulas, los alumnos siempre tienen la razón por sobre la instrucción y el profesionalismo del docente; al volante, es el más intrépido quien llega primero más allá de semáforos, señales, leyes y normas; en el ámbito laboral, se premia la astucia del trepador por sobre el esfuerzo del trabajador. Son faltas de respeto a las que nos hemos acostumbrado.

Tendemos a pensar que los límites se trasgreden de golpe, pero las rupturas morales son mucho más sutiles: comienzan siempre con lentitud y avanzan como la gota que horada la piedra. Lo importante, como decimos siempre, es el equilibrio: antes, los niños no intervenían en conversaciones de adultos; hoy, la opinión de algunos niños vale más que la de un adulto. Hay un punto intermedio que está más allá de corrientes pedagógicas y filosofías de moda. Encontrarlo se circunscribe al ámbito del simple sentido común, pero sobre todo, a tener claro quiénes somos y dónde nos encontramos. Y no me refiero a saber cómo me llamo y en qué lugar vivo, sino a reconocerme frente a un mundo amplio, poblado de gente que piensa distinto, pero que debe encarar el desafío de vivir en sociedad.

El respeto siempre estuvo ligado a otro concepto que hemos definitivamente olvidado: la sacralidad. Motivo de numerosos análisis antropológicos, el concepto de lo sagrado ha regido desde siempre lo que debemos y no debemos hacer y, por extensión, lo que debería inspirar nuestro respeto. Occidente ha desacralizado todos sus espacios de pensamiento, olvidando su origen cristiano. Muchas presuntas iglesias se han convertido en espurios mercados o en espacios de poder, por lo que han perdido progresivamente el respeto de los fieles, quienes, desencantados por la perfidia de los hombres, se han alejado de Dios.

La razón, herramienta indispensable para el desarrollo del hombre, se ha desatado. Así, justificamos sin vergüenza el asesinato del niño no nato y nos resignamos a la peor de las violencias relativizando la responsabilidad individual. Como sostuvo Goya, los sueños de la razón producen monstruos, porque los caminos del pensamiento son amplios y pueden llevar a la perversión si no hay un límite claro, que no dependa de la mera especulación.

En su paso por la tierra, Jesús promovió la libertad, pero la sometió a un valor mayor: el de la verdad. Se refería, claro, a una verdad espiritual. Acercarnos a Dios implica recuperar el norte, descubrir el sentido de la existencia y reconocer los límites para, a partir de ahí, explorar nuestras posibilidades. El cristianismo es superador, porque nos aleja de discusiones estériles y nos centra en lo que importa: el amor hacia el otro y el respeto por el prójimo son sus estandartes desde el origen. Lo que nos vuelve una sociedad irrespetuosa de las normas y despreciativa con la vida es haber olvidado no quiénes somos, sino quién nos creó.

Si la pieza más valiosa de la creación es el ser humano, es imperioso que dejemos de destruirla. Volver a Dios no es un camino ni sencillo ni complicado: es el único.

 

*Ezequiel Dellutri: Integra el equipo del programa Tierra Firme de RTM (www.tierrafirmertm.org). Profesor de literatura, escritor de literatura fantástica y novelas policiales. Es pastor en la Iglesia de la Esperanza, San Miguel provincia de Buenos Aire, Argentina. Está casado con Verónica y tiene dos hijos (Felipe y Simón).

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