Nunca pecó
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“Este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel.” v. 25
Tenía treinta y dos años y ya había escrito una de las obras literarias claves dentro de la narrativa norteamericana. Tenía talento, tenía un futuro promisorio, tenía la imaginación para abrirse paso por el mundo. Se llamaba John Kennedy Toole y se suicidó porque lo tenía todo, pero creía que ya no había nada que esperar.
En otra postura está Simeón, el hombre que supo esperar. La Biblia no precisa el momento, pero es lícito suponer que hacía mucho tiempo que aguardaba la llegada del Mesías. Cuando por fin llega, lo encuentra en el final de sus días pero ¡cuán refulgente es su figura! ¡De cuánto aliento habrán sido sus palabras para una María que vería sufrir a su hijo la más atroz y dolorosa de las muertes!
Porque Simeón había sabido trasformar su vida en un espacio para el crecimiento espiritual. Había regado la promesa recibida con una profunda devoción. Había sabido estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Había sabido tener la claridad de espíritu necesaria para reconocer al Mesías en aquel niño.
Son muchas las veces que nuestra impaciencia hace que intentemos torcer el curso de las cosas sólo para descubrir que hemos dejado pasar la oportunidad de ser de bendición a otros. Son muchas las veces que pretendemos trazar nuestro propio sendero sin reconocer la soberanía de Dios sobre nuestra vida y entorno. Son muchas las veces que nuestra desesperación nos aleja de los lugares de calma y reflexión.
Ezequiel Dellutri, Argentina
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AMEN, GAD POR SU PALABRA.