Dependencia, obediencia y voluntad de Dios

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De la sección “Renovando el espíritu” del programa “Los años no vienen solos”.

Escuche aquí el programa:

Extractado de la Revista Vida Cristiana 1960 Nº 47 en “graciayverdad.net”

Tanto en las cosas materiales como en las espirituales, es necesario aprender una sola cosa a la vez. Así como es necesario que un niño aprenda a caminar antes de correr, sucede lo mismo en las cosas de Dios. Las primeras lecciones nos preparan para las que siguen; sin ellas no sería posible adelantar y vivir una vida ordenada. Sería extraño ver correr a un niño que haya olvidado como caminar; es lo mismo en las cosas de Dios. Si los creyentes procuramos correr antes de haber aprendido a caminar, el resultado es que caemos. Una de las primeras lecciones que aprende el creyente después de haber recibido el perdón de sus pecados, es LA DEPENDENCIA.

Aquí abajo es donde vive y debe crecer espiritualmente, pero no puede depender de nada de lo que hay alrededor: depende del cielo. Aunque no es difícil esta lección, es necesario que la aprendamos bien, pues la necesitaremos toda la vida. El creyente maduro es el que más siente que no puede depender de lo que hay alrededor, ni tampoco de sí mismo, y por lo tanto acude a los recursos que tiene en el cielo. ¡Qué diferente esto a lo presentado en los discursos ajenos a la verdad, en los que se nos dice que el hombre tiene algo de bueno en sí y debe cultivarlo! Ese hombre no depende del cielo: es independiente.

¡Cuántas veces, cuando un creyente cae después de haber caminado muchos años con Dios, la causa es que ha descuidado esta lección tan importante de la dependencia! Confió en lo que había aprendido o en la confianza que otros tenían en él, dejó de mirar al cielo, y se miró a sí mismo y a lo que le rodeaba. En esto faltaron Adán y Eva. En lugar de creer que lo que Dios dijo era lo mejor y también lo era depender de Él, escucharon la voz del extraño, y entró la independencia. De aquí parten las dos sendas, una en independencia, resultando en pecado y en su paga o salario: la muerte; la otra en dependencia, creciendo en el conocimiento de Dios y la vida eterna.

No hay cosa más intolerable para el hombre natural, así como también para el creyente carnal, que tener que depender de Dios. Los deseos del cristiano carnal, sus pensamientos, toda la inclinación de su ser son hacia él mismo, mientras que los deseos, pensamientos e inclinaciones del creyente espiritual van dirigidas y están en el cielo. El hombre independiente dice: «yo necesito cosas prácticas, no teorías ni doctrinas.» A esto contestamos que no hay cosa más práctica en la vida del creyente que la dependencia. Es como el respirar. Él pone esto “por obra” todo el tiempo, forma parte de su vida. Pero el ser dependiente no termina en esperar el cielo. El Señor nunca falta a los que en Él esperan, y el resultado es que reciben respuesta del cielo. No es posible vivir en comunión con el Señor Jesús sin aprender pronto lo que a Él le agrada; de aquí viene la práctica.

LA OBEDIENCIA consiste no sólo en hacer sino en hacer lo ordenado. Tampoco requiere el Señor de nosotros la obediencia sin habernos hecho conocer Sus deseos. Para obedecer, es necesario haber recibido un mandato. Por ejemplo, el Señor dice: “Haced esto en memoria de mí“, pero no podemos decir que un creyente recién convertido desobedece este mandato si no lo hace enseguida de haber recibido el perdón de sus pecados, aunque sin duda no tardará en hacerlo si continúa en dependencia, pues pronto verá que así el Señor lo ha expresado en Su Palabra. De este modo, el hombre dependiente aprende lo que le agrada al Señor, y lo “pone por obra“; en otras palabras, es obediente.  Cuando el creyente continúa en dependencia y obediencia, experimenta cuán dulce es, y desea aprender y obedecer cada día más.

Experimenta que “Mi yugo es fácil y ligera Mi carga” (Mateo 11:30), le agrada obedecer y se complace en hacerlo siempre más; luego, desea obrar solamente la voluntad del Señor. Son deseos producidos por el mismo Señor, y sin duda es lo que Él quiere de todos nosotros. Pero para ello Dios nos pide una voluntad quebrantada. Cuando la voluntad de Dios nos conduce “junto a aguas de reposo”, no es muy difícil decir que es dulce, pero ¿podemos decirlo también aunque ‘andemos en valle de sombra de muerte’ y añadir “no temeré”? ¿Podríamos decir que es dulce el camino cuando nos conduce por lo que es muerte a nuestra voluntad? Hubo Uno quien declaró: “Así, Padre, pues que así agradó en tus ojos.” (Mateo 11:26 – RVR1909). Esto es algo totalmente distinto a la resignación. El creyente no acepta una cosa debido a que no hay otro remedio. Si un hermano que pierde a su esposa dice: «Hay que resignarse.», hay algo que no está bien.  Lo piensa y dice quizás quien no es hijo de Dios, pero el creyente dice: “Así, Padre, pues que así agradó en tus ojos.”  

Así que, si tengo un jefe, debo servirle “como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios.” (Efesios 6: 5, 6). Y si tengo a alguien a mis órdenes, la Palabra me dice: “dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos.” (Efesios 6:9). Y a los hijos, la Palabra les dice: “Hijos, honren a vuestros padres.” (Efesios 6:2). Vemos pues como la voluntad de Dios entra en nuestra vida diaria, en las cosas más corrientes de cada día. Si durante el domingo me he gozado mucho en la presencia de Dios, deberé gozarme también el lunes cuando vaya a cumplir mi trabajo y obligaciones. No iré tan sólo para ganarme el pan, sino para hacer la voluntad de Dios, para servir a Cristo, sea un trabajo de oficina, sea en los negocios, sea manejando una herramienta, la pala o la aguja, o cuidando de los niños, o preparando la comida. Todo lo puedo hacer por el Señor, y experimento cuán dulce es realizarlo.

Así vemos, y no lo olvidemos, que la verdadera vida cristiana no consiste tan sólo en asistir a las reuniones, sino que consiste en VIVIR la vida cristiana en nuestro día a día. Pero, para hacer la voluntad de Dios, es necesario conocerla. Por eso dice el apóstol a los Colosenses que ora sin cesar por ellos, pidiendo a Dios que “sean llenos del conocimiento de Su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9), demostrando que la voluntad de Dios no es sólo que aceptemos lo que Él permite que nos acontezca, sino que Él nos instruye en Su Palabra en cuanto a Sus deseos.

Por hermoso que sea esto, comprendemos fácilmente que esto no se puede realizar fuera de la dependencia y de la obediencia. Cualquier otro esfuerzo sería vano; sería procurar alcanzar la felicidad que hay en el camino de la obediencia mediante la independencia. Pero, lo mismo que la independencia en el huerto de Edén fue seguida por la desobediencia, alejando a la criatura de su creador, todo esfuerzo en independencia, me aparta del Señor. Que queramos entonces ser completamente dependientes de Él. 

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