«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.» v. 6,7
Si le preguntásemos a cualquier persona si recibe con alegría las dificultades y las tormentas de la vida, seguramente nos diría que no. Y es lógico que todos nosotros prefiramos los tiempos de calma y de felicidad en lugar de los otros. Sin embargo, solo es posible recibir consolación atravesando momentos de tristeza y de lucha y experimentando circunstancias difíciles.
El pasaje de hoy se refiere a nuestro Padre como “Dios de toda consolación”, es decir, un especialista en consolar porque “nos consuela en todas nuestras tribulaciones”. El verbo “consolar” se puede traducir como “ir al lado”; y realmente si modificamos el texto sustituyendo “consolar” por “ir al lado”, el resultado es maravilloso. Pruébelo.
Dios va a nuestro lado cuando atravesamos esos momentos de dolor. Y lo hace para que así como hemos recibido de él ese “ir al lado”, nosotros también podamos “ir al lado” de los que están en una situación similar. No hay un mejor consolador que aquel que ha sido consolado, porque comprenderá el dolor del otro en su real dimensión. ¡Cuánto se necesita eso, pero cuán poco se ve! ¿Será porque aún no hemos permitido que Dios nos consuele? ¿O será que somos indiferentes a la tristeza de los demás?
Nancy Rodríguez Antivero, Uruguay
Dios se ha puesto a tu lado y quiere que te pongas al lado de alguien que sufre