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Una invitación a repensar la Navidad.
Por: Ezequiel Dellutri*
Querido amigo:
No me resulta fácil explicar por qué la Navidad es tan importante para mí. Sé que te cuesta ver las cosas cómo yo las veo; a mí también me cuesta entender las cosas como vos las entendés. Así que quiero intentar contarte qué es lo que me pasa cuando se acerca la Navidad.
Lo primero que te aclaro es que no soy ingenuo. La Navidad se convirtió en una cebolla: para llegar al centro, hay que ir despojándola de sus capas.
La primera capa, la más nociva, es la del consumismo. La Navidad se transformó en un evento comercial de primer orden. A lo largo de los años, el ingenio capitalista la ha exprimido, inventando nuevas categorías para lograr que nos desprendamos de los pocos pesos que tenemos: regalos, luces titilantes, tarjetas, pirotecnia, comida -confituras incluidas-, decoración… En este último ítem se nota con claridad de dónde proviene la mercantilización de una de las celebraciones más importantes del cristianismo: ni vos ni yo vemos a menudo pinos nevados, pero están ahí, en muchísimos livings, manteniéndose helados pese a las impiadosas temperaturas veraniegas.
La segunda capa es más emotiva. La Navidad representa un reencuentro con la familia y los amigos. No siempre resulta idílico: muchos lo padecen, porque eso que llamamos “química” no se da con todos y simularla resulta incómodo. Forma parte del folclore de cada familia ir recabando anécdotas sobre lo que sucedió en navidades pasadas y vaticinar lo que puede pasar en esta. Yo tengo mis historias, vos tendrás las tuyas. Las recomendaciones sobre las copas de más y el no sumarse a la discusión política con tal o cual integrante de la familia están a la orden del día. Sé que este año vas a recordar a esa persona cercana que perdiste; yo también. Nos pasa a todos y eso a veces hace que la Nochebuena sea muy triste. A pesar de esto, sigue siendo un buen momento de encuentro, lo que es muy bueno, porque se acerca al espíritu de la verdadera Navidad.
No quiero ser hipócrita: te confieso que yo también armo el arbolito -austero, pero lo armo-, compro algunos regalos -cada vez menos- y disfruto del estar con los míos. Las tradiciones no tienen nada de malo siempre y cuando entendamos que son eso: una serie de rituales que ayudan a conformar nuestra identidad, pero que no son definitorios de lo que realmente somos. Lo que nos lleva de manera directa al motivo de esta carta.
Desde que soy pequeño, cada Navidad, sin exceptuar ninguna, he terminado el 25 de diciembre yendo a la iglesia. No soy el único que lo hace: hay muchos que tienen esta costumbre. Pero para mí, y para muchos como yo, no es tradición: es la necesidad de volver al origen. Para un cristiano, la Navidad es un momento de agradecimiento tan profundo que hay que vivirlo para entenderlo. Por más que lo intente, no podría explicártelo en palabras. Porque la Navidad habla a los hombres, pero no habla de los hombres. El pesebre de Belén, y esta es la clave, habla de Dios.
La Navidad no es el intento del ser humano por contactarse con un ser superior, sino lo contrario: es la manifestación del deseo de Dios por vincularse con nosotros. Lo que sucedió en Belén es que el Creador se puso a nuestro nivel para poder hablarnos mirándonos a la cara, para que lo sepamos radical y definitivamente cercano a nuestra experiencia. Por eso un bebé, por eso un pesebre, por eso la pobreza que siempre acompañó a Jesús. Porque no solo caminó al lado nuestro, sino que lo hizo primero junto a los que nosotros mismos marginamos.
La Navidad es el mensaje más importante que recibí en mi vida. Es el mensaje de un Dios que conoce la humildad, que por amor, se despoja de todo para llegar al otro, para ser auténtico y creíble, sin simulación, sin foto, sin publicidad. Porque Jesús eligió ser antes que parecer; ahí radica la maravilla de su mensaje. Lo que yo hago para llegar a Dios pasa a un segundo lugar cuando entiendo lo que él hizo para llegar a mí.
Por eso, cuando los invitados se van, cuando la casa vuelve al orden, cuando apago las luces del arbolito, cuando doy por finalizadas las tradiciones que nada de malo tienen, voy a la iglesia. Porque no quiero que ni el consumismo ni los afectos me roben lo que tanto importa. Porque necesito, como tantos otros, agradecerle a un niño que nació en la miseria por tener la grandeza de pensar que tanto dolor y sufrimiento valía la pena para estar cerca de mí.
Sé que es difícil de entender y reconozco que me cuesta explicarlo. Pero quiero que sepas una cosa: cuando te desee feliz Navidad, algo de todo esto va a ir en mi saludo. Mi sentir más profundo es que algún día, cuando llegue el momento, puedas ver lo que yo veo en la Navidad y podamos, con sencillez y de corazón, agradecer juntos.
Un abrazo.
Tu amigo
*Ezequiel Dellutri: Integra el equipo del programa Tierra Firme de RTM (www.tierrafirmertm.org). Profesor de literatura, escritor de literatura fantástica y novelas policiales. Es pastor en la Iglesia de la Esperanza, San Miguel provincia de Buenos Aire, Argentina. Está casado con Verónica y tiene dos hijos (Felipe y Simón).
1 Comment
Buenas noches. Muy feliz Navidad. Que Dios le siga bendiciendo. Edward.