
La hamburguesa y la gloria de Dios – Parte 1
11 noviembre 2022
Henri Julien Rousseau
15 noviembre 2022
El ciclo ficticio, quinta parte.
Por: Dr. Álvaro Pandiani*
Desde el comienzo de la franquicia iniciada con Alien, la película de 1979, nos vamos al otro extremo; es decir, a la película más reciente: Alien Covenant, de 2017, segunda de al menos tres precuelas del mencionado universo de ficción. En Covenant, el director –el mismo de la película original– introduce un nuevo monstruo, llamado el neomorfo. Surgido a partir de minúsculas e imperceptibles esporas que penetran la piel sin que la víctima lo note, se desarrolla con gran rapidez, y sale del interior del anfitrión por la espalda o por la boca, dejándolo literalmente despedazado. Estos neomorfos son más salvajemente agresivos que los xenomorfos de las primeras películas, y atacan a muerte cualquier cosa que se les ponga delante. Los tripulantes de la Covenant encuentran estos bichos en un planeta desconocido –otro planeta desconocido– en el que hallan restos de la raza que creó armas biológicas que hicieron posible la aparición de estos monstruos –una raza llamada llamados los ingenieros– y también encuentran un personaje de la película precedente en el orden de las precuelas –Prometeo, de 2012– un robot llamado David. Conforme avanza la película, se va revelando que este David ha destruido a los ingenieros, y utilizó seres humanos para experimentar en ellos el material biológico creado por aquellos. El resultado fue la creación de los xenomorfos y los neomorfos, seres visceralmente asesinos.
Curiosamente, este personaje, David, es comparado por un comentarista cinematográfico con Satanás, pero con el Satanás que retrata John Milton en su obra El Paraíso Perdido (incluso, el David de la película cita la expresión que Milton pone en boca de Satanás: “Es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”). El androide David “tiene poca consideración por los humanos, a quienes ve como una raza moribunda” (1); además, en la perspectiva de esta inteligencia artificial, creada por un ser humano, “Los humanos no merecen sobrevivir. Su objetivo es menos crear una nueva vida que destruirla fantásticamente, mientras él se para sobre todo, un ser inmortal” (1). En definitiva, en esta precuela de Alien –y en, la anterior Prometeo– el verdadero monstruo es el androide, creado por un ser humano, que se rebela contra sus creadores, y a su vez crea seres monstruosos, cuyo impulso irrefrenable es matar. Es muy curioso que el crítico de cine vea una cuestión teológica tanto en Prometeo como en Alien Covenant; mientras algunos de los protagonistas –en ambas películas– portan la cruz y se aferran a su fe, deben enfrentar los monstruos, cuya única razón de ser es destruir vidas; monstruos creados por esa especie de Satanás tecnológico que es el androide David. El crítico agrega: “David, fatalmente, tiene la capacidad de crear, algo que Satanás nunca tuvo, y usará ese poder solo para destruir” (1).
En definitiva, ¿qué es un monstruo? La palabra tiene varias acepciones, la mayoría negativas, pero también hay una positiva. Desde algo –o alguien– con anormalidades físicas, una persona o una cosa excepcionalmente fea, algo muy grande, una persona con habilidades superiores y extraordinarias en su actividad –este es el significado con una clara connotación positiva– también una persona cruel y perversa, o un ser fantástico que provoca espanto2. Básicamente, un monstruo es una persona, una cosa o un ser, que provoca miedo; también puede ser repulsión, pero, sobre todo, miedo. Generalmente –aunque no siempre– el miedo es debido a la idea, o la sensación, la impresión, de que ese ser, o esa cosa, pavorosamente anormal, grande y fea, puede provocarnos daño. Sin embargo algo, o alguien, que nos parece monstruoso, puede ser totalmente inofensivo; por ejemplo, un desdichado que ha nacido con una terrible anormalidad física, o que tiene dicha anormalidad como consecuencia de un accidente. Por contrapartida, una persona que físicamente es normal, hasta agradable y atractiva, puede esconder en su interior crueldad y perversidad de dimensiones monstruosas. La maldad, la brutalidad y el salvajismo que algunas personas llegan a desplegar contra sus semejantes –cuando tienen el poder de hacerlo– muestra cuán oscuro puede llegar a ser el corazón del ser humano. Los grandes genocidios del siglo XX son un ejemplo terrible de esto, desde el holocausto judío en la Alemania nazi, hasta los campos de exterminio en la Camboya de Pol Pot. Si retrocedemos hasta la Rumania del siglo XV, nos encontramos con un personaje histórico llamado Vlad Draculea, también conocido como el Empalador; este fue un príncipe medieval “célebre, entre otras cosas, por su gusto por lo sanguinario” (3). Este príncipe rumano, que torturaba a sus enemigos hasta la muerte, fue el modelo para la creación del monstruo sobrenatural más popular del siglo 20, el conde Drácula, cuya mordida podía implicar la muerte, o algo peor: compartir su maldición.
Entonces, el monstruo nos atemoriza, fundamentalmente, porque puede quitarnos la vida. Quien golpea a una mujer es un violento; quien la viola, un perverso degenerado; pero si además de golpearla o violarla, la mata, es un monstruo. Si la mujer es una niña, el individuo es una especie particularmente espantosa de monstruo, que despierta el clamor popular por una justicia y una muerte rápidas, y a quien el sistema invariablemente debe retirar de circulación, para protección de la sociedad y del mismo infractor. El ladrón, con toda la impotencia que genera porque toma lo que no es suyo, puede ser tratado con rigor, pero sin brutalidad; pero quien agrede, daña, y mata –sobre todo si lo hace por una razón espuria, o sin razón aparente– es un monstruo que debe ser cazado y eliminado; por lo menos, esa es la reacción visceral de la mayoría de las personas. Aquí hay algo curioso: mientras las comunidades actuales tienen sistemas judiciales asistidos por especialistas en psiquiatría forense y psicología criminal que procuran la comprensión, tratamiento y rehabilitación del individuo que actuó como un monstruo, lo cual también es políticamente correcto, la literatura y –sobre todo– la cinematografía, nos muestran la mayoría de las veces una vía mucho más directa, expedita y violenta de tratar con estas personas, las cuales terminan siendo brutalmente asesinadas al final de la película, para satisfacción de los espectadores. Entonces, aquí viene la pregunta: ¿el que clama por la muerte del monstruo, no es también un monstruo? Pregunta que a veces aparece en boca de alguno de los personajes, que demuestra así una conciencia más sensible, y que parece puesto allí por los realizadores de la película, con el objetivo de que los espectadores le griten al que sostiene el arma: “no le hagas caso a ese estúpido moralista; matá a ese monstruo”.
Al final de la primera parte de esta reflexión sobre el monstruo que a veces sale de adentro y nos sorprende, nos espanta y nos llena de asombro, dijimos que íbamos a observar qué perspectiva ofrece la Biblia al respecto. La Palabra de Dios habla muchísimo del “corazón” del ser humano. Con este término –corazón – se refiere genéricamente al interior del ser humano; su razonamiento, sus ideas y pensamientos más profundos, sus emociones, sus anhelos, sus pasiones e instintos, sus debilidades, sus secretos; también su imaginación, sus obsesiones, y sus deseos y apetitos más inconfesables. Ya de arranque, en Génesis 6:5 leemos: “Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (DHH: “El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la tierra y que éste siempre estaba pensando en hacer lo malo”). Alguien podría argüir que esto se refiere a la civilización antediluviana; pero mucho después de eso, en referencia a esa esencia interna del ser humano, en Jeremías 17:9 se lee: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (DHH: “Nada hay tan engañoso y perverso como el corazón humano. ¿Quién es capaz de comprenderlo?”). El Antiguo Testamento expresa claramente que el mal anida en el corazón del ser humano. El Nuevo Testamento lo expresa con más claridad.
En efecto, en el Nuevo Testamento, en dos epístolas paulinas, se detalla el contenido siniestro del corazón humano alejado de Dios. Uno es el pasaje acerca de las obras de la carne, en Gálatas 5:19-21, en el cual se lee: “Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas”. El otro es Romanos 1:29-31, donde se nos dice que los seres humanos están “atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia”. Ambos pasajes recuerdan aquel leído antes de finalizar la primera entrega de este tema; palabras de Jesús acerca de las malas cosas que “salen” del interior del hombre.
Siguiendo con el Nuevo Testamento, en el mismo se recoge una historia breve de las primeras décadas de la primitiva iglesia, en el libro de Hechos de los Apóstoles; y en las epístolas apostólicas se ofrece una mirada a la vida cotidiana, la espiritualidad y la práctica de la comunión fraternal –con sus aspectos positivos y negativos– en aquellas primeras congregaciones cristianas. De la historia de aquel primer siglo de la era cristiana surge que aquella iglesia primitiva debió enfrentar dos grandes monstruos; es decir, dos personas que procuraron destruirla, acabando con la vida de los cristianos. Uno de ellos fue el hombre llamado Saulo de Tarso; un judío, ciudadano romano de nacimiento, fariseo estricto y fanático, que vio en el nuevo movimiento religioso una herejía que pervertía la fe de su nación, y se ocupó de perseguir a sus integrantes. Saulo aparece por primera vez durante la ejecución por lapidación del diácono Esteban; en realidad, un vulgar asesinato parecido a un linchamiento público, llevado a cabo sin sentencia judicial por un pueblo sublevado, y sin la autorización del dominador romano. El joven fariseo estaba allí, dando con su presencia el sello de la autoridad religiosa judía al crimen (Hechos 7:58). Las primeras persecuciones judías contra los seguidores de Jesús en general parecen eclipsadas por las feroces persecuciones romanas; pero en realidad, además de la muerte de Esteban y del apóstol Jacobo, el hermano de Juan (Hechos 12:2), parece que otros cristianos también perdieron la vida a manos de sus compatriotas. En Hechos 9:1, 2 se dice que: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén”. “Respirando amenazas y muerte” se traduce en la DHH como que Saulo “no dejaba de amenazar de muerte a los creyentes”; parece que este individuo había tomado la destrucción de los discípulos de Jesús como su misión, una misión a la que se había entregado por completo.
Muchos años después, cuando aquel Saulo había sido transformado, y era ya Pablo el apóstol, relata su pasado diciendo que “castigaba” (torturaba) a los seguidores de Jesús, y que cuando los mataron dio “su voto” (es decir, su aprobación); también dijo que creyó que esto era su deber, y que estaba tan enfurecido contra los discípulos de Jesús que los persiguió hasta en ciudades extranjeras (Hechos 26:9-11). Aquí vemos una conducta violenta y asesina, a un nivel monstruoso, motivada por algo que no figura en las causas biológicas, sociológicas y psicológicas de conducta criminal, mencionadas en la primera parte de esta reflexión, como fruto de la investigación actual: el fanatismo religioso. Este fanatismo también se nota en otras personas, en el Nuevo Testamento; por ejemplo, cuando Pablo relató ante una multitud, reunida en el Templo de Jerusalén, que el Señor le había dicho que lo enviaría lejos de allí, a los no judíos (Hechos 22:21), la reacción de ellos fue gritar: “Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva” (v.22). Es decir, no estoy de acuerdo con sus creencias, mátenlo. El fanatismo religioso es evidente también cuando, estando el apóstol Pablo preso en Jerusalén, un grupo de hasta cuarenta hombres “se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo” (Hechos 23:12). Sería muy llamativo si la investigación no se ocupa del fanatismo religioso que llega al asesinato, porque el mismo no es cosa del pasado, sino que es muy actual, y una amenaza global para la convivencia pacífica. Y si se ocupa del fanatismo religioso, también debería ocuparse del fanatismo político, e incluso del deportivo.
La iglesia cristiana de aquellos días también enfrentó, además de la persecución de los judíos, el acoso de los paganos, que progresivamente fueron rechazando algunos aspectos del nuevo movimiento, y reaccionaron a la extensión del mismo con violencia. Ejemplos de este tipo de intolerancia hacia el cristianismo están registrados en el libro de Hechos de los Apóstoles; por ejemplo, los incidentes en Éfeso (19:23-41), y en Filipos (16:19-24). También en la epístola a los Tesalonicenses se hace alusión a la persecución recibida por los cristianos de ese lugar de parte de los paganos (1 Tesalonicenses 2:14). Las persecuciones de las primeras décadas de la iglesia llegan a su culminación con el otro monstruo de la historia del siglo I: Nerón. La de Nerón es una leyenda negra, sobre todo después de siglos de cultura cristiana y hegemonía de la iglesia. Pero la historia de los hechos de este monstruo, cuestionada en el siglo XX, sigue siendo contada en términos muy negativos. Se dice que “dentro de su círculo doméstico, y entre sus pares de la aristocracia, su comportamiento fue monstruosamente siniestro”(4); en la relación de la primitiva iglesia de Roma con Nerón, se nos dice que: “Los cristianos de Roma fueron sometidos a uno de los pogromos más bárbaros de la historia” (4). Cabe consignar que pogromo significa “Matanza y robo de gente indefensa por una multitud” (5). Más concretamente, la fuente que manejamos afirma que “Luego de forzar una condena por el delito de incendio contra ciertos cristianos, llevó a cabo arrestos en masa, y entre otras torturas quemó vivas a sus víctimas en público” (4). Esta afirmación se ve refrendada por otra fuente, donde puede leerse: “Como reacción ante rumores de que era él quien había ordenado el incendio, y que durante el mismo recitaba sus versos, trató de echarles la culpa a los cristianos, muchos de los cuales fueron apresados y ejecutados de modo horrible” (6). Nerón fue, no sólo para la primitiva iglesia cristiana, sino para muchas personas, una auténtica pesadilla, y probablemente deban invocarse, en la explicación de su conducta monstruosa, motivos como la profunda degeneración moral de su época y cultura; la noción del poder absoluto inherente a su cargo, unido a la ausencia de la idea de tener que rendir cuentas, de tener que responsabilizarse ante el Ser supremo, por sus hechos. Este nefasto individuo continuó comportándose como un monstruo hasta el fin de su vida. Y a diferencia del anterior, Saulo de Tarso, el cual murió como mártir por su fe en Jesucristo, Nerón no tuvo redención, y acabó su vida por el suicidio. ¿Qué determinó el muy diferente final de cada uno?
La respuesta está mostrada en la misma Biblia: el camino a Damasco. El camino a Damasco representó para Saulo el encuentro con Cristo; el ser confrontado por el Altísimo con su conducta, y tener una oportunidad de cambiar. El camino a Damasco es el alto, la revelación, la comprensión de cuan equivocado se está; es la chance de cambiar, de ser otra persona, de nacer de nuevo; de dejar de ser un monstruo, para transformarse en un héroe de la fe, que deja una huella indeleble –y muy positiva– en quienes le rodean. Todo, por un encuentro con Jesucristo. Cuando Saulo comprendió ante quien estaba, dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Y cuando se le respondió esta pregunta, obedeció.
Quiera Dios darte la fe necesaria, para que veas a Jesús, en el lugar, en la situación, en la crisis o en la desgracia en la que te hizo caer tu conducta. Y que cuando lo veas con los ojos de la fe, y lo escuches con tu corazón, esa fe te lleve a obedecer. Para que tu vida cambie; para que, de ser un monstruo, pases a ser un redimido, alguien transformado, que en lugar de causar daño a los demás y a sí mismo, sea un bien y una bendición para todos.
Amén.
1) https://www.vox.com/summer-movies/2017/5/17/15612540/alien-covenant-review-fassbender-satan-paradise-lost-spoilers
2) https://dle.rae.es/monstruo
3) https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/vlad-tepes-empalador-dracula-historico_11548/8
4) E.A.J. Nerón. En: Nuevo Diccionario Bíblico; Ediciones Certeza, Illinois, USA. Nashville, TN, 1982; Pág. 958-59.
5) https://www.wordreference.com/definicion/pogromo
6) W. Ward Gasque. Nerón. En Diccionario de Historia de la Iglesia. Editorial Caribe. Nashville, TN. 1989. Pág. 777.
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 1».
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 2».
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 3».
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 4».
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 6»
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 7»
Escuche aquí «El ciclo ficticio – Parte 8»
Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 h por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.
2 Comments
Bravo bravo excelente material DIOS les bendiga y siga usando
Estimados:
Encuentro realmente interesantes los temas que se tratan en este programa semanal
Me dirijo a uds a través de ésta para opinar acerca del tema de hoy
Considero que el ser humano puede llegar a realizar obras realmente extraordinarias en favor de otros
y también puede cometer los actos más aberrantes
Pero veo una gran diferencia entre quien maquina mal contra alguien y puede violar, torturar, matar,
descuartizar y más y ni siquiera sentir remordimiento y alguien que en un momento de terror al
conocer o ver alguno de estas aberraciones sienta el deseo (irracional) de matar a fuego lento al
causante del mal
En todo caso si ambos son monstruos, son monstruos diferentes, pq mientras al primero no le importa
su víctima, el segundo se va a desgarrar, va a llorar, a gritar pq se ha puesto en el lugar de quien sufrió
el daño
Saludos cordiales