El precio de la indiferencia

Honrar trae promesa
28 julio 2022
¿Estás dispuesto a perdonar?
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De la sección “Renovando el espíritu” del programa “Los años no vienen solos”.

Escuche aquí el programa:

Tomado de reflexiones.cristianas.com

¿Cómo es nuestro trato hacia los demás? Cuando se está en medio de una necesidad la indiferencia duele en lo profundo del corazón, sobre todo cuando a nuestro alrededor hay tantas personas que pudieran ayudarnos y no lo hacen. Lamentablemente hay personas que al ver nuestra situación, se toman un tiempo con nosotros solo para juzgarnos respecto al cómo es que llegamos ahí. El Señor Jesucristo dijo que el tratar a los demás como nos gustaría ser tratados es el cumplimiento de la ley y los profetas, ya que de esta manera vamos a demostrar que los amamos.

Desgraciadamente la falta de amor es manifestada en muchos aspectos de nuestra vida, por lo que es necesario que le pidamos a Dios que nos dé verdadero amor hacia nuestro prójimo y que podamos demostrarlo en nuestro trato diario. Solamente un corazón completamente transformado podrá dar y demostrar amor al prójimo, y en su trato manifestará lo que el Señor Jesucristo ha hecho en su vida. Ama a tu prójimo como a ti mismo y ayúdale. 

“Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia” (Génesis 42:21)

La indiferencia es inmoral. Los hermanos de José fueron severamente castigados por su actitud indiferente cuando dejaron a su hermano en una cisterna a merced del infortunio. Ser indiferente al dolor de los demás es un síndrome de egocentrismo; es una réplica de la actitud de Caín: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. ¿No ha oído a alguien decir: “Eso no es asunto mío”?  Y tenemos una y mil  razones para justificar nuestra indiferencia. Lo que ocurrió a los hermanos de José nos sucede aunque tratemos de evadirlo.

La tesis de Santiago sobre la fe deja sin excusa a los que se escudan detrás de la fe para evadir su responsabilidad hacia los demás. “Y si un hermano o una hermana están desnudos y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros le dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no le da las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de que aprovecha? (Santiago 2:15-16)  El equivalente a un “Dios te bendiga” “Estaré orando por ti”; vocabulario escurridizo como una cortina de humo para ocultar nuestra indiferencia.

Nadie pudo ilustrar mejor esta cruel realidad que Jesús en la parábola del buen samaritano.  El sacerdote y el levita pasaron de largo, el herido moribundo no era de su incumbencia. ¡Qué triste actitud! ¡Qué pobre religión! diría Santiago. Una espiritualidad indiferente es equivalente a una vida impotente. Si como dijo el apóstol Pablo “De una sola sangre ha hecho Dios todo el linaje de la tierra” el dolor de los demás es nuestro dolor. No podemos y no debemos mirar hacia el otro lado; no es posible que amemos a Dios y menospreciemos  a nuestros semejantes. Los malos tienen éxito porque los buenos por indiferencia no hacen nada para detenerlos. Este mal,, en el hogar, en el trabajo o en la iglesia siempre  tiene un alto precio que pagar. Hagamos aun lo que no nos toca, quitemos la piedra del camino para que los que vienen detrás no tropiecen con ella. Esto dice el apóstol Juan, “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”.

Sobre la indiferencia

La indiferencia es uno de los grandes pecados de la sociedad. También uno de los más enraizados en el hombre. La indiferencia está emparentada con el egoísmo que invita a vivir para uno mismo, para conseguir aquello que se desea, para situarse por encima del prójimo, para postularnos como «lo más de los más». La indiferencia se manifiesta también respecto a Dios al que apartamos de nuestra vida de manera recurrente. Cuando buscamos nuestro placer o nuestros intereses lo apartamos de nuestra vida. Entonces Dios no existe porque no nos interesa que nos muestre el camino recto.

Si uno es capaz de mostrar indiferencia ante Dios, no tiene ambages en manifestar indiferencia frente al prójimo, especialmente ante el más vulnerable y necesitado. La indiferencia nos lleva a caminar con una venda en los ojos, nos convierte en sordos y mudos tal vez, incluso, sin ser consciente de ello. Pero sobre todo la indiferencia solidifica como una roca el corazón humano. Lo endurece porque la búsqueda del «más» —más prestigio, más reconocimiento, más dinero, más posesiones, más aplausos…— trastoca la realidad y no pone límites a la codicia.

Pero esa indiferencia en lugar de hacernos grandes nos empequeñece. Nos desdibuja. No hay ni una sola página en el Evangelio en la que Cristo muestre indiferencia. Incluso en los momentos de mayor tensión, Jesús se muestra abierto al amor. A la sensibilidad. Al acogimiento. Un cristiano no puede mostrarse indiferente porque si su vida tiene un mínimo sentido tiene que estar regida por el amor. La entrega y el servicio es lo que proyecta nuestra realidad a la eternidad.

No puedo dormir sereno si durante la jornada he pensado más en mí que en el prójimo. No puedo vivir sin remordimientos si la humildad y la generosidad no han presidido todas mis acciones. Si la sencillez no ha sido el arma de cada día. Si no he puesto todo mi empeño en crecer como persona, en ser más diligente en el servicio y en la entrega. Si no he tratado de crecer humana y espiritualmente. Cuando mayor es mi indiferencia más alejado está Jesús del centro de mi vida. Si Cristo vive en mí y yo él, debo mostrar su rostro al prójimo. Y a eso se le llama cercanía.

¡Señor, en los relatos de los Evangelios me muestras que no te manifestaste indiferente con nadie, que tu vida fue un encuentro sincero con el prójimo, con sus necesidades y sus sufrimientos! ¡Que te acercaste a enfermos, gentes que buscaban consuelo, personas con dolores interiores, a los privados de libertad interior! ¡A todos, Señor, les diste una señal nueva, un mensaje novedoso, un encuentro íntimo contigo! ¡A todos les diste un sentido claro de tu existencia! ¡Ayúdame a mí, Señor, a no mostrarme indiferente con el prójimo, a que mi vida esté jalonada de obras de amor, entrega y misericordia!

¡Ayúdame a convertirme en un pequeño instrumento de la misericordia del Padre y que todos mis gestos y palabras expresen el mismo amor, respeto y solidaridad que manifestaste Tú con los que te encontraste por el camino! ¡Ayúdame, Señor, por medio del Espíritu Santo a llenarme de tus pensamientos, de tus actitudes, de tus palabras y de tus sentimientos! ¡Llena mi mirada, Señor, por medio de tu Santo Espíritu, de la compasión por los que sufren ¡Ayúdame a ser contemplativo en la oración y comprometido en la acción! ¡Ayúdame a replantearme mis acciones para revisar como es mi contribución a la construcción de una sociedad más humana, más justa, más cristiana y más llena de Ti! ¡Ayúdame a ser testimonio del Evangelio!

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