La fidelidad del predicador

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Una entrevista a Salvador Dellutri

Tomado de la revista Apuntes Pastorales.

La iglesia necesita en estos tiempos, como nunca antes, una clara orientación en cuanto al ministerio de la proclamación de la Palabra de Dios. Apuntes Pastorales dialogó con el pastor Salvador Dellutri (SD), un reconocido orador internacional y profesar universitario, para conocer algunos de los principios que guían su eficaz ministerio como predicador.

Chris Shaw (CS): ¿Cómo se dio cuenta de que tenía el don de la predicación?

Salvador Dellutri (SD): Mi experiencia fue bastante inusual, primero, porque yo nací en un hogar cristiano y, por lo tanto, tenía la fascinación de la Biblia. Mi abuelo leía la Biblia y después me contaba las historias. Así como los jovencitos de hoy tienen por héroes a Superman o Spiderman, para mí los héroes eran Sansón, David y Moisés. En ese tiempo, siempre quise saber cómo se obtenía de ese libro el misterio de la historia y entonces, obligué a mis padres a que me enseñaran a leer la Biblia. A los cinco años ya leía la Biblia de corrido y me fascinaba escuchar a los predicadores que, en aquel tiempo, eran aún jóvenes, como don Raúl Caballero Yoccou. A los ocho años, en mi Nuevo Testamento, diseñé mi primer bosquejo de sermón. Lo predicaba solo. Muchos años después, sin que nadie lo supiera, retomé ese bosquejo, lo prediqué, y ¡funcionaba!

CS: ¿Por qué considera usted que es importante el ministerio de la predicación en la iglesia?

SD: En mi opinión, no se debe olvidar que la fe cristiana es una fe revelada. No se trata ni de lo que yo siento ni de lo que a mí me parece, ni de lo que yo creo sino de lo que está escrito. La Palabra de Dios constituye una de las formas de la misericordia divina, pues nos comunica su mensaje en nuestro lenguaje y en nuestro vocablo. El Dios que enmarcó su grandeza en el universo y la creación tiene también la humildad de hablar en palabras humanas, las cuales las tenemos escritas en la Biblia.

Un predicador no crea su mensaje, sino que tiene que exponer lo que Dios ha dicho, porque delante de él tiene un libro sagrado, totalmente diferente a los otros. Una vez cierto periodista me preguntó cuáles creía yo que eran las diez obras más importantes en la historia de la literatura universal. Yo mencioné a varias, pero no incluí la Biblia, y él se asombró.

«¿Cómo es que un pastor no menciona la Biblia?» me preguntó.

«No» —le contesté. «Usted me habló de libros. Este es EL LIBRO. Yo no lo puedo poner al lado de El Quijote, La Ilíada o la Divina Comedia. Este es el libro de Dios.»

Sobre este libro, totalmente diferente a cualquier otro libro, se desarrolla la enseñanza del pueblo de Dios.

El problema que yo veo es que, en este tiempo, estamos confundidos. Si usted va a una librería, por ejemplo, va a encontrar una cantidad de libros sobre liderazgo, sin embargo, cuando usted abre la Biblia va a encontrar que no trata de líderes, sino de siervos. El líder es la persona que capitanea gente. El siervo es quien obedece. Cuando yo abro la Biblia, yo soy un siervo de Dios que se rinde a la transmisión de esa Palabra. No estoy arengando a la gente para que me siga ni para obtener resultados. Lo más importante no es la relación que tenga con la gente sino la que tenga con Dios porque, en ese momento, estoy transmitiendo el mensaje del Señor. Tengo que hacerlo independiente de los resultados, porque yo me debo a mi jefe, y él me ha dicho que debo proclamar determinada palabra entonces, eso debo hacer.

A veces, el mensaje, desde el punto de vista humano, es exitoso porque hay buena respuesta. Otras veces no lo es. A mí eso no me preocupa. Me interesa que el mensaje sea fiel pues la fidelidad es la característica más importante del comunicador de la Palabra de Dios. En este sentido es importante que, como pastor, pueda examinar cómo entrego al pueblo todo el consejo de Dios, todo lo que es necesario para su edificación. Debo preguntarme: «¿Qué opina Dios de mi predicación?» Esa es la relación que se requiere intensificar para que el ministerio del púlpito sea fuerte.

CS: ¿Dónde flaquean, hoy en día, los ministerios de predicación?

SD: En mi opinión, falta el mensaje expositivo. Muchas veces se escucha una doctrina o una enseñanza que ha partido del psicoanálisis, la Nueva Era, la necesidad de la gente u otra doctrina de moda. A esta se le agregan dos o tres versículos bíblicos para apoyar un poco el preconcepto que el predicador lleva. Este predicador no está explicando la Biblia, más bien está presentando una teoría, la cual busca apoyar con textos bíblicos. Por eso hay mensajes que tienen más relación con la Nueva Era que con la Palabra de Dios. Probablemente el predicador lo haga inconscientemente, sin darse cuenta, pero el hecho es que no ha partido de la Palabra de Dios. Creo, entonces, que necesitamos estudiar sistemática y exegéticamente la Palabra. El único sermón válido, en mi opinión, es el expositivo pues con él uno abre la Biblia y explica la Palabra, sin ponerle ideas propias. En todo caso, todos los pensamientos que uno aporte serán para dar claridad sobre el texto bíblico.

Yo recurro mucho a anécdotas, ilustraciones históricas y experiencias personales, pero me cuido de que el eje central no sean estas historias, sino que estas solo sirvan para traer luz sobre el texto bíblico. El mandato que yo he recibido es precisamente ese: explicar el texto bíblico.

También falta preparación previa. Un sermón necesita de mucha preparación. A veces la gente me pregunta: «Este sermón de hoy ¿cuánto tiempo le llevó prepararlo?» Yo les contesto: «¡Treinta años!»

No es solamente cuestión del tiempo que uno utiliza. Es la formación integral que uno debe tener dentro de la Palabra de Dios para conocer con intimidad ese mensaje. A esto me refiero cuando indico que hace falta preparación bíblica. Hay sermones que —uno se da cuenta— han sido organizados en dos o tres horas, pero una predicación no puede ser preparada de esta forma.

CS: ¿Qué características tiene un buen sermón?

Una buena predicación es bibliocéntrica, cristocéntrica y sencilla, de modo que expresa la verdad de Dios al nivel de los individuos. Se dice que Juan Wesley pensaba en una persona de doce años para preparar sus prédicas, y ese es el término medio al cual siempre he intentado llegar. En la predicación uno puede tratar los temas más profundos, pero siempre simplificando y buscando llegar al hermano más sencillo.

Empero, no solamente debe estar basada en la Palabra de Dios, sino que debe comunicar, porque en definitivas la predicación es comunicación. Para esto, uno debe dirigirse a público determinado en un tiempo específico. El predicador llega a un púlpito ubicado en el tiempo y en el espacio, no en la eternidad. Su discurso parte de la eternidad, pero su púlpito está ubicado en una geografía que tiene ciertas características culturales que debe conocer. Ese púlpito también está colocado en una época y el predicador debe conocer cuál es el tiempo en que está viviendo. Esa es la misión del predicador: tomar la Palabra de la eternidad y llevarla a la temporalidad que está viviendo dentro de la cultura específica en la cual está viviendo.

CS: ¿Cómo se prepara usted para una predicación?

En primer lugar, yo analizo y realizo el estudio exegético del texto. Supongamos que hoy es domingo y debo predicar dentro de siete días. Si esto es así, entonces el lunes ya tengo determinado cuál va a ser el texto sobre el cual voy a trabajar. Comienzo entonces a hacer el estudio exegético del texto. No leo ningún comentario antes, sino que siempre parto de la Biblia. Esto lo hago hasta tener claro qué dice el pasaje y qué quiero transmitir a la comunidad sobre este.

Después, hago una acumulación, es decir, junto elementos que puedan aportar al texto. Leo buenos comentarios bíblicos y busco pensamientos y anécdotas que pueden iluminar la Palabra. Normalmente, para el jueves tengo reunido todo este material. Entonces, llega el momento de procesar el material reunido dedico el viernes a esta tarea. Dondequiera que me encuentre durante ese día, estoy pensando en el sermón que estoy elaborando.

El sábado por la mañana me siento en mi escritorio y comienzo a descartar todo el material que no voy a usar, armo los lineamientos de un discurso coherente sobre el texto que he estudiado. Ese es el trabajo más arduo y por eso yo dedico el sábado exclusivamente a esa tarea. Comienzo a las ocho de la mañana y -seguramente- no voy a terminar antes de las cuatro o las cinco de la tarde.

El domingo me levanto a las siete de la mañana y tomo el bosquejo para hacer las últimas correcciones. Llego a la iglesia con una hora de antelación y tengo un tiempo de oración con el equipo ministerial. Luego, repaso por última vez mis apuntes, pero estoy abierto a todo lo que el Espíritu quiere hacer desde ese momento en adelante. A pesar de tener mi bosquejo y haber realizado un estudio cuidadoso de la Palabra, sé que Dios puede tener otros planes que no me ha mostrado durante la semana y por lo tanto, debo tener siempre apertura de corazón.

CS: ¿Cómo ha cambiado su estilo a lo largo de los años?

SD: ¡Ha cambiado muchísimo! Los primeros sermones que prediqué los preparaba muy rápido. ¡En tres o cuatro horas tenía un sermón que, seguramente, quedaba en la mente de la gente no más de cinco minutos! Ahora la preparación es mucho más intensa y seria —no quiero hablar de la preparación espiritual porque eso pertenece a la intimidad del predicador. Creo que debemos tener ciertos pudores espirituales, pero esta preparación es una lucha con Dios como la que tuvo Jacob con el ángel. El propósito de este proceso es llegar a la síntesis del texto, quebrando las ideas propias para que prevalezcan los conceptos de Dios.

Mi predicación ha variado porque mi propia experiencia ha cambiado. Me he enriquecido, a lo largo de treinta años de ministerio, con muchas vivencias, y esto me ha ayudado a mejorar mi comunicación con el hombre de hoy. Para mí es fundamental estar o en la realidad social del día pues no se puede ser un hombre de la Biblia solamente, sino también un ser de la cultura en la cual se vive. He dedicado mucho tiempo a tratar de entender la problemática del ser humano en nuestros tiempos y, por lo tanto, trato de apuntar a ese hombre real.

CS: ¿Cuál es el «Talón de Aquiles» de un predicador?

SD: Considero que es querer ganar fama como predicador, creer que todo lo sabe y por eso debe ser famoso. Creo que allí comienza la vanidad y el orgullo y esos sentimientos destruyen al predicador. Por supuesto —todos lo sabemos— hay otros pecados que pueden surgir, pero el principal problema por combatir es el de la vanidad.

El pueblo de Dios que es alimentado por el predicador siempre hace comentarios sobre eso. Muchas veces son comentarios positivos. Alguien alguna vez me dijo, en mi paso por el Instituto Bíblico, que estos son «balidos de ovejas» y nunca hay que escucharlos. A veces, la gente está disconforme porque uno ha golpeado duro sobre su vida y otras, aplauden. El buen predicador no hace caso a ninguna de esas dos situaciones. El peligro constante, sin embargo, está en aquello que alimenta la vanidad de la persona. En este momento, cuando la mentalidad capitalista también ha llegado a los púlpitos y los predicadores se cotizan por la cantidad de manifestaciones que tienen o la cantidad de miembros de sus iglesias, es importante saber que todo esto forma parte de la vanidad.

CS: ¿Qué cualidades tiene una buena ilustración?

Yo tengo una gran lucha con el tema de las ilustraciones. Todos los predicadores sabemos que cuando volvemos a algún lugar donde hemos predicado, la gente nos dice: «Yo me acuerdo de una predicación suya», e, inmediatamente, ¡nos menciona alguna ilustración dada!

Una buena ilustración no debe «comerse» el mensaje. Es como la ventana de una casa: debe abrirse e iluminar pero no se tiene que ver. La ilustración ha de traer luz sobre el texto para que sea este el que se vea. También debe ser capaz de imprimir y, para esto, Jesús nos dejó un claro ejemplo con las parábolas mostrando la importancia de una buena imagen para fijar un principio espiritual. La ilustración tiene que estar muy bien elegida y no porque sea atractiva o porque la hayamos escuchado esta semana debemos forzar el mensaje para utilizarla. Una buena ilustración debe caer en el momento exacto y dejar grabada la esencia de lo que se quiso decir. Si a la persona le queda grabada la ilustración, tiene que estar acompañada del mensaje compartido en ese momento.

En mi opinión, usar bien una ilustración es, tal vez, la parte más difícil de una buena prédica. Personalmente yo no recurro a archivos ni a libros, sino que intento retener las ilustraciones que me parecen pueden servir en algún momento. Si persisten en la memoria a lo largo del tiempo, entonces son suficientemente valiosas como para usarlas. Nunca voy a un libro buscando una ilustración para un determinado texto pues debe venir sola. En todo caso, yo uso las grandes figuras de la literatura porque muchas de ellas revelan con gran precisión los dilemas de la existencia humana. ¿Quién mejor que Hamlet para explicar al ser dubitativo? ¿Quién mejor que Karamazov, el personaje creado por Dostoyevsky, para mostrar lo que es un agnóstico?

CS: ¿Qué consejo le daría a predicadores jóvenes que se están iniciando en el ministerio?

Les diría que no busquen el impacto. En general, cuando uno comienza su ministerio y es muy joven, desea impresionar con su predicación, más lo importante es lograr que descienda la Palabra de Dios al corazón del oyente. No busquen el éxito fácil. Piensen a largo plazo. Uno debe predicar durante toda la vida y la predicación es un ministerio costoso y difícil. Las conclusiones acerca de la eficacia de la predicación no dependen de la respuesta puntual de un domingo, sino de la suma total de ese ministerio.

Los existencialistas decían: «se sabe lo que un hombre es hasta cuando este muere». Allí se traza la raya final y se totaliza lo que hizo para obtener la conclusión acerca de su vida. El ministerio también es una totalidad. Vayan arando y sembrando lentamente.

Otro consejo es que no hagan un ministerio amplio, sino profundo. Cuando uno hace el pozo bien hondo, Dios se encarga de agrandarlo. Por ende, promoverse no es la responsabilidad del ministro pues eso está enteramente en manos del Señor. Sean fieles en el lugar donde Dios les ha puesto y él les dará responsabilidad en cosas mayores.

Entrevista realizada por Chris Shaw (CS).


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