Amar la verdad

El libro que lo cambió todo
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El hombre, ¿simio desnudo y nada más?
5 octubre 2021
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Por: Ps. Graciela Gares*

Parte 1:

Parte 2:

Parte 3:

¿Cuántas veces alteramos la realidad para que aparente ser más satisfactoria o tolerable ante nuestros ojos o los ajenos? Solemos decir que no estamos enojados cuando es evidente que lo estamos; presentamos excusas falsas cuando llegamos tarde al trabajo; negamos que hemos estudiado insuficiente cuando perdemos un examen, o fingimos saber de un tema (desconocido para nosotros) a fin de no pasar por ignorantes.

Se atribuye al novelista inglés George Orwell (1903 – 1950) la frase: “decir la verdad en tiempos de engaño universal es un acto revolucionario”. ¿Y qué decir de nuestra época de “fake news”, propaganda engañosa e informaciones periodísticas sesgadas y manipuladas?

Es que en todas las épocas el ser humano se ha visto enfrentado al dilema y reto de la verdad. Mentir es alterar de ex profeso la realidad. La mentira suele ser un acto egoísta que responde a nuestros intereses, salvo en aquellas ocasiones cuando se intenta evitar un daño a alguien que se quiere proteger, como puede ser un padre anciano y enfermo.

Dentro de las excepciones, recordamos del texto bíblico, cuando las parteras hebreas en Egipto engañaron al rey para salvar vidas de niños hebreos (Éxodo 1: 19 -21), o cuando Rahab la ramera encubrió a los espías israelitas para salvarles la vida (Josué 2: 5). En ambos casos, había generosidad al procurar proteger a terceros, aún arriesgando la vida de quien mentía para encubrirlos. Y el texto bíblico nos dice que resultaron bendecidos.

En general, alteramos la verdad egoístamente porque mentimos para salvar nuestra reputación o librarnos de las consecuencias de alguna inconducta nuestra. En el momento, la mentira nos ayuda a zafar de un aprieto pero nos genera complicaciones variadas para el futuro, pues demanda seguir luego sosteniendo el engaño, creando nuevas fábulas que concuerden con él y estar siempre alertas para no ser descubiertos, lo cual causa temor y ansiedad.

Toda mentira tiene fecha de caducidad, porque, “no hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente” (Lucas 8: 17). El sabio Salomón así lo afirmaba: “El labio veraz permanecerá para siempre, pero lo lengua mentirosa sólo por un momento” (Proverbios 12: 19).

Atenernos a la verdad supone, a menudo, pagar un precio mayor, pero seguido de mucha paz pues no habrá nada que ocultar. Es vivir en un mundo real y auténtico, con menos “glamour” que el que podamos inventar mintiendo.

El tema de la mentira llega al consultorio psicológico bajo diversas formas. A veces, es una madre que oculta a su hija o hijo pequeño que el papá cayó preso y por mucho tiempo no volverá al hogar. Es una verdad dura para trasmitirla pero a la larga, será lo mejor para el niño o niña. Él o ella tienen derecho a saber qué pasó con el ser que aman y no sirve ocultárselos pues tarde o temprano se enterarán y perderán la confianza en el adulto que les engañó. Sólo requiere que se diga la verdad con amor, en el lenguaje y con imágenes que el pequeño pueda asimilar. Por ejemplo: “papá cometió un error y tiene que corregirlo. Se va a quedar en la casa de los policías y no tiene permiso para salir por un tiempo. Él te quiere mucho y siempre se acuerda de ti; así que si quieres hacerle dibujos para él, yo se los llevaré.”

En ocasiones, optamos por tergiversar la realidad al ocultar a un enfermo la gravedad de su estado de salud o un pronóstico negativo. También aquí hay una intención de evitar un dolor a un tercero. Asumimos que la persona no podría soportar conocer su condición, pero a la vez nos protegemos a nosotros mismos del proceso de sobrellevar junto con ella su drama hablando del mismo en toda su magnitud y trascendencia. ¿Es correcto mentir ocultando un diagnóstico médico adverso? ¿Es realmente un beneficio para el enfermo?

A veces esto revela que no estamos preparados si nos tocara estar en su lugar. En la cultura postmoderna, la vejez y la muerte son casi innombrables y nos cuesta hablar con naturalidad del tema. Sin dudas que se necesita coraje, gracia y sabiduría divina para enfrentar con la verdad esta circunstancia. Pero no podemos dejar de reconocer que el ocultamiento de la realidad nos distancia de la persona a la que intentamos ayudar. No hay verdadera intimidad si hay engaño.

En otras ocasiones mentimos para salvar nuestra dignidad. Éste fue el caso de un papá divorciado que ocultaba a su hija realidades sobre su salud, una internación psiquiátrica y una enfermedad degenerativa en curso para que ella no conociera su desgracia. Y aunque amaba mucho a su hija, optaba por mantenerla lejos de él para que ella no descubriera la verdad. El resultado fue la caída en depresión de ese padre ya que la estrategia de ocultar su verdad le alejaba de lo que más quería. Perdió motivación para vivir y su salud física empeoró. ¿Qué hubiese pasado si se hubiera sincerado con su hija? Quizá ella se hubiera sensibilizado para estar más con él, beneficiándolo así emocionalmente y con buena repercusión en su salud en general.

También llegan al consultorio psicológico personas que viven inventando realidades fantasiosas para engrandecerse o llamar la atención. Se han acostumbrado tanto a mentir que les cuesta discernir que están alterando la realidad. Llegan a creerse sus propias mentiras pero sus vidas se tornan muy complejas y llenas de ansiedad.

A su alrededor, familiares, amigos y conocidos acaban por perder la confianza en ellos, y ya pocos les creen cuando hablan. La gente se aleja de ellos con desconfianza y ellos suelen ofenderse y dolerse ante este resultado. La soledad que experimentan y la angustia es lo que los impulsa a buscar ayuda profesional.

La mentira puede convertirse en un vicio o una compulsión, al punto de no lograr hablar algo sin mentir. Han desarrollado un hábito llamado “mitomanía”, volviéndose adictos y esclavos de la mentira. Se llama mitomanía a la compulsión por mentir, desdibujando la realidad. Es un deseo difícil de refrenar que tiene como objetivo conseguir algún beneficio personal: captar mayor atención del entorno, seducir, ser admirado o evitar algún castigo.

¿Cómo se reconoce esta adicción? Este problema se observa en personas con baja autoestima y con escasas habilidades sociales, que desean llamar la atención de alguna manera. Algunos de ellos sufren algún tipo de trastorno de la personalidad. Recurren a la mentira de modo permanente y disfrutan mientras no son descubiertos. Sus engaños son cada vez de mayor porte o envergadura. Comienzan ellos mismos a creerse sus historias y a habitar en su mundo paralelo. Saben que alteran la realidad, por tanto viven con un gran estrés al tener que sostener sus fábulas sin que les descubran.

El mentiroso compulsivo se refugia de la realidad con sus fábulas pues a menudo sus circunstancias de vida le resultan insatisfactorias o insoportables. Son individuos con un gran vacío afectivo, desesperados por encontrar amor, aprobación y admiración. Se sospecha que en su infancia no lograron construir una noción de identidad propia satisfactoria, por lo que no tienen claro quiénes son, ni se sienten valiosos. Mintiendo intentan construir una identidad falsa que los represente ante sí mismos y los demás.

El recurso que todos disponemos para mejorar nuestra realidad es trabajar activa y duramente para ello, en lugar de crearnos la ficción de un mundo paralelo al real. Aunque este tema de la mentira parezca trivial e irrelevante, tiene mucho que ver con nuestra salud psíquica. La mentira perturba nuestra paz mental, nos genera confusión, inquietud y conflictos interiores difíciles de resolver.

Para Dios no es un tema irrelevante y la abundancia de referencias bíblicas al respecto lo demuestra. Allí se nos dice que Satanás es padre de mentiras y Jesucristo acusó a los mentirosos de imitar al demonio: “Ustedes son de su padre, el diablo…. cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8: 44).

Por su parte, “el Señor (Dios) aborrece a los labios mentirosos, pero se complace en los que actúan con lealtad” (Proverbios 12:22).

“Seis cosas aborrece Jehová, y aún siete abomina su alma: el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos.” (Proverbios 6: 16, 19).

Amemos decir la verdad. Ella trae paz interior y nos aporta calma aún en disyuntivas difíciles, al no tener que cubrir una mentira con otra.

La verdad libera, según nos enseñó Jesucristo: “la verdad les hará libres” (Juan 8: 31 – 32). Libres de ser descubiertos y avergonzados, de ser condenados por Dios, de convertirnos en esclavos del diablo y perder la confianza y cercanía de los que amamos.

La verdad nos fortalece pues es valiente el que se enseñorea de su espíritu, más que el que conquista una ciudad. (Proverbios 16: 32).

La verdad sana vínculos y restituye la confianza.

En la lengua hay poder de vida y muerte (Proverbios 18: 21).

“Aleja de tu boca la perversidad; aparta de tus labios las palabras corruptas! (Proverbios 4: 24)

“Refrena tu lengua de hablar el mal y tus labios de proferir engaños.” (Salmos 34:13)

“Compra la verdad y no la vendas”. (Proverbios 23: 23)

“Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo”. (Efesios 4: 25)

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

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