
El llamado de Dios
18 octubre 2022
Un milagro
19 octubre 2022
El ciclo ficticio, primera parte.
Por: Dr. Álvaro Pandiani*
Hace varios años exploramos algunos aspectos de un género literario y cinematográfico que continuamente nos trae nuevas historias, de distinto tipo, las cuales obligan a estimular la imaginación, a pensar y especular con mundos posibles, con futuros probables, con el desarrollo de la tecnología y la evolución de las comunidades humanas: hablamos de la ciencia ficción. Una definición de este género –que ya utilizamos en una reflexión sobre este tema– es la propuesta por Eduardo Gallego y Guillem Sánchez en el ensayo ¿QUÉ ES LA CIENCIA-FICCIÓN?, y que ahora quiero traer nuevamente a consideración: “La ciencia ficción es un género de narraciones imaginarias que no pueden darse en el mundo que conocemos, debido a una transformación del escenario narrativo, basado en una alteración de coordenadas científicas, espaciales, temporales, sociales o descriptivas, pero de tal modo que lo relatado es aceptable como especulación racional” (1). Característicamente, las historias de ciencia ficción transcurren en el futuro. Hay narraciones –literarias y cinematográficas– de este género ubicadas temporalmente en el presente: invasiones extraterrestres, proyectos secretos gubernamentales o privados, aventuras espaciales enmarcadas en programas ya cancelados, entre otros. Pero lo característico de la ciencia ficción, su marca distintiva, es proyectarse hacia el futuro, localizando sus historias en el marco de civilizaciones espaciales –incluso galácticas– en aventuras de exploración de lo desconocido, en luchas contra enemigos extraterrestres, o también en sociedades humanas degeneradas por el declive moral, el abuso de la tecnología y el surgimiento de ideologías represoras; lo que se ha llamado futuro distópico.
Un futuro distópico es cualquier tiempo futuro del mundo, en el que la humanidad vive en una sociedad distópica. Según una definición, una distopía es “una representación imaginaria de una sociedad del futuro cuyas características son indeseables” (2); abundando en la definición, se agrega que la distopía “es una sociedad negativa… cuya concreción se debería evitar” (2). Ejemplo muy conocido de sociedad futurista distópica creada por la ciencia ficción es Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. En dicha historia, los bomberos, en vez de apagar los incendios, los provocaban; cuando se detectaba que un ciudadano poseía libros en su hogar, el personal de guardia del cuartel de bomberos acudía para quemarlos. Ante la negativa del dueño de abandonar el lugar, él también era quemado. Los futuros distópicos imaginados por la ciencia ficción son numerosos; algunos, como el mencionado, creado por Bradbury, se han hecho muy famosos, e incluso han tenido adaptaciones teatrales y cinematográficas. Curioso es pensar que, si tuviéramos la posibilidad de viajar en el tiempo al pasado –otro gran tópico de la ciencia ficción– y trajéramos a nuestro presente a un individuo procedente de cien, o ciento cincuenta años atrás –no es necesario más– dicho individuo podría quedar maravillado con nuestra época, por los avances del conocimiento, los adelantos médicos, el desarrollo de la tecnología, los viajes espaciales, y otros aspectos del mundo actual; pero tal vez al observar la vida en nuestras comunidades, la persistencia de la pobreza, el aumento de la delincuencia y el narcotráfico, los efectos perjudiciales de la tecnología, la contaminación creciente y el deterioro del medio ambiente, y la desintegración de la vida familiar y social, para ese individuo, nuestro presente podría ser un futuro distópico. A este respecto, cabe recordar dos cosas: por un lado, otra famosa novela que presenta un futuro distópico es 1984, de George Orwell, en la que el autor introduce el concepto de Gran Hermano, un gobierno o estado omnipresente y represor, que incluso vigila el pensamiento de los ciudadanos; esta novela, publicada en 1949, está ambientada en el año de su título: 1984. Y también merece recordarse que la distopía literaria confronta con aspectos negativos del mundo real, en el que viven el autor, los lectores, y el resto de los seres humanos.
La ficción literaria especulativa, generalmente –aunque no siempre– futurista, ha incursionado también en el extremo opuesta a la distopía: la utopía. En nuestro lenguaje coloquial, los términos utopía o utópico/a, se utilizan para referirse al carácter imposible, irrealizable –incluso fantasioso– de cualquier empresa, idea, proyecto o sueño por cumplir, cuando dichos proyectos o sueños resultan excesivamente optimistas, o su concreción significaría alcanzar un ideal de perfección impropio del mundo real. Por ejemplo, un gobierno con un programa tan bien diseñado, con una ética cristalina, que demuestra realmente trabajar por el bienestar de la nación, y hace las cosas tan bien en todas las áreas, que toda la población está feliz y contenta con esos gobernantes, y los sigue votando en forma indefinida, sin que medien sobre los ciudadanos presiones de ningún tipo. Utopía es un término de raíz griega; fue el título de una obra escrita en latín por Tomás Moro, un abogado y humanista católico romano británico del siglo 16; en su libro, publicado en 1516, el autor “procuraba describir un estado ideal donde no había propiedad privada ni dinero, sino propiedad común de todo. La libertad religiosa también se mantenía, con unas cuantas excepciones” (3). En esta sociedad utópica, “todos los ciudadanos vivían en casas idénticas y la propiedad de los bienes era comunitaria. Los habitantes dedicaban su tiempo libre a la lectura y el arte, y no eran enviados a la guerra salvo en situaciones extremas. Así, esta sociedad vivía en paz y con una plena armonía de intereses” (4). Resulta interesante conocer que las raíces griegas de la palabra utopía vienen a significar: “ningún lugar”; es decir, se trata de algo tan bueno, que no existe en ningún lugar. No es posible encontrarlo. Volviendo a la ciencia ficción, este género, que tanto ha explorado la distopía, también ha buscado la utopía; generalmente, en el futuro. Un ejemplo sumamente notorio de esto es la franquicia de ciencia ficción cinematográfica y televisiva más popular y conocida de los últimos cincuenta años: Star Trek (Viaje a las estrellas).
Muy resumidamente, Viaje a las estrellas incluye siete series de televisión –incluyendo una serie animada– que se han prolongado desde dos temporadas –dos años– hasta siete temporadas las más extensas, y al momento actual suma, además, trece películas. Una de las series –Star Trek Discovery– está en curso, y hay al menos dos o tres series más en preparación, y otra película. La saga de Viaje a las estrellas es una verdadera franquicia de medios, pues se ha extendido en otros productos tales como videojuegos, juegos de rol, figuras de acción y juegos para teléfonos móviles; está presente en las convenciones de comics (Comic-Con), y se realizan aniversarios de las series, años después de su cancelación, reuniendo a los actores para entrevistas y presentaciones ante su público. Viaje a las estrellas también cuenta con una legión de seguidores en todo el mundo, conocidos como los Trekkies. ¿Por qué interesa evocar esta franquicia de medios tan popular? Justamente, por el tipo de humanidad que el creador de la serie, Gene Rodenberry, pretendió mostrarnos en su visión del futuro. En la serie original de los años sesenta del siglo 20, ambientada en el siglo 23, pero aún más en La nueva generación (The Next Generation), que comenzó a finales de los ochenta, ambientada en el siglo 24, vemos una humanidad que no sólo logró avances científicos asombrosos en física, medicina, ingeniería y astronáutica, contando con naves espaciales capaz de viajar más rápido que la luz y recorrer la galaxia. Los seres humanos ya han tenido contacto con múltiples civilizaciones extraterrestres, algunas de ellas hostiles, pero muchas otras amistosas, con las que se relaciona en paz. Las diferencias políticas del planeta Tierra han sido resueltas y las fronteras abolidas, y la Tierra forma parte de una federación de planetas, una entidad política que agrupa a varias razas extraterrestres, además de la humanidad. Lo curioso, y esto es más ostensible en la serie ambientada en el siglo 24, es que se ha eliminado el dinero, se ha eliminado la pobreza, la inmensa mayoría de las enfermedades son combatidas eficazmente, la humanidad ya no pelea guerras, se ha eliminado la religión, y la violencia es el último recurso, incluso para defenderse de ataques violentos que amenazan la vida de los tripulantes de la emblemática nave Enterprise, o de los habitantes de toda la federación. En síntesis, una sociedad utópica.
¿Por qué el creador de Star Trek situó su utopía en un futuro lejano? Y, más interesante, ¿es verdad que, con el paso del tiempo, en algún momento del futuro, la humanidad podrá alcanzar la utopía?
Buscar la utopía de una sociedad perfecta, pacífica, igualitaria, justa, sin pobreza, cuyos integrantes sean productivos y vivan vidas felices, ha ocupado a pensadores y filósofos por siglos. Desde la República de Platón, pasando por la Ciudad de Dios de San Agustín, las utopías del Renacimiento –por ejemplo, la mencionada Utopía de Tomás Moro– hasta las ideas socialistas nacidas en el siglo 19 –utopía con pretensión de llevarse rápidamente a la práctica– y utopías contemporáneas. Entre estas, vamos a destacar la tecnoutopía, o utopismo tecnológico; es decir, el ideal –la esperanza, tal vez– acerca de que los adelantos científicos y tecnológicos del ser humano llevarán a la humanidad a la utopía. Esta es una idea bastante común, y era aún más fuerte durante el siglo XX. En esta clase de utopía tecnológica se puede inscribir la creación de Rodenberry, un individuo ateo, que renegaba de Dios, y cuyas frases al respecto adornan en la actualidad los sitios web del ateísmo militante. Pero la utopía tecnológica del creador de Viaje a las estrellas no consistía sólo en los avances de la ciencia y la tecnología; en la serie original de los años sesenta, la tripulación de la nave Enterprise era multirracial. Incluía una mujer afroamericana con un grado de oficial –teniente– algo inédito en la televisión estadounidense hasta ese momento; además, había un japonés, un ruso –en plena guerra fría– y hasta un extraterrestre, el emblemático señor Spock. En relación a la serie la nueva generación, el ideal de una humanidad que alcance la utopía en un futuro lejano –al menos, tan lejano como de aquí a trescientos años– sale en una presentación que hizo Patrick Stewart –el actor que interpretó durante siete temporadas al capitán Picard– en una convención de Star Trek en abril de 2018, en la que anuncia el regreso de su personaje en una nueva serie, aún por estrenar. Él dice que entre la mucha correspondencia que le llega cada día, quería destacar una de un detective de la policía de Las Vegas; este hombre manifestaba amar su trabajo, a pesar de lo cual había días en que la crueldad, la barbarie, la perversidad y la maldad que tenía que ver lo hacían desesperar del futuro de la sociedad en el mundo. Entonces, continúa contando el actor, el policía le manifestó que iba a su “estante de video”, tomaba Star Trek TNG, y entonces sabía que habría un futuro5. Esta anécdota es interesante para mirarla desde la fe cristiana, porque demuestra que aquel detective de policía al que hace referencia el actor –indudablemente un hombre sensible– ponía su esperanza de un futuro mejor para la humanidad, en un programa de televisión; en cómo ese programa televisivo imaginaba un futuro mejor, y en la filosofía que el programa comunicaba. Podríamos también reflexionar en cómo ese hombre –el detective– estaba a la deriva, espiritualmente hablando, o hasta en cuánto lo habían decepcionado los sistemas religiosos disponibles; pero aquí interesa destacar algo más simple: creer, o adherir, a una utopía tecnológica, es una cuestión de fe. Incluso el ateísmo, como el del creador de Viaje a las estrellas, es una cuestión de fe. El ateísmo militante no se trata simplemente de individuos que no creen en la existencia de Dios; se trata de personas que creen… que Dios no está allí. En otras palabras, no es una simple negación de Dios; es una religión sin Dios, que generalmente cree en el hombre.
Las religiones, por supuesto, también se inscriben en la búsqueda de la utopía. Específicamente, el cristianismo, aunque también el islam tiene su utopía, y asimismo el budismo. Dentro del cristianismo, no sólo la mencionada obra de Agustín de Hipona, y otras similares que puedan haber visto la luz a lo largo de la historia. La expectativa escatológica cristiana basada en la Biblia de un reino futuro de paz y justicia, bajo el señorío de Cristo, constituye la utopía cristiana por excelencia. Incluso, los cristianos apegados a la Biblia podríamos interpretar la búsqueda de la utopía como el intento –tal vez inconsciente– del ser humano, de recuperar el paraíso perdido. Varios pasajes bíblicos nos hablan de lo que podemos interpretar como una utopía futura; por mencionar sólo dos: acerca de la esperanza de vivir en una sociedad donde haya justicia y sea libre de corrupción, Isaías 32:1-5 (DHH): “Habrá un rey que reinará con rectitud y gobernantes que gobernarán con justicia. Cada uno de ellos será como refugio contra el viento y protección contra la tempestad, como canales de riego en tierra seca, como la sombra de una gran roca en el desierto. Tendrán los ojos bien abiertos y estarán dispuestos a escuchar con atención; no actuarán con precipitación sino con prudencia, y dirán las cosas con toda claridad. La gente no llamará noble al canalla ni tratará al pícaro como persona de importancia”; y acerca de un futuro en que el mundo y la humanidad sean renovados, y todo el dolor, el sufrimiento y la maldad dejen de existir, Apocalipsis 21:1-5 (DHH): “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. Estaba arreglada como una novia vestida para su prometido. Y oí una fuerte voz que venía del trono, y que decía: Aquí está el lugar donde Dios vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir. El que estaba sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas. Y también dijo: Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza”. Por supuesto, la utopía cristiana de un futuro radiante y glorioso para la humanidad está centrada en Jesucristo, en su venida como rey justo para gobernar una humanidad redimida y renovada. No tiene nada que ver con lo que los seres humanos hagan –o intenten hacer– para la construcción de la utopía. Porque las lecciones de la historia muestran claramente que, cuando los hombres han intentado construir sus utopías, aún las religiosas, los resultados han sido lamentables. Sobre este tema seguiremos reflexionando.
1) Glosario de ciencia ficción; www.ciencia-ficcion.com/glosario/c/cienficc.htm – España
2) https://definicion.de/distopia/
3) Reid WS, Tomás Moro. En Diccionario de Historia de la Iglesia. Editorial Caribe, Nashville, TN, 1989. Pág. 758.
4) https://definicion.de/utopia/
5) https://www.youtube.com/watch?v=aCKQp1sGVRQ
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 2”
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 3”
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 4”
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 5”
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 6”
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 7”
Escuche aquí “El ciclo ficticio – Parte 8”
Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 h por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.