Sanidad divina: un tema controvertido – Parte 2

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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Finalizamos la columna anterior viendo el incremento de los fenómenos milagrosos en el relato bíblico, habido cuando pasamos del Antiguo al Nuevo Testamento, y que el mismo está caracterizado por un notable aumento de milagros de sanidad divina. Y decíamos que tal fenómeno merecía un comentario que nos permitiera interpretarlo y explicarlo, lo que vamos a hacer en esta segunda columna del ciclo. La sanidad divina, tal como aparece en la Biblia, puede considerarse un milagro por medio del cual Dios beneficia libremente a un ser humano sufriente; es un acto libre de compasión divina para con la humanidad. Lo de libre se refiere a que Dios en realidad no está obligado a mover su poder sobrenatural para sanar enfermedades humanas; lo hace por amor, misericordia y compasión. Así, leemos en Mateo 14:14: “Al salir Jesús, vio una gran multitud, tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfermos”. Podemos incluso proponer como explicación que este fenómeno se relaciona con las dispensaciones, es decir y en pocas palabras, el plan de conducta que Dios ha seguido en diferentes épocas para con el hombre. La dispensación del Antiguo Testamento es la dispensación de la Ley, sobre todo a partir de Moisés. Es la época en que Dios impone un sistema de leyes que han de regir la vida del hombre en sus aspectos morales, éticos, civiles, penales, ceremoniales y religiosos. La vida o la muerte del hombre dependen de la estricta observancia de esa Ley. El Nuevo Testamento inaugura la dispensación de la gracia, según lo que leemos por ejemplo en Juan 1:17: “la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”; entendemos por gracia el favor inmerecido, la misericordia gratuita de Dios hacia el pecador perdido, no tolerando simplemente, o pasando por alto los pecados, sino impartiendo misericordia a quién cree en Jesucristo, en quién, como dice en Efesios 1:7: “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. La gracia y misericordia de Dios, manifestada al mundo por Jesús, cristaliza durante los tres años de su ministerio público en múltiples milagros a favor de miles de desdichados, enfermos, endemoniados e infelices; así, leemos en Hechos 10:38: “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y… éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.

El elemento milagroso acompaña la extensión del cristianismo por el mundo grecorromano en el primer siglo. Nos dice Reinhold Seeberg, historiador de la doctrina cristiana a quién ya hemos citado: “el Espíritu produjo un gran despertar. A aquellos que creían en Jesús les eran dados palabras y hechos maravillosos. Una esfera de lo milagroso rodea a la iglesia” (Seeberg, R; Manual de Historia de las Doctrinas, Tomo I. Casa Bautista de Publicaciones; 1967). En los primeros siglos el elemento milagroso cooperó en la extensión del cristianismo. Nos dice otro historiador a quién también ya hemos citado, Kenneth Latourette: “Sabemos de una familia entera, encabezada por el abuelo, que se hizo cristiana, porque oyeron de un caso de posesión demoníaca que fue sanado por haber invocado el nombre de Cristo” (Latourette, K. S.; Historia del Cristianismo, Tomo I. Casa Bautista de Publicaciones; 1967). De esa manera en realidad estaba cumpliendo su propósito, como enseguida veremos. Ese mismo elemento milagroso continúa a lo largo de los siglos, pero difuminándose y enrareciéndose. Dice también Latourette: “como desde los mismos principios los cristianos habían creído en los acontecimientos milagrosos, y el poder de la fe cristiana para obrar milagros fue uno de los factores en la conversión del Imperio Romano, en los años posteriores al 500 los milagros aparecen más prominentes en los escritos de los dirigentes educados en la Iglesia del oeste”; pero luego nos cuenta una anécdota interesante, proveniente de la Edad Media: “Einhard, el amigo íntimo y biógrafo de Carlomagno, envió agentes a Roma, quienes después de orar robaron a una de las principales iglesias sus reliquias más apreciadas y las trajeron de regreso… él registraba los milagros obrados por ellas”.

Con la oficialización de la Iglesia, y la conversión forzosa de los ciudadanos del Imperio Romano en el siglo IV, la infiltración del cristianismo por ideas paganas, el abandono progresivo de la Biblia, la desintegración socio-cultural que siguió a la caída del Imperio Romano, y la ignorancia de las masas del pueblo, y aún de muchos de los personajes prominentes, surgieron y se establecieron multitud de leyendas, mitos y supersticiones con ropaje cristiano. Por ejemplo y ya que hemos mencionado las reliquias en relación a Einhard, el Dr. Samuel Vila sobre dice que el culto de las mismas: “entró en la iglesia comenzando por la veneración con que eran recogidos los restos de los mártires… el culto de las reliquias se extendió no solo a los restos, sino a los objetos relacionados con ellos, atribuyéndoles virtudes mágicas, particularmente de sanidad” (Vila, S; Santamaría, D; Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia, Segunda Parte; Editorial Clie; España. 1979). En la Edad Media la devoción religiosa se desvió de la adoración exclusiva de Dios, dispersándose en la adoración y culto de reliquias, casi siempre falsas, atribuyéndoseles facultades milagrosas. También surgió y progresivamente ganó terreno la práctica de invocar la intercesión de los santos, suplicando su favor ante una dificultad específica. María la madre de Jesús, la “virgen” María, a la que desde los primeros siglos del cristianismo se le concedió lugar destacado, ocupó un lugar céntrico en el fervor religioso del pueblo, y esto estimulado por el clero, lo que se mantiene hasta hoy, en el catolicismo. El hecho milagroso se diluyó, en cuanto a su origen y propósito, sumergiéndose en la superstición popular de un cristianismo semipaganizado, en una religión superficial compuesta de ritos y ceremonias, y en la adopción por parte del pueblo de una religión de costumbre social (cuando no impuesta por la autoridad eclesiástica), sin mayor injerencia en los aspectos personales e íntimos de la vida.

El cristianismo protestante rescató para el pueblo las Sagradas Escrituras, las doctrinas cristianas en su pureza primitiva, sin la contaminación de siglos de adiciones paganas, y rescató también la sencillez original del culto cristiano y la vida de la iglesia. El hecho milagroso, tan fuertemente enrabado con la superchería medieval, demoró en ser rescatado para considéraselo seriamente. Es significativo que el protestantismo, nacido como un movimiento de regreso al cristianismo primitivo, más espiritual y más bíblico, se concentró en sus primeros tiempos en el desarrollo doctrinal, con intensa actividad intelectual, controversias, enemistades, intolerancias y guerras, y despertó con lentitud a varios aspectos neotestamentarios de la vida de la iglesia. Por ejemplo, mientras a partir del siglo 16 las órdenes católicas inundaban el Nuevo Mundo, y en el Lejano Oriente Francisco Javier hacía una monumental obra misionera para la Iglesia de Roma, no es sino hasta fines del siglo 18 que las iglesias protestantes despiertan y reconocen su responsabilidad de enviar misioneros a los pueblos no cristianos, para predicarles el evangelio de Jesucristo.

El hecho milagroso como manifestación del Espíritu Santo en las asambleas cristianas tiene un desarrollo lento y resistido. A modo de ejemplo Seeberg, historiador y teólogo luterano que enseñó en varias universidades alemanas a fines del siglo 19, opinaba que el obispo Cipriano de Cartago, quién vivió en el siglo III, estaba próximo a un fanatismo supersticioso; la razón de esta opinión del Dr. Seeberg es, aparentemente, que Cipriano creía en que Dios ocasionalmente se revela al hombre en visiones (!!). Un cristianismo protestante conservador e intelectual estableció un concepto de iglesia mesurado, litúrgico, cimentado en la doctrina, y comenzó a mirar de reojo al cristianismo protestante radical y popular, que pretendía haber redescubierto la dimensión de las manifestaciones sobrenaturales en el culto y la vida de la iglesia, fruto de la libre actividad del Espíritu Santo en las asambleas cristianas. Es en verdad difícil calificar a unos de conservadores y a otros de radicales, en cuanto a su actitud hacia las manifestaciones sobrenaturales en la iglesia, si contrastamos esa actitud con la Biblia. Porque si bien es cierto que en la Biblia vemos, por ejemplo, al apóstol Pablo exhortando al orden en la iglesia (y los conservadores podrían decir: este es de los míos), se refiere precisamente al orden en el ejercicio de los dones sobrenaturales del Espíritu Santo (y ahí los radicales podrían decir: miren, el apóstol Pablo creía en los milagros; era de los nuestros).

El fundador del metodismo, Juan Wesley, fue un predicador fogoso del evangelio. Se nos dice que las reuniones de los primitivos metodistas, en el siglo 18, los pecadores literalmente clamaban, es decir, gritaban, pidiendo perdón a Dios por sus pecados. Y Wesley refiere que había quienes se ofendían por los gritos de esa gente en las reuniones de la iglesia. También se nos cuenta que en el curso del ministerio de Juan Wesley ocurrieron más de doscientos casos de sanidad divina. Otro ejemplo, también tomado de aquellos avivamientos históricos del siglo 19 en los Estados Unidos, de los que hablamos en un ciclo anterior, es el ministerio de Carlos Finney. Este hombre comenzó a predicar exaltando el libre albedrío del hombre, diciéndole a la gente que podían libremente elegir y decidir seguir a Jesucristo. Se cuenta que en las reuniones en que Finney predicaba, los oyentes exteriorizaban sus sentimientos llorando, echándose al suelo, gimiendo, elevando la voz y aún gritando. La gente cambiaba, y cambiaba para bien. Sin embargo, la teología de Finney fue amargamente resistida, y su ministerio despreciado. Hay quienes consideran que en el siglo 20 se produjo (y se seguiría produciendo), un derramamiento del Espíritu Santo similar al de los días de los apóstoles. Asociado a esto (o quizás producido por esto), se habla de un incremento en el número de casos de sanidad divina entre los evangélicos, tal que hoy en día la oración por los enfermos en procura de sanidad divina es parte natural del culto evangélico. La liturgia de la “libertad en el Espíritu”, de la que la sanidad divina forma parte, y que se asemeja mucho a lo relatado antes acerca de las reuniones de Wesley y Finney (y también otros), ha sido y es mirada con sospecha, y criticada, por los evangélicos conservadores.

En verdad, el extremismo dogmático, intelectualista y erudito no sería bueno para la Iglesia. El grito de guerra de los partidarios de la “libertad en el Espíritu” es aquella frase del apóstol Pablo: “la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Corintios 3:6), que abre la puerta al Espíritu Santo, haciendo de lo sobrenatural y milagroso algo cotidiano en la Iglesia, como manifestación de vida espiritual al alcance de todos los creyentes, en contraposición a una religión dividida en alta teología para los intelectuales, y superficialidades externas para el resto del pueblo iletrado.

Pero ese extremismo “espiritual”, a su vez, ha sido fuente de errores, males y excesos. Ese será el tema de la última columna de este ciclo sobre la sanidad divina.

 

(Extractado de Sanidad divina, Aspectos teológicos, Capítulo 5 del libro Cielo de Hierro Tierra de Bronce, Editorial ACUPS, Montevideo, Octubre de 1998).

 

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, profesor universitario y ejerce el pastorado en el Centro Evangelístico de la calle Juan Jacobo Rosseau 4171 entre Villagrán y Enrique Clay, barrio de la Unión en Montevideo.

 

Escuche “Sanidad divina: un tema controvertido – Parte 1” haciendo clic aquí.

2 Comments

  1. julio saquisilì dice:

    extracto muy ilustrativo , a mi manera de entender EL Altìsimo desplega todo su Poder a favor de su pueblo. Estoy sumamente agradecido. gloria a DIOS.

  2. simon garcia rivera dice:

    me gusto me parece muy interesante

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