LECTURA: HECHOS 10:34-48
“Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas…” v.34
Quizás de un modo inconsciente el discípulo Pedro estaba viviendo un estilo de vida que discriminaba a otras personas, específicamente a quienes no eran judíos. A pesar de que su Maestro, el Señor Jesús, le había modelado y enseñado todo lo contrario, él no podía deshacerse de su antigua manera de pensar y de vivir. Tenía el dilema de si seguir a Cristo, renunciando al judaísmo, pagando el costo que eso significaba, o dejar que las cosas fueran como siempre habían sido: los gentiles en su mundo, y los judíos en el de ellos como pueblo privilegiado de Dios.
Los dilemas son muy humanos y se nos pueden presentar en cualquier ámbito de la vida. Se pueden dar en nuestras creencias personales; en el trabajo, en los negocios; en nuestras relaciones sociales; y, en fin, en cualquier situación en la que haya que tomar decisiones con pocas alternativas, y en las que esas reducidas opciones impliquen un costo alto, sin que importe la elección que hagamos.
No obstante, para poder seguir a Cristo en nuestro diario vivir, y responder a su llamado sin ninguna excusa, siempre será imprescindible renunciar a lo que Él pide que renunciemos. No basta con sólo renunciar a “algo”, lo cual podría hacer cualquiera, sino renunciar a “todo” en favor de Cristo y de Su reino, a fin de que Él pueda transformar nuestras vidas, y luego utilizarnos para transformar las vidas de otros. La historia de Pedro es un magnífico ejemplo.
J. Abel Ramírez, República Dominicana
Sólo una renuncia completa, puede limpiar completamente el sendero de la obediencia