Parte 1:
Parte 2:
Parte 3:
Parte 4:
Parte 5:
Por: Ps. Graciela Gares*
¿Tiene alguna persona dispuesta a escucharle durante 15 minutos sin interrumpirle y luego hacerle preguntas sobre lo que usted ha dicho? Cuando usted le comenta sobre un libro que ha leído y disfrutado, ¿esa persona es capaz de informarse sobre ese libro para continuar el diálogo en otra ocasión? ¿Recibe de ella palabras de estímulo y aliento cuando usted está desanimado? Entonces, ¡usted es un individuo afortunado! Pues tiene un verdadero amigo, una especie que escasea en estos tiempos posmodernos y es el mejor antídoto contra la epidemia de soledad que azota Occidente.
En un artículo anterior planteábamos que la soledad ha sido vista en algunos países como Inglaterra y España, como un problema de salud pública con impactos negativos diversos, ya que es responsable del incremento del estrés, la depresión, las adicciones, debilitamiento del sistema inmune, riesgo de muerte prematura y suicidios. Por ello algunos gobiernos se han abocado a desarrollar políticas que conecten a la gente entre sí, fomentando tareas como el voluntariado o invirtiendo en espacios comunitarios que favorezcan el reencuentro de los ciudadanos que viven en soledad.
La amistad alivia la soledad. Etimológicamente la palabra “amigo” sería un variante el verbo amar. Socializar impacta positivamente en el funcionamiento cerebral, favoreciendo la producción de sustancias como la serotonina y la dopamina que nos producen sensación de placer y bienestar. Pero el escollo es que se ha vuelto difícil hacer amigos en esta era. El individualismo, los vínculos “líquidos” o frágiles, la desconfianza, la cosificación del otro, el mercado influyendo en las relaciones humanas (importa más el tener que el ser), han complicado el escenario para el desarrollo de relaciones de amistad sinceras y duraderas. Se ha vuelto difícil hacer nuevos amigos y a la vez conservar a los contactos antiguos. En particular, se dice que cuesta mucho hacer amistades luego de los 30 años. Por el contrario, vamos reduciendo nuestros contactos significativos con el paso del tiempo, en lugar de ampliarlos.
Amén de los beneficios psicoemocionales de disfrutar de la amistad, importa destacar que la amistad no es un tema banal. Los lectores de la Biblia habrán notado que Dios habla mucho sobre la amistad en su Palabra. Recordemos algunos pasajes:
Además de estas y otras citas explícitas, la Biblia no pasa por alto y resalta el rol de los amigos en la vida de distintos personajes. Nos viene a la memoria la amistad de Abraham con Dios, de David con Jonatán, la amistad de Ruth con Noemí, David con Hiram rey de Tiro (1ª Reyes 5:1), Daniel y sus amigos en Babilonia, Felipe y Natanael, los amigos del paralítico que lo cargaron y lo acercaron a Jesús para que lo sanara, la amistad de Jesús con Martha, María y Lázaro, y aún los amigos de Job, que si bien al final lo atormentaron, fueron al parecer los únicos que se acercaron a él en su desgracia.
Concluimos que una relación de esta naturaleza es del agrado de nuestro Creador; es más, fue pensada por Él para nuestro goce y bienestar. Desde la mirada psicológica podemos afirmar que el individuo que sabe cultivar amigos crece como persona, en tanto los individuos solitarios involucionan, volviéndose hoscos, huraños, amañados. Todos necesitamos de alguien que nos escuche y aliente. Pero también nos “pulimos” cuando alguien nos critica o censura para nuestro bien. Al respecto, el sabio de la Antigüedad decía: “El hierro se pule con el hierro, el hombre se pule en el trato con su prójimo” (Proverbios 27:17).
Por ello les proponemos un decálogo de actitudes para granjearnos amigos nuevos y conservar los que ya tengamos.
Si en estos tiempos no hemos cosechado amistades o perdimos algún amigo antiguo, es probable que hayamos vulnerado alguno de estos principios. Es preciso que nos reeduquemos para la amistad.
Para quienes sigan pensando que hoy en día es imposible hacer amigos porque no se puede confiar en nadie, la actitud de Jesús podría invalidar y echar por tierra tal argumento. Él dijo que sus amigos son los que hacen la voluntad del Padre que le envió. “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando… yo los he llamado amigos porque todas las cosas que oí de mi Padre se las he dado a conocer a ustedes” (Juan 15:14-15). Si analizamos a los destinatarios de su amistad, nos rechina recordar que Pedro al sobrevenir la prueba lo negaría, Tomás no querría creerle si no veía y los doce lo dejarían solo la noche en que lo arrestaron. Realmente luce como temeraria la actitud del hijo de Dios de escoger a gente tan imperfecta como sus amigos. Por mucho menos nosotros les habríamos descalificado. Es bueno reflexionar que no corresponde buscar amigos perfectos porque nosotros no lo somos.
Necesitamos seguir entregándonos a la amistad. Ello sin caer en la ingenuidad de construir vínculos sin poner límites, sin manejar bien las distancias, ni explicitar nuestras necesidades o expresar desagrado por lo que nos duele o molesta.
Predisponernos a la amistad es proteger nuestra salud mental y física.
Nos lleva a disfrutar de una hermosa experiencia que es regalo de Dios para la raza humana.
*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h