Veritas liberabit vos – Parte 1

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¡Cuida lo que consumes!
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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

La frase del título figura en el escudo de una universidad privada de Uruguay que responde a la Iglesia Católica. No es necesario saber latín, si uno conoce la Biblia, para entender el significado de la expresión, y saber cuál es su fuente. La verdad os hará libres –o la verdad los hará libres– es una expresión de Jesús de Nazaret, recogida en el evangelio de Juan (8:32). Esta máxima ha sido secularizada y utilizada de diversas formas por educadores, filósofos, y a veces se la escucha repetir por la gente en general. ¿De qué manera? Por ejemplo, aludiendo a la adquisición del conocimiento como la verdad que hace libre de la ignorancia y el error; también del engaño perpetrado por quienes quieren dominar a otros, por medio de esa ignorancia y error mencionados. Y aunque ese no es el sentido original de la frase de Jesús, indudablemente también se aplica. Ni los individuos ni los pueblos adecuadamente instruidos y educados son manejables al antojo de los que detentan el poder; y ese es un buen argumento por el cual todos deberíamos ser amigos y defensores de la educación. Tal vez sea ese el significado con que una frase tan emblemática es utilizada por una institución universitaria: la libertad que trae, para desenvolverse en la vida, la adquisición del conocimiento.

La verdad que libera mediante la adquisición del conocimiento también tiene que ver con la superstición y el temor. A lo largo de la historia –y del mismo modo en el presente– los seres humanos han sido y son esclavizados, además de por dictaduras políticas, también por tiranías religiosas. Las tiranías religiosas que han sometido y someten a las personas no son necesariamente de alcance nacional, por la religión oficial de un estado. También puede tratarse de un culto, una secta, o una versión degenerada de iglesia, que impone por la fuerza de un liderazgo carismático y autocrático el miedo a un castigo divino, que caerá sobre quienes no obedezcan los dictados de quien –sacerdote, pastor, ministro, líder– se presenta como vocero de Dios. La verdad acerca de los errores de la secta, el conocimiento de sus tácticas de manipulación, y/o de lo incongruente de sus doctrinas, traerá libertad del temor que impide desvincularse del grupo. Incluso, la revelación del comportamiento de líderes respetados, venerados y temidos, sean caudillos políticos o dirigentes religiosos, cuando esa conducta está en clara contradicción con los enunciados de su ideología, o doctrina, o discurso, tiene un efecto liberador. Cuando el respeto, la veneración y el temor tributados a un líder, se resquebrajan por la falta de coherencia interna de su prédica, o por la falta de coherencia entre su prédica y su vida y conducta personal, amanece la libertad de esa influencia que nos tenía subyugados, fascinados, casi reducidos a servidumbre. Esto no quiere decir que tal liberación, favorecida por el conocimiento de la verdad sobre el caudillo y su grupo, sea rápida, ni que sea fácil. El estado de sometimiento, la forma en que las personas están cautivas por el carisma que emana del líder, puede dar lugar a la negación, la justificación y la defensa del mismo. Pero, en definitiva, las verdades que el líder no quiere que sus seguidores sepan, serán las que liberen a esos seguidores de la esclavitud mental y emocional a que fueron sometidos.

Este fenómeno tiene dos implicancias de peso. Por un lado, para quienes pretenden –o se sienten llamados por vocación a– ser líderes, líderes de opinión en política e ideología, en ciencia, en cultura, en arte, en doctrina y espiritualidad, implica la necesidad de examinar con cuidado y responsabilidad, siempre, los contenidos de su discurso. Es necesario estar seguro de que el discurso –o la prédica– está contenida en un marco de coherencia, y también estar abierto a observaciones; abierto a revisar, corregir, incluso cambiar, al percatarse de haber incurrido en el error. Por otro lado, si decidimos seguir la ideología de un caudillo, o la doctrina de un guía espiritual, impresiona como más saludable no permitirnos ser subyugados con palabras que conmueven nuestra sensibilidad; es decir, no dejarnos cautivar con frases bonitas y empalagosas que sacuden el mundo de nuestros afectos. En otras palabras, no permitirnos, a nosotros mismos, caer en una adhesión ciega, no pensada y puramente emocional, fruto de la fascinación por la elocuencia magnetizadora de un líder.

Por supuesto, todo esto nos toca muy de cerca como cristianos, porque como tales no somos individuos que andamos por la vida en forma independiente de todo criterio, no siguiendo más que el dictado de nuestros propios pensamientos e ideas, o aquello a que nos mueven nuestras emociones (siguiendo el popular y tan dañino “hacé lo que sientas”). Somos seguidores de Jesús, y seguidores de lo escrito en la Biblia, la que consideramos Palabra de Dios. En Jesús y en la Biblia buscamos las creencias, las enseñanzas, la doctrina y la fe que nos liberen, y no que esclavicen nuestra mente y nuestras emociones, encadenándonos a la voluntad de un sectarismo nocivo. Esperamos encontrar en el evangelio de Jesús y en la enseñanza moral y espiritual de la Biblia el marco de coherencia que oriente nuestra vida, sin los errores intolerantes y exclusivistas de una secta, sin tácticas de manipulación que sometan nuestra voluntad por medio del temor, y sin absurdos doctrinales que se resuelvan por el expediente de la autoridad superior del líder (del tipo de “es así porque yo lo digo, y yo soy el pastor”). El punto es que, más que en política, y mucho más que en ideologías y filosofías, ha sido en religión y espiritualidad que han surgido –y siguen surgiendo– los peores y más peligrosos sectarismos, que han lavado innumerables cerebros y esclavizado incontables personas. A la gente le gusta mucho repetir esa frase, que suena verdaderamente maravillosa: “la verdad los hará libres”; pero frente a un seguidor del verdadero autor de esa frase, Jesús de Nazaret, por más auténtico y bienintencionado que ese seguidor sea, se encienden todas las alarmas: religión, secta, oscurantismo, esclavitud. Y esto no es culpa de Jesús; la responsabilidad, como siempre, es de algunos de los que se dicen sus seguidores.

Un pasaje del evangelio es revelador al respecto: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:8, 9). En este párrafo del Nuevo Testamento, Jesús cita contra los fariseos palabras en realidad dichas por el profeta Isaías, siete siglos antes. Así que los problemas que Jesús veía en los religiosos de su tiempo, también existían cientos de años antes en su pueblo; y siguen existiendo hoy, e infestan las iglesias donde la gente sencilla y creyente quiere vivir su espiritualidad y cultivar su fe en Dios y en Jesucristo. La primera parte, que alude a personas que honran a Dios de los labios para afuera, pero su corazón –es decir, su vida interior– está lejos de Él, es una excelente definición práctica de la hipocresía religiosa. La segunda parte, en la que Dios dice por medio del profeta que en vano lo honran –la traducción DHH dice: De nada sirve que me rinda culto– alude, como causa de ese carácter inútil del culto, a la existencia de mandamientos de hombres. Estos mandamientos de hombres son la causa de que el evangelio de Jesucristo, la verdad que libera, se haya transformado en la religión cristiana, una doctrina que – a veces– esclaviza.

Parece claro a qué se refería Jesús, a qué se refirió el profeta, a qué se refiere Dios, cuando habla de mandamientos de hombres. La Biblia contiene muchos mandamientos; mandatos, preceptos, reglas, ordenanzas, de parte de Dios para el ser humano, cuyo objetivo es su bienestar y felicidad; como se lee en Deuteronomio 30:16 (DHH): “Si obedecen lo que hoy les ordeno, y aman al Señor su Dios, y siguen sus caminos, y cumplen sus mandamientos, leyes y decretos, vivirán y tendrán muchos hijos, y el Señor su Dios los bendecirá en el país que van a ocupar”. Por otra parte, mandamientos de hombres lo constituyen todo aquello que Dios no mandó, ni habló de ello en la Biblia. Las comunidades judías de la época de Jesús habían adoptado tradiciones y costumbres no claramente mandadas en la Ley de Dios. El evangelista Marcos explica que los fariseos y los escribas se aferraban a ciertas tradiciones “de los ancianos”, es decir, costumbres heredadas de los antepasados. Y dice: “otras muchas cosas hay que se aferran en guardar” (7:4); es decir, que insistían en observar, en obedecer. Estas explicaciones dan contexto a la cita que Jesús hace de Isaías, al acusar a tales personajes de enseñar mandamientos de hombres, y de esa manera rendir un culto vacío, o inútil.

Los cristianos evangélicos nos preciamos de ser bibliocentristas; de seguir puntillosamente el sola scriptura de la Reforma Protestante, es decir, seguir sólo las Escrituras de la Biblia como única regla de fe y conducta. Sin embargo, aún en nuestras comunidades, en muchas de nuestras congregaciones evangélicas, se enseñan mandamientos de hombres; mandatos, preceptos y tradiciones que no tienen una clara base bíblica, pero que forman parte de la doctrina, costumbre y práctica de vida de la comunidad cristiana, y que están sostenidas por la autoridad de un líder. Y, si las discutís o preguntás en qué parte de la Biblia dice que tal cosa debe hacerse, o no hacerse, recibís como respuesta una admonición, un regaño, hasta una advertencia. Es lo que Dios dice en su Palabra, hermano; pero en qué parte, preguntás; y la respuesta es parece que usted no quiere obedecer a Dios, hermano. Cuando la respuesta es: esto es así porque es así, y punto, no se discute, entonces corremos riesgo de caer en el sectarismo. ¿Y qué entendemos por sectarismo?: “Cualidad o actitud propia de la persona que defiende y sigue con fanatismo e intransigencia una idea o una doctrina, sin admitir ninguna crítica sobre la misma” (1). De esta definición puede desprenderse que no debe haber actitud más enemiga de la verdad y de la libertad, que el sectarismo. Ahora, es verdad, los cristianos evangélicos apegados a la Biblia nos aferramos a las doctrinas y enseñanzas de la Palabra de Dios; tal vez en eso seamos intransigentes –hasta fundamentalistas– si bien algunos estamos dispuestos a oír críticas y dialogar, en función de esas críticas, a la luz de lo escrito en el libro sagrado de nuestra fe. Pero, por supuesto, cuando en la doctrina de la fe se mezclan los mentados mandamientos de hombres, entonces nos encontramos con las peores intransigencias, con los más fieros fundamentalismos, y con un cierre absoluto al diálogo, incluso a la luz de la Biblia.

¿De cuáles mandamientos de hombres hablamos? Hay muchos, de diversos tipos, y en esta columna hemos abordado algunos, a lo largo de los años; enseñanzas sobre divorcio y nuevo matrimonio, ciertas estipulaciones sobre los diezmos, reglas estrictas sobre el aspecto personal y vestimenta del creyente, y muchas otras. No es el propósito ahora repasar en detalle cada una de estas “doctrinas”, ni procurar deconstruirlas a la luz de la Biblia; eso lo hicimos en otras instancias de esta columna de opinión cristiana. Sí reflexionar en qué medida el agregado de estos mandamientos de hombres al edificio doctrinal de la fe cristiana basado en la Biblia, genera en los miembros de la comunidad ciertos pensamientos y sentimientos de superioridad, de orgullo respecto al grupo al que pertenecen, por ser “elegidos”, “superiores”, o “mejores”. En mi experiencia personal, en la iglesia en la que conocí el evangelio siendo un adolescente –una iglesia evangélica en la que se predicaba el evangelio, y me permitió conocer a Jesucristo– la enseñanza respecto a vestimenta y aspecto personal que también se impartía allí, había hecho que los líderes impregnaran el pensamiento de los feligreses de la idea de ser “la mejor” iglesia. Por otra parte, hace unos años, en ocasión de compartir reflexiones sobre divorcio y nuevo matrimonio en la columna Amores perversos 2, una oyente que no estaba muy de acuerdo con lo dicho planteó una serie de cuestionamientos, llegando a escribir en una parte de su comentario: “Por eso en mi Iglesia que es la que todo cumple exactamente, hay varias personas que viven solos o solas”. Por supuesto, contesté este comentario haciendo algunas puntualizaciones necesarias a los efectos de acercar posiciones; pero respecto a que su iglesia era la que todo cumple exactamente, no pude evitar comentar que sonaba muy soberbio, y le dejé dos pasajes bíblicos, uno de los cuales era el de 1 Corintios 8:2: “Si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debería saberlo”. Este pasaje en la traducción DHH se lee: “Si alguien cree que conoce algo, todavía no lo conoce como lo debe conocer”. Podríamos parafrasear esto diciendo: si alguno cree o se imagina que sabe o que conoce, todavía le falta conocer, o saber; si alguno cree que ya llegó, entonces aun no llegó. ¿Cuál es la clave de este acertijo? Creérsela; esto sí que podemos entenderlo. El engreimiento, es decir, la pretensión, la presunción, la jactancia de ser mejor, de ser superior, es lo que muestra que aún falta camino para entender el verdadero espíritu del evangelio de Jesús. Es lo que evidencia que aún es necesario conocer la verdad, para ser libre.

Sobre eso, seguiremos reflexionando en la próxima.

1) https://www.google.com.uy/search?q=Diccionario#dobs=sectarismo

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 h por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, fue profesor universitario y ejerce el pastorado en una iglesia evangélica en Montevideo.

3 Comments

  1. […] Leer y escuchar Veritas liberabit vos – Parte 1 […]

  2. Alejandro dice:

    La tuve que escuchar dos veces a medida que la leía para poder asimilar su verdaero contenido.
    Salir así de abajo de una baldosa, con una frase tan popular, para desarrollar un tema sobre algo que nos carcome (y que evidentemente lo ha hecho desde la época de los profetas), solamente Diálogos a Contramano; bien a “contramano”.
    ¡Realmente genial! -Cosa a la que nos tiene acostumbrados el Dr. Pandiani-
    Una vez escuché a un autor cristiano decir: “La biblia nos enseña que conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres. Lo que te han enseñado en tu iglesia, ¿te ha hecho libre? ¿no? entonces no era la verdad”
    La pregunta obligada es: ¿algún día vamos a dejar que sea la Biblia, a la luz del Espíritu Santo, quien nos enseñe, o vamos a seguir eternamente en la comodidad de nuestra butaca o banco preferido, solamente escuchando y asimilando como bueno lo que nos dicen, sin poner ni un tilde ni una coma en duda?, o dicho más éticamente: sin escudriñar para nada la veracidad de lo “aprendido”.
    *”Amados, no crean a todo espíritu, sino pueben los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”
    1 Juan 4:1
    *Versículo citado en la introducción de su libro “Sentires” por el Dr. Pandiani, diciembre de 1999. Cosa que nos prueba que es lo suficientemente terco como para mantenerse durante tantos años luchando por “la verdad que nos hará veraderamente libres”.

  3. Miguel dice:

    Aleluya hermano, qué refrigerio leer esta enseñanza Dios le bendiga, un abrazo desde Honduras

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