«Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» v. 12
Al volver del baño en la oscuridad de la madrugada, tropecé y me caí, chocando con la mesita de noche de nuestra habitación. Llamé a mi esposa intentando no asustarla y antes que le pidiera que encendiera la luz le dije: “me he hecho mucho daño”. Realmente, la luz reveló que tenía la nariz deformada, mucha sangre por el suelo y un arrepentimiento profundo por intentar andar en la oscuridad.
En uno más de sus constantes diálogos con los fariseos, estudiosos de la ley que le perseguían, Cristo se les revela como la luz del mundo, añadiendo que todo aquel que le sigue no andará en tinieblas. Naturalmente sus acusadores empezaron a buscar toda forma de argumentos para desacreditarle, manifestando claramente que desconocían a la persona de nuestro Salvador y al Padre celestial.
Los fariseos discutían si Jesús podría o no dar testimonio acerca de sí mismo, pues lo que les importaba eran los patrones de vida que ellos, como doctores de la ley, determinaban. Sin embargo, el Señor les decía que para valorarse uno, necesita evaluarse sin los juicios de la naturaleza humana que impone medidas inalcanzables, discriminatorias y destructivas.
Solamente al seguir el camino de Cristo, revelado en la Palabra de Dios y confirmado por el Espíritu Santo en el interior de cada persona que recibe a Jesús, alguien podrá realmente conocerse verdaderamente y así vivir bien consigo mismo y con los demás.
Dirceu Amorim de Mendonça, España
Solamente la luz de Cristo aclara nuestra vida y camino a seguir.