“Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas.” v.4
Si usted ha sido mamá o papá recordará el tiempo en que cargaba a su bebé en los brazos para todas partes, el momento cuando le enseñó a dar sus primeros pasitos y las veces que deseó que se soltara a caminar solito. Algunos padres alardean de la autonomía de sus niñitos para alimentarse, para ir al baño, para jugar… Y la verdad es que solemos valorar mucho esta condición de independencia. El jovencito quiere independizarse, léase “liberarse” de sus padres, el empleado de su jefe, el estudiante de su profesor. Creo que el valor atribuido se relaciona con la idea de poder hacer lo que queremos, cuando queremos y como queremos.
Todos los padres sabemos que una vez que nuestros niños aprendan a caminar solos nos “aliviarán” en algún sentido ya que no los cargaremos tanto, pero también ahora tendremos que cuidar sus pasos y, hasta que podamos, sus caminos. En ocasiones, llegaremos a añorar los tiempos en los que podíamos cargarlos y llevarlos en seguridad. Entonces nos daremos cuenta de que la tan ansiada autonomía no es un valor espiritual. ¿Por qué afirmo esto? Porque al igual que un niño cuando siente que puede caminar solo, tomaremos nuestras propias decisiones, nos conduciremos sin considerar a Dios y muchas veces nuestros pasos irán por lugares peligrosos.
Nuestra naturaleza evidencia esa inclinación. Pero Dios, Padre amoroso, anhela guiarnos por senderos seguros y espera que nosotros, ya grandes y maduros, entendamos que la tan estimada independencia es, en verdad, un fracaso seguro; y que queramos, con toda la libertad de nuestro ser, que Él nos enseñe las sendas correctas.
Nancy Rodríguez Antivero, Uruguay
Independizarte no te conviene