LECTURA: ROMANOS 13:1 – 8
“Los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien.” v.3
Nuestra ciudadanía está en los cielos y no en la tierra, de manera que somos extranjeros y peregrinos en esta vida. Los patriarcas así lo entendieron cuando vivieron en la tierra de Canaán; sin embargo, tuvieron que convivir con las autoridades y los pueblos de esa región.
De la misma manera, la iglesia al ser establecida vivía en este mundo considerándose ciudadanos del cielo y no de esta tierra; no dependían del actuar de las autoridades para hacer la voluntad de Dios. Tampoco estaban esperanzados en recibir beneficios de las autoridades.
A pesar de ser perseguidos y maltratados, los apóstoles enseñaban que debían someterse a la autoridad y honrarlas. ¡Esto parece contradictorio! El apóstol Pedro escribió: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey,” y añade: “Honrad al rey.” La autoridad humana, desde la perspectiva divina tiene el deber de proveer protección y administrar justicia, alabando al que hace bien y castigando al malo.
Como buenos ciudadanos del cielo, debemos vivir en sumisión a nuestros gobernantes honrándolos por la labor y autoridad que Dios les ha dado. Esto no quiere decir que debamos estar de acuerdo o apoyar alguna práctica errada o pecaminosa. Los seguidores de Cristo deben esperar que sus autoridades provean seguridad y justicia para vivir quieta y reposadamente.
La iglesia nunca ha demandado o esperado beneficios económicos de las autoridades o del estado, porque esa no es la responsabilidad que Dios les ha encargado. Por el contrario, Dios ha establecido que cada uno debe comer del fruto del trabajo que el Señor le ha provisto.
Edward Zacarías, Perú
Debemos recordar que nuestra ciudadanía está con Dios