El aparatito

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El Planeta Tierra Fue abandonado hace 700 años por el ser humano, quedando como un estéril basurero, producto de una raza cuyo culto era el consumo insaciable. Ahora, el único que recorre el triste mundo de chatarra es un robot (WALL-E) cuya directiva es la de compactar basura. Mientras tanto los seres humanos viven en lujosos cruceros espaciales donde todo lo que hacen es estar recostados en cómodos y sofisticados sillones multimedia, no viendo más allá de la pantalla que tienen delante de sus ojos en forma permanente. De esa manera, la comunicación es siempre intermediada por un método artificial, incluso con quién está sentado al lado, presentando a través de la ironía, escenas que nos parecen ridículas. Esta es la inteligente e irónica creación de los estudios Pixar en WALL-E.

Pero la realidad no está muy lejos de esta visión del futuro humano. Hoy mismo, la tecnología nos obnubila, y no nos permite, al igual que estos viajeros galácticos, disfrutar de lo que hay alrededor. La frenética adicción a los celulares de los uruguayos y otros habitantes del globalizado mundo del teléfono móvil es un ejemplo de ello. ¿Dónde se vio que una llamada al celular sea más importante que una conversación cara a cara con quien compone nuestro núcleo familiar?

Cuando todavía se podía, antes de la pandemia, me he encontrado en reuniones de directorios en los que formo parte, o una simple conversación de amigos y la reacción es la misma. Cuando suena el celular, la conversación se corta, se abandona lo que se estaba diciendo y haciendo para atender a quién llama al mágico aparatito que domina nuestra atención. ¿Dónde está escrito que el celular es más importante que la conversación que estoy entablando con mi interlocutor del momento?

Cuando el aparatito suena, se corta el diálogo, se trunca la comunicación, uno queda papando moscas, y cuando se termina la “importante” llamada uno debe recapitular en qué estaba para retomar el hilo de la conversación hasta la próxima llamada en que se repite el ciclo.

La telefonía celular controla nuestras vidas, uno puede encontrar gente hablando con ellos hasta en los lugares más insólitos… usted sabrá.

No hay dudas que se ha convertido en un nuevo ídolo al que rendimos culto, los sofisticados habitantes del siglo XXI. Nos inclinamos ante la omnipresente presencia de nuestro nuevo dios que nos da un estatus de persona importante al ser llamados en todo tiempo y lugar, pero al que sometemos nuestra voluntad esclavizándonos a sus caprichosos requerimientos. Ni hablemos de lo voraz del mercado al ofrecernos, nuevos engendros tecnológicos que más que teléfonos, les falta nada más que darnos de comer y lavarnos los dientes.

Es por todo esto que, cuando WALL-E desconecta a uno de estos humanos idiotizados y dominados por la tecnología de su sillón – pantalla multimedia – cae en la cuenta de un mundo que le rodeaba pero no podía ver, totalmente absorbido por esa realidad artificial, y comienza a disfrutar de una conversación personal con otro ser humano que también logró desconectarse de su sillón electrónico, admirar el paisaje estelar y zambullirse en una piscina.

No reniego de la tecnología y todos los maravillosos beneficios que nos otorga, pero lo que planteo aquí es que el culto y rendición de la voluntad a la tecnología nos puede idiotizar y quitarnos el privilegio de lo que Dios creó que es la comunicación con nuestra familia, amigos y semejantes en el cara a cara; y también, en el disfrute de la creación de Dios. Las siguientes palabras del salmista son un buen recordatorio de lo que no deberíamos olvidar en medio de tanta sofisticación tecnológica:

Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje ni palabras ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; y este, como esposo que sale de su alcoba, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida y su curso hasta el término de ellos. Nada hay que se esconda de su calor”. Salmos 27:1-6

¡Qué refrescante mensaje!

Lic. Esteban D. Larrosa

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